Capítulo CUATRO

Benjamin ignoró la pregunta de Peter sobre la cena y preguntó:

—¿Hasta cuándo te quedas, Peter?

—Peter: Oh, no lo sé, una temporada.

—Benja: ¿Una temporada? —repitió Benjamin con incredulidad.

—Peter: Sí —dijo con una sonrisa—. Las niñas me invitaron para el Día de Acción de Gracias y he decidido aceptar la invitación.

—Benja: Pero aún falta más de un mes para el Día de Acción de Gracias —observó.

Lali trató de ocultar su alegría. La idea de tener a Peter durante todo un mes en casa la llenaba de alegría, aunque también de preocupación. Alegría porque sus hijas estarían encantadas, y preocupación porque no sabía si sería capaz de mantener sus emociones bajo control teniendo a Peter viviendo tanto tiempo bajo el mismo techo.

Pero conociendo a Peter, probablemente el mes se quedaría reducido a un par de semanas. Peter era incapaz de estar mucho tiempo seguido en un mismo sitio, y menos estar de brazos cruzados, sin tener nada que hacer.

—Peter: Sí, lo sé —dijo Peter a Benjamin con una sonrisa y un encogimiento de hombros—. Pero tenía tiempo libre y decidí venir a hacer compañía a las niñas.

—Lali: Peter, no estarás herido, ¿verdad? —preguntó preocupada.

Peter sólo volvía a casa a pasar temporadas más largas si había resultado herido y necesitaba descansar.

—Peter: No más que de costumbre —respondió, restando importancia al asunto. Alzó los ojos hacia las escaleras—. Supongo que las niñas ya están durmiendo.

—Benja: Cuando has llegado acabábamos de meterlas en la cama —le aseguró, en un tono que irritó aún más a Peter.

¿Cómo que «acabábamos»?, pensó Peter. ¿Desde cuando ese hombre tenía ningún derecho a ocuparse de sus hijas? Se levantó, dejó la copa en la mesa, y se acercó al pie de la escalera.

—Peter: Eh, niñas, —llamó con voz fuerte, capaz de despertar a un muerto—. ¿Están dormidas?

Primero unas risitas, y después unos pasos descalzos por el pasillo le hicieron sonreír de felicidad.

—¡Tío Peter! ¡Tío Peter! Has venido. Has venido. Lo sabíamos. Lo sabíamos.

Luz y Aleli bajaron corriendo las escaleras y se lanzaron hacia Peter antes de llegar al último escalón. Peter las sujetó a las dos, y con una niña en cada brazo, las abrazó con fuerza y las hizo girar en círculo, hasta marearse.

—Peter: Las he echado mucho de menos —dijo él, haciéndolas girar de nuevo en el aire—. ¡Cómo crecieron!

Las dos niñas continuaron riéndose sin parar.

—Peter: Seguro que su madre las ha estado regando por las noches —dijo él, abrazándolas con fuerza, sintiendo que el corazón le rebosaba de un sentimiento de amor que no se parecía a nada a lo que sentía por el resto de la humanidad.

Siempre había sido así, desde el primer día que las vio en el hospital donde Lali dio a luz. Jamás había pensado que su forma de vida le permitiera ser padre, ni tampoco se consideraba un hombre especialmente paternal, y por eso precisamente había accedido a ser el padre biológico de los hijos de su hermano. Siempre había estado convencido de que con ello no haría daño a nadie.

Pero se había equivocado.

Desde el momento que vio a las pequeñas, todo a su alrededor se desvaneció y lo único que importaba era la sobrecogedora sensación de posesión, amor, y deseos de proteger que sintió hacia aquellas dos pequeñas y adorables criaturas.

—Aleli: ¿Hasta cuándo te vas a quedar, tío Peter? —preguntó la pequeña.

—Luz: Sí, tío Peter, ¿hasta cuándo te vas a quedar? — repitió su hermana como un eco.

—Peter: No estoy seguro —dijo, tomando a cada niña de una mano y llevándolas a la mesa preparada para dos—. Pero creo que por lo menos hasta Acción de Gracias. Ustedes me invitaron, ¿Lo recuerdan?

