CAPÍTULO 70

Gimena estaba acunando a Rafe para dormirlo mientras Evelina jugaba con sus muñecas. Angeline, la más pequeña de las niñas, estaba inquieta y aburrida, y Lali decidió llevarla al salón y jugar a las historias. Un pequeño fuego ardía en la chimenea, vertiendo un cálido resplandor enla estancia. Angelinese acurrucó en su regazo mientras miraban un dibujo en su libreta. Era un juego que habían empezado a practicar después de que Lali le enseñase sus pinturas a Peter. Lali dibujaba personas, lugares o escenas imaginadas y animaba a Angeline a que la ayudase a inventar una historia sobre todo ello. Las historias la obligaban a concentrarse en algo que no era Pablo, y Lali empezó a relajarse. Era una agradable manera de dejar pasar el tiempo, y le encantaba la entrega de la niña.

Qué afortunada era Gimena Vallerand de tener a tres preciosos hijos y un marido que la amaba, así como una enorme casa y una multitud de amigos y de cuestiones con que mantenerse ocupada. Lali podría haber disfrutado de esa clase de vida con Pablo. Quizá todavía cabía la posibilidad de que así fuera. Pero ya no sería lo que ella deseaba. Ni siquiera imaginaba qué vida podría ofrecerle Peter, pero no le importaba. Sabía que sería amada como pocas mujeres lo habrían sido, y que Peter cuidaría de ella. Sin duda, su padre y su familia darían por hecho que se había vuelto loca. Siempre había sido una muchacha silenciosa, moderada y predecible en todos los aspectos. Pensar en ello la hizo sonreír, pero enseguida volvió a centrarse en Angeline.

Peter fue a la biblioteca y encontró a su padre sentado frente al fuego. El resplandor amarillento convertía el rostro de Nico en una máscara de oro y bronce.

—Peter: Pablo está vivo —dijo—. Vico me lo ha confirmado.

Nico respiró hondo.

—Nico: ¿Está bien?

Peter hizo una mueca.

—Peter: Habida cuenta de que ha sido prisionero de Legar todo este tiempo, probablemente no.

—Nico: Iré ahora mismo a ver al comandante Matthews. Dios quiera que acepte tu plan.

—Peter: Sé persuasivo, padre.

—Nico: Desde luego —dijo con convicción y salió de la biblioteca.

Peter fue hasta el salón donde estaba Lali sentada con Angeline. Se detuvo a un lado de la puerta y observó sin hacerse notar cómo la niña señalaba con su dedo gordezuelo uno de los dibujos de Lali.

—Angeline: ... la princesa entró ahí—estaba diciéndole a Lali, que alzó las cejas interrogativamente.

—Lali: ¿Dentro de la cueva del dragón?

—Angeline: Oui, ¡para encontrar el tesoro robado!

Lali dibujó algo en el margen de la página.

—Lali: Sí, pero entonces regresó el dragón ¡y la encontró en su cueva! ¿Qué hizo la princesa?

—Angeline: Ella... —frunció el ceño pensativa—. ¡Pues lo convirtió en su mascota!

—Lali: Oh, pero era un dragón muy malo.

—Angeline: Non, lo que pasa es que estaba muy triste.

Lali sonrió y le dio un beso en la frente.

—Lali: Pobre dragón —murmuró.

—Angeline: Sí, pobre dragón triste...

Peter sintió una punzante congoja cuando prosiguieron la historia. Nunca había visto a Lali en actitud tan tierna y maternal. De repente le quedó muy claro lo que iba a perder y se sintió sobrecogido. Quería darle hijos y formar una familia con ella, la clase de vida con la que jamás se había atrevido a soñar siquiera.

La historia del dragón triste concluyó y Lali alzó la vista para encontrarse con los ojos de Peter. Bajó a Angeline de su regazo.

—Lali: Querida —le dijo a la niña pasándole el dibujo—, ¿por qué no vas a ver si mamá ha dormido ya a Rafe?

—Angeline: Quiero otro cuento.

—Lali: Después de cenar, te lo prometo.

Angeline miró con reprobación a Peter, como si supiese muy bien por qué la historia había acabado tan abruptamente, y salió de la habitación refunfuñando.

Lali observó el rostro impenetrable de Peter. Deseaba que él se sentase a su lado, pero permaneció donde estaba, manteniendo las distancias entre ellos.

