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viernes, 3 de julio de 2015

CAPÍTULO 25



Eufórica y locamente enamorada, Lali entró en el oscuro vestíbulo y, con sigilo, cerró la puerta de la calle. Jamás, en toda su vida, se había sentido tan maravillosamente plena. Ni siquiera había imaginado la magia de ser amada por Peter; el delicioso recuerdo de lo que había habido entre ellos aún le producía cierto cosquilleo en todo el cuerpo. Mientras se quitaba la capa, se pasó la prenda por la cara y recordó la sensación de las manos de él en su piel.

—¿Te ha gustado la ópera?

Sobresaltada, se volvió de pronto y se le cayó la capa. Gastón estaba de pie junto a la armadura, en la penumbra.

—¡Me has asustado! —Lali sonrió y se agachó para recogerla.

Gastón no le devolvió la sonrisa.

—Bergen ha estado aquí, esperándote, hasta que ha quedado claro que no ibas a pasar por casa después de la ópera. ¿Adónde has ido? —preguntó, tranquilo.

—A... una reunión en Harrison Green's —mintió, luego preguntó precipitadamente—: ¿Dónde está Bartolomé?

Gastón se mostró cuando menos receloso.

—En la cama. Estaba muy cansado de tanto parlotear sobre las quinientas mil libras al año que por lo visto gana el duque.

—Ah —dijo ella con voz dulce.

—Cuando has salido de aquí esta noche, me ha dado la impresión de que no te interesaba su compañía. De hecho, he pensado que te repelía.

—Supongo que la velada ha sido mejor de lo que yo pensaba —murmuró ella—. Lo he pasado estupendamente, Gastón —confesó, consciente de que sonreía demasiado.

—Entiendo —replicó él y, por un instante, Lali temió que así fuera. El joven no dijo nada, se limitó a mirarla. A escudriñarla.

Incómoda, ella se volvió a colgar con cuidado la capa de una percha de la pared. Su hermano suspiró hastiado.

—Lali, ¿sabes lo que estás haciendo?

Ella rió nerviosa y se volvió a mirarlo.

—¿Lo que estoy haciendo?

—Máximo es un buen hombre. Le importas de verdad.

—Cielo santo, Gastón, ¿de qué estás hablando?

Este salió de la penumbra.

—Quiero verte feliz. Máximo es un buen hombre. Te tratará mejor que los otros.

Aquel repentino e inusual apoyo de Máximo hizo que los pensamientos de Lali, que aún se recuperaba de su increíble experiencia, dieran más vueltas que una peonza.

—¿Hablamos del mismo Máximo? —preguntó ella, incrédula—. ¿Del conde Máximo Bergen, de Baviera? ¿De ese al que tú odias?

—He cambiado de opinión.

—Pues yo no —dijo ella con sequedad, y se dirigió a la escalera.

Gastón alargó la mano de pronto y le agarró la muñeca con fuerza cuando intentaba pasar.

—Va a casarse con Nina Reese, Lali. Nada va a cambiar eso. Nada. ¡No conseguirás más que hacerte daño con esta tontería!

Pasmada, Lali se zafó de su hermano.

—¡Supones demasiadas cosas, Gastón! ¿Ya has olvidado que fuiste tú quien propuso aquella apuesta tan ridícula? De no ser por eso, yo no habría salido con él esta noche, y ahora no me culparías por disfrutarlo.

Gastón meneó la cabeza, como rechazando su reproche.

—¡Escúchame! Bartolomé ha agotado nuestros fondos. Regresamos a Rosewood dentro de quince días. Si no aceptas la proposición de Bergen, ¡puede que no tengas otra! Al menos sabes que él te respetará y que con él vivirás rodeada de comodidades.

—¡Cielo santo, debe de darte pánico vivir con una hermana solterona! —repuso ella amargamente.

—¡Eso es ridículo! —espetó él, luego se miró e, inquieto, echó un vistazo al sobrecargado vestíbulo—. Sólo quiero lo mejor para ti —prosiguió él sin inmutarse—. He hecho buenas inversiones en acciones y valores bursátiles, y confío en poder encargarme de Rosewood. ¿Es que no lo entiendes? Ya no hay razón para que sigas trabajando allí con la esperanza de encontrar un hombre que acepte a los niños. Bergen los acepta. Lo he estado pensando: podríamos organizar el compromiso de forma que vivas en Rosewood la mitad del año. No es una solución tan mala y es el mejor partido que vas a encontrar.

Lali retrocedió como si su hermano le hubiese dado una bofetada, se estampó contra la pared e hizo vibrar dos sables que colgaban cruzados sobre su cabeza.

—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! Esos niños no son ninguna carga para mí. Yo los quiero... ¡y lo sabes! Sinceramente, Gastón, venir a Londres no fue idea mía. No espero encontrar un hombre, ¡eso es cosa suya! Y quizá Máximo sea el mejor partido que voy a encontrar, pero ¡no quiero casarme con él! —bramó—. ¡No lo quiero!

