Capítulo OCHO

Las palabras de Lali quedaron flotando en el aire durante un largo momento, y Peter se sintió como un idiota. Tanto Lali y como él sospechaban que el accidente de Pablo no había sido tal, ya que éste salió a dar una vuelta en su coche una noche de tormenta, estando completamente borracho. Una noche que fue la última que le vieron con vida.

—Peter: Lo siento, Lali.

—Lali: Educar y ocuparme sola de las niñas es algo en lo que nunca había pensado, y no me avergüenza decir que a veces es duro, muy duro, y que a veces me siento muy sola —añadió— Tú mejor que nadie sabes que estoy sola desde antes de la muerte de Pablo, que he sido prácticamente como una madre soltera desde el mismo día de su nacimiento.

Nadie podía saber ni entender la soledad en que había vivido desde el momento que supo que estaba embarazada. Porque fue entonces cuando Pablo cambió radicalmente, apartándose de ella, y dejándola totalmente sola.

En los años siguientes, su marido se volvió cada vez más frío, irritable y rencoroso, hasta convertirse en un completo desconocido, a quien ella ya no conocía, ni amaba.

—Lali: De vez en cuando es agradable tener a alguien que te ayude, que te apoye, con quien compartir alegrías y preocupaciones —terminó ella.

—Peter: Lo siento. Supongo que nunca pensé que te sintieras sola —reconoció.

—Lali: Muchas veces puedes estar rodeado de un montón de gente, Peter, y estar solo.

—Peter: Lo sé —dijo él, acariciándole la mejilla con un dedo.

Y sin poder contenerse, Peter la rodeó con sus brazos y la atrajo contra él para ofrecerle su consuelo y su calor, igual que había hecho con su hija.

—Peter_ Tienes razón, me he portado como un idiota — aseguró él—. No ha sido la primera vez, y seguramente tampoco será la última —hundió la cara en la melena corta y morena y aspiró su fragancia—. Si llego a saber qué querías volver a tener vida social y citas amorosas, yo mismo te habría invitado.

Lali levantó la cabeza tan deprisa que casi se golpeó con el mentón masculino.

—Lali: ¿Tú? —parpadeo, y soltó una risita para ocultar su nerviosismo—. ¿Para qué quieres invitarme a salir?

Peter se echó ligeramente hacia atrás, un poco ofendido.

—Peter: ¿Y por qué no?

—Lali: Bueno, veamos, Peter. Para empezar, eres mi cuñado...

—Peter: ¿Y qué?

Estaba harto de que Lali sólo le viera como al hermano de Pablo. ¿Cuándo demonios empezaría a verlo como a un hombre, totalmente independiente de su hermano?

—Peter: Yo era un hombre mucho antes de convertirme en tu cuñado. Un hombre que te conoce, que te aprecia, y que adora a tus hijas.

—Lali: Eso es cierto —tuvo que admitir— . Pero ¿para qué quieres salir conmigo? Tú me conoces mucho mejor que nadie, desde luego mucho mejor de lo que nunca llegó a conocerme Pablo.

Sí, eso era muy cierto. Peter y ella siempre habían podido mantener largas conversaciones sobre todo y sobre nada, cosa que no había podido tener con su marido a raíz de sus problemas para tener hijos.

Al principio, Pablo le culpó a ella de su infertilidad, y la relación se hizo cada vez más tensa, hasta que no eran más que dos desconocidos viviendo en la misma casa. Fue una época terrible de su vida, una época en la que tuvo que soportar la más amarga de las soledades.

—Peter: Y piensa lo agradable que es así —dijo—. Sin sorpresas desagradables.

En eso Peter tenía razón, pero era extraño. Lali llevaba mucho tiempo manteniendo a raya sus sentimientos hacia Peter. ¿Cómo podría hacerlo ahora si salía con él, sabiendo que volvería a desaparecer de su vida en cuestión de uno o dos meses?

—Lali: Peter, seamos sensatos.

—Peter: Soy un hombre muy sensato, Lali —aseguró él—. Piénsalo, si lo que quieres es divertirte, salir un poco y no preocuparte de una relación en serio, yo soy la persona ideal.

