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domingo, 5 de julio de 2015

CAPÍTULO 32



La señora Peterman lo recibió a la puerta de la finca de Rosewood con la misma mirada ceñuda de la primera vez. Con los brazos cruzados sobre el delantal sucio, lo miró recelosa.

—¿Está en casa la señorita Espósito? —preguntó él sin más saludo.

El ama de llaves no respondió de inmediato. Le miró la ropa, las botas e incluso el caballo que había dejado atado cerca.

—¿Lo espera?

—Lo dudo —respondió él con sequedad.

—Nunca sé quién va a venir a verla —protestó—. Casi me caigo de la silla, en serio, cuando ese gigante la trajo a casa. Dijo que iba a casarse con ella. Pobre señor Goldthwaite, con lo...

—Señora Peterman, ¿está Lali en casa? —la interrumpió.

Ella frunció el ceño.

—No, no está aquí.

A Peter le dio un bote el corazón; había llegado demasiado tarde.        

—El señor Goldthwaite se los ha llevado a ella y a los niños a Blessing Park —añadió bruscamente—. Si no le importa, tengo que preparar la comida de los pequeños —dijo, y cerró la puerta.

Peter giró sobre los talones y fue en busca de su caballo.


En Blessing Park, Jones lo llevó hasta la salita dorada, donde se paseó nervioso hasta que Agustín irrumpió en la estancia con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sin duda has venido a regañarme por marcharme de Londres tan inesperadamente —dijo riendo—. Eso o se ha muerto alguien —añadió risueño, cruzando la habitación a grandes zancadas para saludar a su amigo. Al acercarse, se esfumó su sonrisa—. Cielo santo, ¿ha muerto alguien de verdad? —exclamó.

Peter torció el gesto y negó con la cabeza.

—No. He venido... —Se interrumpió, incapaz de admitir que había ido a por Lali.

—¿Sí? —preguntó Agustín verdaderamente preocupado. Peter miró avergonzado al marqués de Darfield. Si había un aristócrata londinense que hubiese renunciado a todo por amor, ése era Agustín Sierra, y había luchado por lo suyo con entusiasmo. Sin embargo, a juicio de Peter, había sucumbido, de forma estrepitosa. Seguramente Agustín entendería la desesperación que él sentía.

—¡Madre mía!, ¿ha ocurrido algo? —quiso saber Agustín. Peter respiró hondo.

—¿Está aquí la condesa de Bergen? —preguntó. La confusión se dibujó en el rostro de Agustín. —Sí... ¿Le traes malas noticias?

—Supongo que eso depende de la perspectiva de cada uno —respondió Peter con sequedad—. He cancelado mi compromiso con Nina.

Agustín se quedó mirando a Peter, atónito. Luego, de pronto, se volvió hacia el carrito de las bebidas y sirvió dos whiskies.

—Me parece que ya lo entiendo —señaló mientras le pasaba a Peter un vaso.

—Deja que te lo explique...

Lo interrumpió la ruidosa entrada de Candela en el gabinete, sonriendo feliz.

—Cariño, ¿has...? —Se detuvo en seco en cuanto vio a Peter.

Ni él, ni Agustín, a juzgar por su risita, pasaron por alto el repentino cambio de actitud de Candela.

—Ah, excelencia, ha venido —dijo sin más.

—Me parece, cariño, que lo que has querido decir es que ha venido el libertino malvado y detestable —la corrigió Agustín acercándose despacio a ella.

Candela palideció visiblemente y le lanzó una mirada implorante a su marido.

—No tengo ni idea de a qué te refieres, Agustín. Si me disculpan... Llevo una pinta que doy miedo —señaló retrocediendo. Agustín la cogió por la mano y, en contra de su voluntad, se la acercó.

—Estás preciosa. —Le pasó un brazo firme por los hombros.

De pronto, Candela se ruborizó visiblemente y bajó la mirada. Agustín sonrió a un Peter desconcertado.

