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lunes, 9 de marzo de 2015

Capítulo 6



9 de mayo de 1893


—¡Mariana! —exclamó Benjamín.

Mariana. Solo habían pasado veinticuatro horas desde la última vez que oyó su nombre en boca de Benjamín. Le encantaba el sonido de las sílabas aspiradas, le encantaba la ligera vacilación de su voz que siempre acompañaba su pronunciación, como si no pudiera creerse que le permitiese dirigirse a ella con tanta intimidad.

Pero ahora en lo único que podía pensar era en que él no la llamaba Lali. Ni siquiera sabía quién era Lali. Ningún otro hombre en la tierra pensaba en ella como Lali.

Solo Peter.

—¿Estás bien?

Sonrió al hombre que adoraba. Con su piel clara y sus ojos serios, Benjamín se parecía el Muchacho Azul de Gainsborough ya crecido. Tenía una cabeza maravillosa, con mechones rubios, unos ojos azules del color de la porcelana de Delft y una naturaleza amable y modesta tan dulce como el sol de mayo. Su propio y querido señor Bingley... todo lo que un hombre joven debería ser.

—Estoy perfectamente, cariño, estoy perfectamente.

Se acercó a ella para cogerle las manos, pero se detuvo antes de alcanzarla, con una preocupación en sus ojos que le partió el corazón.

—¿Podemos estar seguros de que lord Tremaine se ha ido realmente? ¿Y si es una trampa y vuelve para espiarte? Si quiere, puede hacerte la vida insoportable.

¿Cómo podía empezar siquiera a explicarle que Peter ya disponía de todo un arsenal de instrumentos para hacer que las cosas fueran insoportables; que ella tenía todo su futuro a merced de él?

—Tremaine ha sido muy cortés —dijo—. No es de esos a los que les dan berrinches.

—No puedo creerme que ya se haya ido de la ciudad —afirmó Benjamín—. Si llegó ayer mismo por la tarde.

—No hay nada que lo retenga aquí, ¿verdad? —replicó Lali.

Estaban en el salón de atrás, donde solían tomar el té juntos, una habitación decorada en tonos lavanda: la tapicería de brocado amatista, las cortinas de terciopelo lila y el servicio de té blanco con el borde de wisterias. En su juventud, había despreciado todos los colores salvo los primarios, pero ahora apreciaba un segmento más amplio del espectro.

Y lo mismo sucedía con Benjamín. A los dieciocho años —o quizá incluso a los veintitrés— se habría mofado de un hombre tan tímido y con tan poco mundo. Lo habría visto como una molestia, una carga. Pero ella había cambiado. Lo único que veía cuando miraba a Benjamín era la gran bondad de su corazón.

—¿Adónde ha ido? —preguntó Benjamín, preocupado—. ¿Cuándo volverá?

—No ha traído ayuda de cámara, así que nadie puede decirnos nada. Ni siquiera sabría que se ha marchado si Goodman no lo hubiera oído, por casualidad, diciéndole al cochero que lo llevara a la estación de ferrocarril.

Estaba furiosa porque él hubiera usado libremente su casa y a su personal sin informarla de sus movimientos... la mínima cortesía que era de esperar. También estaba profundamente aliviada por el pequeño respiro que le daba su ausencia.

La manera en que lo había devorado con los ojos esa mañana —su torso, que parecía esculpido por las manos del propio Bernini, terso, esbelto, ágil, con brazos largos, bellamente nervudos como los de un marino veterano—, ¿podía haber hecho algo más humillante, salvo dejar caer el pañuelo y desplomarse en el suelo, sin sentido?

Benjamín y ella se sentaron, uno al lado del otro, en la chaise-longue.

—Dime qué quería —pidió Benjamín—. Debe de querer algo.

No había sido capaz de pensar en nada, salvo en lo que Peter quería. Incluso ahora, con él a kilómetros de distancia, seguía aturdida y tensa. El desastre, eso es lo que él quería. ¿Qué otra cosa podía provocar al acostarse con ella sino, de alguna manera y en algún momento, una calamidad de una escala épica?

—No está convencido de que debamos divorciarnos por algo tan trivial como que yo quiera casarme con otro —respondió. No tenía fuerzas para decirle a Benjamín que su esposo tenía intención de reclamar sus derechos, de los que durante tanto tiempo había abdicado, y follarla hasta que ella produjera algo como consecuencia. Tampoco podía revelar que se sometería a dicha cópula conyugal mientras hacía planes para utilizar todos los recursos inventados para impedir la concepción.

¿Qué había en Peter que la convertía en estafadora y ahora en traidora?

