Lali interrumpió la reparación de la malla
protectora de un árbol joven que el ganado había destrozado para ver cómo
estaba quedando. Frunció el cejo; debía dejar de soñar despierta si quería
terminar aquella tarea algún día.
No había completado una jornada de trabajo desde
que Peter Lanzani había intentado ayudarla a saltar aquella valla. Durante dos
semanas enteras, había pensado en poco más que en el caballero que había
surgido de la nada para apoderarse de sus pensamientos y de su corazón. De tal
forma acaparaba su mente, que no había sido capaz de concentrarse lo suficiente
para terminar una tarea y no paraba de olvidar lo que tenía que hacer. Incluso
entonces, de rodillas en medio de la maraña de alambre, imaginaba una cena
íntima con él, a la luz de las velas. Vestido con un traje negro de etiqueta
parecido a los que le había visto alguna vez a Máximo, la miraba con sus
cálidos ojos verdes. Y, claro, ella estaba estupenda, con un magnífico vestido
de satén azul, rematado de aljófares a juego con la corona de perlas que
llevaba en la cabeza. Como era lógico, él la piropeaba profusamente.
Riendo, meneó la cabeza y enroscó el alambre
alrededor de un palo grueso que sobresalía del suelo. La cena íntima era sólo
una de sus múltiples ensoñaciones. También soñaba que él trabajaba con ella en
el campo, el sudor le cubría los antebrazos musculosos mientras él la
proclamaba la más sabia de las mujeres por haber creado su negocio. Y que él
jugaba con los niños en el césped verde, frondoso y muy bien cuidado de delante
de la casa. También soñaba que montaba a Júpiter a su espalda, abrazada con
fuerza a su torso, fuerte como una roca, mientras cabalgaban por hermosos
prados.
Se sentó sobre los talones y levantó la vista al
cielo, sonriente. Luego estaba su ensoñación favorita, en la que él la tomaba
en sus brazos, atravesándole el alma con sus ojos verdes, le dedicaba una
sonrisa seductora y bajaba la cabeza insoportablemente despacio, separando un
poco los labios...
—¿Lali?
Ella hizo un aspaviento y se volvió bruscamente
hacia el lugar del que provenía la voz de Peter. Allí estaba, apoyado en un
árbol, con las manos en los bolsillos, sin duda procedente del campo de
calabazas. Las mejillas se le encendieron de inmediato: Dios, esperaba que no
la hubiera sorprendido pensando en el beso.
—Me has asustado. —Rió nerviosa, y se pasó el
dorso de la mano por las mejillas en un vano intento de borrar de ellas las
manchas de vergüenza.
—Júpiter está abajo, en el campo de calabazas,
espero que no te importe.
—¡En absoluto! —Por ella, como si lo había dejado
pastando en el gabinete. Sonriente, se puso de pie y se sacudió la tierra de la
capa—. ¡Me alegro de que hayas venido! Los niños hablan tanto de ti que mi
hermano insiste en conocer al pirata del trineo. Empieza a pensar que eres
fruto de nuestra imaginación —añadió.
—Quizá en otro momento —se limitó a decir él.
Su propia respuesta le pareció incomprensiblemente
distante. Acaso no le sorprendía que quisiera presentárselo a su familia. No le
quedaban muchas opciones; Gastón sabía que había visto al señor Lanzani en unas
cuantas ocasiones ya y había exigido que se lo presentara. Al principio, Lali
le había contestado con evasivas, diciéndole que Peter era un caballero que
estaba de visita y con el que coincidía de cuando en cuando. Pero, después de
lo del trineo, su hermano la había interrogado con recelo. ¿Qué clase de
hombre, le había preguntado, invitaba a los niños a montar en trineo sin
conocer primero a su familia? Ella le había quitado hierro al asunto, pero,
entonces, se había encontrado a Peter, de casualidad, una tarde delante de la
panadería de la señora Pennypeck y habían paseado juntos por Pemberheath. A Gastón
se lo había contado el señor Goldthwaite, que se había puesto tan colorado al
verlos juntos que temía que le estallara el corazón. Entonces, Gastón había
exigido que le presentara al misterioso caballero.
—No muerde, ¿sabes? —rió ella nerviosa. Él esbozó
una sonrisa, su gesto exageradamente sobrio, mientras se apartaba del árbol.
—Hay algo que debo decirte.
Le dio un vuelco el corazón del pensamiento
absurdo que se le pasó fugazmente por la cabeza. ¡Cielo santo, lo suyo no tenía
remedio! Él no le había dado ninguna señal de que le interesara algo más que la
amistad informal de la que disfrutaban. No obstante, ella se sonrojó mucho.
—A juzgar por tu gesto, debe de ser algo muy
grave. Algo serio de verdad. ¿Has olvidado el nombre del poeta local del que te
hablé?
