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sábado, 20 de junio de 2015

CAPÍTULO 8



Era muy extraño, pensó Peter, que una joven de clase tan distinta lo tuviera tan embobado, pero debía confesar que lo había embrujado. Lali Espósito estaba tan llena de sorpresas como de sonrisas. Y era hermosa. Cielos, era preciosa. El verla vestida con pantalones de hombre casi había sido su perdición. Su cuerpo era un compendio de curvas femeninas: pecho abundante, cintura fina y caderas suavemente torneadas bajo las que imaginaba dos piernas perfectas. Tras su pequeño paseo a lomos de Júpiter, la sensación de su cuerpo pegado al de él lo había atormentado varios días.

El día anterior, en Pemberheath, ella había vuelto a pillarlo desprevenido. Se la había encontrado en la tienda de ultramarinos, enfundada en un vestido de lana azul claro, su densa melena recogida en un moño, discutiendo con el dueño el precio de la harina molida. Un ángel de azul, pensó, cuyos ojos, danzaban de emoción cuando, ataviada con su elegante vestido, se detuvo para agradecer enfáticamente al dueño el sebo que había enviado a Rosewood.

Acababa de empezar a nevar cuando él la acompañó fuera, tras haber logrado camelar al tendero para que ajustara el precio de la harina, confundiéndolo con más de una cita oscura apropiada para la ocasión. Jamás olvidaría el júbilo de ella al atrapar un copo de nieve gordísimo con la lengua. Ella le había comentado risueña que él parecía provocar cambios en el tiempo siempre que se lo encontraba, pero él pensó que nada podía compararse con la tormenta que ella desataba en su interior.

Peter hizo girar la carriola, con un trineo a remolque, hacia la carretera que conducía a Deadman's Run. Se le había ocurrido el día anterior, cuando había empezado a perseguirlo aquella idea. Por raro que pareciese, se había sorprendido pensando desesperado en un modo de volver a verla mientras ella echaba el saco de harina en la carreta y se sentaba junto a Estefano. Le había propuesto ir a montar en trineo. ¿En trineo? El no lo hacía desde que era niño. ¿De dónde demonios se podía sacar uno? Por suerte, descubrió que el herrero los vendía, carísimos. Al parecer, eran trineos antiguos que pertenecían a algún antepasado. Había estado acondicionándolo hasta altas horas de la madrugada.

Mientras la carriola y el caballo avanzaban por la nieve, Peter se preguntó, distraído, por qué no le decía quién era. Quería hacerlo, pero no encontraba el momento. Y en realidad daba igual. Se iría en unos días y, probablemente, jamás volviera a verla. Además, lo reconfortaba ser un hombre sin título.

Como le había prometido, la señorita Espósito estaba en la cima de la colina con los niños, espectacular con su capa roja y sus botas viejas. Los niños eran un amasijo de brazos y piernas inquietos, completamente descontrolados de emoción. Alaí parecía algo preocupada y cada vez que Peter se volvía, la niña hacía un aspaviento, como si tuviera tres ojos. La niña Luz, aquella preciosidad de tirabuzones rubios, aún tenía lágrimas de desilusión en los mofletes, porque, según le comentó llorosa, Gastón no había ido con ellos.

—Buenos días, señor Lanzani —lo saludó contenta Lali, con una deliciosa sonrisa en los labios. Se dirigió a los niños sin perderla—. El señor Lanzani presume de saber montar muy bien en trineo, y me ha pedido que le deje demostrároslo.

Peter no había hecho semejante cosa. Frunció los ojos, risueño. —Y la señorita Espósito asegura que ella puede batirme, y me ha pedido que le deje demostrároslo. Ella le lanzó una mirada asesina. —¡Vaya, señor Lanzani, eso suena a desafío! —Lo es, señorita Espósito. —Miró a la cima de la colina—. Bueno, Leo, ¿les enseñamos cómo se hace?

Mateo y Cristobal rodearon de inmediato a Leo para darle instrucciones. El niño, que se avenía a todas ellas, les aseguró que sabía lo que hacía y, cogiendo el trineo que Peter le ofrecía, empezó a subir entusiasta la colina.