—Pero está dispuesto a ser razonable. Si seguimos decididos a casarnos dentro de un año, dejará que el divorcio siga adelante.

—¡Un año! —exclamó Benjamín. Luego suspiró aliviado—. Bueno, si esa es su única condición, no es tan malo. Podemos esperar un año. Será un año terriblemente largo, pero podemos esperar.

—Benjamín. —Le cogió la mano, con el corazón inundado de gratitud—. Eres muy bueno conmigo.

—¡No, no! ¡Tú sí que eres buena conmigo! Todos los demás creen que soy torpe y duro de entendimiento. Tú eres la única que piensa que soy normal.

Cualquier otro día se habría llenado de orgullo al pensar que, por fin, poseía la profundidad y la madurez necesarias para valorar un diamante en bruto como Benjamín, cuando a su alrededor hombres y mujeres seguían cegados por cosas superficiales. Pero hoy su profundidad y madurez hicieron realmente acto de presencia. Le estaban dando una lección de humildad; se sentía indigna. Pero no podía decirlo. Benjamín acudía a ella en busca de fuerza y orientación. No podía caerse del pedestal ahora.

—Eso no es así, de ninguna manera. Estoy segura de que la señorita Carlisle tiene muy buena opinión de ti.

La señorita Carlisle estaba enamorada de Benjamín. Se mostraba circunspecta y reservada al respecto, pero no se lo podía ocultar a Lali. Normalmente, no le habría revelado una cosa así a Benjamín. Pero no eran tiempos normales y sus sentimientos de culpa eclipsaban su posesividad.

—¿Angélica? ¿De verdad? Solía reírse de mí cuando éramos niños, siempre que me caía del poni o algo por el estilo. Y me decía que era un auténtico idiota.

—La gente cambia al hacerse mayor —dijo Lali—. En algún momento aprendemos a valorar la bondad y la constancia por encima de todo y, en esas cosas, no hay nadie mejor que tú, Benjamín.

Benjamín sonrió con placer.

—Si tú lo dices, debe de ser así. Últimamente Angélica no se encuentra bien. Tenía intención de enviarle una botella de tónico. Creo que se la llevaré en persona y le preguntaré si, con los años, me he convertido en alguien menos estúpido.

El reloj de la chimenea dio la media. Benjamín llevaba quince minutos en su saloncito. Por lo general permitía que sus visitas se alargaran durante media hora o más, pero ahora, con el regreso de Peter, esto ya no era posible.

—Creo que será mejor que me vaya —dijo Benjamín, poniéndose en pie—. Aunque detesto marcharme.

Lali se levantó.

—Yo también. Desearía... oh, no importa lo que yo desee.

Benjamín aprisionó sus manos entre sus palmas anchas y cálidas.

—¿Estás segura de que estás bien del todo, amor mío? ¿Estás realmente segura?

No, no estaba bien. Se sentía enferma y sola. Y sentía repugnancia de sí misma. Estaba a punto de iniciar un juego peligroso, mintiendo y engañando a dos personas. Y ella que creía haber jurado abandonar para siempre las imposturas y los engaños...

Se obligó a ofrecerle una sonrisa radiante.

—No te preocupes por mí, cariño. ¿Recuerdas lo que tú mismo has dicho? Nada puede hacerme flaquear. Nada.


Nicolás Fitzwilliam, duque de Perrin, empezó su paseo vespertino de ocho kilómetros media hora antes de lo habitual. De vez en cuando le gustaba ser un poco imprevisible, ya que actualmente toda la variedad de su vida consistía en los sermones dominicales de un vicario mediocre. Aunque tampoco le importaba demasiado. Un estudioso necesita paz y tranquilidad para ahondar en el pasado homérico y en las heroicas batallas que se desarrollaron frente a las murallas de Troya.

Uno de sus lugares favoritos a lo largo del paseo era un cottage situado exactamente a tres kilómetros y medio de su puerta. La casa en sí misma era bastante corriente: dos pisos, paredes blancas, molduras rojas. No obstante, los jardines se merecían un soneto, si no toda una arrogante oda.

El jardín de delante era una fantasía de rosas. No solo las rosas de capullos apretados con las que solía tropezarse, sino las flores completamente abiertas, inmodestas, de una época anterior, menos puritana; unas flores enormes, descontroladas, que doblaban los rosales con su peso y caían desde las espalderas, e iban desde el más prístino rosado a un rojo vino desbordante.

