Era muy extraño, pensó Peter, que una joven de
clase tan distinta lo tuviera tan embobado, pero debía confesar que lo había
embrujado. Lali Espósito estaba tan llena de sorpresas como de sonrisas. Y era
hermosa. Cielos, era preciosa. El verla vestida con pantalones de hombre casi
había sido su perdición. Su cuerpo era un compendio de curvas femeninas: pecho
abundante, cintura fina y caderas suavemente torneadas bajo las que imaginaba
dos piernas perfectas. Tras su pequeño paseo a lomos de Júpiter, la sensación
de su cuerpo pegado al de él lo había atormentado varios días.
El día anterior, en Pemberheath, ella había vuelto
a pillarlo desprevenido. Se la había encontrado en la tienda de ultramarinos,
enfundada en un vestido de lana azul claro, su densa melena recogida en un
moño, discutiendo con el dueño el precio de la harina molida. Un ángel de azul,
pensó, cuyos ojos, danzaban de emoción cuando, ataviada con su elegante
vestido, se detuvo para agradecer enfáticamente al dueño el sebo que había
enviado a Rosewood.
Acababa de empezar a nevar cuando él la acompañó
fuera, tras haber logrado camelar al tendero para que ajustara el precio de la
harina, confundiéndolo con más de una cita oscura apropiada para la ocasión.
Jamás olvidaría el júbilo de ella al atrapar un copo de nieve gordísimo con la
lengua. Ella le había comentado risueña que él parecía provocar cambios en el
tiempo siempre que se lo encontraba, pero él pensó que nada podía compararse con
la tormenta que ella desataba en su interior.
Peter hizo girar la carriola, con un trineo a
remolque, hacia la carretera que conducía a Deadman's Run. Se le había ocurrido
el día anterior, cuando había empezado a perseguirlo aquella idea. Por raro que
pareciese, se había sorprendido pensando desesperado en un modo de volver a
verla mientras ella echaba el saco de harina en la carreta y se sentaba junto a
Estefano. Le había propuesto ir a montar en trineo. ¿En trineo? El no lo hacía
desde que era niño. ¿De dónde demonios se podía sacar uno? Por suerte,
descubrió que el herrero los vendía, carísimos. Al parecer, eran trineos
antiguos que pertenecían a algún antepasado. Había estado acondicionándolo
hasta altas horas de la madrugada.
Mientras la carriola y el caballo avanzaban por la
nieve, Peter se preguntó, distraído, por qué no le decía quién era. Quería
hacerlo, pero no encontraba el momento. Y en realidad daba igual. Se iría en
unos días y, probablemente, jamás volviera a verla. Además, lo reconfortaba ser
un hombre sin título.
Como le había prometido, la señorita Espósito
estaba en la cima de la colina con los niños, espectacular con su capa roja y
sus botas viejas. Los niños eran un amasijo de brazos y piernas inquietos,
completamente descontrolados de emoción. Alaí parecía algo preocupada y cada
vez que Peter se volvía, la niña hacía un aspaviento, como si tuviera tres
ojos. La niña Luz, aquella preciosidad de tirabuzones rubios, aún tenía
lágrimas de desilusión en los mofletes, porque, según le comentó llorosa, Gastón
no había ido con ellos.
—Buenos días, señor Lanzani —lo saludó contenta Lali,
con una deliciosa sonrisa en los labios. Se dirigió a los niños sin perderla—.
El señor Lanzani presume de saber montar muy bien en trineo, y me ha pedido que
le deje demostrároslo.
Peter no había hecho semejante cosa. Frunció los
ojos, risueño. —Y la señorita Espósito asegura que ella puede batirme, y me ha
pedido que le deje demostrároslo. Ella le lanzó una mirada asesina. —¡Vaya,
señor Lanzani, eso suena a desafío! —Lo es, señorita Espósito. —Miró a la cima
de la colina—. Bueno, Leo, ¿les enseñamos cómo se hace?
Mateo y Cristobal rodearon de inmediato a Leo para
darle instrucciones. El niño, que se avenía a todas ellas, les aseguró que
sabía lo que hacía y, cogiendo el trineo que Peter le ofrecía, empezó a subir
entusiasta la colina.