—Lali: Sé que tú y Nicolás estan planeando algo —dijo—. Los vi caminando juntos ayer por la mañana. ¿Qué van a hacer?

—Peter: No tienes por qué saberlo.

—Lali: Pero yo quiero saberlo... —se detuvo al apreciar su gélida mirada—.Peter, ¿por qué me miras así? ¿Qué va a pasar?

—Peter: Pablo volverá. Tú eres su esposa. Cuando él esté a salvo aquí, yo me iré. Eso es todo.

Ella alzó las cejas con ansiedad.

—Lali: Sí, pero yo me iré contigo.

—Peter: No.

—Lali: ¿No? Peter, ¿estás diciendo que piensas dejarme aquí...?

—Peter: Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Cuando regrese necesitará que te comportes como su esposa y cuides de él.

—Lali: Sí, quiero ayudarle. Pero no puedo ser su esposa. Voy a devolverle su libertad. Él y Rocío se aman, y yo te pertenezco.

—Peter: Estás casada con él, Lali.

Ella intentó ir hacia él, pero le flaquearon las rodillas.

—Lali: Después de todo lo que me dijiste y de las promesas que me hiciste, no puedes hacerme creer que tú no...

—Peter: Un hombre dice muchas cosas cuando quiere acostarse con una mujer.

Lali sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago.

—Lali: Sé que me amas —musitó.

—Peter: Creía que sí—repuso él—. Pero tenías razón cuando me dijiste que temías ser sólo un... divertimento para mí. —Pronunció aquellas palabras tan tranquilamente que cualquiera las hubiese creído. Pero nada podía ocultar el tic de su mandíbula ni el sonrojo de su cara.

Lali estaba confundida y aterrorizada, hasta que la comprensión la alcanzó poco a poco. Peter estaba intentando con todas sus fuerzas mostrarse insensible y frío, pero no hacía ni un día que la había tenido entre sus brazos y le había hecho el amor con toda la ternura que un hombre puede dedicarle a una mujer. Entendió qué pretendía, y también sus razones. De repente recuperó la respiración y le dijo con absoluta seguridad:

—Lali: Me estás mintiendo.

—Peter: Te equivocas. Tomé lo que quería de ti. Ahora he acabado contigo.

Lali se puso en pie y fue hasta él. Peter se tensó al verla aproximarse, y lo cierto es que parecía un fiero pastor alemán asustado de una pequeña gatita.

—Lali: No te creo —dijo ella.

—Peter: Entonces eres tonta. Estás casada y tú marido está a punto de regresar, yo mismo voy a entregártelo encantado. Estoy cansado de ti y de nuestro jueguecito.

—Lali: Todo esto lo estás haciendo por mí. Crees que estaré a salvo si me dejas aquí. Pues bien, me quedaré aquí... Estaré protegida y a salvo y me sentiré desdichada. ¿Es eso lo mejor? ¿Es eso lo que quieres para mí? —Hizo el ademán de rodearle el cuello con los brazos, pero él se echó atrás—. Piensa en cómo serán las cosas para ti, preguntándote cada noche, durante el resto de tu vida, si estaré sola o si estaré durmiendo en brazos de otro...

Los celos destellaron en su mirada.

—Peter: Me encantará deshacerme de ti —le espetó.

Ella apoyó las manos en su pecho.

—Lali: Antenoche me suplicaste que me marchase contigo. Dijiste que no podías vivir sin mí.

—Peter: Eso fue antes de saber que Pablo estaba vivo. —se esforzó en ignorar su aroma, el suave roce de sus pechos contra su cuerpo. Pero su anatomía lo traicionó, pues el corazón se le desbocó y en su entrepierna empezó a crecer una turgencia imparable.

Ella lo besó y él inhaló profundamente. Con la punta de la lengua Lali tanteó sus labios cerrados y le rodeó el cuello con sus delgados brazos. Peter sintió un escalofrío. Tuvo que concentrarse a fondo para no estrecharla entre sus brazos. Maldita fuese, ¡las cosas no estaban yendo como él había previsto!

—Peter: No te amo —dijo—. Yo no...