—Tú y yo nunca hemos tenido pelos en la lengua, Sutherland —dijo riendo—. Llevo varios días oyendo hablar de un imperdonable sinvergüenza. Por lo visto, eres tú.

—Entiendo —murmuró Peter.

Agustín sonrió aún más.

—Ahora entiendo por qué mi esposa se negaba a decirme quién era ese ser maligno. Sin duda temía que me pusiera de tu parte, porque los dos somos ovejas negras —señaló, y sonrió a Candela con adoración—. La boda se ha cancelado, cariño —le comentó y en seguida le tapó la boca con la mano para evitar que respondiera con un grito—. La condesa de Bergen está en la dehesa con mi jefe de jardineros, Withers —le comunicó alegre y, después de darle un beso en la sien a Candela, le destapó la boca.

—Ay, Peter —exclamó Candela y, suspirando, volvió a tratarlo como el amigo de toda la vida que era—, ¡cuánto lo siento! Pero más vale que te prepares. Lali, bueno, no habla... muy... bien de ti.

Peter asintió con la cabeza y apuró el whisky.

—Te aseguro que he venido bien preparado para luchar hasta la muerte —afirmó, y salió de allí mientras Agustín le daba a Candela un abrazo cariñoso que él no puedo evitar envidiar.

Al cruzar los jardines occidentales, pudo oír las risas de los niños. Cuando bajaba los escalones de piedra hasta el camino de gravilla salpicado de setos recortados, se le aceleró el corazón. Al final del camino, se detuvo para estirarse el cuello de la camisa, desesperado por poner en orden sus pensamientos. Mientras trataba de pensar, oyó la risa cantarina de Lali, que le robó el aliento literalmente.

Avanzó y se asomó por un seto alto sin que lo descubrieran los que estaban en la dehesa. Clavó los ojos en Lali.

Su ángel llevaba las viejas botas de piel, una camisa blanca de linón y unos pantalones que se ajustaban a sus curvas como un guante. Estaba preciosa. Llevaba el pelo recogido en una sola trenza y un sombrero ridículo adornado de muy diversas frutas. Sus mejillas algo coloradas, sus dientes blancos, su sonrisa perfecta. La pequeña Luz se colgaba de su pierna, y Withers, un hombre que tenía los puños como jamones, estaba a su lado, viendo cómo paseaban a un niño a lomos de un viejo rocín.

En los labios de Peter fue dibujándose una sonrisa al ver a Mateo, que lucía un nuevo par de gafas, correr al lado de Lali cuando le pidió que cogiera a Luz. Alaí estaba apoyada en la barandilla de la dehesa, sonriendo coqueta al mozo de cuadras que llevaba el rocín. El joven Cristobal colgaba de la barandilla por las rodillas, con la cabeza sólo a unos centímetros del suelo, gritando para que Lali lo mirara.

A lomos del animal iba Leo. Dijo algo que hizo que Lali soltara una sonora carcajada. Se acercó para ayudarlo a desmontar, revolviéndole el pelo con cariño cuando éste rechazó su oferta. Pero, en cuanto puso los pies en el suelo, le echó los brazos a la cintura para abrazarla.

Cielo santo, ya lo había olvidado.

Había olvidado lo que Lali significaba para aquella prole. Había estado tan absorto en sus propios deseos que había olvidado que Lali regalaba desinteresadamente a todos y cada uno de aquellos niños el tesoro del contacto humano. Lo había olvidado, y posiblemente no podría amarla más de lo que la amaba en aquel preciso momento.

Con el pecho henchido de orgullo, la observó un buen rato oculto tras los setos, verdaderamente conmovido por su habilidad para lograr que cada uno de los niños se sintiese especial. Cuando Withers al fin se llevó al rocín, entró Alaí y empezó a reunir a los otros niños. Lali le recordó que el cocinero les había prometido naranjas antes de que el señor Goldthwaite fuese a buscarlos. Los niños, charlando entre ellos, salieron en fila de la dehesa hacia los jardines mientras Cristobal los aterrorizaba con pinchazos estratégicos de su espada de madera. Peter se refugió tras los setos mientras pasaban. Lali se quedó atrás para recoger la muñeca y el libro que Luz y Mateo se habían dejado.