Gastón apretó tanto los clientes que se le tensaron los músculos de la mandíbula. Fue a cogerle la mano a su hermana, pero ella la apartó en seguida de él, que bajó el brazo despacio.

—Olvídate de Sutherland, Lali. No conseguirás más que te haga daño, y yo no quiero verte sufrir.

—Pues cualquiera lo diría —le replicó ella y subió corriendo la escalera antes de que Gastón echara a perder su magnífica noche.


A mediodía del día siguiente, Lali despertó y sonrió ensoñadora al ver la luz del sol que se colaba por la ventana. Pensaba en Peter, en cada milímetro de su masculino ser. En sus sueños, había revivido todos y cada uno de los instantes de su increíble experiencia con él. Incluso en la intimidad de su habitación, se sonrojaba al recordar la pasión que habían compartido. Estaba impaciente por volver a verlo y se levantó entusiasmada de la cama, pero, al echarle un vistazo al reloj de la chimenea, gruñó. Una espera de nueve horas se le haría insufrible. Con los brazos en jarras, miró furiosa el reloj, preguntándose cómo ocuparía su tiempo si quería sobrellevar aquella espera interminable.

Inició su aseo matinal y planificó el día. Decidió visitar la clínica aquella tarde y después ir a ver a Candela, con la idea de que quizá su amiga o la doncella de ésta podrían hacerle algo en el pelo. Y luego... luego se reuniría con el amor de su vida en Vauxhall Gardens.

Un delicioso escalofrío la recorrió al recordar la vehemencia con que él había pedido volver a verla y cómo le había advertido que no llegara tarde. ¡Qué equivocado estaba Gastón! Peter sentía lo mismo que ella. Se lo había dicho. «Solucionaré lo nuestro.»

Cielo santo. Hizo una pausa y, al contemplar su reflejo en el espejo, un repentino sentimiento de culpa se apoderó de ella. Le dio mucha pena por Nina, pero ¿qué iba a hacer ella? «Mi verdadero amor tiene mi corazón, y yo el suyo; mediante justo intercambio el uno al otro nos lo entregamos» —susurró en voz alta—. ¿Quién puede predecir dónde aterrizarán las flechas del amor? Ella no lo había buscado, ¡había sucedido sin más! Nina tendría que entender que aquello no tenía vuelta atrás. Olvidó la sensación de culpa encogiéndose de hombros, tarareando contenta la canción de Los dos hidalgos de Verona. Sin dejar de cantar, sonrió contenta a Máximo y a Bartolomé. Cuando el conde le dedicó una mirada oscura, ella echó la cabeza hacia atrás, coqueta.

—¡Ahí está, mírala! Sabía que la muchacha me conseguiría una buena renta vitalicia —cacareó el orondo caballero antes de meterse en la boca un trozo de pan untado en mantequilla. Máximo no respondió, se limitó a sorber su té en silencio, siguiendo con su gélida mirada todos los movimientos de Lali.

—¿De qué demonios hablas, tío? —preguntó Lali, luego rió frívolamente. Consciente de que su risita no era del todo apropiada, se sentó de inmediato frente a Máximo y fijó la mirada en el dibujo de la taza de té de él.

—¡De lo que se hablaba en los clubes esta mañana! ¡Sutherland en la ópera con la condesa de Bergen! —prosiguió Bartolomé alegremente.

Aquel comentario le puso los pies en la tierra de inmediato; se le quedó la mano clavada en la tetera y lanzó a su tío una mirada rápida y enjuiciadora.

—¿A qué te refieres?

—¡Se habla de ello por toda la ciudad! —respondió él, masticando ruidosamente una rodaja de jamón.

Lali frunció el cejo, se sirvió el té y añadió con cuidado un poquito de crema.

—Pero ¿por qué? —preguntó al fin—. Estoy segura de que su excelencia tiene muchas amigas. Sin duda, no es tan inusual que...

—Es por el modo en que te mira —contestó de pronto Máximo en alemán, en un tono más frío de lo usual.

Lali lo miró con cautela. Sus ojos, fijos en ella, parecían dos cubitos de hielo.

—¿Cómo dices? —inquirió ella, nerviosa.

—Es obvio que te desea. Es evidente que te querría para sí si pudiera. Después de lo de anoche, muchos especulan que te tendrá pronto, si no lo ha hecho ya.

Eso le dolió. Despacio, dejó la cucharilla en el platillo desconchado y se recostó en la silla.

—¿Qué ha dicho? —quiso saber Bartolomé.

—Ha dicho que se rumorea mucho —murmuró.

—¡Señal de buena fortuna para la familia Espósito! —razonó, animoso, su tío.

Máximo miró impaciente al hombre, que comía su último bocado de huevos con un trozo de pan.

