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sábado, 4 de julio de 2015

CAPÍTULO 30



Durante el resto de la tarde, Peter meditó sobre los deseos de su madre, pero terminó descartándolos por sentimentales. No podía traicionar a Nina. No, el deber y la responsabilidad lo obligaban a seguir adelante con el compromiso. Ella lo merecía y la aristocracia londinense lo esperaba. El era un noble influyente, y debía considerar las repercusiones de sus actos en más de un sentido.

Llegó a casa de su prometida a las nueve, tras haberle enviado una nota para pedirle que asistiese con él al baile de Fremont. La sonrisa esperanzada de ella se desvaneció cuando Peter entró en el gabinete. No era de extrañar; el caro diseño de su ropa de fiesta no le disimulaba las ojeras ni los ojos hinchados. Sabía que tenía un aspecto horrible, pero le daba igual.

—¿Te apetece una copa? —le preguntó ella con cautela, procurando no parecer horrorizada.

—Creo que no —respondió él, y se le revolvió el estómago sólo de pensarlo. Ella le hizo una seña para que se sentara y se instaló, nerviosa, al borde de una silla, evitando con esmero la mirada de él.

—Te ofendo —observó él, indiferente.

—Nunca —exclamó ella, espantada.

—Por Dios, Nina, admítelo —la instó él, hastiado.

—Bueno..., admito que no entiendo —confesó ella en voz baja, bajando la mirada al regazo.

—¿El qué, el que ahogue mis penas en alcohol o el que hoy esté pagando las consecuencias? —inquirió él, apático.

—No entiendo qué te ha movido a hacerlo dos noches seguidas —murmuró ella.

—Tres —la corrigió él—. Los hombres bebemos a veces. No es necesario tener un motivo. Se hace, sin más. —Nina asintió con la mirada aún baja—. ¿Prefieres que me vaya?

—¡No, no! Creo que deberíamos ir al baile, ¿no te parece?

Aquella respuesta tan entusiasta se le hizo extraña.

—¿Deberíamos?

Ella sonrió un poco, repasando angustiada con sus delicadas manos una costura del vestido.

—La gente me pregunta por ti. Creo que es mejor que... que se nos vea juntos en público. Ya sabes, para evitar los chismorreos —propuso, tranquila—. Papá dice que debemos permanecer todos unidos si queremos que tus reformas salgan adelante.

Ah, sí, un sutil recordatorio de Whitcomb sobre la todopoderosa importancia de las apariencias. No iba a discutir ese punto... por lo general estaba de acuerdo. Los chismorreos se hacían cruentos cuando un miembro concreto de la aristocracia inglesa no hacía lo que se esperaba de él. Por lo que a él respectaba, al infierno con la aristocracia inglesa, pero tenía que pensar en Nina.

—Entonces, iremos. Tú mantenme alejado del whisky, ¿de acuerdo?

Ella lo miró muy seria.

—Lo intentaré —dijo en voz baja.


La agobiante multitud del baile de Fremont era suficiente para enfermar a un hombre; Peter se sentía completamente asqueado. Había bailado dos veces, las dos le habían agudizado el enorme dolor de cabeza. Por una vez, agradeció la intervención de David. Su relación había sido muy tensa desde aquel día en el parque, pero su primo parecía haberlo olvidado. Prestaba una atención fuera de lo corriente a Nina. Ya había bailado dos veces con ella, e incluso la había llevado a pasear por los jardines. Sin embargo, por el bien del decoro, ni siquiera él podía prolongar la ausencia de Nina. Ya la tenía a su lado, y le reventaban las sienes. No circulaba el aire en el salón de baile, y Peter se tiraba impaciente del cuello de seda blanca.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó la joven, angustiada, por tercera vez, con los ojos ribeteados de preocupación.

—Estoy tan bien como cuando me lo has preguntado hace diez minutos —respondió él, arisco, echando un vistazo alrededor.

—Si quieres, podemos irnos —le propuso ella.

—Estoy bien, Nina. Deja de... agobiarte.

Ella forzó una sonrisa.

—No puedo. Me temo que las novias se agobian.

—¿ Sutherland?

Peter miró por encima del hombro a lord Van der Mili, un conocido. No estaba de humor para hablar de naderías.

—Buenas noches, milord —dijo, haciéndole una pequeña reverencia.

—Me sorprende verlo. Había oído decir que estaba indispuesto. Buenas noches, lady Nina. Bonito baile, ¿verdad? —espetó el hombre mayor.

—Sí, muy bonito —ronroneó ella—. Su excelencia ya casi se ha recuperado. Hay una fiebre horrenda circulando por ahí.

