Dos días después, en una recepción vespertina
celebrada en honor de un héroe de guerra convertido en brillante parlamentario,
Lali suspiró y se apoyó en la columnata. El salón de baile de lord y lady
Granbury estaba sin duda lleno a rebosar, pero a ella la recepción le resultaba
desesperadamente aburrida. No habría asistido si su tío no le hubiese exigido
que se dejara acompañar por Máximo. A sabiendas de que toda la aristocracia
estaría allí, había decidido que si su absurdo intento de emparejarla con el
alemán no daba frutos, al menos no perdería la oportunidad de lucir a su
sobrina.
Gastón también iba, le dijo, para «tenerlo todo
bajo control», aunque Lali sospechaba que era por conocer a sir Robert Peel,
ministro del Interior. Su hermano admiraba enormemente al político y las
reformas progresistas de éste; de hecho, se había perdido entre la multitud en
cuanto habían llegado, sirviéndose de su bastón para abrirse paso.
Lali miró a Máximo, a su lado; él le guiñó un ojo
discretamente. Ella intentó sonreír, pero no le apetecía. No le apetecía hacer
otra cosa que meterse en su espantosa cama de cortinas de terciopelo púrpura y
verde y taparse la cabeza con la colcha.
Su pretendiente. Durante dos días enteros, desde
que llegara a Russell Square, la había asfixiado con su presencia. Pasaba por
alto el que ella no sintiera lo mismo que él, como debería haber sido si
quisiera casarse con él de corazón. Parecía creer que los sentimientos
surgirían por su cuenta. A Lali aquello no la convencía ni remotamente y
ansiaba un respiro de aquel cortejo, aunque fuese sólo un instante. Aquél
parecía un momento tan bueno como cualquier otro, así que, con una sonrisa
diabólicamente encantadora, se volvió para mirarlo.
—Máximo, ¿me disculpas un momento? —le dijo con
voz dulce—. Necesito hacer uso del tocador.
El conde ni siquiera pestañeó.
—Claro. Te espero aquí —dijo.
Sorprendida por la relativa facilidad de aquello,
salió corriendo hacia los tocadores. En su afán por escapar, tropezó con lady
Paddington.
—¡Cielo santo! ¡Condesa de Bergen, qué delicia!
¡Mire, señora Clark! ¡Mire con quién he tenido la suerte de tropezarme!
—¡Condesa de Bergen! —exclamó la señora Clark en
idéntico tono—. ¡Lady Pritchit nos dijo que se había ido a Baviera!
—No, querida, dijo que esperaba que la condesa de
Bergen volviese a Baviera —la corrigió lady Paddington.
—¿En serio? —preguntó la señora Clark,
sorprendida—. ¡Estoy casi segura de que dijo que la condesa se había ido! Y yo
pensé que sencillamente no podía ser, porque tuve la suerte de encontrarme con
su tío, lord Espósito... Fuimos amigos de la infancia, ¿lo sabía, verdad,
querida? Y estaba convencida de que me habría mencionado algo tan importante
como su partida...
—Condesa de Bergen, tenemos que organizar una
reunión —la interrumpió lady Paddington—. Hay muchísimas cosas de Baviera que
me gustaría saber. Sé que su última salida fue algo agobiante, con lo de lady
Thistlecourt y todo eso, pero nosotras no solemos ser tan...
—¡Incorregibles! —interpuso la señora Clark en voz
alta. —Incorregibles —repitió lady Paddington como si se le hubiese ocurrido a
ella.
La señora Clark inclinó la cabeza hacia Lali y le
susurró en voz alta:
—Hortense Thistlecourt podía aprender un poco de
elegancia de usted, condesa de Bergen. Perdió ¿cuántas, ocho o nueve bazas en
la mesa del julepe? Dios santo, sé que fueron varias, porque recuerdo haber
pensado que jamás había visto a nadie perder tantas veces seguidas. ¿Era la
primera vez que jugaba a las cartas, querida? Bueno, da igual. El caso es que
fue de lo más deportiva en todo el asunto.
—Tengo muchas ganas de invitarla a cenar, condesa.
