BIENVENID@S - YA PODÉS DESCARGAR EL NUEVO BONUS "El Camino Del Sol" - Twitter @Fics_Laliter - Correo: Ficslaliter123@gmail.com

lunes, 22 de junio de 2015

CAPÍTULO 10



Rosewood, cuatro meses después…

Gastón avanzó despacio por el estrecho pasillo en dirección al gabinete, temiendo su encuentro con Bartolomé. La llamada de su tío nunca era una buena noticia y estaba seguro de que aquella vez tenía que ver con Lali. Seguro que sí; casi se habían quedado sin fondos y los beneficios anuales de la cosecha de maíz habían sido menores de lo esperado. Si no se equivocaba, y conocía bien a su tío, sólo podía haber una razón para aquel repentino encuentro familiar.

Entró en el gabinete, donde Bartolomé estaba sentado, como siempre, delante del fuego. Lali intentaba acabar con el desorden que lo rodeaba.

—Al menos, acudes a la reunión —gruñó el hombre.

—¿Qué pasa, tío? —suspiró Gastón, y se acercó cojeando a la chimenea.

—Tengo noticias —masculló éste irritado mientras se servía un coñac—. Hay un fideicomiso que revierte en Gastón cuando cumpla veintiún años —anunció con brusquedad.

¿Un fideicomiso? ¡No había fideicomiso! El instinto premonitorio de Gastón empezó a agudizarse.

—¿Cómo dices? —preguntó con calma—. ¿De qué fideicomiso hablas?

—No te alteres. No es nada sustancioso, sólo una pequeña cantidad que tu padre apartó para ti, el muy...

—¿Y por qué nadie me lo ha comunicado hasta ahora? —inquirió Gastón, su mal presentimiento de pronto transformado en indignación.

—Bueno, como no podías tenerlo antes de cumplir los veintiuno, no me pareció necesario.

Gastón estaba a punto de decirle lo que era necesario, pero Lali lo sorprendió con una sonora carcajada.

—¡Qué gran noticia! ¡Ay, Gastón, así tendrás dinero para invertir, que era lo que querías! —Sonriente, se volvió hacia el hombre—. ¿Cuánto es, tío?

—Cinco mil libras —susurró él. Lali se llevó las manos al pecho.

—¿Cinco mil libras?

—Pero lo he cogido prestado —señaló su tío descaradamente.

Un silencio absoluto inundó la estancia mientras Bartolomé sorbía su coñac como si nada.

—¿Que lo has cogido prestado? —dijo Gastón al fin.
—¡Por todos los santos! Necesitaba algo con lo que llevarla a Londres, ¿no? —espetó Bartolomé—. ¿Acaso crees que una Temporada social se prepara con una condenada canción?

Gastón tardó un poco en entender lo que su tío decía. Miró a Lali, completamente pasmada.

—¡Oh Dios! —bramó, y su alarido resonó en toda la casa—. ¿Qué has hecho?

—Lo que haría cualquier hombre en mi situación —señaló éste sin más, y dio media vuelta.

La rabia estalló en el pecho de Gastón, que cruzó la estancia detrás de su tío, dispuesto a agarrarlo por el rechoncho cuello. Lali se interpuso entre los dos, haciéndole perder el equilibrio y caer de espaldas.

—¿Está todo el mundo loco en esta bendita casa? —gritó Bartolomé y, estirándose la solapa, levantó el vaso de coñac con la intención de dar un sorbo. Pero Gastón volvió a abalanzarse sobre él, le quitó el vaso de un manotazo y derramó su valioso contenido sobre la ajada alfombra.

—¡Por Dios que no lo contarás si vuelves a ponerme la mano encima! —rugió Bartolomé, e intentó levantarse de su silla.

—¡Basta ya, basta ya! —gritó Lali, y obligó a Bartolomé a sentarse de nuevo—. ¡Gastón! ¡Lo que ha hecho, por malo que sea, no justifica la violencia! ¡Y tú, tío! —espetó, mirando a su corpulento tío con idéntico acaloramiento—. ¡Más vale que puedas explicar por qué le has robado la herencia a Gastón!

—¡No se la he robado! ¡Soy su tutor legal! ¡Tengo todo el derecho y motivos más que suficientes! —gritó, y miró desconsolado al trozo de la alfombra donde había caído su vaso de coñac—. ¿No ven que necesitamos fondos? Este reducto del infierno no produce un condenado tallo de trigo —protestó, señalando hacia la ventana y a la finca de Rosewood que se encontraba al otro lado.

—¡Me has robado! —replicó Gastón con desdén, conteniendo apenas la rabia.

—¡Soy yo el albacea de esta finca, no tú! —se defendió Bartolomé—. ¡Yo decido lo que hay que hacer! No tienes ni idea de la presión a la que estoy sometido, con toda esa panda de desgraciados...

