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domingo, 5 de julio de 2015

CAPÍTULO 34



Mateo anunció emocionado que el conde de Bergen llegaba por el camino. A Lali se le encogió el corazón de decepción: esperaba que fuese Peter. Cuando el día anterior no había aparecido, había tratado de convencerse de que no era por nada. Sin embargo, a medida que había transcurrido tediosamente el día, Lali había empezado a preguntarse si habría conseguido espantarlo. Si eso había ocurrido, estaba dispuesta a bajar al río y tirarse. ¿Es que no podía hacer nada bien? Sin mirar a Gastón, guardó los calcetines que estaba zurciendo, se levantó de la silla y se estiró el regazo del vestido.

—Bueno —dijo Gastón, contento—. El regreso de Bergen significa que pronto te marcharás. —Sonrió y cogió su bastón—. Estarás muy nerviosa. El enlace, el viaje de bodas a bordo de un buque de lujo, la dicha marital en Baviera...

En su estado actual, Lali era incapaz de entender por qué intentaba provocarla, pero lo estaba consiguiendo. Dios, le habría dado una bofetada. Todo aquello ya era bastante difícil sin su sarcasmo.

—¿No sales a recibir a tu amado? —sonrió Gastón confirmando las sospechas de su hermana. Ella le lanzó una mirada de odio y salió del gabinete.

Máximo estaba desmontando el caballo cuando ella salió. Él le sonrió mientras recogía las alforjas.

—¡Qué alegría verte, liebchen!

—Bienvenido a casa —dijo ella tratando de sonreír.

Máximo se echó las alforjas al hombro y cruzó el camino para encontrarse con ella. Le pasó el brazo que le quedaba libre por la cintura y la besó en los labios:

—Te va a encantar el barco —le dijo en alemán—. No he escatimado gastos para que mi camarote sea adecuado para una novia.

Una suite nupcial... Lali notó que se sonrojaba. Pensó en Peter inmediatamente y procuró ocultar aquellos pensamientos traidores en algún rincón oscuro de su cabeza. El alemán rió.

—Vamos, liebchen, tú ya no eres tan inocente. —Sonrió él, y le guiñó un ojo con disimulo.

De pronto asqueada, Lali tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. Máximo arrugó el gesto.

—¿Qué pasa? No debes temer nada —le aseguró, y le besó la sien, cariñoso.

—Mi Deutsche no es muy bueno. ¿Qué le confesabas, Bergen? —preguntó Gastón. Máximo lo miró. Luego retiró la mano de la cintura de su prometida y se apartó, mascullando algo que hizo reír al hermano de Lali, ella permaneció inmóvil, mirando fijamente al espacio gris que sería su futuro. Oyó la voz estruendosa de su tío, pero aun así no se movió. Podría haberse quedado allí todo el día de no ser porque sus ojos detectaron movimiento al fondo del sendero.

Le dio un brinco el corazón. Era Peter, que cabalgaba hacia la finca. Se dibujó en sus labios una sonrisa tonta, que se tapó de inmediato con la mano. A medida que caballo y jinete se aproximaban, el corazón empezó a palpitarle al ritmo de los cascos del animal. El duque entró volando en la finca y frenó de golpe, sin quitarle los ojos de encima. Luego, despacio, aquellos ojos verdes se deslizaron hasta los hombres que había tras ella.

—Veo que Máximo ha vuelto después de todo —dijo, alegre, y desmontó con elegancia. Lali no se volvió, pero se apretó las manos en el regazo, nerviosa, apenas controlándose, mientras él ataba a su caballo y caminaba brioso hacia donde ella estaba. El corazón alocado se le iba a salir del pecho en cualquier momento, lo sabía con certeza.

—Sutherland —dijo Máximo con rudeza y se situó junto a Lali—. ¿Qué haces tú aquí?

Peter sonrió, imperturbable.

—Vengo a expresar mis mejores deseos a la feliz pareja, Bergen —soltó, luego se volvió hacia Lali—: Buenos días.

—Buenos días, excelencia. —Ay, Dios, ¿tendría las mejillas tan encendidas como se las notaba?

A juzgar por la sonrisa cada vez mayor de Peter, probablemente sí. Máximo la incomodó aún más al acercársela de pronto cogiéndola con fuerza por la cintura.

Aquél se limitó a reír burlón ante semejante despliegue de posesividad.

—No podía dejarte partir para Bohemia...

—Baviera —protestó Máximo.

—Lo que sea —se defendió Peter con insolencia—. Sin despedirme. Ha sido un verdadero... desafío... conocerte, Bergen.

