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martes, 30 de junio de 2015

CAPÍTULO 18



Todavía muy agitada por la experiencia del claro, Lali entró pisando fuerte en la casa y tiró el sombrero a una de las mesas del vestíbulo, sin percatarse de la presencia de Davis hasta que éste lo recogió.

—Salita —anunció él y tendió la mano para recogerle el bolsito.

Estupendo, pensó ella. Seguramente Bartolomé querría saber si había conseguido averiguar los ingresos anuales de lord Westfall durante su paseo.

Pero no era Bartolomé, sino Gastón, y estaba solo en la estancia. Lali trató de no protestar cuando su hermano registró con la mirada su desaliñado aspecto, desde los mechones de pelo sueltos en el cogote hasta su conato de recogido, pasando por las manchas de hierba del bajo de su vestido. El arqueó una ceja.

—Cielo santo, ¿te ha pillado una tormenta?

Lali encogió los hombros un segundo, luego se miró el vestido.

—Hoy sopla un viento muy fuerte.

—Pues parece que haya volcado el carruaje —replicó él, mirándola con recelo.

—La hierba estaba húmeda. Gastón frunció el ceño.

—Tenía entendido que lord Westfall iba a llevarte en coche. No le gustaba nada el tono de su voz junto con todo lo demás, fue suficiente para incitarla a beber. Se dirigió con brío al carro de la esquina de la salita y cogió una botella de jerez.

—Y me ha llevado. Pero nos hemos encontrado con su primo y lord Westfall ha querido montar su caballo. Es de Rouen, y a él le gustan mucho los caballos, así que, mientras esperábamos, hemos dado un pequeño paseo —murmuró evasiva.

—¿Hemos? —preguntó Gastón.

Cielos, ¿qué era aquello, la inquisición?

—Su primo y yo —respondió ella, malhumorada.

—¿Su primo? ¿Quién es su primo? —quiso saber Gastón.

—El duque de Sutherland —susurró Lali.

—¿El duque de Sutherland? —exclamó su hermano.

Lali, nerviosa, dejó el jerez.

—¡Sí, el duque de Sutherland!

—¡Está prometido!

—¡Ya lo sé! —espetó ella, y cogió la botella de whisky.

—Esto no nos traerá nada bueno —protestó Gastón, indignado—. ¡Vas a provocar un escándalo!

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Dejó el whisky a un lado y se volvió para mirar a su hermano.

—¡He ido a dar un paseo en coche, Gastón, un simple paseo en coche! ¿Por qué demonios iba a provocar eso un escándalo? Además, ¿qué crees que debo proteger del escándalo?

Gastón, visiblemente desconcertado, la miró con detenimiento, con demasiado detenimiento para su gusto. De pronto temió que pudiese ver el beso de Peter en sus labios; se volvió bruscamente y cogió una botella de oporto.

—Tienes un buen nombre que proteger y lo sabes —le dijo él más tranquilo—. No podrás encontrar un marido decente si empieza a haber rumores salaces de tu relación con el duque de Sutherland. Y los chismes tampoco beneficiarán a su trabajo.

—¿Su trabajo? —preguntó ella, atónita. De repente Gastón se inclinó hacia adelante en su asiento, muy serio.

—¿No sabes quién es, Lali? ¡Ahora mismo, es el único defensor de la reforma de la Cámara de los Lores!

Ella respondió con un ruidito de impaciencia; el rostro de su hermano se ensombreció.

—Deja que te lo explique de otra manera. Si, por algún condenado milagro, los Comunes aprobaran la reforma, tendría que aprobarse también en la Cámara de los Lores. Sutherland es el único que puede conseguirlo, y me atrevería a decir que ni siquiera él puede lograrlo sin el apoyo de Whitcomb. Corre el rumor de que éste es poco partidario de la reforma por varias razones y cualquier excusa le valdría para no apoyar a su futuro yerno —exclamó. Ante la mirada de perplejidad de Lali, Gastón se dejó caer sobre el respaldo de la silla, exasperado—. ¿No lo entiendes? El liderazgo progresista de Sutherland podría verse aplastado al más mínimo indicio de escándalo, especialmente si tiene que ver con su prometida —declaró con dureza.