Peter sonrió un poco más, pero a Lali la
sorprendió su mirada peculiar, casi arrepentida de él.
—No, no lo he olvidado —dijo él en voz baja. A
regañadientes, se acercó un paso más a ella y miró el árbol joven.
A Lali no le gustó su gesto, en absoluto, y se
quitó el sombrero de paja de ala ancha para proporcionarles a sus manos
temblorosas algo a lo que agarrarse.
—El ganado se arrima a él, pero el árbol es tan
pequeño que casi lo han matado —le explicó y miró el árbol con tristeza, su
mente al galope, llenando con palabras el incómodo silencio—. No consigo
sujetar el alambre —masculló.
—Me marcho por la mañana.
¿Marcharse? Lali se quedó sin respiración, como si
le hubiesen dado un puñetazo en el estómago. No podía irse, ¡no podía! Se
apoderó de ella una oleada de sentimientos encontrados y se esforzó por
mantener el mínimo decoro.
—N-no... no sé qué decir... —balbució, indecisa,
con los ojos clavados en el alambre.
—Sólo estaba aquí temporalmente, de caza, pero me
he quedado más tiempo del que debía. Tengo responsabilidades que...
—¿Responsabilidades? —espetó ella. Cielos, estaba
casado, y durante las dos últimas semanas ella había estado soñando con él como
una estúpida colegiala enamorada, casi babeando cada vez que lo veía. ¡Debía de
pensar que era boba!
—Tengo hogar y familia —dijo él.
Ella repasó rápidamente todas las opciones que se
le ocurrían, pero aquella era la peor. Estaba casado.
—Mi hermano me ha escrito hace poco para
comunicarme que algunos asuntos precisan mi atención inmediata.
Lali quería morirse allí mismo. Con el rostro
encendido, no lograba mirarlo a los ojos, convencida de que todos sus
pensamientos, todas sus pequeñas fantasías se reflejaban claramente en su
rostro.
—Bueno, una lástima... —soltó sin pensarlo—. Lo
siento..., quiero decir..., los niños lo van a sentir mucho, pero si tienes
responsabilidades, yo sería la última en impedir que las atendieras de
inmediato. Las responsabilidades son muy importantes... Yo siempre trato de
inculcarles a los pequeños la importancia de las responsabilidades y, por
supuesto, no quisiera que pensaran que el señor Lanzani no se toma en serio las
suyas, y eso es lo que pensarían si te quedaras en el pabellón de caza sin
pensar en...
—Lali —la interrumpió él con ternura.
Sólo entonces la joven se dio cuenta de que se
había situado a unos centímetros de ella. Rezó porque él no se diera cuenta de
que le faltaba el aliento, que moría en silencio ante sus ojos. Cuando él le
llevó la mano a la mejilla, ella gimió por la tremenda oleada de dulce histeria
que aquella caricia le produjo.
—Ojalá no tuviera que irme. Pero debo hacerlo.
—Ah —dijo ella, encogiéndose un poco de hombros,
aún incapaz de mirarlo a los ojos—. No pasa nada, señor Lanzani, de verdad.
Él se acercó un poco más y le recorrió con los
dedos el contorno de la mandíbula. El corazón de Lali empezó a golpearle el pecho
a un ritmo aterrador.
—Los..., eh..., los niños... te echarán de menos,
pero...
—¿Y tú?
Ella se mordió la lengua para contener una sonora
carcajada. ¿Acaso estaba loco? ¿No veía lo mucho que iba a echarlo de menos?
Levantó la mirada despacio, sin tener ni idea de lo que se decía en ocasiones
tan trascendentales como aquélla. Él deslizó la mano hasta la nuca de Lali,
perforándola con sus ojos verdes, como en su ensoñación.
—¿Y tú? —repitió Peter con voz tierna.
Todo su ser le decía que mantuviera la distancia,
que no lo dejara saber lo mucho que iba a echarlo de menos.
—Puede —logró decir.
—Puede —logró decir.
El hombre esbozó una leve sonrisa, inclinó la
cabeza y acercó sus labios a los de ella. Santa madre de Dios, ¡iba a besarla!
Después de tantos días temiendo que ocurriera, al final las rodillas le
flojearon tanto que cayó de espaldas sobre la malla de alambre. Él respondió a
su desmadejamiento con una sonrisa lenta y, despacio, deliberadamente, se
inclinó hacia adelante hasta que sus labios se posaron en los de ella.
La intensidad de la sensación la aturdió.
Respiraba con dificultad. Mientras Peter le acariciaba la nuca con una mano, le
pasó la otra por la cintura para atraerla hacia sí. Con los pechos apretados
contra el suyo, Lali se preguntó, presa de la locura, si él podría notar el
potente latido de su corazón, que parecía querer escapársele del pecho por la
fuerza. Peter ladeó un poco la boca sobre la de ella, dándole forma suavemente,
saboreándola como si fuera alguna exquisitez. Le paseó la lengua por el borde
de los labios y ella se oyó gemir. La presión de los labios de él aumentó
rápidamente; debió de suspirar, porque de pronto se encontró su lengua en la
boca, acariciando la de ella, sus dientes, el interior de sus carrillos. Él le
cogió la cara con las manos y le acarició suavemente la mejilla con el pulgar.