Sentía curiosidad por el jardín de atrás, donde era frecuente que los jardineros concentraran toda su energía y esfuerzos. Pero había un seto alto rodeándolo y lo único que lograba ver era el caballete de lo que parecía el tejado de un gran invernadero. No deseaba conocer a quienes residían en la casa, así que esperaba el día en que alguien, inevitablemente, se olvidara de guardar la escalera después de recortar el seto.

No sentía ningún escrúpulo en echar una ojeada a un jardín privado. ¿Qué iban a hacerle? ¿Llamar al alguacil? Una cosa había aprendido en los casi treinta años que llevaba siendo duque y era que, salvo el asesinato, podía salir airoso de cualquier situación.

Pero hoy había una escalera, no apoyada en el seto, sino colocada contra un olmo, al otro lado del camino. Encaramada a la escalera había una mujer, de espaldas a él, vestida con un traje de tarde demasiado elegante y absurdo para estar subida a una escalera de mano de cinco metros de altura.

La mujer estaba sermoneando a un gato, un gatito al que intentaba convencer de que se quedara quieto en una rama a cuatro metros del suelo, una imagen que hizo que Langford se parara en seco.

—¡No te da vergüenza, Héctor! Eres primo de los poderosos leones de la sabana. ¡Eres una deshonra para ellos! Quédate ahí y te rescatarán cuando llegue el momento.

El gatito no estaba de acuerdo con su valoración. En cuanto ella retiraba las manos, volvía a saltar sobre el pecho de la mujer.

—¡No, Héctor! —exclamó la mujer, cogiéndolo de nuevo—. No vuelvas a hacerlo. No me vas a estropear los planes. ¡No serás otro macho caprichoso más que se interpone entre mi hija y una corona con hojas de apio!

El interés de Langford por la situación creció de forma espectacular, dado que era el único hombre en un radio de ochenta kilómetros que poseía una corona con hojas de apio... el tocado que los duques llevaban en la coronación de un soberano. Aunque no estaba del todo seguro de dónde estaba guardada su corona en concreto, ya que no había habido ninguna coronación británica en toda su vida.

—Escúchame, Héctor. —La mujer levantó al gatito hasta que los ojos del animal quedaron a la altura de los suyos—. Escúchame y escúchame bien. Si no cooperas, eliminaré todos los trocitos de pescado, hígado, lengua, absolutamente todo, de tus comidas. Y lo que es más, traeré un perro a casa y lo alimentaré con foie gras delante de ti. Un perro, comprendes, un sucio perro callejero, como el Creso de Lali.

El gatito maulló lastimeramente. La mujer siguió sin mostrar piedad.

—Vamos, arriba, y esta vez te quedas ahí.

Y maldita sea si el gatito no obedeció, maullando tristemente, pero permaneciendo allí, sin moverse. La mujer emitió un largo suspiro y descendió lentamente de la escalera. Langford se puso en marcha de nuevo, golpeando a propósito el suelo del camino con el bastón.

La mujer se volvió al oírlo. Era guapa, con el pelo negro como el azabache, una piel de alabastro y labios rojos, como Blancanieves unas cuantas décadas después de «felices por siempre jamás» y mayor de lo que había supuesto. Por su voz y su figura había creído que estaría en la treintena, pero tenía cuarenta años, por lo menos; probablemente más.

Al verlo, se le abrieron los ojos hasta alcanzar el tamaño de guineas de oro, pero se recuperó rápidamente.

—Le ruego que me perdone, caballero. —Parecía sin aliento, no recordaba en absoluto a la tirana que había sido con Héctor—. No quisiera causarle molestias, pero no puedo coger a mi gatito. Se ha quedado atrapado allá arriba.

El frunció el ceño. Tenía un ceño que despertaba miedo, de esa clase que hace que la gente se vaya corriendo al otro lado de la habitación.

—¿No tiene ningún criado o lacayo para que recupere a ese animal?

Ella estaba claramente ofendida por su manera de referirse a su bolita de pelo, pero se aguantó.

—Les he dado la tarde libre.

Una mujer previsora, un fenómeno poco corriente. Aunque, si mucho lo apuraban, tendría que admitir que los hombres previsores eran igualmente raros. Acentuó el ceño, pero este había perdido temporalmente su capacidad de amenaza porque no pareció disuadirla en absoluto.

—¿Sería tan amable de recuperarlo, por favor? —pidió, agitando el pañuelo, con un aire de indefensión femenina.

Un dilema interesante. ¿Debía negarse groseramente a hacer lo que le pedía y ver cómo se derrumbaba o seguirle el juego para divertirse un poco?

—Por supuesto —respondió. ¿Por qué no? Su vida se había vuelto muy monótona últimamente. Y en su juventud había sido muy aficionado a las charadas y a la escena.