—Me gustaría charlar un momento a solas con vuestra sobrina, señor —dijo en inglés.

—Claro, claro —concedió Bartolomé, masticando aún el pan cuando se levantó de la mesa—. Charlad los dos tranquilamente —parloteó, y salió anadeando por la puerta.

Máximo esperó a que Espósito saliese, mirando a Lali fijamente con el gesto más ominoso que le había visto jamás. Ella sonrió como una boba.

—¿Tostadas? —le ofreció sin convicción.

Él gruñó y se puso de pie de repente; la silla arañó el suelo de pino con gran estrépito. Agarrándose las manos con fuerza a la espalda, empezó a pasear nervioso.

—He hecho una oferta decente por tu mano —empezó en alemán—. Una oferta más que decente. Sin embargo, me has dado largas una y otra vez...

—No te he dado largas, Máximo. Te he rechazado —intervino ella, solemne.

Él hizo una pausa, atravesándola con su mirada furiosa.

—Por favor, déjame terminar. Me he preguntado por qué me dabas largas —prosiguió—. ¿Buscas una proposición mejor? ¿Eres tan ingenua de pensar que tu situación es buena? Pero ahora lo entiendo..., albergas alguna fantasía con ese duque, ¿verdad? Una fantasía infantil...

—¿Cómo te atreves? —le gritó ella, indignada.

Él la miró con tal amenaza en los ojos que logró enmudecerla de inquietud.

—No te culpo por ello, Lali. Todos las tenemos en algún momento. De joven, hasta yo me hice ilusiones con una mujer muy por encima de mi rango social. Finalmente entendí que se trataba sólo de un capricho...

—¡No es ningún capricho!

Él se agarró de pronto a la mesa y se inclinó hacia adelante, atravesándola con la mirada.

—No te equivoques..., ¡es un capricho! Ese hombre no te quiere más que para que le calientes la cama. Y tú no eres ninguna joven doncella que pueda permitirse el lujo de soñar despierta. Necesitas un buen marido y yo te ofrezco un buen trato, una existencia en la abundancia, y respeto.

—¿Respeto? —repitió ella, incrédula.

Despacio, Máximo se enderezó.

—Y... afecto —dijo él con suavidad—. Yo te aprecio mucho, Lali. Te he admirado desde que se cruzaron nuestros caminos en Bergenschloss.

Ella empezó a comentar que le costaba creerlo, dado el modo en que él había actuado allí, pero él en seguida levantó una mano.

—No te pido que me correspondas. No soy tan ciego como para no ver que tu corazón está en otro sitio. Sólo te pido que, a cambio de la protección que te ofrece mi apellido, me respetes como respetarías a tu marido. Como respetabas a mi tío. Sólo te pido eso, y a cambio de tu respeto, yo permitiré que tus afectos sean de... de quienquiera que sean.

A Lali se le entrecortó la respiración. Un millón de pensamientos se le amontonaron en la cabeza; ninguno de ellos era un destello de afecto por él. El que se ofreciese de ese modo, aun sin esperanza de que su afecto fuese correspondido, la conmovió enormemente.

—Máximo, yo...

—No me respondas ahora —señaló él con voz ronca—. Piénsatelo. Pero necesito una respuesta mañana, ¿entiendes? No voy a quedarme aquí más tiempo, siguiéndote a todas partes como un perrito faldero —le espetó, asqueado—. Al menos considéralo. De verdad.

Rodeó la mesa y se apostó junto a ella.

—Independientemente de lo que decidas, ten mucho cuidado, ¿me entiendes? No te engañes... De quien hablan hoy es de ti, no de él. Esa gente te despedazará viva.

—Exageras —dijo ella sin mucha convicción.

El suspiró, impaciente.

—Esto es Inglaterra, liebchen. No toleran la indiscreción en sus pequeños círculos. Te tratarán como si fueses tan insignificante como la tierra que se adhiere a las suelas de sus zapatos.
Lali se miró las manos, cruzadas en el regazo, y se negó a dar crédito siquiera sus amenazas. Ella no había hecho más que ir a la ópera, por Dios. Trataba de asustarla para que considerara su oferta.

—Piensa en lo que te he dicho. —Con un despliegue inusual de afecto, le acarició la nuca antes de salir silenciosamente de la habitación.

Cuando Máximo cerró la puerta tras de sí, Lali se hundió en el asiento. Ella ya había considerado su oferta. Llevaba semanas considerándola. Le tenía cariño, pero no era suficiente. No lo amaba ni podría hacerlo. Jamás. Amaba a Peter con todo su corazón, lo había amado desde el día en que se había plantado en Rosewood y lo amaría con locura el resto de su vida. Máximo nunca podría ofrecerle nada que cambiase eso.


¡Ay, Peter! Suspirando feliz, untó de mantequilla una tostada.

Continuará...

+10 :s!!!!

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