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lunes, 23 de marzo de 2015

Capítulo 14



22 de mayo de 1893


Un club de caballeros le había parecido el remedio perfecto después de un largo y cansado viaje de negocios de una semana al continente, durante el cual había pensado muy poco en sus negocios y demasiado en su esposa. Pero Peter estaba empezando a lamentar haberse hecho socio. Nunca antes había puesto los pies en un club de caballeros ingleses, pero abrigaba la impresión de que sería un lugar silencioso y tranquilo, lleno de hombres que huían de las restricciones de la esposa y el hogar, bebían whisky escocés, sostenían desganados debates políticos y roncaban ligeramente detrás de sus ejemplares del Times.

Ciertamente, el interior del club, que parecía que no lo hubieran tocado en medio siglo —los descoloridos cortinajes de color burdeos, el papel de las paredes oscurecido por las manchas que dejaban las luces de gas y un mobiliario del que dentro de otra década, más o menos, dirían que había visto tiempos mejores—, le había parecido idóneo para un estado de somnolencia, con las falsas esperanzas de que así podría matar la tarde, rumiando en paz. Y eso había hecho durante unos minutos, hasta que se vio rodeado por una multitud que quería serle presentada.

La conversación derivó rápidamente hacia las propiedades de Peter. No le había dado demasiada credibilidad a la señora Espósito cuando, en una de sus cartas, afirmaba que la sociedad había cambiado y que ahora la gente no podía dejar de hablar del dinero. Ahora lo cría.

—¿Cuánto costaría un yate? —preguntó un joven impaciente.

—¿Se puede hacer un beneficio considerable? —inquirió otro.

Tal vez la depresión agrícola que había reducido a la mitad muchas rentas de grandes propiedades tuviera algo que ver. La aristocracia empezaba a pasar apuros. La mansión, los carruajes y los sirvientes eran una sangría de dinero, un dinero que cada día era más escaso. El desempleo, durante siglos la norma para los caballeros —para poder dedicar el tiempo a ocupar el cargo de parlamentario y magistrado—, era, cada vez más, una posición insostenible. Pero, todavía, eran pocos los caballeros que tenían la audacia de trabajar. Así que hablaban para apagar la comezón de la ansiedad colectiva.

—Un yate así cuesta tanto que solo un puñado de los americanos más ricos se lo pueden permitir —dijo Peter—. Pero, por desgracia, no tanto como para que los proveedores puedan hacerse ricos de forma instantánea.

Si tuviera que depender solo de la empresa de su propiedad donde diseñaban y fabricaban yates, sería un hombre acomodado, pero ni de lejos lo bastante rico como para codearse con la élite de Manhattan. Eran sus otras empresas marítimas, la línea de buques de carga y los astilleros donde construían barcos comerciales, las que formaban lo que los americanos llamaban «la carne y las patatas», es decir, la parte fundamental de su cartera.

—¿Cómo se llega a ser propietario de una firma así? —preguntó un hombre del grupo de interlocutores, este no tan joven como los otros y que, a juzgar por su silueta, parecía embutido en un corsé debajo del chaleco.

Peter miró hacia el reloj de pie que había entre dos librerías, en la pared del fondo. Sin importar la hora que fuera, iba a decir que lo esperaban en otro sitio en media hora. Eran las tres y cuarto y, junto al reloj, estaba lord Wrenworth observando divertido a la multitud que rodeaba a Peter.

—¿Cómo? —Peter volvió a mirar al hombre encorsetado—. Se trata de buena suerte, el momento oportuno y una esposa que vale su peso en oro, querido amigo.

Su respuesta fue recibida con un silencio a mitad de camino entre el escándalo y el respeto. Aprovechó la oportunidad para levantarse.

—Les ruego que me excusen, caballeros. Me gustaría hablar un momento con lord Wrenworth.

«Mi hija me envía postales desde el Distrito de los Lagos. Me han dicho que lord Wrenworth también está allí.»

«Mi hija va a Escocia con un numeroso grupo de amigos, lord Wrenworth entre ellos, para pasar una semana.»