Peter llevaba muchos años esperando a que Lali primero superara su dolor, y después se acostumbrara a pensar en él como un hombre. Si no aprovechaba la oportunidad que se le había presentado ahora, y hacía algo drástico, no sabía cuando podría volver a demostrarle lo que podía haber entre ellos. O lo que sentía por ella. O que él podía ser el hombre que ella amara y necesitara, a pesar de su pasado y su profesión.

—Peter: Además, por supuesto, está la ventaja añadida de que sé que tus hijas me quieren y les caigo bien, cosa que no se puede decir de ese Amadeo —le recordó.

Lali levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Esta vez la intensidad que brillaba en los ojos verdes de Peter la hizo estremecer.

—Lali: Peter, todo lo que has dicho es cierto y muy lógico. Pero yo no soy como las mujeres con las que estás acostumbrado a salir. Soy madre y mi vida es bastante aburrida.

—Peter: Por eso precisamente, Lali. No eres como ninguna otra mujer, y yo no soy como ningún otro hombre —dijo él—. Pero ya somos amigos, ya existe un vínculo especial entre nosotros —añadió—, y nos conocemos mucho mejor que nadie. Tenemos intereses en común, las niñas. Por no mencionar el hecho de que nos llevamos tan bien que sería lo más natural.

—Lali: ¿De verdad lo crees? —preguntó ella, tentativamente, dividida entre su mente y su corazón.

Su corazón quería decir que sí, que quería salir con él, pero su mente estaba encendiendo luces de alarma y signos de precaución.

—Peter: Estoy convencido —dijo él, abrazándola con más fuerza—. ¿Qué me dices? ¿Quieres salir conmigo mañana por la noche?

—Lali: ¿Mañana por la noche? —balbuceó ella, más nerviosa ahora que cuando había accedido a salir con Benjamin.

—Peter: Sí, mañana. Es sábado, el día de las citas por excelencia.

—Lali: Pero mañana toca pizza y película con las niñas.

—Peter: Estoy seguro de que a tu madre no le importará en absoluto quedarse con ellas. Dile que invite al señor Jasper, el vecino. Venga, ¿qué dices? ¿Mañana?

—Lali: Peter, antes de aceptar, quiero que pienses en una cosa, ¿qué pasará cuando te vayas? Y te irás, ya lo sabes, los dos lo sabemos.

Sólo de pensarlo, Lali sintió que se evaporaban todas sus esperanzas e ilusiones.

—Peter: Lali, de momento, vamos a tomarnos las cosas día a día, según vayan viniendo, ¿bien? —le pidió él, consciente de que esta vez no estaba tan seguro de que se volviera a ir, aunque todavía era demasiado pronto para decirle a Lali.

No quería decir nada a nadie hasta que hubiera tenido tiempo de recuperarse, descansar, y tantear la situación con ella y las niñas.

—Lali: Está bien —dijo ella—. Mañana por la noche, siempre y cuando mi madre se pueda quedar con las niñas.

—Peter: Se lo pediré personalmente —le aseguró él, alzándole una mano y besándole suavemente los dedos—. Lo pasaremos bien —dijo, y le besó la frente, dejando que después sus labios se deslizaran sobre los ojos, las mejillas, para detenerse por fin junto a sus labios.

—Lali: Peter.

El nombre sonó medio a suplica, medio a oración, y Lali dejó que sus ojos se cerraran para sentir el placer de su boca en ella. Los labios de Peter siguieron acariciándola, y lentamente se posaron sobre los de ella. Inconscientemente, Lali se apretó contra él.

—Peter: No hay nada de malo en sellar nuestro trato con un beso —murmuró él.

Lali gimió suavemente cuando los labios de Peter tomaron plenamente los suyos. Notó cómo el corazón le daba un rápido y feroz vuelco, y continuaba latiendo a gran velocidad mientras sus brazos se alzaban por el pecho masculino y se colgaban de su cuello.

Peter aspiró la fragancia femenina, que penetró en todos sus sentidos, y deseó poder retirar toda la tela que se interponía entre los dos, y descubrir toda su belleza.

