Capítulo 43

—Lali: ¡Vaya esnob está hecho ese Pablo Martínez! —exclamó mientras subía a la cama y cruzaba los brazos sobre su pecho con mala cara—. ¡Me sorprende que no me obligase a pedirle permiso cada vez que quería hablar! ¿En serio crees que vas a ser capaz de trabajar con él? Va a sacar de sus casillas a todos los empleados en menos de una semana con esa insufrible actitud...

—Peter: Se comportará con ellos del mismo modo que yo. —bajó la luz de la lámpara y se desabotonó la camisa—. Seré capaz de trabajar con él. Tienes sus cosas buenas...

—Lali: ¿Como cuáles?

—Peter: Pablo tiene muy bien amueblada la cabeza y sabe mantener la sangre fría en caso de emergencia. Sus editoriales son justo lo que necesito para el periódico: claros, analíticos y capaces de hacer pensar. Y para serte franco, tiene un círculo de amigos y conocidos que nos resultarán útiles tarde o temprano.

—Lali: ¿Y por qué se ha metido él en esto? Es un Martínez, no creo que necesite el dinero.

—Peter: No te creas. —se quitó la camisa y se sentó en el borde de la cama para quitarse las botas. Su peso hizo que la sábana se ciñese a las caderas de Lali, provocándole un escalofrío, debido en parte a la media luz de la habitación y a la confortable presencia de un hombre a su lado—. La verdadera razón para embarcarse en esto es que tanto él como su familia, según me comentó, están atravesando un momento delicado a nivel financiero. Si el periódico no se convierte en una consistente fuente de dinero, los Martínez no dispondrán de ingresos suficientes para seguir manteniendo su nivel de vida en Boston. No lo sabe mucha gente, así que...

—Lali: No se lo diré a nadie, por descontado. —Pensativa, tiró de la manga de su camisón—. Supongo que si no fuese tan arrogante, sentiría algo de lástima por él. ¿Toda su familia depende de Pablo para salvar su fortuna? Debe de ser difícil sobrellevar ese peso. —Miró a su marido con aire travieso y chasqueó la lengua—. Y pensar que... su éxito o su fracaso depende por completo de un sudista radical y sus locas ideas sobre el periodismo...

—Peter: ¡Vas a pagar por tus palabras, muchachita!

De repente, Lali se tumbó y se retorció y empezó a reír mientras él intentaba cobrarse su venganza por debajo de la sábana.

—Lali: ¡No, no! ¡No puedo soportar las cosquillas! —dijo riendo y protestando—. Peter... si no dejas de hacerlo...

—Peter: ¿Qué? —preguntó rodando hasta colocarse de lado sin dejar de sonreír.

Su sonrisa era preciosa. Ella contuvo el aliento al mirar sus cálidos ojos verdes y después dejó escapar una carcajada.

—Lali: También yo te haré cosquillas.

—Peter: Yo no tengo cosquillas.

—Lali: ¡Apuesto a que sí! —Rozó tentativamente con los dedos su piel bronceada justo por debajo de las costillas. No se inmutó.

—Peter: ¿Lo ves? Se me ha endurecido la piel con tantas cicatrices. Ahora ya no tengo cosquillas.

El rostro de Lali varió de expresión.

—Lali: ¿Es eso cierto?

El rió ligeramente.

—Peter: No, cariño. Estaba bromeando. No tenía cosquillas desde antes de la guerra.

—Lali: No me gusta bromear con eso.

Observó las marcas que habían dejado las batallas y los combates en su piel. Eran heridas viejas, era demasiado tarde para poder aliviarlas. Pensar en Peter herido, sangrando, hizo que le diese un brinco el estómago y le doliese el corazón.

Lo miró dubitativa, valorando las cicatrices, y se dio cuenta de que no eran tantas como había creído en un principio. Había una fina cicatriz que nacía en su cuello y le recorría toda la clavícula, y otras mucho más pequeñas en el pecho, así como una línea que se extendía a un costado de su abdomen hasta desaparecer debajo de sus pantalones.

Muy despacio, Lali se inclinó sobre él y le tocó el hombro, rozó primero la marca de un balazo, y después rozó con las puntas de los dedos la cicatriz de la clavícula. Su pequeña y pálida mano se destacaba sobre el tono bronceado de su torso.

—Lali: ¿Por qué tienes tantas? —preguntó.

Peter permaneció inmóvil mientras le reconocía, observando con los ojos medio cerrados las marcas de su abdomen.

—Peter: Eso es lo que pasa cuando a un hombre lo envían al campo de batalla, cariño. Todos intentan... —Se detuvo al notar que ella le estaba desabotonándolos pantalones, y cuando prosiguió, su voz era algo menos firme—. Todos intentan dejarte hecho un colador. La, ¿qué demonios estás...? Oh, Dios, esto...