Cruzó la verja de la dehesa y pasó por delante de él.

Peter salió de detrás de los setos. La voz le falló un instante.

—Lali —la llamó.

Ella se detuvo en seco. El contuvo la respiración mientras ella levantaba la mirada al cielo, con los ojos llenos de conmovedora esperanza. El corazón de Peter se llenó de emoción cuando Lali se volvió despacio hacia él, buscándolo con la mirada entre las sombras de última hora de la tarde. Al encontrarlo, separó un poco los labios y los ojos se le pusieron como platos, como si no creyera lo que estaba viendo. Dios, era tan hermosa, tan vital, tan optimista, tan...

—No —susurró ella negando con la cabeza. Instintivamente, él alargó la mano para tocarla.

—Lali, yo...

—¡No! —volvió a decir ella, mirándolo fijamente como si fuese una aparición. Él bajó la mano.

—Sé que no esperabas esto —le dijo Peter sin alterarse, a pesar de lo alborotado que tenía el corazón.

Ella se lo quedó mirando, obviamente incapaz de descifrar su apariencia. Dijo una sola palabra:

—No.

Maldición, había planeado lo que diría y cómo lo diría, pero, en aquel instante, no era capaz de recordar una sola palabra. Miró indeciso a su alrededor, tratando desesperadamente de pensar.

Ella retrocedió, se alejó.

—Te deseo —le soltó él de pronto. Lali abrió mucho los ojos y, para sorpresa absoluta de Peter, dio media vuelta y se alejó, en dirección a los establos.

¿Por qué no podía respirar? ¿Qué se pensaba, que podía plantarse en la dehesa y soltarle aquello después de lo mal que lo había pasado? Ya era bastante que la hubiese pillado por sorpresa, sentirse inmediatamente desorientada por aquellos increíbles ojos verdes. Aún le palpitaba el corazón, tenía la boca seca. Era guapo, guapísimo, y acababa de agravar el dolor de su corazón. Era demasiado para ella, después de haber llorado hasta dormirse noche tras noche, añorándolo. ¡Había aceptado casarse con Máximo! Mientras se metía a ciegas en los establos, las lágrimas contenidas le hicieron un nudo en la garganta. ¡Podría matarlo por aquello!

La rabia de Lali se convirtió en miedo en cuanto descubrió que él la había seguido, pues su poderosa presencia llenó de inmediato el establo. Se llevó la mano al cuello, preguntándose si tendría que desabrocharse precipitadamente la camisa para poder respirar. A su espalda, él se aclaró la garganta:

—Eso no era en absoluto lo que quería decirte, créeme —se disculpó él.

Ella había enmudecido de asombro. Lo notaba a su alrededor, sabía que examinaba detenidamente cada centímetro de ella. Angustiada por la posibilidad de que él viera lo dolida que estaba, se abrazó con fuerza, con la confianza de que él no descubriera cómo le temblaba el cuerpo entero. Notó que él se acercaba aún más y sintió en la garganta un pánico creciente rayano en el delirio.

—Lali, por favor, mírame.

La suavidad de su voz la agitó como una brisa, y ella cerró la boca herméticamente, consciente de que la emoción la traicionaría si hablaba.

—Estás temblando.

La leve caricia de su mano en el hombro la abrasó como una llama. Se apartó bruscamente y, a trompicones, se alejó varios pasos de él.

—Sé que estás enfadada —añadió tranquilo.

No estaba enfadada, sino destrozada. No pudo evitarlo; lo miró furibunda.

—Enfadada no es nada al lado de lo que siento —cacareó ella, despreciándose de inmediato por sonar tan dolida.

Peter asintió despacio y miró pensativo al suelo, frotándose la nuca.