—¡Sutherland! —bramó Bartolomé, y salió anadeando a la escalera de la puerta principal—¡Salvo que vayas a subir la apuesta, lárgate ya!

—Eso, vete —dijo el alemán en voz baja. Le apretaba tanto la cintura a Lali que le costaba respirar.

—A su debido tiempo, milord —respondió Peter, imperturbable—. Le he traído un regalo a tu ángel —afirmó y, girando sobre sus talones, se dirigió a Júpiter.

—¿Ángel? —repitió Máximo, mirando fijamente a Lali.

—Alaí..., se refiere a Alaí —respondió ella precipitadamente.

Peter metió la mano en la alforja y volvió a los escalones de entrada, donde Gastón, Bartolomé y Máximo rodeaban de pronto a Lali.

—Señorita Espósito —dijo, y le tendió una sola gardenia perfecta—. Si es tan amable... de... dársela a Alaí, quiero decir.

Titubeante, ella levantó la mirada y detectó la ternura de la de él. Se le alborotó el corazón. Máximo la sujetaba tan fuerte que le dolía. Ella tosió, incómoda, y alargó la mano para coger la flor. Peter la depositó en su mano y le rozó descaradamente la palma con los dedos.

—Yo..., eh..., ¿qué puedo decir? —repuso, abochornada por el temblor de su voz.

Él sonrió, sin dejar de mirarla, al parecer ajeno a la presencia de todos los demás.

—Dile que «tiene gracias a millares, y es su rostro angelical».

Una hebra de dulce deseo se le enroscó en el corazón, y Lali suspiró en voz baja. Nadie le llegaba tan hondo como el aristócrata inglés, pensó, y miró la gardenia que llevaba en la mano, desdibujada por una bruma de lágrimas. Oyó el gruñido gutural de Máximo y la protesta furiosa de Bartolomé. Despacio, levantó la mirada y le devolvió la sonrisa tierna a Peter.

—No eres bienvenido aquí, Sutherland —dijo el conde de Bergen de pronto, con voz peligrosamente grave—. Monta tu caballo y vete.

Peter miró al alemán de mala gana y sonrió, satisfecho.

—Aún no has hecho los votos, ¿verdad, Bergen? Me parece que el que supongas que ya eres el dueño de todo esto es algo prematuro.

De pronto, el aludido soltó a Lali y dio una zancada hacia delante. El bávaro, unos cinco centímetros más alto que el duque de Sutherland, se quedó apenas a unos milímetros de él, con los brazos en jarras y un gesto amenazador en su rostro.

—Te he dicho que te marches. Ya no eres bienvenido aquí.

Peter soltó una carcajada y, como si nada, descargó el peso de su cuerpo sobre una cadera mientras estudiaba a Máximo, divertido.

—Supongo, entonces, que en Baviera es de mala educación desear buena suerte a los novios. ¿No es así, Bergen? ¿Los alemanes prefieren la cortesía de los paganos?

—¿Pagano? —susurró, furioso.

—Perdona. ¿Cómo se lo digo en un idioma que entienda, Lali?

De repente, Máximo se abalanzó sobre Peter para cogerlo por el cuello, pero éste, mucho más rápido, se volvió a tiempo, lo esquivó por completo y se carcajeó del aturdimiento del alemán.

—Si lo que quieres es hacerme daño, vas a tener que ser un poco más rápido de reflejos, amigo mío. No obstante, por si no lo sabías, en Inglaterra tenemos otras formas de resolver nuestras diferencias.

—¡Basta ya! —gritó su tío, nervioso, y Gastón se precipitó cojeando hacia los dos hombres y los separó con su bastón.

—¡No hay motivo para tanto, Bergen! ¡Sutherland ha venido a desearles suerte, nada más! Sutherland, se agradecen tus buenos deseos, pero el conde acaba de llegar de Portsmouth, quizá sea preferible que pases a vernos en otro momento. Si no te importa...

—No más de lo habitual —dijo Peter de mala gana. Clavó su mirada en Lali, paralizada por lo que había ocurrido ante sus ojos en unos momentos. Peter la miró de arriba abajo, luego volvió a posar sus ojos en su rostro—. Buenos días, Lali —añadió en voz baja. Hizo una reverencia seca a Gastón, giró sobre sus talones, se subió a lomos de Júpiter y se alejó galopando en una nube de polvo.

Máximo lo vio marchar, después se volvió bruscamente hacia su novia, con el rostro veteado de rabia.

