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martes, 6 de enero de 2015

CAPÍTULO CUATRO



—Pero… ¡qué diablos hace usted! –gritó uno de los hombres alarmado.

Ambos se agacharon y la miraron ansiosamente. Lali se incorporó como pudo, molesta por el tono irritado del hombre.

—¿Qué voy a estar haciendo? Ensayar para el circo, si le parece.

Uno de los hombres se echó a reír y la ayudó a ponerse en pie.

—¿Quién es usted?

—Me llamo Lali Espósito.

—¿Puede andar?

—Perfectamente –mintió Lali, a pesar de que el dolor del tobillo se hacía insoportable por momentos.

—En ese caso, entremos en el edificio para ver si tiene alguna herida –añadió el otro hombre amablemente, pasándole un brazo por la cintura.

—Peter –dijo entonces el primer hombre—. Yo creo que es mejor que tú te quedes aquí con la señorita Espósito mientras yo voy a avisar a una ambulancia

—¡No, por favor, no llamen a una ambulancia! –Suplicó Lali—. Si en realidad no me he hecho nada… lo único que me pasa es que estoy muerta de vergüenza.

Suspiró aliviada, al principio, cuando el hombre llamado Peter la ayudó a entrar en el oscuro vestíbulo, pero después empezó a asustarse de nuevo pensando que no era nada aconsejable entrar en un edificio solitario con dos hombres desconocidos. Pero cuando encendieron las luces, sus temores se disiparon: El primer hombre era de mediana edad elegantemente vestido que, más que un delincuente, parecía un ejecutivo acomodado. Después, Lali se fijó en el joven que la sujetaba, que vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta de algodón, y aparentaba algo más de veintiséis años. Su aspecto era normal también.

—Mike –dijo Peter, dirigiéndose al otro hombre—, debe haber un botiquín de primeros auxilios en alguna parte. Ve a buscarlo.

—Bien. Ahora mismo –respondió el otro, dirigiéndose a una puerta que conducía a las escaleras.

Lali miró con curiosidad el inmenso vestíbulo en el que se encontraban, todo él de mármol blanco, lleno de macetas alineadas junto a una pared.

Llegaron a los ascensores, y Peter presionó el botón. Al cabo de un momento, las puertas metálicas se abrieron, y la hizo pasar.

—Vamos arriba, a un despacho amueblado para que puedas sentarte a descansar.

Lali esbozó una sonrisa y contempló al desconocido con disimulo, advirtiendo que era un hombre muy atractivo.

—Gracias –susurró, soltándose de su brazo, sintiendo una repentina turbación—. Puedo sujetarme sola, gracias.

Peter apretó el botón del piso dieciocho mientras Lali le miraba a hurtadillas. Era guapísimo; por lo menos debía medir uno ochenta, era ancho de hombros y de complexión atlética. Llevaba el cabello castaño oscuro muy corto, su mandíbula denotaba un carácter enérgico y sus labios eran sensuales…

Se encontraba absorta contemplando sus labios cuando descubrió con horror que esbozaba una sonrisa burlona… la estaba mirando. Lali carraspeó y, nerviosa como una niña cogida en falta, dijo lo primero que se le vino a la cabeza.

—Los ascensores… me dan miedo. Por eso procuro concentrarme en otra cosa; para no pensarlo.

—Es un buen método para olvidarse del miedo –comentó él en tono burlón.

Se había dado cuenta. Lali no sabía si echarse a reír o ruborizarse hasta las orejas al ser cogida en tan flagrante mentira. Finalmente, optó por callarse y permanecer con la mirada fija en la puerta hasta que ésta se abrió en el piso dieciocho.

—Espera un momento, voy a encender las luces –dijo Peter.

Al cabo de breves segundos, los paneles fluorescentes del techo iluminaron un amplio pasillo enmoquetado y de paredes lujosamente forradas de madera. Peter la cogió del brazo y la condujo a través de un amplio vestíbulo hasta llegar a un despacho sobrio pero lujosamente decorado.

—¡Qué despacho tan bonito! –exclamó Lali sin poder contenerse—. Yo he sido secretaria, y ni oficina no tenía comparación con ésta. Precisamente ahora venía de ahí enfrente; acabo de solicitar un trabajo en Lanco.

—Este es el despacho del presidente –dijo Peter, que no apartaba sus ojos verdes de sus piernas—. Es el único que ya está completamente amueblado.

Lali miró en torno, impresionada. La pared que tenía enfrente era una inmensa cristalera a través de la cual se vislumbraban las rutilantes y fantásticas luces de la noche de Detroit: rascacielos, puentes, carreteras, anuncios de neón… En un extremo se encontraba el escritorio, y enfrente un gran sofá tapizado en blanco, como la moqueta.