—No te mentí. En Londres, aquella noche... sentía todo lo que te dije —comentó en voz baja. Poco a poco fue levantando la mirada—. Me he enamorado de ti, Lali. Completa y desesperadamente. Pienso en ti a todas horas y sueño contigo por las noches. Quiero que estés siempre conmigo y, que Dios me asista, no creo que pueda vivir sin ti.

Parecía tan entusiasmado y sonaba tan sincero que Lali jadeó un poco, conmovida en lo más hondo de su alma. Pero no podía ser cierto. Por todos los santos, el hombre iba a casarse en cuestión de días..., antes de eso, ¡si había logrado convencer a Nina!

—Me dejas perpleja, excelencia —murmuró Lali con frialdad, consciente de que a Peter le dolía—. ¡Quizá me creas capaz de olvidar que le suplicaste a lady Nina que se fugase contigo después de aquella noche! —farfulló ella, furiosa—. «Un pie en el mar, otro en la orilla; jamás constante en nada.»

El semblante de Peter se oscureció.

—¿Quién te ha contado eso? —quiso saber, ignorando la puñalada poética.

—¡Ella! —gritó, y se le quebró la voz—. ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo pudiste amarme así si la amabas a ella? Claro que fui yo la que te lo suplicó, ¿no? —Rió histérica, casi atragantándose.

Peter se le acercó un poco, apretando y relajando alternativamente las manos junto a los costados.

—Lali, escucha bien lo que voy a decirte: te quiero a ti y a nadie más, más de lo que he querido a ninguna otra persona en toda mi vida. He venido a pedirte..., no, a rogarte... —Hizo una pausa y echó un vistazo alrededor—. He roto mi compromiso con Nina —dijo sin más—. No habrá boda.

Lali no pensaba que nada pudiera hacerle ya más daño, pero aquellas palabras la destrozaron. Las cuadras parecían echársele encima; no podía creerlo, ¡no quería hacerlo! Ay, Dios, ¿acaso no lo entendía? ¡Había llegado demasiado tarde! Él exploraba su semblante ansioso, tratando de evaluar su reacción. Lali no podía mirarlo; cerró los ojos con fuerza. Lo odiaba por haberle dicho lo único que había ansiado oír, la única cosa que podía partirle el corazón. Era demasiado tarde.

—Lo siento por lady Nina —se obligó a decir, y abrió despacio los ojos—, pero yo voy a casarme con Máximo.

Una rabia pura le ardió en los ojos verdes.

—¿Has oído una sola palabra de lo que he dicho? —bramó Peter.

Lali retrocedió.

—¿Qué querías que hiciese? ¿Esperar a que me concedieras algún momento robado de vez en cuando? ¿Que merodeara por Londres con la esperanza de verlos de refilón a ti y a tu esposa en alguna reunión vespertina? —gritó ella.

—No me contraríes. En mi deseo de encontrarte y solucionar este asunto, he estado a las puertas del infierno y he vuelto. La ruptura de mi compromiso ha sido lo más difícil que he tenido que hacer en toda mi vida, pero ¡lo he hecho porque te quiero! —bramó.

—¡No soy imbécil! —chilló ella.

Peter frunció los ojos y se dispuso a acercarse a ella, ocultando su potencia muscular bajo la elegancia casi felina de sus movimientos. Lali retrocedió varios pasos,

—Voy a casarme con Máximo y tú no vas a impedírmelo —se oyó decir—. ¡Es lo único que puedo hacer ahora!

—¡Me parece que estás completamente sorda! ¡He dicho que te quiero! Jamás le he dicho eso a ningún otro ser humano! ¿Acaso no me oyes?

Lo oía perfectamente y, si volvía a decírselo una vez más, iba a tener que suplicarle una tregua y tumbarse en una cuadra hasta que el corazón dejase de palpitarle de aquella manera. Ojalá supiese cómo le roían las entrañas esas palabras, cuánto había deseado que él la amara. Ya estaba sentenciada a una vida infernal, consciente de que el deseo de él la perseguiría, y de pronto él se proponía torturarla con declaraciones sin sentido.