—¡Tío! —estalló Lali.

Su tío gruñó irritado y se asomó por encima de la silla para coger el vaso del suelo.

—¿Qué has hecho con el dinero? —inquirió el joven, haciendo un gran esfuerzo por mantener la voz baja.

—Ya te lo he dicho. —Bartolomé se encogió de hombros y alargó la mano para coger la botella de coñac.

Lali le arrebató el recipiente de vidrio y se apartó en seguida de su alcance, apretándolo con fuerza contra el pecho. Bartolomé le hizo una seña furiosa para que se lo devolviera.

—No voy a tolerar insolencias, Lali.

—¿Qué has hecho con él? —inquirió Gastón.

Su tío le lanzó una mirada de odio.

—He contratado a una modista para la tonta de tu hermana, le envié una cantidad a mi buen amigo Dowling para reservar una casa en Londres para la Temporada social y, como dicen, eso es lo que hay.

—¿Una modista? —exclamó Lali.

—Ya me has oído —murmuró Bartolomé, e hizo de nuevo un gesto para que le devolviera el coñac, pero Lali tenía presa la botella—. ¡No pensarías que iba a casarte con ese idiota de Goldthwaite! ¡Ese zopenco no aportaría a esta casa más de un condenado chelín!
—¿De qué estás hablando? ¿La has comprometido? —preguntó Gastón.

—No, no la he comprometido —bufó Bartolomé—. ¡Aún no! Pero le voy a proporcionar una Temporada social en Londres y allí le encontraré un buen marido. ¿Acaso pensabas que podíamos seguir así eternamente? ¿Y dejar que la ronden tipos como Goldthwaite? ¡Por todos los santos! Tenía que encargarme del asunto personalmente. La mando a Londres ¡y esta vez no lo echará todo a perder! —bramó.

Gastón se tambaleó hasta una silla, se dejó caer en ella y miró a Bartolomé, desesperado. Sabía que aquello iba a suceder, pero no con su dinero, ¡un dinero que ni siquiera sabía que tenía! Era consciente de que Lali debía casarse. Con lo difícil que era mantener Rosewood, no quedaban muchas opciones. Pero siempre había querido ser él quien le buscase un buen marido. Lali quería casarse por amor, se lo había dicho más de una vez, y quería ser él quien encontrara a ese hombre al que su hermana pudiese amar. Bartolomé la entregaría al mejor postor.

—¡Tío, no lo dirás en serio! ¡No puedes mandarme fuera! ¿Y los niños? —gritó Lali.

Bartolomé volvió su rostro rollizo hacia su sobrina.

—¿Qué pasa con ellos? La señora Peterman se encargará de ellos, como lo ha hecho siempre —replicó con crudeza—. Vamos, ¿de qué sirves tú aquí, muchacha? Cuanto más tiempo trabajes en esos campos, antes se extinguirán tus encantos, y entonces ¿para qué servirás? —soltó, y clavó su recelosa mirada en Gastón—. ¡Por el amor de Dios, deja de mirarme así! ¡Maldita sea, no vas a perder tu valioso fideicomiso! ¡Sólo lo he cogido prestado!

—¡Vaya, qué detalle, tío! —bufó Gastón—. ¿Y cómo piensas devolvérmelo?

—Con un compromiso matrimonial, ¿de qué otro modo? ¡A cambio de la mano de tu hermana, obtendré una renta vitalicia y la suma miserable de tu fideicomiso!

—¿Sin dote? ¿No tienes dote? —le recordó Gastón, furibundo. Su tío se encogió de hombros, indiferente.

—No hace falta dote con una cara como la suya. Cualquier hombre se conformaría con llevarse a la cama a una belleza como ella, aunque no tenga finca que atender. Además, siempre queda Rosewood. No es que sea mucho, pero apuesto a que es lo bastante bueno para algunos y supongo que no le negarás una parte a tu hermana si se da el caso.

Lali hizo un leve aspaviento. El silencio se impuso mientras los dos hermanos miraban a su tío boquiabiertos.

—¿No tienes conciencia? —dijo Lali al fin—. ¿Acaso no tuviste bastante con lo del conde? ¿Yo no tengo ni voz ni voto?

Bartolomé puso los ojos en blanco.

—Maldita sea, haces que parezca el primer hombre que entrega a una muchacha a cambio de una renta vitalicia. Así es como se hacen las cosas, niña.

Al oír aquel comentario, Lali se apartó de la pared, sus ojos rebosantes de indignación. Movió despacio la cabeza.

—No iré a Londres. ¡Ni hablar! Si vuelvo a casarme, será con el hombre de mi elección, no el que decidas tú.