Mientras esperaba a que Leo colocara su trineo, Peter veía reír a Lali con los huérfanos y su corazón se llenó de una peculiar emoción. Al verlos agolparse a su alrededor, con el rostro henchido de admiración, Peter supo lo importante que debía de ser recibir el regalo de su cautivadora sonrisa. Jamás se le había ocurrido mirar a un niño en las pocas ocasiones en que los había tenido cerca. Tampoco lo haría en aquel momento de no ser porque entre ellos podía encontrarla a ella, y porque, por extraño que pareciera, le encantaban aquellos mocosos. Tragó saliva para diluir la emoción que lo embargó de pronto al ver a Leo sacudirse la nieve de las manoplas.

—Creo que yo debería ir delante. Lo ayudaré a conducirlo —susurró enérgicamente—. La señorita Espósito dice que quizá le falte un poco de práctica. —Peter arqueó una ceja al ver a Leo subirse entusiasmado a la parte delantera del trineo. El se subió detrás, con sus largas piernas dobladas en una posición bastante incómoda—. ¡Señorita Espósito, fíjese bien en la bajada! —le gritó.

Sonriente, ella hincó las rodillas en la nieve, rodeando a Luz con un brazo.

—No se preocupe —dijo Leo solemne.

Sin dejar de sonreír, Peter le dio al trineo el impulso inicial. Este empezó a descender por la colina; Peter esquivó hábilmente una roca del camino, pasó entre dos árboles como si se tratara de una carrera de obstáculos y finalmente alcanzó la llanura de la base, donde se detuvieron poco a poco. Riendo alocadamente, Leo se levantó de un salto y volvió a subir corriendo a la cima.

Después Mateo y Cristobal bajaron volando sin ningún miedo. Tampoco Alaí, acompañada de Leo, sintió ningún temor; hasta la pequeña Luz lo probó, y se pasó el trayecto llorándole a Mateo. Al ver que los niños no corrían peligro, Peter se dirigió a donde estaba Lali.

—¿Qué, lo ves lo bastante seguro para probarlo? —preguntó. —Alaí me ha convencido de que es emocionante —respondió ella sonriendo, coqueta—. Pero confieso que me parece más seguro bajar con Mateo que contigo.

El hombre le dedicó una sonrisa picara e impulsivamente le cogió la mano enguantada con las suyas.

—Si te convence mi forma de conducir el cacharro, me encantaría ser yo quien te acompañe, señorita Espósito.

—¿Por qué no me llamas Lali? —La pregunta lo sorprendió. Se lo pidió como si se tratase de un inmenso favor personal.

—Con una condición —murmuró él—. Que bajes la loma conmigo.

—Estoy del todo preparada —contestó ella con una risa encantadora—.No encontrarás en toda Inglaterra una mujer más valiente.

La creía. La envolvió firmemente con sus brazos y sus piernas, y los dos descendieron a toda velocidad hasta el pie de la colina, acompañados por la risa constante de la intrépida Lali. Una vez en el llano, Peter detuvo el trineo y se puso de pie como pudo. Entusiasmado, la ayudó a levantarse. A ella le pareció divertido, y sin parar de reírse como si fueran viejos amigos, los dos subieron a la cima y devolvieron el trineo a los niños.

Mientras los pequeños bajaban, ellos se quedaron a un lado, hablando de Rosewood. Ella le explicó la desaparición del hogar familiar y cómo el vicario y ella habían escolarizado a los niños. Con un destello de orgullo en los ojos, le expuso su concepto de Rosewood, un lugar al que los niños pudieran ir a aprender lo que necesitaran para convertirse en unos adultos felices y productivos. En sus planes, Rosewood no era la hacienda destartalada, sobreexplotada y gravada en exceso en que se había convertido. Rebosaba vida. El no pudo evitar pensar en la necesidad imperiosa de reformas de gente como los Espósito, con idénticas esperanzas y sueños, que luchaba desesperadamente por sobrevivir.

—Gastón dice que debemos tener una representación decente en el Parlamento para arreglar las cosas —señaló ella.

Gastón tenía razón y, por primera vez desde que heredara su título nobiliario, Peter pudo ver la importancia de aquel concepto.

Él le habló de su persecución del ciervo, omitiendo el pequeño detalle de que no había vuelto a buscar al astado animal desde el día en que la había encontrado fintando con Leo, También le pidió que lo llamara Peter.

Cuando un banco de nubes grises empezó a apoderarse del soleado día, le sugirió a Lali que llevaran a los niños a casa. Mateo protestó, cogió a la joven de la mano y le suplicó que bajara con él por última vez.