—Te he oído —dijo ella, conteniendo un sollozo—. Pero es demasiado tarde, ¿es que no lo entiendes? Es tardísimo y no puedo evitar preguntarme por qué... ¿Por qué ahora? Cielo santo, ¿por qué ahora? Vuelve a Londres y busca a otra mujer que te entretenga...

—No puedo —susurró él—. Por desgracia para los dos, al parecer, eres tú la mujer a la que quiero.

—¡Quieres que sea tu amante! Me dijiste que solucionarías lo nuestro y yo creí..., pero ¡luego le pediste a ella que se fugase contigo!

—Te deseaba a ti entonces como te deseo ahora, Lali... Te quiero siempre a mi lado, en mi mesa, en mis brazos, durmiendo junto a mí —dijo entusiasmado.

—¡Pero se lo pediste a ella!

Aunque parecía imposible, el semblante de Peter se oscureció aún más.

—¡Sé muy bien lo que le pedí! —espetó—. En un momento de indecisión, debía saber si ella podría llenarme el alma...

Lali gimió y le dio la espalda, falta de aire, pero Peter prosiguió testarudo.

—Por todos los santos, Lali, había demasiadas cosas en juego. Otros dependían de mí, necesitaban que yo los dirigiese, que sentara precedentes. P-pero n-no... no puedo estar sin ti. Ahora lo sé, pero ¡me ha costado tomar esta decisión!

Cuando empezó a asimilar la importancia de lo que Peter había hecho, Lali se presionó el abdomen con ambas manos.

Las reformas. Por todos los santos, había puesto en peligro el peso de su figura en una reforma económica tan fundamental, una reforma que Rosewood tanto necesitaba para sobrevivir, que beneficiaría a los niños, a otros como ellos... No, no podía permitir que eso sucediese. No podía hacerse responsable de eso cuando tantos otros...

De pronto Peter la cogió por la espalda y la estrechó contra su pecho. El sobresalto la dejó sin aliento y tuvo que tomar una bocanada de aire mientras él le acariciaba el cuello con su rostro, haciendo estallar en su interior una oleada de inoportuno deseo.

—Déjame aliviar tu tristeza, mi vida. Permíteme acabar con tu sentimiento de culpa —le susurró él con la voz ronca.

Aquel uso mordaz del poema que ella le había enviado en su momento más oscuro fue su perdición; se tragó un violento sollozo y se volvió entre sus brazos para mirarlo. Él le cogió la cara con las manos y la miró intensamente a los ojos.

—No voy a volver a perderte —le susurró, y la besó con pasión, devorando sus labios. Ella se rindió en seguida, abandonándose a él por completo. Se sintió invadida de amor y deseo, y respondió con la intensidad de aquellas poderosas emociones, buscándolo a tientas, hasta que sus pensamientos empezaron a nublarle la pasión. Su conciencia no le permitía abandonarse del todo a él; se le pasaban por la cabeza imágenes de Máximo, del reconocimiento de la importancia de Peter en la Cámara de los Lores. La pasión empezó a remitir, a descender como la marea hasta permitir que se filtrara el sentimiento de culpa. De repente, se zafó de él, meneando la cabeza.

—No pares —le dijo él al oído con voz ronca.

—No deberías haber venido aquí —le susurró ella. Notó cómo se agarrotaba.

Hastiado, apoyó la frente en la de ella, con la respiración entrecortada.

—No puedo estar contigo, Peter. Debes marcharte.

Al oír aquello, él dio un respingo.

—Jamás —espetó con aspereza.

No, nunca, por favor, Dios, nunca, rogó ella en silencio, pero lo empujó suavemente del pecho.

—Quizá aún no sea demasiado tarde. Si vuelves a Londres...

—¿Qué demonios estás diciendo? —inquirió él.

