CAPÍTULO VEINTISEIS

—¿Te encuentras mejor? –le preguntó Pablo a la mañana siguiente—. Julia me ha dicho que estuvieron hablando de Carol Whitworth y que te pusiste enferma.

Lali, muy pálida, le tendió una hoja de papel sin decir palabra. Pablo leyó rápidamente y después la miró asombrado.

—¿Qué te vas por motivos personales? ¿Qué diablos…? ¿Puedes aclararme esos motivos?

—Philip Whitworth es un pariente lejano mío. No he sabido hasta ayer que Carol Whitworth es la madre de Peter.

Pablo se incorporó en su asiento, asombrado.

—No entiendo nada. ¿Por qué me dices esto?

—Porque me has preguntado mis razones para abandonar la empresa.

—Bien. Eres pariente del segundo esposo de su madre, ¿y qué?

Lali, que no esperaba tantas preguntas, se dejó caer pesadamente en una silla.

—Pablo, ¿es que no se te ocurre que siendo pariente de Philip podría estar espiando?

Pablo le lanzó una mirada inquisidora.

—¿No has estado espiando?

—No.

—Pero, ¿te pidió Philip que lo hicieras?

—Sí.

—¿Y tú accediste?

—En un principio, sí, pero cuando llegó el momento de la entrevista, cambié de opinión. No me hubieran contratado a no ser por… —y a continuación le relató su primer encuentro con Peter—. Y al día siguiente tú me entrevistaste y me ofreciste el puesto –concluyó—. Yo quería estar cerca de Peter, y como sabía que trabajaba en este mismo edificio, acepté el trabajo. Pero te aseguro que no le he pasado ningún tipo de información a Philip.

—No puedo creerlo –murmuró Pablo, llevándose la mano a la frente—. Pero en cualquier caso, no estoy dispuesto a permitir que abandones.

—Pero, ¿qué dices? ¿No tienes miedo a que filtre la información a Philip?

—No, porque estoy seguro que no vas a hacerlo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Es cuestión de sentido común. Si fueras a espiar, no me habrías contado que eres pariente de Whitworth. Además, estás enamorada de Peter, y él también está enamorado de ti.

—No creo que él me ame –respondió Lali con aire ingenuo—. Y aunque me ame, en cuanto descubra quién soy, querrá tenerme lo más lejos posible. Querrá saber por qué solicité trabajo en Lanco, y aunque yo le quisiera contar una mentira, diciéndole que ha sido una mera coincidencia, jamás me creería.

—Mira, Lali, una mujer puede confesar cualquier cosa a un hombre que ama si sabe elegir el momento adecuado. Espera a que Peter regrese, y entonces…

Lali negó enérgicamente con la cabeza.

—No va a poder ser, Pablo.

—Si dejas el trabajo ahora, no voy a poder darte buenas referencias.

—No las esperaba.

Pablo la siguió con la mirada y, después de permanecer varios minutos pensativo, cogió el teléfono  y marcó un número.

En la gran sala de juntas donde varios hombres de negocios se sentaban a discutir, una secretaria se acercó a Peter discretamente.

—Señor Lanzani… Siento molestarle, señor, pero el señor Pablo Martínez le llama por teléfono y dice que es muy urgente…

Peter se levantó apresuradamente y siguió a la secretaria, que le dejó solo en su despacho.

—Hola, Pablo. ¿Ocurre algo?

—No, nada. Es que necesito tu consejo.

—¿Un consejo? ¿Y para pedirme un consejo me interrumpes en medio de una reunión importantísima?

—Ya sé, ya sé. Seré breve. El nuevo jefe de ventas que he contratado puede empezar a trabajar con nosotros dentro de tres semanas exactamente.

Peter murmuró un juramento entre dientes.

—Me parce muy bien, ¿y qué?

—Te llamó para saber si te parece bien que entre a trabajar en esa fecha o si preferirías que esperase hasta cuatro semanas, como habíamos acordado al principio. Yo…

—¡Esto es lo último! –le interrumpió Peter furibundo—. Me trae sin cuidado cuando empiece, y tú lo sabes perfectamente. ¿Qué quiere empezar en tres semanas? Pues que empiece en tres semanas. ¿Hay algo más?

—No, nada más –replicó Pablo sin inmutarse—. ¿Qué tal Chicago?

—¡Pues mira, hace mucho viento! –gritó Peter—. Oye, si me has sacado de la reunión sólo para preguntarme…

—Está bien, lo siento. Ya te dejo. Ah, a propósito, Lali me ha presentado su dimisión esta mañana.

Peter recibió la noticia como una bofetada en pleno rostro.

—Hablaré con ella el lunes, cuando vuelva.

—No vas a poder. Su dimisión se ha hecho efectiva inmediatamente. Creo que mañana mismo vuelve a Missouri.

—Debes estar abandonando tus viejas tradiciones –dijo Peter con sarcasmo—. Normalmente, cuando ellas se enamoran de ti tienes que trasladarlas a otras secciones para quitártelas de encima. Por lo visto, Lali te ha ahorrado la molestia.

—Lali no está enamorada de mí…

—Ese es problema tuyo, no mío.

—¡Y un cuerno! Querías llevártela a la cama a toda costa, y como ella se ha negado, la has hecho trabajar hasta el agotamiento. Sabiendo que está enamorada de ti, la has hecho coger recados de otras mujeres y…

—¡A Lali yo no le importo nada! –replicó Peter furioso—. ¡Y además no tengo tiempo para ponerme a hablar ahora de ella contigo!

Peter colgó de golpe y entró dando grandes zancadas a la sala de juntas, donde le esperaban siete hombres impacientes, ya se habían acordado previamente no atender ninguna llamada si no se trataba de un caso de extrema urgencia.

—Pido disculpas por la interrupción, pero mi secretaria ha dado demasiada importancia a un problema y ha efectuado la llamada.

A partir de entonces, Peter hizo vanos esfuerzos por concentrarse en lo tratado en la reunión, pero su imaginación volaba constantemente hacia Lali.

Continuará...