«Mi hija, cuando la vi la última vez en una cena, exhibía un par de pulseras de diamantes que no le había visto antes. Se mostró inusualmente evasiva respecto a su procedencia.»

La señora Espósito se había mostrado muy pródiga en sus elogios de lord Wrenworth —«un hombre con el que todos los hombres quieren estar y al que todas las mujeres quieren cautivar»—, pero casi no había exagerado. El hombre parecía elegante sin esfuerzo, a la moda sin esfuerzo y tranquilo y sereno sin esfuerzo.

—Ha congregado a toda una multitud, milord Tremaine —dijo lord Wrenworth con una sonrisa mientras Peter y él se estrechaban la mano—. Es objeto de enorme curiosidad por estos lares.

—Ah, sí, la última incorporación al circo, etcétera —respondió Peter—. Señor, es usted afortunado de estar tan bien situado que no necesite ensuciar su mente pensando en el comercio.

Lord Wrenworth se echó a reír.

—En cuanto a eso, milord, está muy equivocado. Los caballeros ricos necesitan dinero en igual medida que los caballeros pobres; tenemos unos gastos mucho mayores. Pero me atrevería a decir que su éxito material alimenta solo una parte de la curiosidad colectiva.

—Déjeme que lo adivine; se trata de ese pequeño asunto del divorcio.

—A falta de un buen asesinato a la antigua usanza, un divorcio emparejado a acusaciones de adulterio es lo mejor que cualquiera puede esperar, cuando se está de humor para algunos chismorreos entretenidos.

—Desde luego. ¿Qué ha oído decir?

Lord Wrenworth enarcó una ceja, pero procedió a responder a la pregunta de Peter.

—Tengo la suerte de contar con un batallón de cuñadas. Una, que cuenta con fuentes absolutamente fidedignas, declara que está usted dispuesto a aceptar una anulación siempre que lady Tremaine le entregue la mitad de su fortuna y prometa viajar al lugar donde ella pasará la noche de bodas en su buque insignia de lujo.

—Interesante porque no me ocupo del tránsito de pasajeros.

—Debe de estar usted en un error —dijo lord Wrenworth—. Aunque, por supuesto, otra de las hermanas de lady Wrenworth, con fuentes igualmente fidedignas, insiste en que está a un paso de una gran reconciliación.

Peter asintió.

—Y usted está a favor del viejo statu quo. Quizá valga la pena que le informe de que lady Tremaine está bastante molesta con usted, ella creía que era usted el mejor amigo de lord Benjamín.

—Entonces no sería tan buen amigo de ella —replicó lord Wrenworth, hablando en serio—. Lord Benjamín, aunque es un hombre de una bondad irreprochable... Hablando del diablo... los aficionados a los rumores tendrán nuevos chismes que contar esta noche.

Señaló con la barbilla hacia la puerta. Peter se volvió y vio a un joven que se les acercaba. Era alto, algo más de metro ochenta. Tenía la cara redonda, la mandíbula fuerte y unos ojos limpios y sin complicaciones. En toda la estancia, los hombres dejaron lo que estaban haciendo y se quedaron contemplando abiertamente cómo avanzaba, dirigiendo su mirada de Peter al joven y viceversa, pero lord Benjamín permanecía ajeno al revuelo que había causado.

El joven le tendió la mano a lord Wrenworth.

—Lord Wren, encantado de verlo. —Tenía una voz melodiosa, sorprendentemente de basso profundo—. Estaba pensando en enviarle una nota. Lady Wren me preguntó hace un par de meses si pintaría un retrato suyo. Bien, le dije que no era muy bueno con los retratos. Pero estos días... bueno, usted ya sabe lo que sucede... parece que dispongo de mucho tiempo. Si sigue interesada...

—Estoy seguro de que le encantará, Benjamín —dijo lord Wrenworth tranquilamente. Se volvió hace Peter—. Lord Tremaine, ¿me permite que le presente a lord Benjamín Amadeo? Benjamín, lord Tremaine.

Peter le tendió la mano.

—Es un placer, señor.

Lord Benjamín parpadeó. Se quedó mirando fijamente a Peter durante un segundo, como si esperara algo nefasto. Luego, tragó saliva y estrechó la mano de Peter con la suya.