—¡Sí! ¡Sí! —gritaron las niñas entusiasmadas, mientras aplaudían—. ¿Comerás el pavo con nosotras?

—Peter: Por supuesto —dijo, preparando dos sillas para las niñas.

Después pinchó una aceituna de una de las bandejas de la mesa y se la llevó a la boca.

—Bueno, Lali —dijo Benjamin, aclarándose la garganta—, será mejor que dejemos nuestros planes para otro día. Este no parece un buen momento — dijo, mirando a Peter y a las niñas.

—Peter: Oh, Benjamin, lo siento, ¿hemos estropeado la velada? —preguntó, poniéndose en pie, sin poder ocultar su alegría—. Lo siento mucho —añadió con la más completa falta de sinceridad, rodeando la mesa y caminando hacia Benjamin—, pero seguro que puedes entender que hace mucho que no veo a Lali y a las niñas y que tenemos mucho de qué hablar.

Peter sujetó a Benjamin por el codo y lo llevó hacia la puerta sin darle ni siquiera tiempo para protestar.

—Peter: Seguro que lo entiendes, ¿verdad? —dijo, abriendo la puerta de la casa.

Lali se acercó a ellos y miró a Peter con intensidad.

—Lali: Peter, voy a acompañar a Benjamin a su coche.

—Peter: Eso —dijo sonriendo—. Yo espero aquí.

Peter se apoyó en el quicio de la puerta desde donde tenía una visión perfecta del coche de Benjamin aparcado junto a la acera.

Una suave brisa de otoño agitaba las hojas amarillentas de los árboles, y las hacía descender suavemente sobre la acera. El frío anunciaba la llegada del invierno y prometía las primeras nieves de la estación en un futuro no muy lejano, un clima muy distinto al calor seco e intenso de los desiertos de Oriente Medio donde Peter había pasado los últimos meses.

Con un estremecimiento de frío, Peter se frotó los brazos con las manos.

—Peter: Empieza a refrescar, La—dijo, ayudándola a ponerse la cazadora—. Así que no te entretengas mucho. No queremos que pilles un resfriado.

Le subió la cremallera de la cazadora hasta la barbilla, feliz como no lo había estado en mucho tiempo. Ahora se daba cuenta de lo bueno que era estar en casa. Y aquella era la única casa, el único hogar, que siempre estaba allí, con Lali y las niñas.

—Lali: Peter —dijo, un poco molesta ante su actitud—. Enseguida vuelvo.

Y se volvió hacia Benjamin con una sonrisa forzada.

—Lali: ¿Vamos? —dijo, ofreciéndole el brazo, que Benjamin tomó con gesto posesivo.

Antes de alejarse de la puerta, Lali sujetó el pomo y la cerró para tener unos momentos de intimidad con Benjamin.

—Luz: Ese es el señor Malbicho —dijo—. El que te dijimos por teléfono.

—Peter: El que le gritó a Aleli, ¿verdad?

—Aleli: Sí. Ese es, tío Peter.

Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas, y los labios le temblaban visiblemente.

—Aleli: Me dijo que era indis... indisplici...

—Luz: Indisciplinada —terminó por ella—. Dijo que éramos unas malcriadas y que no teníamos disciplina.

—Peter: La disciplina es para el ejército —dijo con una sonrisa, volviendo a la mesa y sentando a Aleli sobre sus rodillas—. No para las niñas, ¿verdad?

—Luz: No —dijo con firmeza, alzando la barbilla en gesto desafiante.

Peter alzó la barbilla de Aleli para que la niña le mirara a los ojos.

—Peter: Te prometo que el señor Amadeo no volverá a gritarte nunca más.

—Aleli: ¿De verdad, tío Peter?

—Peter: Te lo prometo.

—Luz: Sabíamos que cuando recibieras nuestro mensaje vendrías a casa —dijo, alargando la mano para hacerse con un canapé—. Porque no sabíamos que hacer con el señor Malbicho.

—Aleli: Nos odia, tío Peter —dijo con los ojos llenos de lágrimas otra vez—. Y no sé por qué. Es la primera vez que alguien nos odia.

