Capítulo DIEZ y ONCE



—Luz: ¿Y dónde vamos a ir ahora, tío Peter? —preguntó, dando un buen mordisco a la hamburguesa.

Peter sacó la lista que había escrito del bolsillo de atrás del pantalón.

—Peter: Veamos, hemos ido a la floristería, al almacén de construcción,...

—Aleli: Tío Peter, ¿qué vas a hacer con todos los listones de madera que has encargado? —preguntó, metiéndose una patata frita en la boca.

—Peter: Vamos a construiros un cuarto de juegos.

Los ojos de Aleli se abrieron como platos.

—Aleli: ¿De verdad? —dijo la niña con incredulidad.

—Peter: De verdad. Pero antes —explicó echando un vistazo al reloj—, tenemos que limpiar bien el sótano. ¿Creen que poder echarme una mano?

Aleli y Luz intercambiaron una mirada.

—Luz: Sí, tío Peter —dijo, hablando por las dos.

—Aleli: Te queremos ayudar —añadió.

—Peter: Pero no lo podemos hacer todo en un día —advirtió—. Tardaremos varias semanas de trabajo duro después del colegio.

—Aleli: No nos importa, tío Peter, somos buenas trabajadoras —aseguró.

—Peter: Bien.

Peter continuó repasando la lista. Desde la conversación de la noche anterior con Lali, había una idea que no dejaba de rondarle por la cabeza, pero antes tenía que hablarlo con las niñas.

—Peter: Niñas, ¿saben si su madre usa alguna vez el otro garaje que hay en la parte posterior de la casa?

—Luz: ¿Te refieres a ese edificio que antes se usaba para caballos o carruajes o algo así? —preguntó.

—Aleli: Sí, ése que no nos dejan ir nunca.

—Peter: Ese mismo.

El edificio para carruajes se había construido hacía muchos años, en la época en que aún no había coches, y no lo utilizaba nadie. Peter sabía que Pablo y Lali alguna vez habían pensado en convertirlo en un taller, pero nadie había hecho nada y todavía continuaba vacío.

La noche anterior, tumbado en la cama del cuarto de invitados y sin poder dormir, Peter se levantó y se acercó a la ventana. Al ver el edificio desocupado, se le ocurrió la idea.

—Luz: No, no lo usamos para nada —dijo con la boca llena de patatas fritas.

Peter sonrió, y bebió un sorbo de refresco.

—Aleli: Tío Peter —empezó despacio—. Luz y yo queríamos pedirte una cosa.

Peter miró a las dos niñas y se dio cuenta de que era algo importante, así que se metió la lista en el bolsillo y les prestó toda su atención.

—Peter: Claro, cielo —dijo—. ¿De qué se trata?

—Aleli: Veras, el fin de semana que viene es Halloween, y nos gustaría... hemos pensado que tú podrías llevarnos al festival del colegio.

—Luz: Sí, tío Peter —continuó—. Es el viernes por la noche, y mamá normalmente está muy cansada para llevarnos.

—Aleli: Y, además... —empezó, intercambiando una mirada con su hermana. Una mirada que decía más que mil palabras—. El señor Malbicho ha invitado a mamá a la fiesta porque es en el colegio, y él es el organizador, pero nosotras no queremos ir con él. ¿Podemos ir contigo? ¿Por favor? ¿Por favor? ¿Por favor?

—Luz: Preferimos quedarnos en casa antes de ir con él —aseguró en tono desafiante, cruzando los brazos delante del pecho.

Aleli asintió con la cabeza.

Peter se acomodó en el banco, abrió los brazos y rodeó con ellos los hombros de las dos niñas. Ya se ocuparía de la cita de Lali con Benjamín más tarde, pensó. En ese momento lo más importante era tranquilizar a las niñas.

—Peter: En primer lugar, las llevaré a donde quieran ir, siempre y cuando tengan el permiso de su madre. Y en segundo lugar, con el señor Amadeo no tienen que ir absolutamente a ningún sitio que no quieren, ¿entendido?

Viendo la expresión preocupada de Aleli, Peter se dio cuenta de que la niña estaba asustada otra vez, y maldijo a Amadeo para sus adentros.

—Peter: Niñas, escuchen con atención. Si el señor Amadeo quiere llevarnos a algún sitio, o hacer algo con ustedes que no quieran, sólo le tienen que decir «muchas gracias, señor Amadeo, pero vamos a ir con nuestro tío Peter».

—Aleli: ¿Y si se enfada con nosotras, tío Peter? —susurró, presa de pánico—. A mí siempre me riñe por todo.

El instinto de protección que sentía Peter hacia las niñas no tenía límites, y si el subdirector del colegio no dejaba de asustarlas, iba a tener con él algo más que palabras. Estaba harto de aquel hombre. Y sabía, después de hablar con Lali la noche anterior, que seguramente también tenía a la pobre Lali medio arrinconada. A fin de cuentas era su jefe, y probablemente tuviera la potestad para despedirla. Pero ¿por qué no lo había sospechado antes?

Además, Lali apenas tenía experiencia con los hombres, excepto con él y su hermano. Siempre, incluso cuando era una joven estudiante, Lali había sido una persona seria que sabía lo que quería de la vida, y eso no era precisamente salir con un montón de hombres.

¿Cómo podía esperar él que Lali viera al imbécil de Amadeo por lo que realmente era? ¿O qué se diera cuenta de que sólo le estaba enseñando la parte de él que quería dejarle ver? Quizá era el momento de enseñarle a Lali quién era el verdadero Amadeo, pensó Peter.