—Oh, bien... Encantado, seguro, milord.

Por alguna razón, pese a todo lo que la señora Espósito le había escrito, Peter esperaba ver un espécimen de hombre de primera clase. Lord Benjamín no era ese hombre. Al lado de lord Wrenworth, parecía demasiado corriente, con un aspecto agradable, pero común y corriente, con ropa un par de años por detrás de la vanguardia de la moda y un porte sencillo.

—¿Es usted pintor, lord Benjamín?

—No, no, solo soy un aficionado.

—Tonterías —dijo lord Wrenworth—. Lord Benjamín es un pintor consumado para su edad.

—Lord Wrenworth es demasiado amable —murmuró lord Benjamín. Peter vio que estaba empezando a sudar, pese al frío interior del club.

—Permítame que disienta —insistió lord Wrenworth—. Tengo una de las obras de Benjamín en casa. Lady Wrenworth la admira mucho. De hecho, creo que lady...

De repente, Benjamín pareció presa del pánico.

—¡Wren!

Lord Wrenworth se quedó desconcertado.

—¿Sí, Benjamín?

Benjamín no consiguió encontrar una respuesta rápida.

—Yo... esto... lo he olvidado.

—¿Qué estaba a punto de decir, lord Wrenworth? —preguntó Peter.

—Solo que creo que mi madre política le rogó que se la regalara —dijo lord Wrenworth—. Pero lady Wrenworth se negó a separarse de ella.

—Oh —musitó lord Benjamín, con la cara de un color carmín que rivalizaba con las cortinas.
Los dos hombres mayores intercambiaron una mirada. Lord Wrenworth se encogió de hombros imperceptiblemente, como si no tuviera ni idea de lo que había motivado el estallido de lord Benjamín. Pero Peter lo había adivinado.

—¿Es lady Tremaine, al igual que lady Wrenworth, una admiradora de su obra, lord Benjamín?

Benjamín miró a lord Wrenworth en busca de ayuda, pero este decidió no involucrarse y dejó que lord Benjamín respondiera él sólito a la directa pregunta de Peter.

—Esto... lady Tremaine siempre ha sido muy amable con... mis esfuerzos. Es una gran coleccionista de arte.

No era algo que Peter hubiera dicho de su esposa. Pero suponía que, posiblemente, en una sociedad enamorada de los estilos y temas clásicos de sir Benjamín Leighton y Lawrence Alma-Tadema, bien pudiera ser dueña de una de las mayores colecciones de cuadros impresionistas.

—Entiendo que aprueba las últimas tendencias en el arte, ¿me equivoco?

—Sí que las apruebo, señor. —Lord Benjamín se relajó levemente.

—Entonces debe venir a verme la próxima vez que esté en Nueva York. Mi colección es muy superior a la de lady Tremaine, por lo menos en cantidad.

El pobre chico no sabía a qué atenerse y se preguntaba si le estaban tomando el pelo, pero decidió responder a la invitación de Peter como si se la hubiera hecho de buena fe.

—Será un honor, señor.

En aquel momento, Peter vio lo que Lali debía de haber visto en él: su bondad, su sinceridad, su buena disposición a pensar lo mejor de todas las personas que conocía, una disposición que nacía menos de la ingenuidad que de una nobleza innata.

Lord Benjamín vaciló.

—¿Va a volver a América pronto o se quedará con nosotros un tiempo?

También tenía valor para hacerle aquella pregunta directamente.

—Supongo que permaneceré en Londres hasta que se resuelva el asunto de mi divorcio.

El rubor de Benjamín superaba ahora a la paprika húngara, tanto en color como en intensidad. Lord Wrenworth sacó el reloj y miró la hora.

—Dios santo, tendría que haberme reunido con lady Wrenworth en la librería hace cinco minutos. Deben disculparme, caballeros. No hay en el infierno furia peor que la de una mujer a la que se ha hecho esperar.

Había que decir en su honor que lord Benjamín no salió corriendo, aunque el deseo de hacerlo estaba claramente escrito en su cara. Peter miró alrededor de la sala. De repente, crujieron los periódicos, se reanudaron las conversaciones, y los cigarros, que habían estado dejando caer cenizas en la alfombra escarlata y azul, encontraron de nuevo su sitio en los labios, bajo los bigotes.