Mientras esperaba a que Leo colocara su trineo, Peter
veía reír a Lali con los huérfanos y su corazón se llenó de una peculiar
emoción. Al verlos agolparse a su alrededor, con el rostro henchido de
admiración, Peter supo lo importante que debía de ser recibir el regalo de su
cautivadora sonrisa. Jamás se le había ocurrido mirar a un niño en las pocas
ocasiones en que los había tenido cerca. Tampoco lo haría en aquel momento de
no ser porque entre ellos podía encontrarla a ella, y porque, por extraño que
pareciera, le encantaban aquellos mocosos. Tragó saliva para diluir la emoción
que lo embargó de pronto al ver a Leo sacudirse la nieve de las manoplas.
—Creo que yo debería ir delante. Lo ayudaré a
conducirlo —susurró enérgicamente—. La señorita Espósito dice que quizá le
falte un poco de práctica. —Peter arqueó una ceja al ver a Leo subirse
entusiasmado a la parte delantera del trineo. El se subió detrás, con sus
largas piernas dobladas en una posición bastante incómoda—. ¡Señorita Espósito,
fíjese bien en la bajada! —le gritó.
Sonriente, ella hincó las rodillas en la nieve,
rodeando a Luz con un brazo.
—No se preocupe —dijo Leo solemne.
Sin dejar de sonreír, Peter le dio al trineo el impulso
inicial. Este empezó a descender por la colina; Peter esquivó hábilmente una
roca del camino, pasó entre dos árboles como si se tratara de una carrera de
obstáculos y finalmente alcanzó la llanura de la base, donde se detuvieron poco
a poco. Riendo alocadamente, Leo se levantó de un salto y volvió a subir
corriendo a la cima.
Después Mateo y Cristobal bajaron volando sin
ningún miedo. Tampoco Alaí, acompañada de Leo, sintió ningún temor; hasta la
pequeña Luz lo probó, y se pasó el trayecto llorándole a Mateo. Al ver que los
niños no corrían peligro, Peter se dirigió a donde estaba Lali.
—¿Qué, lo ves lo bastante seguro para probarlo?
—preguntó. —Alaí me ha convencido de que es emocionante —respondió ella
sonriendo, coqueta—. Pero confieso que me parece más seguro bajar con Mateo que
contigo.
El hombre le dedicó una sonrisa picara e
impulsivamente le cogió la mano enguantada con las suyas.
—Si te convence mi forma de conducir el cacharro,
me encantaría ser yo quien te acompañe, señorita Espósito.
—¿Por qué no me llamas Lali? —La pregunta lo
sorprendió. Se lo pidió como si se tratase de un inmenso favor personal.
—Con una condición —murmuró él—. Que bajes la loma
conmigo.
—Estoy del todo preparada —contestó ella con una
risa encantadora—.No encontrarás en toda Inglaterra una mujer más valiente.
La creía. La envolvió firmemente con sus brazos y
sus piernas, y los dos descendieron a toda velocidad hasta el pie de la colina,
acompañados por la risa constante de la intrépida Lali. Una vez en el llano, Peter
detuvo el trineo y se puso de pie como pudo. Entusiasmado, la ayudó a
levantarse. A ella le pareció divertido, y sin parar de reírse como si fueran
viejos amigos, los dos subieron a la cima y devolvieron el trineo a los niños.
Mientras los pequeños bajaban, ellos se quedaron a
un lado, hablando de Rosewood. Ella le explicó la desaparición del hogar
familiar y cómo el vicario y ella habían escolarizado a los niños. Con un
destello de orgullo en los ojos, le expuso su concepto de Rosewood, un lugar al
que los niños pudieran ir a aprender lo que necesitaran para convertirse en
unos adultos felices y productivos. En sus planes, Rosewood no era la hacienda
destartalada, sobreexplotada y gravada en exceso en que se había convertido.
Rebosaba vida. El no pudo evitar pensar en la necesidad imperiosa de reformas
de gente como los Espósito, con idénticas esperanzas y sueños, que luchaba
desesperadamente por sobrevivir.
—Gastón dice que debemos tener una representación
decente en el Parlamento para arreglar las cosas —señaló ella.
Gastón tenía razón y, por primera vez desde que
heredara su título nobiliario, Peter pudo ver la importancia de aquel concepto.
Él le habló de su persecución del ciervo,
omitiendo el pequeño detalle de que no había vuelto a buscar al astado animal
desde el día en que la había encontrado fintando con Leo, También le pidió que
lo llamara Peter.