Bartolomé respondió con un bufido y apuró el coñac que le quedaba en el vaso.


Se iba. Contemplando Londres sin ver por la ventanilla deslustrada de un coche de alquiler, Lali apretó los labios con fuerza. Al principio, había rechazado empecinadamente el absurdo plan de su tío, incluso se había reído de él, indignada. Eso lo había enfurecido; la había amenazado con casarla con Thadeus Goldthwaite si no obedecía. Sin duda, aquella perspectiva la había tenido en vilo unos días, pero en el fondo sabía que su tío tenía poco que ganar de un matrimonio con el fastidioso Thadeus, y lo había ignorado descaradamente.

De modo que él había hecho lo único que podía empujarla a hacer cualquier cosa.

Estaba un día en el jardín de la entrada cuando el vicario fue a buscar a Alaí. Le explicó, para su horror, que, como ésta había pasado en Rosewood los últimos tres años sin aportar estipendio alguno, Bartolomé le había escrito para comunicarle que ya no podían mantenerla. Por eso el vicario había buscado un convento en el que quisieran acoger a la pobre niña.

Lali miró a su tío, sentado en el estrecho asiento que había frente a ella e hizo una mueca al recordar la terrible discusión que aquello había provocado. Insensible como una piedra, el orondo hombre le había comunicado que no podían permitirse la manutención de los niños de Rosewood y que el único modo de que pudieran quedarse era que ella se casase bien. El bendito doctor Stephens, habiéndose enterado del jaleo gracias a Candela, había pagado discretamente a Bartolomé tres meses de manutención de Alaí. Y esa misma tarde horrenda Lali había sabido que tendría que ir a Londres.

Gastón, tras confirmar la existencia de su fideicomiso con el abogado de la familia, fue quien terminó de convencerla de que debía irse. Debía casarse, le había dicho; a fin de cuentas, rondaba ya los veinticinco años. Había conseguido que Bartolomé le prometiera que, al menos, la dejaría opinar sobre cualquier proposición matrimonial que surgiese, una gran concesión por parte de Bartolomé. Su tío le recordó que no había otra esperanza para Rosewood y que, a pesar del optimismo con que ella había emprendido su negocio, seguían teniendo el problema de las tierras baldías y los impuestos elevados. Además, tampoco era del todo imposible que se enamorara de algún hombre en Londres, había argumentado su hermano.

Gastón tenía razón. Al menos de aquel modo podría controlar su destino. No como en la ocasión anterior, en que Bartolomé le había buscado la pareja más senil que pudiera tener. Sabía bien que, de momento, era el único modo de salvar a Alaí y a los otros niños. En el fondo, era consciente de que sólo así podría salvar Rosewood.

De modo que aceptó de mala gana. Sin embargo, dudaba que pudiera encontrarse un hombre decente entre la aristocracia londinense. Sabía cómo vivían aquéllos. Los matrimonios siempre eran de conveniencia, abundaba el adulterio y no podía imaginar que ni uno siquiera de ellos viera su hospicio con buenos ojos.

Y lo más importante: estaba convencida de que ninguno de ellos era comparable al señor Lanzani, el hombre al que no había podido echar de su corazón.

Cuando al final claudicó, Gastón insistió en acompañarlos a ella y a Bartolomé a Londres. Lali le había suplicado que se quedase en Rosewood por el bien de los niños, pero él no se había dejado convencer. La había sermoneado sobre su deber para con ella y Rosewood. Había insistido en que él ya era un hombre y que no la dejaría ir a la capital sin el debido acompañamiento. Además, albergaba la idea ilusoria de que recuperaría lo que Bartolomé le había quitado y más, invirtiendo el dinero que estaba convencido que iba a ganar en los garitos de juego. Le explicó que había aprendido a jugar y que, según el doctor Stephens, era bastante bueno.

Así que los tres partieron para Londres tras despedirse entre lágrimas de la señora Peterman y de los niños, y escuchar del doctor Stephens repetidas veces que él se encargaría de todo.

Y allí estaba, pensó con tristeza, tratando de aparentar que tan sórdido suceso le resultaba tolerable. Viajaron en silencio, con la excepción de algún gruñido esporádico de Bartolomé, hasta la casa de Russell Square que su tío había alquilado a su viejo compañero de viajes, lord Dowling.
Cuando al fin el coche de alquiler se detuvo delante del pequeño edificio, se abrió la puerta principal y un hombre de mediana edad, con abundante pelo cano, apareció en los escalones de entrada mientras ellos se apeaban del vehículo.

—Lord Espósito —dijo, como si anunciara su llegada a toda la calle. —Saca el coñac, amigo —graznó Bartolomé mientras subía anadeando los escalones hasta la puerta y pasaba sin ceremonias por delante del mayordomo con Lali y Gastón a su espalda.