Ella se aprovechó de que su boca estaba entreabierta para besarlo. Él flaqueó y de repente, con un estremecimiento, la abrazó; toda su fuerza de voluntad había quedado en nada. Arrastrado por el deseo, pegó el cuerpo de Lali a su rígida erección, a su pecho y a su ávida boca. Y ella le dijo sin palabras que le daría todo lo que desease. Frustrado y angustiado, de pronto la apartó maldiciendo entre dientes. Pero Lali lo miró con un brillo burlón y una absoluta conciencia de triunfo.

—Lali: Supongo que ahora me dirás que lo que sientes por mí es lujuria y no amor—se mofó de él.

Peter guardó silencio, respirando con dificultad. La miró como si estuviese barajando la posibilidad de estrangularla.

—Lali: No soy una niña que no pueda tomar decisiones por su cuenta —prosiguió—. Soy una mujer y he decidido estar a tu lado. Si me dejas, dedicaré el resto de mis días a buscarte. —Ladeó un poco la cabeza para observar su gesto de estupefacción—. Alors, será mejor que me digas qué tienes planeado o lo descubriré por mí misma...

Él la agarró por los hombros y la sacudió con firmeza antes de mirarla ala cara. Varios mechones escaparon de sus peinetas y cayeron sobre los hombros de Lali. Peter la sujetaba brutalmente por los hombros. Ella lo miró con los ojos como platos.

—Peter: Te quedarás en casa —dijo muy despacio, deliberadamente—. No irás a ninguna parte. Te mantendrás alejada de esto.

Lali palideció.

—Lali: ¡Me estás haciendo daño!

Él no aflojó su doloroso apretón.

—Peter: No es sólo tu vida lo que quiero proteger, sino tambiénla de Pablo. Y la mía. ¿Quieres ser la responsable de mi muerte?

—Lali: No —susurró ella y tragó saliva con los ojos llorosos.

Peter gruñó.

—Peter: ¡Maldita sea, no empieces!

—Lali: Tengo miedo.

La soltó, aunque le dolió hacerlo.

—Lali: Vas a cambiar tu vida por la de Pablo, ¿verdad? Tal como Legare quiere. ¿Cuándo lo harás? ¿Pronto? ¿Mañana por la noche?

—Peter: Sí.

—Lali: ¿Dónde tendrá lugar el intercambio? —Al ver que él no respondía, sonrió con amargura—. Poco importa que me lo digas o no. No soy tan idiota para pensar que podré detenerte. Sólo quiero saberlo. Tengo el derecho a saberlo.

Él apartó la mirada y se mesó el pelo.

—Peter: En el Paso del Diablo —murmuró.

A esas alturas Lali estaba lo bastante familiarizada con las tierras que rodeaban Nueva Orleans para conocer el nombre. Era una estrecha franja cenagosa entre el río y el lago donde ellos habían pasado la noche hacía meses. De vez en cuando, aquel pequeño canal era utilizado por los viajeros y tenían que limpiarlo de cieno y escombros.

—Lali: ¿Ahí es donde Legare quiere efectuar el intercambio? —preguntó. 

—Peter: Sí, allí.

Ella se enjugó las lágrimas. 

—Lali: Todo será como él había planeado, ¿verdad?

—Peter: Saldré de ésta, Lali.

—Lali: ¿Y cómo lo sabré? Incluso si sobrevives no volverás, ¿o sí?

Peter no respondió.

Ella se mordió el labio para sofocar un gemido de angustia.

—Lali: ¿Por qué me lo dices ahora en lugar de mañana? —susurró—. ¿Por qué no pasamos juntos una noche más?

—Peter: Porque... 

Peter se detuvo y barajó la posibilidad de mentirle, pero supo que ya no podría volver a hacerlo.

—Peter: Porque entonces no podría dejarte —admitió con voz grave.

—Lali: No me dejes, Peter, no tienes que hacerlo.

—Peter: Tendrás a Pablo—replicó.

Lali se sintió desbordada por la desesperación. Peter iba a abandonarla, y encima creía que eso era lo correcto.

—Lali: No y no —dijo—. ¿Es que no entiendes nada? —Se sentía abochornada por su propio llanto incontrolable, pero no podía dejar de llorar. Echó a correr por el pasillo y se marchó en busca de la privacidad de la garçonniére.

Continuará...

_______________________________________________

ooooooooooooooouuuuhhhh!! :(

lamento no poder avisar por twitter

mañana más ;D