Una presión deliciosa empezó a crecerle en el
pecho, llenando el espacio que su corazón alborotado no ocupaba. Lali creyó que
era la sensación del dulce aliento de él mezclado con el suyo lo que le
producía esa presión y esperó que así fuese. Peter se apretó con fuerza contra
ella, como si quisiera integrar su cuerpo en el de Lali, y ella se dio cuenta
de que su cuerpo reaccionaba, se curvaba hacia él, se fundía con el de él.
Aquélla era la experiencia más increíble que había vivido jamás, y se dejó
arrollar por una oleada de deseo sensual sin precedentes. Luego, de repente, se
terminó.
El levantó la cabeza. Sus ojos le barrieron el
rostro mientras su pulgar se paseaba por el labio inferior de Lali. Le dio un
beso largo y tierno en la frente, después se apartó. Ella se quedó
boquiabierta.
—Ha sido un placer inmenso conocerte, Lali Espósito
—dijo él en voz baja, y alargó la mano para retirarle un mechón de pelo de la
sien. Ella pensó que diría algo más, pero dio media vuelta y se dirigió a la
valla con la cabeza gacha y las manos hundidas en los bolsillos.
La joven se quedó rígida, sin poder apenas
respirar, viéndolo alejarse con pasos largos y firmes, hasta perderlo de vista
en el campo de calabazas. Sólo entonces se dio cuenta de que había destrozado
su gorro.
En el comedor oficial de Sutherland Hall, Peter
fingía escuchar el recital de noticias de su madre contenido en la última
misiva que tía Paddy enviaba desde Londres. Miraba fijamente el colosal
candelabro de plata del centro de la mesa, recordando en su interior las dos
últimas semanas. Aunque ya llevaba en casa dos días, no podía dejar de pensar
en Lali Espósito.
No tenía ni idea de por qué la había besado así.
Quizá hubiese sido la desesperación auténtica de aquellos ojos cuando él le
había comunicado su partida, algo que no había hecho con ninguna delicadeza.
Tal vez había sido sólo deseo: sabía, claro, que la deseaba. ¿Y quién no? Era
hermosa, ingenua... Y no había hecho otra cosa que coquetear inocentemente con
él durante dos semanas. No tenía derecho a besarla con tanta familiaridad.
Sí, familiaridad. Ni hablar. El impacto de aquel
beso lo había cogido completamente por sorpresa. Aquella joven encantadora e
inusual había reaccionado con tanta pasión que casi lo había tumbado.
—¿Peter? —lo llamó Nina con suavidad. Este la miró
sin mucho entusiasmo.
—He recibido una carta de mi prima, Daphne
Broadmore. Vuelve a Brighton la próxima semana, a casa de tía Melinda. Había
pensado traerla por aquí.
—Claro —murmuró él.
Nina pestañeó con sus grandes ojos pardos.
—Espero que no te importe, pero, ahora que estamos
comprometidos, es lo más lógico —le explicó.
«Lo más lógico». Peter se sorprendió preguntándose
si Nina consideraría lógico ponerse pantalones o fintar con un niño palo en
ristre.
—No me importa en absoluto —contestó él, y le hizo
una seña al lacayo—. Thompson, tráeme el whisky, por favor. —Sonrió a Nina y le
apretó con dulzura la delicada mano.
Dios, necesitaba una copa. Era lo más lógico.
Continuará...
+10 :o!!!!
No nos dejes así?!
ResponderEliminarMas!!! Me encanta! !!
ResponderEliminarNxwlndjeejdbdb me encanta mas!!
ResponderEliminarmaaaas!! por favooor!!
ResponderEliminarAaaa no quiero q este con ia LPM
ResponderEliminar+++++
@x_ferreyra7
nove nove o
ResponderEliminarOcho
ResponderEliminarnueve
ResponderEliminardiez!
ResponderEliminarNooooo como q se besaron y Peter se tuve q ir :'(
ResponderEliminar++++
ResponderEliminarhttp://tamarluiica.blogspot.com.ar/2015/06/the-sea-of-tranquility.html?showComment=1434939331660&m=1#c9153930020466706627
ResponderEliminarLo k no es lógico es k le apriete la mano con "dulzura"
ResponderEliminarEspero k Lali le cuente a Gastón ,antes k este se entere x su cuenta
ResponderEliminarPeter tendría k haberle contado en esa despedida quien era él.
ResponderEliminar+++++++++
ResponderEliminarNaaa se.besaron.y el se fue????masss
ResponderEliminarAMOOOO! Mas
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