Confundida por el razonamiento de su hermano, Lali frunció el cejo.

—No entiendo qué tiene eso que ver con...

—¡Tiene que ver todo con Rosewood! —intervino Gastón levantando la voz—. ¡Los impuestos nos están matando, ya lo sabes! Las leyes están pensadas para proteger a los ricos, no a las personas como nosotros...

—¡La tierra está sobre-utilizada, Gastón! ¡Eso es lo que nos mata! —le replicó furiosa.

—¡Daría igual que Rosewood fuese la tierra más fértil del país! ¡Si no bajan los impuestos, no podemos permitirnos la mano de obra necesaria para trabajarla. ¡Y Sutherland es la única persona lo bastante rica, influyente o dispuesta a cambiar todo eso!

Dolida, Lali se encogió de hombros con indiferencia. Su hermano estaba a punto de estallar.

—¡No lo persigas! —le gritó.

—¡No lo estoy persiguiendo! —protestó, indignada por la acusación.

—Sutherland no está a tu alcance. Es uno de los aristócratas más influyentes del país, y va a casarse cuando termine la Temporada social. ¡Si te presta una atención especial, es porque quiere jugar contigo!

Ella miró boquiabierta a su hermano, que, por lo visto, de repente era experto en el duque de Sutherland. ¿Qué sabía él? Él no había conocido al señor Lanzani, ni a él lo había besado un duque. No tenía ni idea de la multitud de sensaciones que aquel hombre podía provocar, sensaciones que aún la inundaban y la descolocaban. Dejó el oporto en el carro de las bebidas.

—He tenido un día muy largo. Te ruego que me disculpes. —Dio media vuelta y se dirigió aprisa a la puerta.

—No vuelvas a verlo, Lali —le advirtió Gastón.

Ella se volvió de pronto, con los ojos fruncidos de rabia.

—Tengo entendido que el duque reside en Audley Street, Gastón. ¡Quizá deberías enviarle un mensajero para comunicarle que, dado que no le convengo en absoluto como amiga, debería evitar presentarse en todos los sitios a los que voy! —exclamó, y salió airada de la habitación antes de que él pudiese decir una palabra.


Pasaron varios días tristes en los que no podía pensar más que en Peter. Como si fuese a servir de algo, se condolía de que él estuviese tan por encima de su posición social. A kilómetros de distancia, tan lejos que de nada servía ya fingir otra cosa. El señor Lanzani, objeto de sus sueños, había desaparecido y su lugar lo ocupaba el guapísimo duque de Sutherland. Se reprendía por desearlo tanto y tan desesperadamente, sobre todo porque estaba prometido. Sobre todo por lo condenadamente eminente que era.

Leía todos los periódicos que caían en sus manos, y devoraba las noticias sobre lo que estaba ocurriendo en el Parlamento con una mezcla de sobrecogimiento y resignación. Algunos decían que el duque de Sutherland era un radical, un hombre peligroso con un programa político arriesgado. Otros decían que sus ideas progresistas eran lo que necesitaba el país, que su visión de futuro era inspiradora. La clase media aclamaba sus iniciativas; la prensa seria desdeñaba el hecho de que su búsqueda de la reforma económica y social condujera forzosamente a la entrada de los católicos en el Parlamento. Algunos editoriales insinuaban que su motivación no era del todo desinteresada: su imperio naviero se beneficiaría notablemente de esas mismas reformas que el duque propugnaba.

No obstante, The Times calificaba de brillante uno de los muchos discursos que había dirigido a los augustos miembros de la Cámara. Sostenía que una representación injusta y un sistema tributario opresivo, las razones por las que Inglaterra había perdido América, eran en el presente los motivos por los que Inglaterra podía perder a su propio pueblo. La reforma, insistía, no era un debate académico, sino un imperativo para la salud y el bienestar de la Corona.