No me importa decirle que estoy deseando que me lo cuente todo de su trágico
amor —repuso lady Paddington, emocionada—. Mi sobrino está deseando conocerla,
pero asegura que no ha tenido la suerte de hacerlo aún. No entiendo por qué, le
digo yo... La señora Clark asegura que ha asistido usted a algunas de las
fiestas más de moda y Dios sabe que él siempre va a todas. ¿Qué le parece?
—¿Qué me parece? —preguntó Lali, completamente
aturdida por las dos mujeres.
—¿Que si estaría dispuesta a asistir a una pequeña
reunión?
—Me encantaría, lady Paddington, y me
entusiasmaría tener el privilegio de conocer a su sobrino.
—¡Estupendo! Organizo un pequeño encuentro el próximo
jueves a las ocho en punto. Ahora bien, querida, entiendo que sabe que no me
refiero a mi sobrino el duque, sino, claro, a lord David Westfall. Me temo que
el duque es un poco reticente a asistir a ese tipo de reuniones. Jura que no le
importan en absoluto.
—Ah, no, al duque no le interesan en absoluto
—confirmó innecesariamente la señora Clark.
—Entonces, ¿le viene bien? —concluyó lady
Paddington sin aliento.
—¿Cómo dice? —preguntó Lali con delicadeza. —El
día, querida, que si le viene bien.
En aquel momento, habría accedido a cualquier
cosa. Y lo cierto era que una cena con aquellas viudas deliciosamente alocadas
resultaría una agradable distracción de la atención constante de Máximo.
—Me viene muy bien. Si me disculpan, señoras,
necesito ir al tocador —señaló, e intentó marcharse, pero lady Paddington aún
no había cerrado el asunto del ya infame incidente en la mesa de julepe.
Peter se detuvo en seco nada más ver el salón de
recepciones atestado. Había ido a buscar a Nina y a su madre, pero lo último
que quería era someterse a miradas inquisitivas, solo, desprotegido, en un
salón de baile repleto de matronas y sus hijas debutantes mientras sus maridos
aburridos pasaban el rato, ociosos. El salón estaba lleno a rebosar de lo que
él llamaba merodeadoras, mujeres mayores del grupo de tía Paddy que rondaban
gabinetes, parques y salones de baile en busca del último cotilleo. Y, si no
había cotilleos, se los inventaban.
Meditaba el modo de recoger a Nina cuando vio a la
mujer del vestido lavanda. La joven era realmente asombrosa, incluso
arrebatadora, de perfil clásico, deliciosa boca roja, piel blanca e impoluta
que se extendía tentadora por sus prominentes mejillas. La vio tamborilearse un
brazo mientras escuchaba la cháchara de su tía. Desde su posición estratégica,
podía admirar todos sus rasgos femeninos, que inevitablemente detectaba, porque
eran muchos. Al tiempo que disfrutaba del lento examen de aquella mujer, se dio
cuenta de pronto de que ya la conocía. Se esforzaba por ponerle nombre a
aquella cara cuando la joven sonrió.
Peter estuvo a punto de ahogarse. Conocía aquella
sonrisa; la reconocería en cualquier parte. ¡Maldita sea, era su ángel! Lo
había dejado atónito; ¡era la última persona a la que esperaba ver allí! No
podía creerlo: ¡la belleza de ojos oscuros estaba en la ciudad para la
Temporada social! Pero ¿qué hacía allí? Dios santo, ¿no estaría buscando
marido? ¿Qué otra cosa podía ser? ¿Y cómo demonios pensaba conseguirlo? No
creía que tuviese los contactos necesarios y, aunque los tuviera, no se la
podía recomendar a una familia aristocrática. ¡Por Dios, si vivía en una casa
medio derruida con un grupo de niños abandonados! ¡Perseguía a cerdas por el
campo y cambiaba calabazas por sebo! ¿A qué miembro de la aristocracia esperaba
cazar con esas credenciales?
Se dio cuenta de lo que estaba pensando y frunció
el cejo. No debía importarle en absoluto cómo esperaba lograr lo que todas las
mujeres querían lograr. Ella no era asunto suyo. Pero... había pensado tanto en
ella en los últimos meses... En su cabeza, la había erigido en modelo de
virtud, un ángel entre los mortales, una diosa entre los pecadores.