—¿Te importaría mucho? —le preguntó ella a Peter con una sonrisa encantadora.

Como si pudiera negarle algo a aquella condenada sonrisa... —Esperaré con el resto de los niños al pie de la colina —le contestó él y, guiñándole el ojo a Mateo, bajó con el grupo.

Los vio discutir en la cima. Al ver a Mateo subirse delante, Peter apretó la mandíbula. Lali fingía conducir el trineo. Cuando empezaron a bajar, el pequeño se puso algo pálido; en cambio, Lali esbozó una sonrisa tan pronto como el vehículo empezó a cobrar velocidad. Peter contuvo el aliento al verla dirigir temblorosa el trineo hacia los dos árboles. Dio un paso adelante cuando éste pasó rozando el borde de la roca y se dirigió hacia uno de los árboles, con el corazón alborotado en el cuello al ver lo rápido que descendían. Oyó inspirar con fuerza y no supo con seguridad si había sido él o Leo quien los había advertido a gritos de la presencia del árbol.

En el último segundo, ella logró esquivar el árbol, pero el trineo pasó peligrosamente cerca del tronco y empezó a dar tumbos sin control. El pánico se apoderó del corazón del noble al ver, impotente, la capa roja de ella volando por la nieve. Los gritos y chillidos de los niños lo despertaron de la conmoción; Leo y él fueron corriendo en busca de los tripulantes caídos.

Ella estaba tumbada boca abajo, su capa tirada en la nieve a modo de charco de intenso rojo rubí. Peter trepó por la cumbre, patinando en su afán por llegar hasta ella. Cuando le dio alcance, Mateo se había puesto en pie y la miraba desde arriba, con una expresión de auténtico pánico en el rostro. Leo, histérico, le preguntó si estaba bien, y él asintió con la cabeza. Peter cayó de rodillas y apoyó las manos con cuidado en la espalda de la joven. Gracias a Dios, al menos respiraba. Ella hizo un ruido y él la puso en seguida boca arriba.

Lali abrió los brazos en cruz y sus ojos brillaron intensamente al tiempo que soltaba una melodiosa carcajada. Perplejo, Peter se apoyó en los talones y se la quedó mirando. Con las mejillas sonrosadas de emoción, Lali reía.

—¡Creo que se me ha enganchado la capa en el timón! —trató de explicar, contenta, intentando incorporarse.

A él le palpitaba el corazón sin piedad, y se dejó caer en la nieve. Aún sin parar de reír, Lali trató de ponerse en pie, observando feliz a los niños.

—Siento haberlos asustado, pero estoy bien.

—Sí —murmuró Leo, aún visiblemente aterrado.

Mateo la miraba boquiabierto. Peter se levantó como pudo.

—Me has dado un buen susto.

Lali siguió riendo y sacudió la nieve de su capa antes de alzar la cabeza para mirarlo.

—Ha sido muy emocionante, ¿verdad?

—Mucho —dijo él sin entusiasmo, y miró a los pequeños—. Ella está bien —les indicó bruscamente y, sin soltarle la muñeca, dio media vuelta e inició el descenso, molesto por el incesante palpitar de su corazón. Si de él dependiera, la muy gamberra no volvería a subirse a un trineo en su vida. Lali corría para poder ir a su paso y, al llegar hasta donde estaban los niños, se mofó de su travesura, hasta que no quedó rastro alguno de miedo en los rostros que la rodeaban.

Peter tuvo que llegar a Dunwoody y beberse un oporto para que se le pasara el susto que la muy sinvergüenza le había dado. Y necesitó otros tres para dejar de preguntarse por qué le había ocurrido eso.

Continuará...

+10 :D!!

15 comentarios:

  1. esos pequeños gestos q tiene Peter para con lali son tan tiernos

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  2. ayy chulis son tan tiernos! los amo masss porfas

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  3. Pánico xk le pasara algo ,es lo k sintieron los niños y Peter.

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  4. Lali hace d todo para k los niños disfruten ,y no se preocupen

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  5. Raro k Bartolome y la señora Peterman ,
    no conozcan el abolengo d Peter Lanzani,

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  6. Peter también se calla su título nobiliario,
    pasar desapercibido parece k le divierte.

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  7. Hcihg quierooo maáaassss
    @x_ferreyra7

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  8. Ya me puse al día con bonus y la nueva nove ya se te extrañaba a ti y a Tus novelas

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