Satisfecho de que la curiosidad desenfrenada e indecorosa de la sala hubiera quedado refrenada por el momento, Peter volvió a prestar atención a Benjamín.

—Entiendo que desea casarse con mi esposa.

El color desapareció del rostro de lord Benjamín, pero se mantuvo firme.

—Así es.

—¿Por qué?

—La amo.

Peter no tenía más remedio que creerlo. La respuesta de lord Benjamín rebosaba de la clase de claridad que nace de la más profunda convicción. No hizo caso de la punzada de dolor que sintió en el pecho.

—¿Y aparte de eso?

—¿Cómo dice?

—El amor es una emoción poco fiable. ¿Qué tiene lady Tremaine que le hace pensar que no lamentará casarse con ella?

Lord Benjamín tragó saliva.

—Es amable, sensata y valiente. Comprende el mundo, pero no deja que la corrompa. Es magnífica. Es como... como... —No encontraba las palabras.

—¿Como el sol en el cielo? —ofreció Peter, suspirando en su interior.

—Sí, exactamente —respondió lord Benjamín—. ¿Cómo... cómo lo ha adivinado?

«Porque en un tiempo yo pensaba lo mismo. Y, a veces, lo sigo pensando.»

—Pura casualidad —respondió Peter—. Dígame, ¿ha pensado alguna vez que quizá no sea fácil estar casado con una mujer como ella?

Lord Benjamín pareció perplejo, como un niño al que le permiten comer mucho helado cuando a él solo le dejaban tomar unas pocas cucharadas cada vez.

—¿Cómo?

Peter hizo un movimiento negativo con la cabeza. ¿Qué podía decir?

—No haga caso de mis divagaciones. —Le ofreció la mano de nuevo—. Le deseo mucha suerte.

—Gracias. —Lord Benjamín parecía a la vez aliviado y agradecido—. Gracias. Igualmente.

«Que gane el mejor.»

La respuesta llegó casi a la punta de la lengua de Peter antes de que se diera cuenta de lo que estaba a punto de decir y se la tragase entera. No podía ser que quisiera decir en serio nada que se acercara a aquello. Ni siquiera podía haberlo pensado. No la necesitaba. No quería que volviera con él. Eran solo los restos del naufragio que quedaban en su mente, arrojados a la playa por un súbito brote de posesividad masculina.

Saludó con un gesto a lord Benjamín y a otros hombres, recuperó el sombrero y el bastón, y salió del club para encontrarse con una bella tarde. Todo estaba mal. El cielo debería haber sido amenazador, el viento, frío, la lluvia, violenta. Se habría alegrado de un tiempo así, habría recibido con los brazos abiertos la incomodidad de quedar empapado y el aislamiento de un aguacero helado.

En cambio, debía soportar aquel sol implacablemente bello de un día de principios de verano y escuchar el gorjeo de los pájaros y las risas de los niños mientras todos sus argumentos lógicos y cuidadosamente construidos amenazaban con derrumbarse a su alrededor.

Lali se equivocaba. No había sido por Martina. Nunca había sido por Martina. Siempre había sido por ella.

Continuará...

10 comentarios:

  1. "Siempre había sido por ella" AAAWWW! Qué lindo, porque no lo acepta del todo y hace algo por recuperarla!

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  2. Me encanto!
    Hasta Peter acepta lo bueno y sincero de Benjamín! Jajajaja
    Que bueno esos encuentros en el club, de Peter (actual esposo, futuro ex), Benjamín (el futuro esposo) y Pablo (el ex)!
    Ah quiero saber que le quería decir Lord Wren a Peter antes que llegara Benjamín!
    Beso, Danni. Genial

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  3. Con poquitas palabras ,pero muy efectivas y reveladoras,me parece k los dos midieron sus fuerzas.
    Siempre fue ella.
    Tengo una intriga ....k no me deja

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  4. +++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  5. Oww que lindo Peter ,quiero cap del pasado se quedo buena

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