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lunes, 9 de marzo de 2015

Capítulo 7



Diciembre de 1882

La señorita Espósito no brincaba por encima de las piedras. Las lanzaba. Plop, plop, plop. No había ningún ritmo particular en sus lanzamientos. A veces, tiraba una docena de guijarros en rápida sucesión, otras, pasaba un minuto o más entre dos plops. Era como si subrayara su propio estado mental, impaciencia seguida de un período de contemplación, superado por otra racha de agitación.

Cuando ya no quedaron más piedras, se sentó en un tocón de árbol, con la barbilla apoyada en una rodilla y su larga y lúgubre capa azul azotándole los tobillos con las constantes ráfagas de viento. Desde donde estaba Peter, en la parte superior de la orilla opuesta, no podía verle la cara, oculta por el ala del sombrero. Pero percibía la soledad que emanaba de ella, una soledad que despertaba ecos en algún sitio muy dentro de él.

No había podido pensar en nada que no fuera ella.

Años atrás, había acabado aceptando que cortejar a Martina —una mujer que no podía tomar una decisión respecto a él y a la que no había visto desde hacía un año y medio— no le impedía caer en otras tentaciones aquí y ahora.

Por alguna razón, un hombre joven, con bastante atractivo y comedimiento sexual, planteaba un desafío irresistible para determinado grupo de mujeres, de todas las clases sociales y en todas las capitales de Europa. Si le hubieran dado un franco, un marco o un rublo cada vez que le habían hecho proposiciones, desde la edad de dieciséis años en adelante, se habría podido retirar al campo y vivir como un caballero acomodado.

Las había rechazado a todas con tacto y dignidad, cuando era posible, y con ingenio cuando no lo era. Un hombre de honor no profesaba amor a una única mujer mientras recibía en su cama, con los brazos abiertos, a muchas otras.

No era fácil, pero se podía hacer. Estar muy ocupado ayudaba. No ser contrario moral o filosóficamente al alivio solitario también. Sumergirse en el campo que había elegido, las ecuaciones termodinámicas y el cálculo avanzado, tendía a mantener la cabeza lejos de pechos y nalgas.

Pero ahora nada de eso le servía de ayuda. Trabajaba de la mañana a la noche, ocupándose de aquella propiedad monstruosa que era Twelve Pillars y, sin embargo, la señorita Espósito invadía todos sus pensamientos. Lo que hacía en la intimidad de su dormitorio solo creaba más fantasías sobre ella, que lo tenían todo el día siguiente en un estado de agitación. Pensar en sus pechos y nalgas —por no hablar de sus ojos taciturnos y hambrientos y su espesa y fresca mata de pelo— lo volvía lento y torpe ante sencillas ecuaciones de segundo grado y absolutamente incapaz ante las integrales de los logaritmos.

Además, si solo se tratara de simple y rampante deseo, sería perfectamente comprensible en un hombre joven con apetitos sanos, que se negaba tercamente a rendir su virginidad. Pero deseaba algo más que tocarla. Quería conocerla.

La madre de Martina, por dominante y decidida que fuera, no le llegaba ni a la suela de los zapatos a la señora Espósito, la diosa madre de todas las mamás ambiciosas. Por lo menos, la condesa Stoessel tenía la excusa de ser pobre y necesitar la seguridad de una hija bien casada, mientras que a la señora Espósito la movía —eso creía él— su propia ambición insatisfecha, que la hacía blandir un látigo más implacable que el de cualquiera de los lugartenientes de Belcebú.

Sin embargo, la señorita Espósito no temía a su madre en lo más mínimo. Si acaso, era la señora Espósito la que se sentía intimidada por su hija, asombrada más allá de todas sus expectativas por esta Aníbal de la escalada social, que conseguía llevar sus elefantes cargados de libras esterlinas a través de los ficticios Alpes del desdén aristocrático para causar estragos en una sociedad londinense desprevenida.