Si había algo que Nina hiciese bien, era jugar al juego de los cumplidos sociales, pensó Peter.

—¿Una fiebre? —murmuró Van der Mili, escudriñando a Peter de cerca—. No será contagiosa, ¿verdad?

—No lo creo —sentenció éste.

—Por cierto, ¿su madre aún tiene aquella casa de Berkeley Street? —inquirió Van der Mili—. He oído decir que está pensando en venderla.

Peter se removió inquieto apoyado en la pared que lo ayudaba a sostenerse. El lord tenía todas las casas que podía querer, dos en Londres, para empezar.

—¿Busca otra vivienda? —preguntó Peter.

—No sé. —El anciano se encogió de hombros y miró inquisitivo a Nina—. Tengo un amigo al que podría interesarle —dijo, y le guiñó el ojo sutilmente.

Peter asintió con la cabeza, algo sorprendido de que un hombre de la edad de Van der Mili aún pudiera estar en la forma física necesaria para querer tener una amante.

—¿Por qué no hablamos? Pásese por casa dentro de un día o así —le propuso, intrigado.

—Eso haré —respondió el noble con una extraña sonrisa—. Buenas noches, lady Nina. —Buenas noches, milord.

Van der Mili le dio una palmadita amistosa a Peter.

—Espero que se recupere pronto de esa fiebre, excelencia —señaló. Se volvió para marcharse, pero, dubitativo, miró a Peter por encima del hombro—. No vive nadie en Berkley Street ahora, ¿verdad?

—No, claro.

—Qué raro. No fue eso lo que me dijo su cochero. Me comentó que había estado usted allí hace unas noches... ¿con una mujer? —A Peter se le paró el corazón, pero logró mantener la calma mientras se encogía de hombros con indiferencia—. Supongo que se equivocaba, entonces.

Habría jurado que el anciano fruncía un poco los ojos mientras esperaba una respuesta.

—La casa está cerrada durante la Temporada social. Se equivocaba—señaló Peter sin inmutarse. Los ojos de Van der Mili miraron un instante a Nina, luego a Peter otra vez antes de hacer una seca reverencia y alejarse paseando.

El pulso le latía con fuerza en el cuello. Se resistió a mirar a Nina. ¡Maldito viejo envidioso! ¡Y que Dios bendijera a su cochero, porque se iba a comer su lengua para desayunar!

—Quizá... quizá fuese Pablo el que estuvo allí —dijo Nina en voz baja.

Peter apretó los puños, con los brazos pegados al cuerpo.

—Se equivoca. La casa está cerrada.

Ella asintió despacio con la cabeza, luego lo miró.

—¿Te ocurre algo? Estás muy pálido.

—¿Quieres llamar a un médico, Nina? ¡A lo mejor te tranquilizas cuando tengas la certeza de que no me va a dar un síncope mientras bailo contigo en la pista de los Fremont! —repuso, cortante.

Ella abrió mucho los ojos, atónita, y de inmediato miró en otra dirección. El lamentó sinceramente su brusquedad.

—Lo siento, cariño. No pretendía ofenderle.

—Sí, eso es lo que me dices todo el tiempo.

Peter se apartó de la pared.

—Tocan un vals. ¿Querrías bailar con este chivo irritable?

Ella se encogió de hombros, sin mucho entusiasmo. No obstante, Peter la condujo a la pista y empezó a bailar con ella. Ella bailaba rígida, manteniéndolo a la distancia que dictaba el decoro, con pasos cortos y precisos. No pudo evitar recordar el modo en que Lali encajaba perfectamente en sus brazos y fluía con la música. Nina, animosa, inició una conversación intrascendente, parloteando sobre algo relacionado con la boda. Con cada compás, Peter se odiaba más a sí mismo. ¿Estaría destinado a pasarse la vida comparándola con Lali? Qué triste forma de vivir: él siempre comparándolas, ella siempre tratando de estar a la altura de un estándar que ni siquiera sabía que existía. «Ella te adora y tú no puedes corresponder a ese afecto.» Las palabras de su madre le revoloteaban en la cabeza como una pelota suelta. No podía corresponder a su afecto. Ni siquiera tenía la paciencia necesaria para asistir a un baile con ella.

Cuando Nina le pidió que la llevara a casa, sintió un gran alivio. La ayudó a subir al coche y se sentó frente a ella, luego cerró los ojos y se recostó sobre los mullidos cojines, completamente exhausto.

—Trabajas demasiado, Peter. Necesitas descansar —le aconsejó ella mientras el carruaje se apartaba de la acera.

La constante preocupación de Nina lo irritaba, y se sentía un ogro por ello. Lamentablemente había pocas cosas que no le molestaran aquella noche.