—Voy a preparar unas copas mientras Mike llega con el botiquín –dijo Peter.

Cuando la miró, Lali advirtió una mueca burlona en su rostro; algo así como una sonrisa mal disimulada. Sin duda le hacía gracias su admiración ante tanta opulencia.

Después de seis años de soportar las miradas y los comentarios lascivos de los hombres, se encontraba ante un individuo guapísimo al que quería impresionar, y éste no le hacía ningún caso… y además se reía de ella.

—Hay un cuarto de baño ahí, por si quieres lavarte un poco –le informó Peter, señalando hacia la pared, junto al bar.

—¿Dónde? –preguntó Lali, que por más que miraba no veía ninguna puerta.

—Enfrente de ti, en la pared. Sólo tiene que apretar los paneles de madera.

Peter sonrió, y Lali le dirigió una mirada de exasperación. Llegó a la pared, apretó con la punta de los dedos, y una puerta invisible se abrió, dando paso a un espacioso cuarto de baño. En el momento en que ella entraba, llegó Mike.

—Por fin he encontrado el botiquín de primeros auxilios –dijo. Y luego añadió en voz más baja—: Peter, como abogado de la empresa, yo te aconsejo que debes llevar a esa chica al médico esta misma noche para asegurarnos de que no tiene ninguna herida de importancia. Si no lo haces, en un momento dado podría querellarse con nosotros alegando que ha quedado lisiada y pedir a la empresa millones de indemnización.

—Vamos, vamos, no le des más importancia de la que tiene en realidad –oyó que contestaba Peter—. Si no es más que una niña que se ha llevado susto de muerte. Si ahora la metemos en una ambulancia, lo único que conseguiremos será aterrorizarla más.

—De acuerdo. Me tengo que marchar; ya llego tarde a mi cita. Pero por lo que más quieras; no se te ocurra ofrecerle ninguna bebida alcohólica. Sus padres podrían denunciarte por intento de perversión de una menor y…

Lali cerró calladamente la puerta del cuarto de baño, ofendida por lo que acababa de oír. Pero cuando se miró al espejo, todo su enfado se disolvió en una sonora carcajada. No se había imaginado que pudiera tener un aspecto tan lamentable. Tenía la cara irreconocible debajo de las manchas de barro; el pelo hecho un desastre. En cuanto a la chaqueta y la falda estaban mojadas y arrugadas.

Cuando se hubo limpiado el barro, se quitó las medias rotas, se sacudió la ropa y se la colocó bien. Después sacó del bolso un cepillo, se quitó las horquillas y se cepillo el pelo. A continuación, se dio un toque de lápiz de labios y de colorete y se miró satisfecha al espejo.

Cuando salió, Peter estaba de espaldas a ella, sirviendo las bebidas. Sin volverse, preguntó:

—¿Has encontrado en el cuarto de baño todo lo que necesitabas?

—Si, gracias –contestó Lali, dejando sobre una silla el bolso y la chaqueta.

—Lo siento mucho; en el bar no hay refrescos ni limonada, Lali. Te he puesto una tónica con hielo. Espero que te guste.

Cuando se volvió, Peter avanzo dos pasos hacia ella y luego se detuvo, como fulminado.

Sus ojos grises recorrieron con expresión incrédula la cascada de pelo castaño que caía en suaves ondas sobre sus hombros, su cara, sus ojos, los senos que la fina blusa blanca evidenciaba, su estrecha cintura…

Lali quería que la mirase como a una mujer y lo había conseguido plenamente. A continuación, lo que cabía esperar era que la dijera algo agradable, pero él no lo hizo, sino que, sin decir nada, volvió al bar y volcó el contenido de uno de los vasos en la pequeña pila.

—¿Qué estás haciendo? –preguntó Lali.

—Nada. Voy a poner ginebra en tu tónica.

Sin poderse contenerse más, Lali se echó a reír. Entonces, él se volvió y la miró con una tímida sonrisa.

—Sólo por curiosidad, ¿cuántos años tienes?

—Veintitrés.

—¿Y acabas de solicitar un puesto de secretaria en Lanco antes de caerte delante de nosotros?

—Sí.

Peter le tendió el vaso y le hizo una seña en dirección al sofá.

—Siéntate… no debes apoyarte en el tobillo.

Lali le obedeció, aunque de mala gana.

—Si ni me duele, de verdad.

Peter se quedó de pie frente a ella y la contempló con curiosidad.

—¿Te concedieron el trabajo?

—No.

—Déjame que te mire el tobillo.