—Lali: Bueno, sé que hay que contar con unas cuantas heridas —dijo inclinándose hacia él y besando la base de su cuello. Lamió con la lengua el hueco que se formaba en ese punto, en tanto que su mano se adentró bajo sus pantalones. Sintió contra sus labios cómo Peter tragaba saliva con dificultad, y también la rápida manifestación creciente de su masculinidad bajo la palma de su mano—. Pero parece como si tú hubieses sido uno de sus principales objetivos.

—Peter: Ellos... ellos disparaban a lo que veían mejor. Yo era el más grande de por allí...

—Lali: Sí, el más grande —convino con recato, ante lo que Peter no pudo evitar soltar una carcajada, después la agarró por la muñeca y apartó su mano.

—Peter: Pequeño diablillo. Esta noche estás muy animada, ¿verdad?

—Lali: Intentaba aliviarte a ti y tus heridas...

—Peter: Ahora ya han curado, gracias, señora. Me alegra que no estuvieses por allí cuando hubo que curarlas: tu forma de aliviar habría acabado conmigo. Cuando la guerra estaba a punto de concluir, el mero hecho de pensar en una mujer hermosa hacía que los ojos se me pusieran en blanco.

—Lali: Ah... Echabas de menos la compañía de todas esas preciosidades de Virginia. —La leve sonrisa de Lali se borró con un nuevo pensamiento—. ¿Había alguna... había alguna a la que echases de menos en especial?

Se tomó unos segundos antes de responder.

—Peter: Ninguna en especial.

Su curiosidad creció.

—Lali: Peter... acerca de las mujeres que conociste antes de casarnos... ¿alguna vez...?

—Peter: No lo recuerdo.

—Lali: ¿El qué?

—Peter: No recuerdo nada de ellas.

—Lali: O sea, que no quieres decírmelo. Pero yo quiero saber si...

—Peter: Cariño, no pierdas el tiempo preguntándome por las mujeres de mi pasado. Un caballero nunca habla de esas cosas con su esposa.

—Lali: Pero tú no eres un caballero. Me lo dijiste.

—Peter: No vamos a hablar de eso.

—Lali: Peter... —dijo tratando de engatusarle.

—Peter: Tú harías lo mismo si yo empezase a hacerte preguntas acerca de lo que hacías con Benjamín. Tendrías que decir que no lo recuerdas...

—Lali: ¡Pero yo sí me acuerdo!

Peter le dedicó una mirada burlona, se apoyó en un codo y la miró.

—Peter: ¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que recuerdas? ¿Un romántico paseo por Main Street o algún que otro beso? No pudo haber mucho más que eso.

—Lali: Bueno... —le dijo parpadeando—. Tengo que admitirlo, nadie me había besado como tú.

Ligeramente apaciguado, Peter empezó a juguetear con las cintas del camisón de Lali.

—Peter: Eso es porque lo único que habías conocido eran yanquis de sangre fría.

—Lali: Cielos, te gusta generalizar. Soy yanqui, ¡y no tengo la sangre fría! —Esto último lo pronunció imitando perfectamente su acento mientras le sonreía—. ¿O crees que sí?

—Peter: Estás aprendiendo muy rápido, Lali Lanzani.

—Lali: Pues supongo que merezco una disculpa.

—Peter: Que me aspen si no es así.

Durante las siguientes semanas, el inicio de esa nueva vida satisfizo las mejores expectativas de Lali. Ambos tenían sus propios territorios que conquistar, y ambos se pusieron manos a la obra con verdadero entusiasmo. Los días eran cortos y ajetreados, las noches estaban dominadas por la pasión. En cierto sentido, todo parecía perfecto.

Pero todavía existían muros entre los dos, y esos muros crecían cada día porque no hablaban de ellos. Estaban siempre ahí, indefinidos, nadie los mencionaba, y Lali acabaría topándose con alguno en el momento más inesperado.

Siempre que intentaba saber algo más acerca de la vida de Peter antes de la guerra, él se servía de docenas de excusas diferentes para evitar sus preguntas: se burlaba, hacían el amor, a veces incluso iniciaba una discusión con el fin de cambiar de tema. Lo mismo ocurría cuando le hacía preguntas demasiado personales o problemáticas.

Le dolía comprender que no le permitía penetrar en lo más profundo de su corazón, compartir sus secretos, o aliviar su dolor. Sí, disfrutaba de ella, la satisfacía y la protegía, pero resultaba evidente que no quería amarla.

Lali no sabía por qué, y no había nadie que pudiese ayudarla a comprender a Peter.

A modo de autoprotección, Lali también sentó sus propios muros. Si no quería compartir con ella su corazón, ella también le dejaría fuera del suyo. Era dulce y afectiva, reía y hablaba con él, y respondía a su pasión sexual sin reservas. Pero jamás hablaba de sus pensamientos más íntimos o de sus anhelos privados. Nunca le permitía acercarse tanto.

El amor no existía —no podría haber existido— para ninguno de los dos. El amor esperaba al otro lado de los muros; a pesar de que no lo admitían, lo temían y no era bienvenido. Así pues, cuando estaban juntos a veces no compartían más que un vacío. A veces el placer o el afecto no era suficiente.

Continuará...

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Mañana más caps! ^-^