Desatendiendo con descaro el protocolo, el mayordomo miró a Gastón, luego a Lali, y tras encogerse de hombros, los adelantó. Al hacerlo, murmuró el nombre de Davis, y Lali supuso que aquélla era su forma de presentarse.

—Soy Gastón Espósito, y ésta es mi hermana, la condesa de Bergen —respondió Gastón. Ante tan sutil recordatorio, Lali se sonrojó terriblemente y confió en que el mayordomo (o, al menos, quien ella pensaba que era el mayordomo) no se percatara de lo mucho que la irritaba. Gastón era consciente de lo enfadada que estaba por la insistencia de Bartolomé en que todo Londres se enterase de que era condesa. Los dos sabían bien cómo se sentía: no era digna del título, teniendo en cuenta que había sido poco más que una enfermera idealizada para Helmut. No obstante, Bartolomé había escrito largas cartas a sus amigos presumiendo de «la condesa». El título, le había confesado, le proporcionaría algunas libras más.

El mayordomo volvió a encogerse de hombros y desapareció. Gastón y Lali se miraron titubeantes, luego lo siguieron.

El interior de la casa impactó a la joven. La pequeña entrada estaba empapelada de rojo y azul claro, y en una esquina, había una armadura que ocupaba tanto espacio que había que rodearla para pasar. Al entrar en la salita principal, Lali contuvo un aspaviento. Forrada de oscuros paneles de madera, exhibía diversos armamentos de guerra de todos los siglos y espacios concebibles. Habría pensado que se trataba del despacho de un hombre de no haber sido por el piano que había en un extremo y las sillas y el sillón de estampado floral dispersos por la estancia. Varias obras de arte de dudosa calidad adornaban las paredes, y la estancia también acogía algunas delicadas esculturas de porcelana. Era la mezcla más extraña de estilos y elementos decorativos que había visto en su vida y no pudo evitar pensar que todo era espantoso y muy propio para la ocasión.

Cuando se estaba quitando la papalina, volvió a aparecer Davis con una bandeja en la que llevaba un coñac y una pila de cartas. Intentó entregarle éstas a Bartolomé, pero él las rechazó con un gesto de la mano y se apoderó del aguardiente. Davis le tiró bruscamente las cartas a Gastón.

—La correspondencia —masculló.

Gastón cogió el pequeño montón mientras Davis cruzaba la estancia y desaparecía por la puerta.

—Cielo santo, son invitaciones para la condesa de Bergen —exclamó Gastón.

Lali se volvió de golpe y posó la vista en las cartas que sostenía su hermano.

—¿Invitaciones?

—¡Estupendo, estupendo! —manifestó Bartolomé, entusiasmado, y le dio un buen trago a su coñac—. ¡Léelas, vamos! Gastón abrió la primera y frunció el ceño.

—Esta es de lady Ponteroy of Mayfair, que invita a la condesa de Bergen y a su acompañante a una cena el próximo miércoles. Y esta otra es de lord y lady Harris...

—P-pero... ¿de qué me conocen? —lo interrumpió Lali.

—¡Mi buen amigo Dowling se ha encargado de eso! Ese bobo me debía un favor personal, pero no pensé que fuese a darle tiempo de hacer nada antes de marcharse a las Américas. ¿Lord y lady Harris? Eso sí que es un logro. Para esta gente, la apariencia lo es todo. Prefieren tener a una aristócrata con título en su mesa que a los de su propia sangre. —Rió y apuró el coñac—. Harás bien en recordarlo, muchacha.


Lali no supo qué contestar. ¿A Bartolomé le preocupaban las apariencias? Pues a ella también. Por lo que Londres aparentaba hasta el momento, aquéllas iban a ser las semanas más largas de toda su vida.

Continuará...

10 >:o!!!

14 comentarios:

  1. Esperó que pitt no este casado con la otra loca
    ++++(+
    @x_ferreyra7

    ResponderEliminar
  2. pobres de gas y lali primero los llevan a la pobresa la casan obligada les vuelven a robar y quiern casarla de nuevo

    ResponderEliminar
  3. yo pense que se llevaria a los ninos

    ResponderEliminar
  4. Y Gaston quiere el dinero xa jugar...

    ResponderEliminar
  5. Que bronca como trataban a las mujeres (hasta tratan todavia) en esa epoca!
    Pitt ya se caso?
    Maaaaaaaaaaaaaaaas!

    ResponderEliminar
  6. Jodeme se va a encontrar con Peter :-o

    Si ya pasaron 4meses no falta mucho para que Peter se case, o ya se caso?

    ResponderEliminar
  7. k asco el tío Bartolomé

    ResponderEliminar