—No puedo estar contigo —repitió ella con voz temblona.

Peter bajó los brazos despacio. Lali se apartó y se apoyó en la pared de una cuadra, combatiendo la necesidad imperiosa de arrojarse de nuevo en sus brazos. Había demasiado en juego. Él la miraba receloso, incrédulo. Pero debía creerla.

Giró sobre sus talones y salió de las cuadras, cegada por las lágrimas.


Lali terminó en el salón favorito de Candela. Como un animal salvaje, se paseaba por entre los cestos de costura, los libros y las revistas esparcidos por el suelo, llorando a veces y reprimiendo una angustia devastadora otras. Ay, Dios, ¿por qué había tenido que volver y liarlo todo de aquella manera? No, no, se recordó furiosa, el único lío era el que ella tenía en la cabeza. Bartolomé había firmado ya el acuerdo prematrimonial, ya había enviado por correo las amonestaciones. ¿Qué iba a ser de Máximo? Cielo santo, ¿cómo iba a poder mirarlo a la cara después de haber oído la declaración de amor de Peter? ¿Cómo iba a acostarse con él la noche de bodas? Apenas faltaban unos días para aquel acontecimiento colosal... En aquel preciso momento, él estaba en Portsmouth, preparando el barco para llevársela a Baviera. Para llevársela lejos de Peter.

Con un sollozo, Lali se volvió hacia las ventanas que daban a los jardines. Baviera. Donde despertaría todas las mañanas con el recuerdo de las palabras de Peter: «Te quiero a ti y a nadie más, más de lo que he querido a ninguna otra persona en toda mi vida». Gimió a causa de un dolor intenso.

Cuando se abrió la puerta despacio, Lali se volvió de pronto, temiendo que fuese Peter y ella perdiera la razón por completo. Pero era Candela la que entraba, haciendo equilibrios con una bandeja en la que llevaba un gran jarro y dos picheles. Lali se limpió rápidamente las lágrimas de la cara mientras su amiga dejaba con cuidado la pesada bandeja sobre un taburete. Candela se arrodilló junto al taburete sin mirarla.

—Agustín ha enviado al señor Goldthwaite a Rosewood con los niños —le dijo en voz baja—, y Alexa está en la cama.

Lali no respondió, temiendo desmoronarse si lo hacía.

Candela llenó de cerveza uno de los picheles y se lo pasó a su amiga con una sonrisa cariñosa.

—Es mi favorita. Quizá el whisky te parezca más apropiado en estos momentos, pero no entra tan bien.

Lali no podía moverse; se quedó mirando fijamente el recipiente.

—No es asunto mío, pero supongo que las cosas no han ido muy bien —dijo, y señaló el pichel con la cabeza.

Lali cruzó la sala despacio, se arrodilló enfrente de Candela y cogió el pichel.

—Ha cancelado su compromiso —dijo sin más preámbulos, y dio un sorbo largo al pestilente líquido.

Candela se sirvió un pichel para ella y se instaló en el suelo, apoyada en un mullido sofá.

—Me lo ha dicho Agustín.

Lali se apoyó en los talones, encaramó el hombro en el sofá y miró el pichel.

—Dice que me ama. —Casi se ahogó al pronunciar aquellas palabras.

Mientras analizaba lo que acababa de oír, la marquesa de Darfield dio un buen trago a su cerveza.

—Yo creo que debe quererte mucho para hacer lo que ha hecho. Ha tenido que ser muy difícil para él.

—¿El qué, venir aquí ahora, cuando ya es demasiado tarde? —preguntó Lali con amargura.

Su amiga esbozó una sonrisa y meneó la cabeza.

—No, lo que creo que ha tenido que ser difícil es romper su compromiso y arriesgar todo lo que ha conseguido con su esfuerzo.

Para disimular lo culpable que se sentía de aquello, Lali dio otro sorbo a su bebida.

—En cualquier caso, nunca he creído que la amara —prosiguió Candela—. Yo creo que confiaba en que lo haría, pero... entonces te conoció a ti. Lo que ocurre es que no era el momento más oportuno.