—¿Qué demonios hacía ése aquí? —inquirió, furioso, en alemán.

Ésta se encogió de hombros.

—Como ha dicho él, ha venido a desearnos lo mejor. Si me disculpas, tengo que darle esta flor a Alaí antes de que se marchite. —Casi voló dentro, al tiempo que Gastón le daba una palmadita en el hombro y le comentaba que había sido todo un detalle por parte del duque.


La cena fue espantosa para Máximo. No podía dejar de mirarla, de observar cómo bajaba sus ojos  al plato e iba empujando los guisantes por él, uno a uno. Gastón estaba inusualmente animado y no paraba de hablar del condenado duque. Y el tío Bartolomé agotaba verbalmente el fondo fiduciario que Máximo había otorgado a Rosewood como regalo de compromiso. Creyó que la maldita cena no acabaría jamás y, cuando terminó, se levantó de golpe de la mesa y anunció que se iba a dormir. Al pueblo.

Salió en silencio, seguido de cerca por Lali. Agradecido al ver que el tontorrón de Estefano le había traído su caballo, echó las alforjas sobre los lomos de la yegua y se volvió bruscamente hacia Lali. Ella estaba allí de pie, con las manos sujetas a la espalda, balanceándose suavemente sobre los pies. La luz que escapaba de la casa formaba sombras en su rostro que acentuaban su atractivo. Por una cuestión de decoro, Máximo había decidido alojarse en Pemberheath, pero, al mirarla entonces, deseó haber decidido quedarse en Rosewood. Quizá habría ido a verla a su habitación. Tal vez habría podido borrar de su cabeza cualquier pensamiento sobre el condenado duque.

Se cruzó de brazos, más furioso a cada instante. Merecía una explicación por la presencia del duque, pero ella no decía nada, nada en absoluto. No sólo no hizo esfuerzo alguno por tranquilizarlo, sino que ni siquiera le dedicó una despedida cariñosa. Y ése, lo sabía, no era un buen comienzo para dos personas a punto de casarse.

—Pareces preocupada, Lali. ¿Hay algo que quieras contarme? —preguntó al fin, sorprendido de lo dura que sonaba de pronto su lengua nativa.

—No que yo sepa. Lo siento —dijo, y desvió la mirada al fondo del césped.

—No me has contestado. ¿Hay algo que quieras contarme? —volvió a preguntarle, rogando en silencio que ella le asegurara que no había motivo de preocupación.

—¡No, no! —respondió ella con dulzura, sin dejar de mirar al infinito.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —quiso saber él de repente. Lali dejó de balancearse y lo miró de reojo.

—Gastón llegó ayer, Bartolomé también —contestó ella en voz baja. Máximo apretó los puños en los costados.

—No me refiero a tu familia. ¿Cuánto lleva él aquí? —inquirió, furioso.

Lali se mordió el labio inferior un instante.

—¿Imagino que te refieres al duque?

—¿Qué demonios está ocurriendo aquí? —susurró furibundo, con las venas de las sienes hinchadas.

—Nada, Máximo —trató de tranquilizarlo ella y, por un instante, él la creyó—. Ha venido a desearnos buena suerte —añadió con dulzura.

Sabía que debía aceptar la explicación de Lali, pero no podía dejarlo estar.

—Tú y yo teníamos un acuerdo. Prometiste respetarme.

—Y te respeto —replicó ella, sorprendida.

—¡No me respetas cuando lo miras a él con los ojos grandes como lunas y te sonrojas como una doncella cuando él te sonríe!

Lali parpadeó, luego alzó despacio la barbilla.

—Yo te respeto, Máximo. Te honro. Y lo haré hasta el día de mi muerte. Pero no habrá nada más —dijo en voz baja—. Ese fue nuestro acuerdo.

De pronto, el alemán notó que le costaba respirar. Era lo que habían acordado, muy bien, lo que él había aceptado, maldita fuera. Furioso, subió de un salto a lomos de la yegua, sujetando con fuerza las riendas para evitar que el repentino impacto la encabritara. Desde arriba, miró ceñudo a Lali, con la cabeza y el corazón acelerados. Ella, en cambio, lo miró serena, y por un instante, él se preguntó si había juzgado erróneamente la situación.

Pero sabía bien que no se equivocaba, y espoleando bruscamente a su montura, se perdió en la oscuridad de la noche. Ella podría dormir a pierna suelta, segura de que cumpliría su parte del trato hasta el final de sus días. Pero él no. Su promesa empezaba a asfixiarlo. 

Continuará..

+10 :o!!!!

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