Diciendo esto, se arrodilló frente a Lali y le desabrochó la correa de la sandalia. En cuanto sintió el contacto de sus dedos en el tobillo, Lali experimentó un excitante cosquilleo en la pierna. Peter, sin advertir su turbación, hizo girar cuidadosamente el pie entre sus manos y le examinó el tobillo.

—¿Eres una buena secretaria?

—Eso decía mi jefe cuando trabajaba para él.

—Actualmente hay mucha demanda de secretarias especializadas. Seguramente al final recibirás una llamada de la oficina de personal diciéndote que te aceptan.

—Lo dudo –dijo Lali sin poder reprimir una sonrisa—. Me temo que el señor Weatherby, el jefe de personal, no se quedó muy contento conmigo.

Peter levantó la cabeza y la miró de una manera muy peculiar.

—Lali, a ni me pareces una chica muy brillante. Weatherby debe estar ciego.

—¡Sí, sí, claro que está ciego! –Exclamó Lali con una pícara sonrisa—. Figúrate: llevaba una corbata verde con una chaqueta azul.

—¿De verdad? Bueno, parece que no te has hecho nada serio en el tobillo. ¿Te duele?

—Muy poco. Es mi orgullo el que ha quedado malparado.

—En ese caso, mañana tu tobillo y tu orgullo estarán perfectamente.

Dicho eso, cogió la sandalia y se la colocó en el pie con mucho cuidado. La miró entonces con una sonrisa, y añadió:
—Dime, ¿no había un cuento de hadas que se trataba de un príncipe que buscaba a la dueña de un zapato que él guardaba?

—Sí, es el cuento de Cenicienta –respondió Lalo con los ojos brillantes.

—¿Y qué me pasará a mí si la sandalia te queda bien?

—Pues te convertiré en rana.

Rieron a coro, mirándose a los ojos, y por un instante, a Lali le pareció advertir un brillo especial en sus ojos.  Pero el momento mágico pasó pronto; Peter se incorporó y apuró su copa, dando por terminada la entrevista. Enseguida cogió el teléfono y marcó un número.  

—¿Jorge? Hola, soy Peter Lanzani. La jovencita que perseguías creyendo que era un ladrón ya se ha recuperado de su caída. Haz el favor de esperarnos con el coche de seguridad en la puerta para llevarla hasta su coche. ¿Bien? De acuerdo, no veremos dentro de cinco minutos.

Lali sintió una extraña opresión en el pecho. Cinco minutos… ¡Y no sería Peter quien la llevara hasta su coche, sino un vigilante! Además, casi sabía con certeza que él no pensaba pedirle su número de teléfono y que, por lo tanto, no iba a volver a verle nunca más.

—¿Trabajas para la compañía que construye este rascacielos? –preguntó Lali, intentando ganar tiempo y averiguar de paso algo acerca de él.

Peter miró su reloj con cierta impaciencia.

—Sí

—¿Te gusta trabajar en la construcción?

—Sí, me gusta construir cosas, soy ingeniero.

—¿Y te mandarán a otra ciudad cuando este edificio esté terminado?

—No. Pasaré los próximos años aquí.

Lali se levantó y cogió su chaqueta un poco desconcertada, pensando que quizás, debido a las computadoras que lo controlaban todo, desde la calefacción a los ascensores, seguía haciendo falta la presencia de un ingeniero después de construido el edificio. Aunque de nada servía, cavilar, pues probablemente nunca volvería a verle.

—Bueno, gracias por todo. Espero que el presidente no se entere de que has cogido bebidas de su bar.

—Aquí entra todo el que quiere –dijo Peter—. Habría que cerrar con llave para evitarlo.

Mientras bajaban en el ascensor, Peter parecía inquieto y preocupado. Lali imaginó que tendría una cita con alguna mujer, una modelo, por lo menos, si le igualaba en atractiva. Aunque también podía estar casado, pero le parecía menos probable, pues no llevaba alianza y no daba el tipo.

En la puerta les esperaba un coche blanco con el letrero: Sección de Seguridad de Global Industries, con un hombre de uniforme al volante. Peter  la acompañó hasta el vehículo y le abrió la puerta del asiento delantero. Cuando Lali estuvo dentro, asomó la cabeza por la ventanilla y le dijo:
—Conozco a gente de Lanco; llamaré a alguien para ver si pueden conseguir que Weatherby cambie de opinión.

Lali se alegró inmensamente de que mostrase tanto interés por ella, pero a pesar de todo no olvidó sus propósitos e intentó desanimarle.


—No me molestes; estoy segura que no cambiará de opinión, porque le produje una impresión pésima. De todas formas, te lo agradezco mucho.

Continuará...

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