Su ángel se apartó de pronto de Paddy y de la
señora Clark y se dirigió al fondo del salón. Un pequeño recuerdo atesorado
despertó a Peter de su languidez; sus ojos se clavaron en aquel hermoso
trasero. Sintió la repentina e irresistible necesidad de hablar con ella. Con
la cabeza baja, empezó a avanzar de prisa por el perímetro de la multitud.
Ella desapareció entre el gentío. La buscó frenético
por todo el salón y creyó haberla perdido hasta que volvió a verla, pasando
briosa por las puertas que conducían a los jardines. Salió tras ella, pero en
seguida lo interceptó sir Robert Peel.
—¡Qué gran placer, excelencia! ¡Precisamente
hablábamos de usted! ¿No es cierto? ¿Se propone defender la reforma de la
Cámara de los Lores? —preguntó el hombre diminuto.
—Lo he considerado, sir Robert —respondió Peter,
consciente de que la multitud que los rodeaba se esforzaba por oír cada
palabra.
—Una causa muy digna, sin duda, excelencia, pero
las reformas económicas que proponen los radicales conllevan más que una simple
enmienda de la legislación fiscal, como seguramente ya sabe —señaló el político
con delicadeza.
Peter sabía que se refería a los cambios del
sistema de representación parlamentaria, que concretamente concederían un
escaño a los católicos. Y también sabía que el ministro del Interior, aunque
era de ideas progresistas, no estaba a favor de un cambio tan radical.
—¿De veras? Tendré que repasar su plataforma con
detenimiento —señaló, evasivo—. Si me disculpa, señor —dijo, y salió a los
jardines antes de que pudieran volver a interrogarlo.
Maldita fuera, la había perdido. Exploró con la
mirada la cantidad ingente de rosales, que a lady Granbury le entusiasmaban.
¿Habría vuelto al salón atestado? ¿Se había imaginado que era ella? Seguramente
lo había imaginado.
Al darse la vuelta, llamó su atención un destello
de lavanda al fondo de los jardines. Tal vez lo hubiese imaginado, pero no
pararía hasta averiguarlo. Avanzó decidido hacia la mancha de ese color sin
tener ni idea de lo que iba a hacer o decir. Sólo sabía una cosa: si era ella,
tenía que volver a mirarla a los ojos.
Cielos, era ella. Lo vio al llegar a la puerta de
un pequeño cenador, separado por una valla. Los hermosos ojos azul oscuro se
pusieron muy redondos, de sorpresa, y los siguió una sonrisa devastadora
reflejo de su satisfacción, que hizo que el corazón se le subiera a la boca.
Cerró la boca con fuerza. ¿Qué demonios estaba haciendo?
Lali se preguntó lo mismo mientras manipulaba
torpemente la puerta de hierro forjado del cenador. ¿Cómo la había encontrado?
¿Había ido a buscarla? Empezó a latirle el corazón con una desesperación que le
robó el aliento. Presa de una gran emoción, tiró con ambas manos de la puerta
hasta que cedió y se abrió. Consciente de que sonreía como una boba, entró en
el cenador ingiriendo grandes bocanadas de aire para aplacar su excitación.
¿Podía albergar alguna esperanza? Dios santo, ¿podía creer que había ido a buscarla?
Con el corazón alborotado, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y empezó a
pensar, frenética, en qué decir.
Él se metió las manos en los bolsillos y se la
quedó mirando un buen rato antes de hablar.
—Señorita Espósito, es un placer volver a verte —dijo
él con sequedad.
Lali rió llevada por un absurdo regocijo.
—Señor Lanzani, para mí es un inmenso placer
volver a verte a ti.
Él pestañeó, sorprendido, y hundiendo las manos
aún más en los bolsillos añadió:
—Te veo extraordinariamente... bien.
—¡Ah! —sonrió ella, sonrojada—. ¡Gracias! ¡Yo a ti
también!
Los dedos de él resiguieron la pequeña valla a su
espalda y se aferraron a ella. Cielo santo, le latía tan fuerte el corazón que
estaba convencida de que empezaría a levitar en cualquier momento. Además,
empezaban a dolerle las mejillas de la sonrisa que no lograba borrar de sus
labios.
Los ojos verdes de Peter se posaron en el rosal
que había junto a ella, luego volvieron a clavarse en su rostro.
