Capítulo CINCO

—Peter: Es agradable saber que algunas cosas nunca cambian —dijo—. Tú sigues preparando la mejor lasaña del mundo.

—Lali: Gracias —dijo ella, poniéndose en pie para retirar los platos—. Lo que siento es que Benjamin no haya tenido la oportunidad de probarla.

Divertido, Peter estiró una mano y la sujetó de un brazo. Tenía la piel tan suave y tan cálida que Peter notó un estremecimiento en el estómago. Con gesto ausente, la acarició con el pulgar.

—Peter: Siento haberte estropeado los planes —dijo, haciendo un esfuerzo para no reír.

—Lali: No te creo —le respondió ella con una ligera carcajada.

—Peter: Y haces bien —dijo él, suspirando—. Ya sabes que mentir nunca se me ha dado muy bien.

—Lali: Lo sé, pero gracias por intentarlo. Supongo que es duro reconocer que a la tierna edad de veintisiete años, he echado a perder mi primera cita —explicó ella, apilando los platos para llevarlos a la cocina—. Prepararé el café.

¿Primera cita?, pensó Peter. A juzgar por el mensaje de las niñas, tenía la impresión de que Lali llevaba bastante más tiempo saliendo con Amadeo. Pero quizá hasta ahora sólo habían sido amigos. Quizá la situación no era tan terrible como había imaginado.

—Peter: ¿Tienes algún dulce casero por ahí? —preguntó desde el salón. En la cocina, Lali sonrió. Detestaba admitir que siempre le había gustado cocinar para Peter. Seguramente porque siempre había tenido un buen apetito, y sobre todo porque siempre había sabido apreciar sus dotes culinarias.

Ahora que Peter estaba otra vez en casa, Lali volvía a sentirse especialmente vulnerable. Pero esta vez iba a hacer un esfuerzo para controlar sus sentimientos y emociones, pensó con firmeza, mientras elegía dos tazas para el café. Porque en la última visita de Peter, ella se había permitido desear algo más, y todas sus esperanzas y emociones se convirtieron en añoranza, desesperación y dolor cuando Peter se fue, como siempre hacía.

Esta vez no ocurriría lo mismo.

Al menos eso esperaba.

Mientras se hacía el café, Lali colocó unos dulces que había preparado aquella misma tarde en una bandeja, junto a unas servilletas y las tazas vacías, y se dirigió de nuevo al salón.

Peter había apagado algunas luces, y encendido de nuevo las velas. La luz de las velas unida al suave resplandor de la chimenea daba al salón una sensación acogedora y casi tan romántica como cuando Peter había llegado y estropeado los planes de Benjamin.

Lali ignoró las campanillas de advertencia que empezaron a repicar en su cabeza.

—Peter: He pensado que podemos tomar aquí el café y contarnos que ha sido de nuestras vidas—dijo él, tomando la cafetera de entre las manos de Lali y dejándola en la mesa, junto con la fuente de dulces—. Ah, esto ya me gusta más —dijo llevándose uno de los dulces a la boca—. Tú cocinas mucho mejor que en el hospital.

—Lali: ¿Hospital? —alarmada se sentó en el sofá a su lado—. Sabía que te había pasado algo, Peter. Lo sabía. Te hirieron, ¿verdad? Por eso has venido.

—Peter: No fue nada —suspiró, arrepintiéndose de haber dejado escapar lo del hospital.

—Lali: La última vez me dijiste que alguien te había metido dos balas en las costillas —le recordó ella.

—Peter: Sí, es verdad, fue toda una experiencia —dijo él con una sonrisa—. Y gracias a ella conseguí unas fotos fabulosas.

—Lali: Seguro. Da gracias de que no estés haciendo fotos en una silla de ruedas —dijo Lali. Y respiró profundamente antes de hacer la siguiente pregunta, para estar segura de que estaba preparada para la respuesta—. Está bien, Peter, exactamente ¿qué es exactamente lo de «no fue nada» esta vez?

Peter se encogió de hombros y continuó comiendo dulces.

—Peter: Digamos que me encontré por casualidad en medio de un enfrentamiento armado entre dos señores de la guerra en una zona fronteriza de un país de Oriente Medio mientras iba haciendo unas fotos — sacudió la cabeza pensativo y bebió un sorbo de café—. También habrían sido unas fotos fantásticas.

—Lali: ¿Enfrentamiento armado? —Frunció el ceño—. Oh, Dios mío, ¿quieres decir que se estaban disparando y tú estabas en medio?