No, decidió pensándolo mejor. Probablemente sería mucho más acertado dejar que fuera el mismo Amadeo quién revelará su verdadera personalidad. Eso sí, bajo la atenta vigilancia de Peter.

—Peter: Niñas, mientras el yo esté vivo, nunca tendrán que preocuparse por nada, ¿entendido? —dijo, alzando primero la barbilla de Luz y después la de Aleli.

—Luz: Entendido, tío Peter —dijo, echándole los brazos al cuello.

—Aleli: Te queremos, tío Peter —añadió, imitando a su hermana.

—Peter: Y yo las quiero a las dos. Un montón. Pero no quiero que vuelvan a preocuparse por ese señor Amadeo. Les prometo que yo me ocuparé de él. Si todo va bien, creo que no volverá a salir con su madre.

Capítulo ONCE

Eran casi las cuatro y media de la tarde cuando Lali llegó por fin a casa.

Agotada después de pasar el día de un sitio para otro, estaba muerta de hambre, le dolía la cabeza, y lo único que quería era quitarse la ropa, ponerse el pijama, y desplomarse en el sofá para no hacer absolutamente nada.

La casa estaba relativamente en silencio, pero se podían oír las voces de Peter y las niñas a través de los conductos de ventilación, y Lali supo que estaban en el sótano haciendo algo.

—Lali: Ya estoy en casa —gritó, acercándose a la puerta del sótano.

Al no obtener respuesta, continuó descargando el coche y dejó que las niñas y Peter siguieran con lo que estaban haciendo.

Cuando estaba dejando la última bolsa de comida en la encimera de la cocina, sonó el timbre de la puerta. Lali fue a abrir.

—¿Señora Lanzani? —preguntó el joven uniformado que acababa de llamar—. Traigo algo para la señora Lali Lanzani.

—Lali: Yo soy Lali Lanzani.

El joven sonrió y le entregó una caja blanca alargada.

—Necesito que me firme esto —dijo el joven entregándole un cuaderno.

Lali frunció el ceño. Era la caja de una floristería, y no tenía ni idea de quién podía enviarle flores.

—Lali: ¿Estás seguro de que son para mí? —preguntó, mirando la tarjeta de nuevo.

—Sí, señora. Esta es la dirección, y esto es para usted. Si quiere firmar, por favor.

—Lali: Claro.

Lali le sonrió, firmó y buscó una propina en el bolsillo del pantalón. Encontró un billete de un dólar, que entregó al joven dándole las gracias. Después cerró la puerta. Nadie le había enviado flores desde que estaba en el instituto.

Cuando llegó a la cocina, Lali dejó la caja en la mesa y abrió la tarjeta.

"Lali, estoy impaciente por que llegue esta noche. Pasaré a recogerte a las seis. Tenemos mesa reservada para las siete. Peter"

—Lali: Mesa reservada? —musitó, mirando la tarjeta.

Eso significaba un buen restaurante, nada que ver con los garitos de comida rápida a los que estaba acostumbrada a ir con las niñas, y para los que nunca se hacía una reserva. Además un buen restaurante significaba que se tenía que arreglar. Aunque hacía años que no había estado en un restaurante elegante, sabía que no podía ir en vaqueros y camiseta.

Lali levantó la tapa de la caja y se quedó boquiabierta.

—Lali: Oh, cielos —susurró, mirando la docena de rosas blancas que había en su interior.

Una docena perfecta. Tomó una rosa por el tallo, aspiró su fragancia y la apretó contra el pecho. Ni siquiera era capaz de recordar cuando había sido la última vez que alguien le había regalado rosas blancas, sus favoritas.

Y Peter había recordado, al cabo de tantos años, que una vez ella le comentó que sus flores favoritas eran las rosas blancas, las flores que ella consideraba las más románticas.

Que Peter se hubiera acordado de algo tan insignificante le llegó al corazón.

Aún con la hermosa rosa junto a su corazón, Lali sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Era el detalle más dulce y romántico de su vida. Al oler la rosa de nuevo, se dio cuenta de que si Peter se había molestado tanto para que su primera cita fuera especial, lo mínimo que podía hacer ella era arreglarse.

Eran casi las cuatro y media, y Peter decía en la nota que la recogería a las seis. Si quería estar lista, iba a necesitar un poco de ayuda.

Corriendo sacó un jarrón del armario, lo llenó de agua fría, y colocó la docena de rosas blancas en él. Después lo dejó en la mesa delante de la ventana, y salió corriendo a la habitación de su madre.

—Lali: ¿Mamá? —llamó suavemente, y abrió la puerta.

—Julia: Por fin has vuelto —dijo su madre sonriendo, dejando el libro que estaba leyendo encima de la cama.

—Lali: Sí, les he traído las películas, y les he dicho a las niñas que pueden encargar la pizza.

Lali titubeó un momento antes de continuar.

—Julia: Mamá ¿puedes ayudarme a encontrar un vestido o algo de ropa para esta noche? —preguntó, entrando en el dormitorio—. ¿Y ayudarme a hacer algo con este pelo? —añadió, sujetando un mechón de pelo negro con la mano.

—Julia: Querida, creía que nunca me lo pedirías.

Julia se levantó de la cama y tomó la mano de su hija.

—Julia: Ven, querida. Entre las dos te dejaremos irresistible.

Lali suspiró y dio gracias por poder contar con la ayuda de su madre.

Continuará...