Aunque los analistas políticos discutían desde sus diarios si Sutherland estaba favoreciendo o perjudicando al movimiento reformista, todos coincidían en una cosa: la reforma no se aprobaría en la Cámara de los Lores sin la influencia del duque de Sutherland, y éste no podría obtener suficiente influencia sin la colaboración del conde de Whitcomb. Nadie disputaba la importancia de la alianza de los Lanzani y los Reese.

Sin embargo, los rotativos indicaban claramente que al conde de Whitcomb no lo entusiasmaba la reforma; al parecer, el popular noble no quería incluir en el movimiento reformista la emancipación católica. Se decía que había declarado que, si bien a la nación le hacía mucha falta un poco de cambio, el exceso podía resultar peligroso.

Aporreando la almohada por enésima vez aquella noche, Lali se dio cuenta de que Gastón tenía razón. Peter estaba librando una difícil batalla, una batalla en pos de reformas que Rosewood necesitaba desesperadamente. Cualquier indicio de deshonestidad ensombrecería el bien que había hecho o podía dar una buena excusa a la vieja guardia, que no toleraba las indiscreciones públicas. Y como aquel anhelo de él que la consumía jamás llegaría a nada, su única esperanza era quitárselo de la cabeza, evitarlo a toda costa.

Ojalá fuese tan fácil.

Que Dios la asistiera, porque, si cerraba los ojos, aún podía sentir en su cuerpo las manos y los labios de Peter. Aún olía su colonia, veía su hermoso rostro y sus ojos verdes. Sus besos habían encendido un fuego en su interior del que todavía quedaban rescoldos y que, por lo visto, nada extinguiría. Dios sabía que lo había intentado, pero era incapaz de reprimir lo que sentía por Peter o el abrumador deseo de que volviera a estrecharla en sus brazos. Había despertado en ella el poderoso anhelo de las caricias de un hombre. Los apasionados besos que habían compartido no habían hecho más que arañar la superficie de lo que ella sabía instintivamente que podía haber entre un hombre y una mujer, y de pronto ansiaba saberlo todo, sentirlo en su interior, sentir sus manos y su boca en su piel, su aliento en su cuello. Y maldita fuera, al parecer nada iba a aliviar ese extraordinario añillo, como el poeta Keats había dicho una vez «el anhelo de un Dios doliente».

Pero nunca podría ser.

Nada, salvo un milagro, podía cambiarlo. No podía hacer otra cosa que quitárselo de la cabeza, de una vez por todas, y concentrarse en la tarea de encontrar un marido adecuado. Debía pensar en Rosewood y, sobre todo, debía mantenerse alejada de él. Era imposible estar cerca de él y no desearlo, y absolutamente demoledor desearlo con tal vehemencia.

Lali trató de superarlo centrándose en una excursión de fin de semana a Rosewood. Bartolomé se había ablandado por fin y tenían previsto marcharse en dos días. La ilusión contribuyó a levantarle el ánimo, y se entretuvo lo mejor que pudo. Decidió visitar la clínica de Haddington Road para ocupar su tiempo. Había ido una vez con Gastón a ver a un amigo de la infancia de él que había enfermado de gravedad. Mientras iban por el pasillo, varios pacientes levantaron la cabeza con la esperanza de que hubiesen ido a verlos a ellos. La había impresionado mucho lo solos que estaban algunos, sobre todo los ancianos. A ellos les venía muy bien, y a ella le servía para llenar un vacío en su interior.

Tras una semana entera de no pensar en Peter, una extraordinaria mañana, se enfundó un vestido nuevo de color verde claro. Era un día perfecto para la fiesta al aire libre de Darfield, y le había prometido a Candela que iría. De hecho, esperaba con ilusión aquella fiesta, ansiosa porque pasase el tiempo hasta la mañana siguiente, en que partirían para Rosewood. Aquello era, se dijo, una señal de que al fin estaba preparada para poner tierra entre lo que sentía por Peter Lanzani y su verdadera identidad, la de duque de Sutherland.