—Peter: Shh, shh, no llores, cielo —le tranquilizó.

Ver tantas lágrimas en una niña tan pequeña le enfurecía. No podía soportar la idea de que las niñas sufrieran o lo pasarán mal, y su rabia contra Benjamin Amadeo se intensificó.

—Peter: Lo que piense el señor Amadeo nos da exactamente igual —susurró, abrazando a la niña con más fuerza, sin estar muy seguro de qué hacer—. El señor Amadeo no importa en absoluto —le aseguró, cubriéndole la frente y las mejillas de besos.

Aleli abrió los ojos de par en par y lo miró.

—Aleli: ¿De verdad? —preguntó, parpadeando.

—Peter: Te lo aseguro —dijo él—. A nosotros él tampoco nos cae nada de bien, ¿verdad, Luz?

Luz asintió con la cabeza.

—Luz: Ya lo creo que no, tío Peter —contenta, se volvió a sonreír a su hermana y se encogió de hombros—. A nosotras nos cae fatal, ¿verdad, Aleli?, así que ¿qué importa lo que piense él?

—Aleli: Pero me parece que a mamá sí que le gusta, tío Peter —dijo. Y se inclinó hacia él para susurrarle al oído—. La abuela cree que se va a casar con él. Pero nosotras no queremos que se case con él.

—Peter: ¿Se lo dijeron a mamá? —preguntó, mirando primero a una niña, después a la otra.

—Aleli: No —susurró—. No nos atrevemos.

—Luz: Yo sí que me atrevo —aseguró—, pero pensé que sería mejor esperar a que vinieras a casa para ayudarnos, tío Peter, por si acaso. El señor Amadeo nos da mucho miedo.

—Peter: Mientras yo siga vivo, niñas, no deben tener miedo a nadie —dijo con firmeza—. ¿Entendido? —Peter miró primero a Luz y después a Aleli—. Y eso de que Lali se va a casar con Benjamin Amadeo, bien, antes verán volar un cerdo.

—Aleli: Pero los cerdos no vuelan, tío Peter —dijo con el ceño fruncido.

Peter soltó una risita.

—Peter: Precisamente, cielo. Entonces es precisamente cuando tu madre se casará con el señor Amadeo.

—Luz: Eso quiere decir que nunca, Aleli —explicó con una risita.

—Aleli: ¿De verdad? ¿No dejarás que mamá se case con el señor Malbicho?

—Peter: Por supuesto que no —le aseguró, y sonrió a las dos niñas.

—Aleli: Te quiero, tío Peter —dijo rodeándole el cuello con los brazos.

—Peter: Y yo a ti, preciosa. Ahora sólo nos queda pensar cómo nos vamos a deshacer de él.

Sin que Lali se dé cuenta, añadió para sus adentros, justo en el momento en que la puerta se abría y ella entraba en la casa.

—Lali: Peter, ¿se puede saber qué está pasando? —preguntó, quitándose la cazadora—. Te presentas de repente, después de tres meses, y dices que te quedas hasta Acción de Gracias, como si me lo fuera a creer.

Lali se volvió hacia él, remangándose el suéter, como enfadada, pero lo cierto era que se alegraba de que Benjamin se hubiera ido. Y más aún de que Peter estuviera allí. Incluso si su comportamiento había puesto a Benjamin prácticamente en la calle.

—Peter: He venido para Acción de Gracias —insistió él inocentemente—. ¿Verdad, niñas?

—Aleli: Sí, mamá, nosotras se lo pedimos.

—Luz: Sí, mamá, te preguntamos si podíamos llamarlo por teléfono, ¿te acuerdas?, hace unas semanas. Y dijiste que sí —le recordó.

—Lali: Es verdad, lo había olvidado.

Lali miró de nuevo a Peter, preguntándose por qué tenía la extraña impresión de que su cuñado estaba tramando algo con sus hijas.

—Peter: Bueno, ¿qué hay para cenar? —preguntó, metiéndose una aceituna en la boca y sonriendo—. Estoy muerto de hambre.

Continuará...

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BESOS