Dos días después de su encuentro casual, hizo una visita oficial a los Espósito en compañía de sus padres y de sus hermanos, Rocío y un aburrido Stéfano. Rocío, impresionada por los mármoles griegos, los muebles Luis XIV y los cuadros renacentistas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, rogó que le permitieran recorrer Briarmeadow.

Mientras sus padres continuaban conversando con la señora Espósito, la señorita Espósito acompañó amablemente a los tres jóvenes visitantes por los salones, la biblioteca y el solárium. Stéfano estaba cada vez más impaciente y, finalmente, en la galería, ante un retrato en miniatura de Carrington, que este debió de darle a la señorita Espósito con ocasión de su compromiso, perdió sus modales sociales y volvió a la grosería de los catorce años.

—Madre siempre dice que el primo Carrington era un ejemplo horrible —afirmó Stéfano—. Supongo que usted se casará con cualquier sinvergüenza que tenga una corona ducal.

Ella ni siquiera perdió el paso.

—Milord Stéfano, con los recursos agotados de su familia y su enorme encanto personal, le pronostico que se casará con cualquier heredera que quiera aceptarlo; que tenga una buena dentadura y sepa leer y escribir será algo estrictamente opcional.

A Peter le dolía la cara del esfuerzo que tenía que hacer para no soltar una carcajada ante la consternación de su hermano. Puede que Stéfano fuera un asno, pero seguía siendo hijo de un duque inglés y nieto de un príncipe bávaro. Otra joven en su lugar, percibiendo la inferioridad de su posición, habría soportado su grosería o, como mucho, se habría reído. Pero ella golpeó al chico con fuerza y lo puso en su lugar con la eficacia sin miramientos de un depredador nato.

A diferencia de su madre, que adornaba la casa con recuerdos sutiles de su erudición —bronces de Micenas, sellos posiblemente más viejos de la isla de Creta, fragmentos de papiros enmarcados en cristal que se remontaban a la época de los faraones—, la señorita Espósito no sentía ninguna necesidad de demostrarle al mundo que sabía distinguir a Antífanes de Aristófanes. Estaba bien, gracias, siendo la hija de un hombre cuyos antepasados, solo unas generaciones atrás, habían lavado la ropa y acarreado el carbón para aquellas elevadas familias en las que ella tenía intención de entrar por medio del matrimonio.

Admiró su seguridad. Ella sabía lo que valía y no fingía ser otra cosa para los que la juzgaban por su parentela. Pero al negarse a mostrarse agradable y tolerar a los ineptos, se había condenado a seguir un camino solitario, tanto en la derrota como en la victoria.

Peter caminó con su caballo por la pendiente hasta que estuvo al borde del agua y entonces montó para cruzar al otro lado. En cuando llegó a terreno seco, desmontó y ató al animal. Para entonces, ella ya estaba de pie sacudiéndose el polvo de la falda.

—Señorita Espósito. —Obedeciendo a un impulso no le tendió la mano, sino que la cogió por los hombros y la besó en las dos mejillas, frías y satinadas. Seguía siendo forastero en estos parajes y no le importaba aprovecharse de ello—. Le ruego que me disculpe. Por un momento he pensado que todavía estaba en Francia.

Sus miradas se encontraron. Los ojos de ella eran completamente negros y era imposible distinguir el límite entre la pupila y el iris desde una distancia civilizada. Ella bajó los ojos un momento y sus pestañas destacaron largas y llamativas sobre la palidez de la piel. Luego volvió a mirarlo.

—No es necesario disculparse, milord. Es del todo aceptable coquetear con una joven con la que no tiene intención de casarse. No me importa.

Debería haberse sentido violento, pero no fue así.

—¿Usted coquetea con los hombres con quienes no tiene intención de casarse?

—Por supuesto que no —respondió ella—. Ni siquiera coqueteo con los hombres con quienes sí planeo casarme.