—¿Qué planes tienes para mañana? —preguntó, desesperado por evitar otra discusión sobre su salud.

—Debo terminar las invitaciones. Hay tantas...

—¿Aún no se han enviado las invitaciones? —la interrumpió, con todo el cuerpo tenso como consecuencia de alguna alerta interna, primaria.

Ella rió discretamente.

—¡Pues claro que no! Deben llegar justo quince días antes de la boda, y el viernes faltará una quincena exacta.

Peter se la quedó mirando. Su cabeza era un repentino torbellino que arrojaba a su conciencia pensamientos fortuitos. Las invitaciones no se habían enviado. Las condenadas invitaciones no se habían enviado. «Ella te adora y tú no puedes corresponder a ese afecto.» No era demasiado tarde, pensó emocionado.

—Nina...

—Las tengo casi todas, montones y montones de ellas. Como es lógico, todo el mundo quiere asistir a la boda de un duque —dijo de pronto y, sin darse cuenta, empezó a retorcer los guantes en el regazo.

—Nina...

—Tu madre es un cielo —lo interrumpió ella—. Me ha ayudado enormemente. Han sido muchos los que se han esforzado organizando esta boda, ¿sabes?, para que todo esté perfecto. La florista quiere revisar los arreglos florales en el último momento y el responsable del banquete, bueno, es un tipo tan peculiar que, cuando se enteró de la cantidad de invitados distinguidos que asistirían al desayuno, perdió el juicio y mandó traer recetas especiales desde París, ¿te lo imaginas? Toda la aristocracia londinense espera que sea un evento espléndido. Y yo misma me encargaré de que las invitaciones se lleven a la oficina de correos mañana. No habrá demoras, te lo prometo. Se entregarán todas a tiempo —aseveró, frenética.

Algo sobrenatural se había apoderado de Peter; se sentía completamente despegado de sí mismo y de Nina. Con calma, le cogió la mano.

—Nina...

Ella meneó la cabeza con violencia,

—No, Peter —le susurró.

—Tenemos que hablar, cariño.

—¡No! —Le cayó una lágrima y bajó la cabeza.

Peter se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros.

—Ay, Dios, por favor, no —gimió ella, y empezó a sollozar.

—Lo siento mucho, pero no puedo... —dijo él, asustado por la violencia con que los sollozos agitaban el cuerpo frágil de Nina.

—¡No me hagas esto, Peter! ¡No me pongas en ridículo! —sollozó.

—Me temo que te pondré en ridículo si nos casamos —repuso él, triste.

Conteniendo un grito, Nina se deslizó del asiento, hincó las rodillas en las tablas de madera y enterró el rostro en el muslo de él. Acongojado, Peter se inclinó sobre ella. La oscuridad envolvió su pensamiento y se sintió un ser despreciable, la forma más baja de un ser humano.

—Dime lo que tengo que hacer, Peter, ¡y lo haré! ¡Dime qué quieres de mí, pero no me hagas esto! —gritó, histérica.

Peter cerró los ojos con fuerza y enterró el rostro en el pelo de ella.

—Ay, Nina, no hay nada que puedas hacer —le susurró—. Ni siquiera yo puedo hacer nada. Ella le dio un puñetazo en la pierna.

—Es por ella, ¿verdad? ¡Me dejas por ella! —gritó. Al ver que Peter no respondía, volvió a pegarle. Y luego otra vez.

Cuando el coche llegó a la casa del padre de Nina en Mount Street, ella estaba muda de perplejidad. Peter intentó ayudarla a bajar, pero ella se zafó de él y bajó como pudo sin ayuda.

—Vendré a primera hora de la mañana para explicárselo a tus padres —le comunicó él en voz baja, odiando el sonido de su propia voz traidora.

—No te molestes —murmuró ella con amargura y, dejándolo atrás, se dirigió inestable a la puerta.

Continuará...

+10 :o!!!

19 comentarios:

  1. quieroooo masssssssssssss

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  2. ++++++++++++++++++++++

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  3. me dio pena nina pero en fin lo quiero con lali!!

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  4. se viene el escandalooo, espro que la vaya a buscar

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  5. me encanta, quiero mas

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  6. me dio penita nina pero se lo merece por contarle a lali lo que habia pasado..

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  7. Hasta que un día al fin peter tomo coraje y dejo a Nina :)

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  8. Al fin!! Ahora que no sea tarde para lali!

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  9. Ay me dio penita nina, pero Creo que era lo mejor.
    Maaaas

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  10. Espero k no haga ninguna tonteria para k siga con ella.

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