—¿Puedo preguntarte qué haces aquí? —dijo él.
Con aquella sola pregunta, Peter le arrebató todas
sus fabulosas esperanzas. No había ido a buscarla. Pensándolo bien, ni siquiera
parecía muy contento de verla. De hecho, se lo veía incómodo. Su expresión le
dolió. Sólo le faltaba darle una patada en la espinilla.
—Yo podría preguntarte lo mismo —replicó ella. El
se mostró sorprendido.
—Perdóname. Sólo quería decir que me extraña mucho
verte en Londres. No pensaba que..., bueno, que tú... fueras a... disfrutar
de... la Temporada social.
Lali titubeó. No era lo que había dicho, sino cómo
lo había dicho. Pensaba que ella no pintaba nada allí. Tal vez no, pero ¿quién
era él, el condenado rey de Inglaterra? Por lo que ella sabía, no era más que
un caballero rural, sin más derecho a estar allí que ella.
—Pues sí disfruto —mintió ella.
El asintió distraído mientras su mirada flotaba
hasta la boca de ella, le recorría el vestido y después volvía a ascender
despacio hasta sus ojos. Aquel examen tan directo le produjo un acaloramiento
que le encendió de inmediato las mejillas. Dios santo, no lo recordaba tan
increíblemente guapo.
—Siendo así, espero que se te dé bien —señaló él
con ligereza.
¿Que se le diera bien? Lali frunció los ojos.
—Discúlpa, pero no sé qué has querido decir con
eso.
Peter la miró repentinamente ceñudo.
—Sólo que la mayoría de las solteras que toman
parte en la Temporada social londinense lo hacen por una razón muy concreta,
¿no es así?
La verdad la enfureció.
—¿Acaso es asunto tuyo? —espetó ella.
Entonces él sonrió y a ella se le cayó el alma a
los pies.
—Discúlpame. Imagino que me ha sorprendido
encontrarte aquí —le contestó Peter.
¿Sorprendido? ¿Que una mujer como ella asistiera a
una recepción elegante? Lali frunció el cejo; él la atravesaba con sus ojos
verdes, algo que la enfurecía casi tanto como aquella sonrisa lenta dibujada en
sus labios.
—Tienes razón, no es asunto mío y, como es lógico,
te deseo lo mejor en tu búsqueda de un compañero adecuado —concluyó él.
Una intensa sensación de pánico le atenazó la
garganta hasta casi ahogarla y le hizo mirar la gravilla que había bajo sus
pies. Humillada, deseaba desesperadamente desengañarlo, hacerle ver que no era
ella quien buscaba pareja, que era cosa de Bartolomé.
—Señor Lanzani... —Lali alzó la cabeza e
inmediatamente la aturdió la profundidad de aquellos ojos verdes. Ciertamente
no recordaba que aquel canalla arrogante fuese tan guapo. Por alguna razón, su
cabeza eligió aquel momento para recordar que probablemente estuviese casado.
La expresión de Lali mostró su contrariedad; tal vez ella estuviese en la
ciudad por una razón muy concreta, pero él era un imbécil mentiroso—. Te ruego
que me disculpes. Debo reunirme con mi grupo en el salón de baile —dijo con
frialdad.
Él se revolvió, incómodo, y la siguió con la
mirada. —Discúlpame, por favor. Déjame explicarme. Tan sólo me preguntaba qué
te habría traído a Londres, pues pensaba que tu corazón pertenecía a Rosewood y
entonces, claro, lo he entendido, y me siento...
De forma inconsciente, Lali soltó un chillido de
frustración.
—Si no te importa, salvo que cuentes con la
autorización del rey para interrogarme así, ¡no veo qué puede importar lo que
yo esté haciendo en Londres! —Alzó la barbilla, satisfecha de sí misma por
haber sido capaz de replicarle a pesar de lo mucho que la aturdía su sola
presencia.
Pero no era ella la única aturdida. Presa de su
propia turbación y de la aparente indignación de ella, Peter recorrió con la
mirada aquellos ojos enmarcados en unas pestañas largas y oscuras, el cuello de
cisne y el tentador volumen de su busto. Los ojos de Lali chispeaban de
irritación y a él le parecieron los ojos más encantadores que había visto
jamás. Se agarró las manos a la espalda, preguntándose distraído por qué le
molestaba tanto que ella entrara en el mercado del matrimonio, y por qué a ella
la enfurecía tanto que él le expusiera lo obvio.