Su querida tigresa. Toda altiva durante el día y toda pasión por la noche.

—Claro, lo que hace es hablarles de sus libros de contabilidad —dijo, pinchándola.

Listo la hizo sonreír levemente.

—Prefiero el método directo.

Se excitó solo con esas palabras. Si su manera de abordarlo aquella noche hubiera sido solo un poco más directa, la habría retenido en la cama tanto tiempo que la propia señora Espósito los habría descubierto.

—Hace frío —le dijo—. Debería estar en casa.

Aquí el invierno no se podía comparar con el del auténtico norte, donde las temperaturas llegaban a ser tan bajas que necesitaría mucho más que una taza de chocolate caliente para calentarse; le haría falta una botella de vodka y el cuerpo desnudo de un hombre.

Ella suspiró.

—Lo sé. Casi no siento los dedos de los pies. Pero es la única manera de tener un poco de paz, lejos de mi madre. No ha dejado de hablar de usted desde que estuvo en casa. Y no quiere convencerse de que ya he hecho todo lo que he podido para convertirlo en su yerno. Después de mi éxito con Carrington, cree que solo tengo que desearlo para que cualquier hombre dé un paso al frente y me ofrezca su mano.

—Yo podría disipar sus ilusiones —dijo él.

Lali negó con la cabeza.

—Mamá conoció a la señorita Stoessel la temporada pasada. Yo no quisiera de ninguna manera ofender a la señorita Stoessel, pero nada que usted pueda decir convencerá a mi madre de que yo no soy un partido mejor para usted.

Era difícil discutir aquello. Incluso más difícil resultaba recordar sus más nobles intenciones allí, junto a ella, sabiendo que ella lo deseaba con el ardor escondido de un escéptico, sabiendo exactamente cómo se sentiría debajo de él.

Pero no debía pensar solo en él. Martina lo necesitaba. Este mundo la asustaba; no podía abandonarla a los caprichos de la fortuna.

La señorita Espósito miró la hora en el pequeño reloj que colgaba de su muñeca.

—Caramba. Ya son las tres y media. Será mejor que vuelva a casa, de lo contrario mi madre empezará a buscarme por todas partes.

Le tendió la mano.

—Que tenga un buen día, lord Tremaine.

Él le estrechó la mano, pero no se la soltó cuando se suponía que tenía que hacerlo.

No quería que se marchara. Quería algo; no hacer el amor desenfrenadamente como en sus fantasías, sino algo razonable y medio decente que la retuviera junto a él un poco más.

Solo que su inteligencia lo había abandonado.


No se le ocurría nada. Y no podía soltarle la mano.

Continuará...


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oK.. estuve leyendo sus mensajitos y me parece que a algunas, la historia les parece confusa por esto de las fechas... (Recuerdo la primera vez que lo leí, me pasó lo mismo, a parte a veces en un embole total recordar fechas) Bueno... para ayudarlas un poquito... la novelita se divide en el PRESENTE y PASADO de Lali y Peter, esto es lo que haré,,, la imagen de los capítulos que sean PASADO (osea el cómo se conocieron y demás) serán en blanco y negro... y el PRESENTE será a colores... :D

Estrellita por la idea ;)

a menos... que esto las confunda más... en ese caso... lo siento... jeje

+10 firmitas y subo otro! 

14 comentarios:

  1. Awww!! Yo ya qiero qe llegueen al Primer Rock!! Jaja del Pasado y Presentee!! Jaja Falta Muchooo?

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  2. Peter ya esta enamorado

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  3. Mas! Los odio por qué son tan complicados! !!

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  4. Mas! Los odio por qué son tan complicados! !!

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  5. +++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  6. ya quiero la noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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  7. Otro por favorr!!!!!!!!

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  8. Gracias por la explicación ya no estoy tan confundida.

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  9. K lindo k además d desearla ,quiere conocerla más.

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