—¡El momento no podía ser peor! —gimió Lali, y bebió más. Al cabo de unos minutos, soltó—: ya es demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde? ¿Por qué es demasiado tarde?

—¿Ya lo has olvidado? ¡Tengo que casarme con Máximo!

—No tienes que hacer nada. Aún no te has casado, ¿cómo puede ser demasiado tarde? —insistió la joven aristócrata.

—¡Porque sí!

—No, no lo es —disintió su amiga.

—¿Qué propones?—inquirió Lali, recelosa.

Candela soltó una carcajada y se bebió la cerveza antes de hablar.

—Tú no quieres a Máximo, ¿no? ¡Ni se te ocurra intentar convencerme de lo contrario! ¡Es más que obvio!

—¿Ah, sí? Bueno, aquella noche en Londres, cuando fui a tu casa, ¡te pareció que estaba loca por él! ¡Tan obvio te parecía entonces! —contraatacó triunfante Lali, que empezaba a marearse un poco.

Candela dio una sacudida brusca con la cabeza y miró imperiosa hacia el fuego.

—He tenido ocasión de observarte detenidamente desde entonces...

—Querrás decir que has tenido ocasión de oírme llorar mis penas.

Su amiga soltó una carcajada en el pichel.

—¡Vale, es cierto! Pero tú me lo has contado todo, y lo que quiero demostrarte es que amas a Peter, Lali, ¡no a Máximo! ¡Y Peter te ama a ti! Tanto que ha puesto fin a un compromiso importante, ha roto una poderosa alianza familiar y ha dejado atrás todos sus logros en la Cámara de los Lores. Por consiguiente, ¡no es demasiado tarde! —Candela alzó su pichel y concluyó la disertación con una floritura.

Lali rió y alzó impulsivamente el suyo para brindar con su amiga. Las dos se dejaron caer a la vez en el sofá, presas de un ataque de risa. Al cabo de un rato, la duquesa se tranquilizó y suspiró con tristeza.

—Dejando a un lado, de momento, el que siempre se sentiría mancillado por mi presencia si yo aceptara tu propuesta, no puedo hacerle eso a Máximo.

Candela no dijo nada en un buen rato.

—¿Crees que querría casarte contigo si supiese que amas a otro? —preguntó al fin.

Mientras miraba su pichel de cerveza, Lali se encogió de hombros.

—Lo sabe. No le importa. Fue parte de nuestro acuerdo —dijo ella en voz baja—. Su afecto a cambio de mi respeto. Eso es todo lo que quiere de mí.

Candela la miró con escepticismo.

—¿En serio? Quiero decir que, aunque lo haya dicho, ¿tú crees que de verdad lo piensa?

Lali no respondió en seguida. Apuró su pichel y se sirvió otro.

—Da igual —dijo resuelta—. Yo respeto a Máximo y no puedo dejarlo tirado.

—Pero ¿y qué pasa con Peter? —preguntó Candela mientras rellenaba su alto vaso.

—¡No lo sé! —exclamó Lali—. ¡No quiero que lo arriesgue todo! Es demasiado importante... Inglaterra necesita un hombre como él. Pero... pero me dice cosas que me hacen... desearlo —confesó, avergonzada.

Candela rió.

—¿Lo deseas por lo que te dice y no por sus... por sus pies?

Animada por la cerveza, Lali rió.

—Tiene los pies grandísimos, ¿te has fijado?

Su amiga asintió con la cabeza.

—Casi tan grandes como la cabeza —le susurró con voz grave.


Las carcajadas de las dos mujeres resonaron por toda la estancia y pasaron las primeras horas de la noche detallando todos los defectos de Peter. Cuando casi habían agotado el tema, pidieron otro pichel de cerveza y empezaron a sacarle defectos a Agustín. Y luego a todos los hombres en general.

Continuará...

+10 ;)!!

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