En cambio, Peter Lanzani era un hombre obsesionado. Perseguido por su recuerdo, había tratado de borrar la imagen de Lali con abundantes cantidades de oporto, pero no había funcionado, como tampoco lo había hecho lo poco que había dormido. Ni siquiera había cambiado de opinión tras coincidir con el odioso tío de Lali en compañía de la señora Clark y tía Paddy un día, ni después de descubrir que aquel ignominioso hombre era amigo de la infancia de la primera. No había nada en el mundo que pudiese apartar sus pensamientos de su ángel, ni Nina, ni su inminente boda, ni siquiera la fría actitud de Lali hacia él.

Hacía dos noches se había tropezado con ella en la mansión Fordham. Aunque ella había logrado evitar el contacto visual con él, Peter había sido incapaz de quitarle los ojos de encima. Enfundada en un suntuoso vestido de seda azul celeste que dejaba poco a la imaginación de Peter, había esbozado una sonrisa y había respondido a sus preguntas triviales mascullando en voz baja, sin dejar de mirarse la punta de las zapatillas. Y entonces había intervenido Máximo. Aquel condenado alemán empezaba a irritarlo mucho, tanto que el duque se había marchado sin siquiera excusarse.

Sin embargo, muy a su pesar, se había vuelto y había sorprendido a Lali mirándolo. La ilegible expresión de sus ojos le resultó casi tan perturbadora como verla bailar con el conde después, reír por algo que él había dicho y dedicarle aquella sonrisa devastadora suya. Casi lo había destrozado.
Además, lo había dejado intolerablemente inquieto. La desazón le había durado unos días. En los fuegos artificiales de Vauxhall Gardens, lo había tenido malhumorado casi las dos horas que había pasado sentado con Nina en un palco reservado para dignatarios. Por más que intentaba pensar en su prometida, no podía evitar que su pensamiento derivara hacia Lali. Cuando Nina le pidió que diesen una vuelca, él agradeció la distracción y la llevó sin rumbo entre la multitud.

No vio a Lali hasta que casi la tuvo encima.


De pie junto a Máximo a la tenue luz de la noche, tampoco ella lo vio a él. Mirando al cielo oscuro, sonrió cuando estalló un castillo en el aire nocturno. Embelesado, Peter la vio echar la cabeza hacia atrás y extender los brazos, como si su ángel buscase la luz del cielo. Cuando se extinguió del firmamento aquella luz relumbrante, ella recitó: «Se hunde el borde del sol; las estrellas ocupan a toda prisa su lugar; de una zancada llega la oscuridad». El verso pertenecía a La balada del viejo marinero, uno de los poemas favoritos de Peter. Lo había conmovido tanto que no había oído a Nina llamarlo, ni se había percatado de la mirada fría que Máximo le había dedicado. Habían seguido caminando mientras Lali se volvía. Estaba casi seguro de haber visto un destello en los ojos de ella, una fugaz oleada de... algo. Pero ella había cerrado los ojos en seguida y se había vuelto como si no lo hubiese visto. Era un hombre obsesionado.

Continuará...

+10 :o!!!

13 comentarios:

  1. Buenísimo el cap!! Otroooooo

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  2. siguee!! me encantaaa!

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  3. Sube más!!! Está interesante

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  4. pobre de los 2 se quieren y no pueden hacer nadaa :(

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  5. yo pense que gas era bueno pero con lo que le dijo a lali ya no ademas si yo fuera ella le habrian a ventado el vaso con alcohol

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  6. Jajaja un hombre obsesionado Jajajaj

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  7. mee encanta. quiero mass!

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  8. masssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  9. quiero q esten juntosss! otrooo

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  10. que hermosa historia, me encanta!!!!!!!!!!!!!!

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  11. quiero que peter deje a nina para estar con lali.. se tienen unas ganas estos dos!

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  12. Peter no necesita al suegro para nada,y menos k este no está d acuerdo con él.
    K deje yaaa,a la insulsa.

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