Peter le dirigió una sonrisa encantadora.

—Peter: Más o menos, sí, así fue.

Ausente, Lali posó una mano en el brazo de Peter, sintiendo el calor masculino a través de la tela.

—Lali: Y si te pilló en medio, ¿te hirieron? —preguntó ella, llevándose la mano libre al pecho para respirar hondo.

—Peter: Más o menos, sí, así fue —respondió él con toda tranquilidad, inclinándose hacia la mesa para tomar otro dulce.

Ella le dio un manotazo en la mano.

—Lali: No más dulces hasta que me cuentes la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, Lanzani —dijo ella seria, cruzando los brazos—. Ahora mismo.

Peter se dio cuenta de que si quería seguir comiendo dulces tendría que contárselo.

—Peter: Está bien, de acuerdo. Pero no hay de que preocuparse.

Se acomodó en el sofá, estirando las largas piernas debajo de la mesa. La expresión de miedo en el rostro femenino le hizo suspirar, y le tomó la mano entre las suyas.

—Peter: Lali, escucha. No te preocupes. Estoy bien, en serio.

—Lali: ¿Cuántas veces te dispararon, y dónde? —quiso saber ella, ignorando sus comentarios tranquilizadores.

—Peter: Tres veces —reconoció él, y vio cómo los ojos de Lali se abrían de terror—. Pero no fue para tanto, La, de verdad —insistió él, apretándole la mano—. Hubiera podido ser mucho peor. Y si no estuviera recuperado, los médicos jamás me habrían dado el alta.

—Lali: Contéstame —insistió ella—, ¿dónde te dispararon?

Peter suspiro, consciente de que aquella vez iba a tener que confesar la verdad, le gustará o no.

—Peter: Una bala me rebotó en las costillas y me rompió tres, pero los médicos me han dicho que estaré perfectamente dentro de otro mes. Sólo tengo que tenerlas vendadas y por supuesto procurar no darme golpes ni rozarlas.

—Lali: Oh, cielos —gimió ella, mirándole al pecho.

El vendaje no se veía porque estaba cubierto por la camisa.

—Peter: ¿Dónde más? —preguntó ella.

Lali lo miró con detenimiento, pero no pudo ver indicios de otras heridas. Además, Peter tenía años de experiencia en ocultar sus lesiones, que aseguraba eran sólo gajes del oficio.

—Peter: Otra bala me alcanzó en la parte posterior de la pantorrilla —dijo, y sonrió—. ¿Lo ves? No soy tan tonto. En cuanto me di cuenta de que estaba en medio del fuego, intenté poner pies en polvorosa. De ahí la herida detrás de la pantorrilla —y la que más le había dolido, habría podido añadir—. Los médicos me extrajeron la bala la primera noche en el hospital. Ahora sólo me queda una horrible cicatriz. Nada importante.

—Lali: Qué tranquilizador —le espetó ella, sarcástica—. Bien, en las costillas y en la pantorrilla. ¿Dónde más?

—Peter: Lali —dijo, frunciendo el ceño—, tampoco es para tanto.

—Lali: ¿Quieres otro dulce? —preguntó ella, alzando la fuente en el aire, justo fuera del alcance de Peter—. ¿O los guardo?

—Peter: Eres una mujer muy cruel —dijo él, mirando la fuente—. Está bien, la última bala me rozó la clavícula —admitió, con un estremecimiento al recordar el fatídico momento—. Primero fracturó la clavícula, pero no mucho, así que no te preocupes. Duele mucho menos ahora que entonces.

Peter estiró el brazo derecho, lenta y cuidadosamente, lo flexionó despacio y agitó los dedos, ignorando la punzada de dolor que le recorrió todo el brazo, en un intento de demostrar que estaba perfectamente.

—Peter: ¿Lo ves?

—Lali: Sí, claro. Te han disparado tres veces, por lo visto has estado al menos un mes en el hospital, y yo sin saber absolutamente nada.

—Peter: No quería que te preocuparás, Lali.

—Lali: Esta bien. Lo recordaré la próxima vez que pase algo por aquí y no te lo cuente para no preocuparte—dijo ella.

—Peter: Lali —protestó él, tomándole la mano otra vez—. No es lo mismo.

—Lali: ¿Ah, no? —se volvió hacia él, furiosa—. Peter, ¿te das cuenta de lo mucho que nos preocupamos las niñas y yo por ti? ¿No crees que ya es hora de que empieces a pensar en hacer algo menos peligroso?

Continuará...
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