Besar a Lali tenía que ser uno de los mayores placeres del mundo, pensó, abrazándola con más fuerza. Los gemidos de deseo que arrancó de la garganta femenina provocaron aún más una pasión irrefrenable en todo su ser, y Peter supo que si no se controlaba en ese mismo momento, ya no sería capaz de reprimirse.

Con un suspiro, se separó de ella. Las pestañas de Lali se abrieron de golpe, entre sorprendidas y soñadoras.

Sorprendida ante su propia reacción, Lali se apartó de él, temiendo que si no ponía un mínimo de distancia entre ambos, volvería a caer en sus brazos.

Y eso sería muy peligroso por su parte, se recordó a sí misma. Una cosa era salir a cenar con Peter, pero debía mantener la distancia, tanto física como emocionalmente. No podía permitir que Peter se colara por sus defensas. Aunque ya lo había hecho. Y ella no tenía ni idea de qué hacer, ahora que parecía incapaz de detenerlo cada vez que él la rozaba.

Una caricia y ella se derretía en sus manos.

—Lali: Creo... creo que será mejor que nos vayamos a dormir —dijo, su voz sonó más temblorosa de lo que hubiera deseado.

—Peter: Buena idea —se desperezó y miró a la chimenea—. Me alegro de estar en casa, Lali.

Cuidadosamente, como si fuera una labor que exigiera total concentración, Lali empezó a doblar la manta del sofá con la que le gustaba cubrirse cuando se sentaba a leer o ver la televisión, antes que levantar la cabeza y mirarlo con una sonrisa.

—Lali: Yo también, Peter. Yo también.

Peter se levantó, y le ofreció la mano. Por una décima de segundo, Lali la miró, temerosa de volverla a tocar. Después, dándose cuenta de que aquello era ridículo, tomó la mano de Peter, que la ayudó a levantarse.

—Peter: Mañana te ayudaré a recoger todo esto —dijo él, mirando la cafetera, las tazas y la fuente.

—Lali: No te preocupes, Peter. Las niñas tienen una clase de ballet mañana a primera hora, así que supongo que cuando te levantes nosotras ya nos habremos ido.

Peter se frotó el hombro, bostezó y asintió.

—Peter: Tengo la sensación de que mañana no podré preocuparme de nada —dijo—. Estoy agotado. ¿La habitación de invitados está en el mismo sitio?

Lali asintió.

—Lali: Cuarta puerta a la derecha. La cama tiene las sábanas limpias, y tienes toallas en el cuarto de baño.

—Peter: Cualquiera diría que me estabas esperando —dijo él con una sonrisa, pasándole el brazo por el hombro y llevándola hacia las escaleras.

—Lali: En esta casa nunca se sabe quién puede aparecer de repente —dijo ella, deslizando el brazo por su cintura.

Lali pensó que el hecho de caminar juntos hacia las escaleras abrazados por la cintura estaba cargado de una intimidad que sólo existía después de convivir mucho tiempo con una persona y conocerla bien. Era una intimidad que nunca había tenido con su marido, a pesar de que habían estado casados casi durante siete años.

—Peter: ¿Estás segura de que te parece bien lo de mañana, Lali? —preguntó, subiendo por las escaleras a su lado.

—Lali: Sí, perfectamente, Peter.

Se detuvo en el rellano, y dio gracias de que sólo hubiera una tenue lámpara encendida. Si no, Peter se daría cuenta de que estaba mintiendo.

Le había prometido que saldría con él, y cumpliría su promesa.

Pero tenía la sensación de que la cita no era más que una estratagema para que dejara de ver a Benjamin. Por mucho que Peter pensara que quería salir con ella, la realidad era que dos niñas pequeñas y una madre soltera monótona y aburrida no podían competir ni sustituir el tipo de aventuras y experiencias a las que Peter estaba acostumbrado.

Por mucho que Lali lo deseara o lo quisiera.

En un mes o dos, Peter se volvería a ir, y ella mantendría los dedos cruzados para que esta vez no las dejará a sus hijas y a ella con el corazón partido.

Continuará...

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