—Señorita Espósito, ciertamente no es asunto mío
lo que haces o no haces en Londres. Sólo comentaba que me ha sorprendido. No
debería parecerte tan terriblemente extraño teniendo en cuenta que te he visto
cantarle a una cerda, fintar con un huerfanito y estamparte en un árbol subida
en un trineo —intentó bromear—. Por supuesto, si es el matrimonio lo que
buscas, no me cabe la menor duda de que lo conseguirás. —Pensó que le dedicaba
un cumplido, pero sus chispeantes ojos se fruncieron peligrosamente.
—¿En serio? —dijo ella con voz dulce—. No imaginas
lo mucho que me alegra contar con tu aprobación. Gracias a Dios, ya no pasaré
una noche más en vela ahora que sé que me apoyas. Si me disculpas, debo volver
adentro, donde los caballeros no hacen comentarios sobre los motivos por los
que una dama asiste a una estúpida recepción vespertina. ¡Buenas noches!
—espetó y, con un movimiento seco de cabeza, salió por delante de él.
Maldición, ¿qué había dicho? Pasmado, Peter
contempló el suave balanceo de las caderas de su ángel y la elegancia de su
movimiento a pesar de lo acelerada que iba. Pensó en sus oscuros ojos mientras
la veía esquivar con delicadeza a una pareja. Desapareció por la puerta y él,
encogiéndose de hombros, perplejo, la siguió adentro.
Para su mayor indignación, Peter se encontró
buscando de nuevo a su ángel. No fue difícil encontrarlo; sobresalía de forma
natural entre el resto de la gente. Iba acompañada de un joven que se apoyaba
en un bastón. Supuso que era su hermano Gastón, pues los niños de Rosewood le
habían hablado de su lesión. Le molestó observar que lo aliviaba que se tratara
de su hermano.
Pero aquello no fue nada comparado con la
indignación que se apoderó de él cuando un hombre guapo y corpulento se acercó
a ella. Lali sonrió al desconocido y él, de manera instantánea y posesiva, le
puso la mano en la región lumbar para conducirla entre la multitud hasta la
puerta. Lo enfureció el sentir la más mínima curiosidad y lo desconcertó sin
duda la inusual punzada de celos que notó en el pecho.
—¿Peter?
Se volvió de inmediato con una sonrisa inocente en
los labios al oír la voz de su prometida. Ella le sonrió, cariñosa. Aquella
encantadora sonrisa le hizo alegrarse de que fuese ella, su prometida y no una
mujer petulante que iba cantándoles a las cerdas. No pudo contenerse: le pasó
un brazo por la cintura y le plantó un tierno beso en la frente, haciéndola
sonrojarse.
Nina se apartó de él con una risa nerviosa y miró
tímidamente a su alrededor.
—Cielo santo, ¿qué haces? Siento haberte hecho
esperar.
Él sonrió, desvergonzado, y volvió a besarle la
frente. A Nina se le encendieron las mejillas y miró recatada al suelo, con
aquella sonrisita nerviosa aún en los labios.
—Cariño, por favor. ¿Qué va a pensar la gente? —le
susurró con dulzura.
—Me da igual —respondió él y rió al ver agrandarse
los ojos de la joven.
Continuará...
+10 :o!!
Ashh odio a ninaaa! Maas amo la nove
ResponderEliminarAaaa que Gil loco quiero que se entere q lali es condesa
ResponderEliminar++++++
@x_ferreyra7
maaaaas
ResponderEliminarotro
ResponderEliminarcapitulo
ResponderEliminarmas
ResponderEliminarpor favor
ResponderEliminarMe encanta esta historia!
ResponderEliminarPeter celoso !!!! ��
ResponderEliminarAhora se hace el que adora a Nina? baaaah
ResponderEliminarSe hace el encantador con nina solo por celos jajaja
ResponderEliminarMas!!!
ResponderEliminarSe pone histérico con Lali ,pero le sigue coqueteando a su novia.
ResponderEliminarMáss!!!
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