Ansiosamente, ella se hizo a un lado y lo observó acercarse con tal arrobamiento idólatra que se sintió como si fuera el mismísimo Becerro de Oro. De no saber que era una madre ambiciosa que lo había elegido a él para su hija, habría pensado que quería pescarlo para ella misma.

Subió por la escalera, un artilugio desvencijado que apenas podía soportar su peso. El gatito había dejado de maullar y lo contemplaba con aire dubitativo. Lo cogió por el cogote y lo bajó. En cuanto pudo, el animalito se libró de su mano de un salto y aterrizó de nuevo en el pecho de su ama; un pecho amplio que tensaba la parte delantera del corpiño de una forma muy atractiva.

—Héctor—lo arrulló la señora, sin ninguna vergüenza—. Me has tenido muy preocupada, gatito travieso. —Héctor todavía asustado por la perspectiva de un futuro vegetariano, no la contradijo—. ¿Cómo podré agradecérselo, caballero?

—Es suficiente satisfacción haberle sido de ayuda. Buenas tardes, señora.

—Dígame por lo menos dónde vive usted, amable caballero —exclamó—. Mi cocinera hace un pastel de fresas excelente. Haré que le envíen uno.

—Se lo agradezco, señora. Pero no me gustan mucho las fresas.

—De cerezas, entonces.

—Tampoco me atraen nada las cerezas. —Ahora vería hasta dónde estaba dispuesta a llegar para conseguir conocerlo.

Se quedó desconcertada, pero una vez más se recuperó muy rápidamente.

—También tengo una caja de clarete Château Lafite, de la cosecha del cuarenta y seis.

Resistirse a esa oferta era mucho más difícil. Había adquirido el gusto por los buenos vinos en su juventud. Además, la de 1846 fue una cosecha extraordinaria para el Château Lafite. Y su última botella había desaparecido hacía tres años.

Dos cosas quedaron inmediatamente claras respecto a ella. Era mucho más rica de lo que había deducido por el modesto cottage. Y el plan para atraparlo para su hija no era ninguna broma. Estaba dispuesta a ir si no al infierno, por lo menos a Yakarta y volver.

—¿Tampoco le apetece, caballero? —Ahora se hacía la tímida, percibiendo que eso sí le tentaba.
Se rindió.

—Vivo en Ludlow Court.

La mano derecha de la dama se apartó del gatito, trazó un arco en el aire y volvió —zas— a su pecho, con los dedos separados en un gesto que tradicionalmente anunciaba una complacida incoherencia.

—¡Realmente, oh, Dios mío! No es... pero... ¡oh, Dios mío!

Como estaba hecha de un material más resistente, que no vacilaba en explotar a un gato, no se desmayó, sino que le hizo una encantadora reverencia.

—Su excelencia. Haré que le lleven la caja a Ludlow antes de la cena.

Cuando se enderezaba, tuvo la sensación repentina de que la había visto antes, allá por la época en que el mundo era joven... o, por lo menos, él lo era. Apartó aquella idea de su cabeza, y se inclinó brevemente.

—Buenas tardes.

—Señora Espósito —ofreció ella, aunque él no le había preguntado su identidad, ni siquiera implícitamente—. Buenas tardes, excelencia.


Señora Espósito. El nombre despertó un nuevo eco en su mente, pero nada lo bastante fuerte como para definir un recuerdo. Ella tuvo el buen sentido de dejarlo marchar sin añadir nada más —ni mencionar a su hija—, y él se quedó perplejo y un poco más intrigado de lo que le hubiera gustado.

Continuará...


MARATÓN MARATÓN!!!!!!! Les parece? ;D
pongamos una cantidad... más de 10 comentarios y subo el siguiente capítulo!

18 comentarios:

  1. Espero el próximo!

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  2. Amo tus novelas pero esta no la entiendo jajaja

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  3. me encanta esta novela presiento ue voy a amr y a odiar a capitulos, pero me intriga muchisimooooooooooooooooooooooo ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ besos Naara

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  4. *************+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  5. mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mgmgmgmg mgmgmgmgmg mgmgmggmmgmg mgmg

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  6. Que pasa con las firmas?

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  7. +++++++++++++++++++++++++!

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  8. Todavía no la leí bien pero quiero más jajaja

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  9. se fue enserio? mmmmmmm

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  10. capitulo 7 yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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  11. 777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777777

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  12. en este cap me dio un poco de lastima el idiotat de benjmin pero se me fue enseguidaaaaaaaaaaaaaaaaaaa y con la otra tonta que habra pasado???????

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