Cuando un banco de nubes grises empezó a
apoderarse del soleado día, le sugirió a Lali que llevaran a los niños a casa. Mateo
protestó, cogió a la joven de la mano y le suplicó que bajara con él por última
vez.
—¿Te importaría mucho? —le preguntó ella a Peter
con una sonrisa encantadora.
Como si pudiera negarle algo a aquella condenada
sonrisa... —Esperaré con el resto de los niños al pie de la colina —le contestó
él y, guiñándole el ojo a Mateo, bajó con el grupo.
Los vio discutir en la cima. Al ver a Mateo
subirse delante, Peter apretó la mandíbula. Lali fingía conducir el trineo.
Cuando empezaron a bajar, el pequeño se puso algo pálido; en cambio, Lali esbozó
una sonrisa tan pronto como el vehículo empezó a cobrar velocidad. Peter
contuvo el aliento al verla dirigir temblorosa el trineo hacia los dos árboles.
Dio un paso adelante cuando éste pasó rozando el borde de la roca y se dirigió
hacia uno de los árboles, con el corazón alborotado en el cuello al ver lo
rápido que descendían. Oyó inspirar con fuerza y no supo con seguridad si había
sido él o Leo quien los había advertido a gritos de la presencia del árbol.
En el último segundo, ella logró esquivar el árbol,
pero el trineo pasó peligrosamente cerca del tronco y empezó a dar tumbos sin
control. El pánico se apoderó del corazón del noble al ver, impotente, la capa
roja de ella volando por la nieve. Los gritos y chillidos de los niños lo
despertaron de la conmoción; Leo y él fueron corriendo en busca de los
tripulantes caídos.
Ella estaba tumbada boca abajo, su capa tirada en
la nieve a modo de charco de intenso rojo rubí. Peter trepó por la cumbre,
patinando en su afán por llegar hasta ella. Cuando le dio alcance, Mateo se
había puesto en pie y la miraba desde arriba, con una expresión de auténtico
pánico en el rostro. Leo, histérico, le preguntó si estaba bien, y él asintió
con la cabeza. Peter cayó de rodillas y apoyó las manos con cuidado en la
espalda de la joven. Gracias a Dios, al menos respiraba. Ella hizo un ruido y
él la puso en seguida boca arriba.
Lali abrió los brazos en cruz y sus ojos brillaron
intensamente al tiempo que soltaba una melodiosa carcajada. Perplejo, Peter se
apoyó en los talones y se la quedó mirando. Con las mejillas sonrosadas de
emoción, Lali reía.
—¡Creo que se me ha enganchado la capa en el
timón! —trató de explicar, contenta, intentando incorporarse.
A él le palpitaba el corazón sin piedad, y se dejó
caer en la nieve. Aún sin parar de reír, Lali trató de ponerse en pie,
observando feliz a los niños.
—Siento haberlos asustado, pero estoy bien.
—Sí —murmuró Leo, aún visiblemente aterrado.
Mateo la miraba boquiabierto. Peter se levantó
como pudo.
—Me has dado un buen susto.
Lali siguió riendo y sacudió la nieve de su capa
antes de alzar la cabeza para mirarlo.
—Ha sido muy emocionante, ¿verdad?
—Mucho —dijo él sin entusiasmo, y miró a los
pequeños—. Ella está bien —les indicó bruscamente y, sin soltarle la muñeca,
dio media vuelta e inició el descenso, molesto por el incesante palpitar de su
corazón. Si de él dependiera, la muy gamberra no volvería a subirse a un trineo
en su vida. Lali corría para poder ir a su paso y, al llegar hasta donde
estaban los niños, se mofó de su travesura, hasta que no quedó rastro alguno de
miedo en los rostros que la rodeaban.
Peter tuvo que llegar a Dunwoody y beberse un
oporto para que se le pasara el susto que la muy sinvergüenza le había dado. Y
necesitó otros tres para dejar de preguntarse por qué le había ocurrido eso.
Continuará...
+10 :D!!
me gusta mucho la novela :)
ResponderEliminaresos pequeños gestos q tiene Peter para con lali son tan tiernos
ResponderEliminar+++++
ResponderEliminarSubí mas porfa
ResponderEliminarayy chulis son tan tiernos! los amo masss porfas
ResponderEliminarPánico xk le pasara algo ,es lo k sintieron los niños y Peter.
ResponderEliminarLali hace d todo para k los niños disfruten ,y no se preocupen
ResponderEliminar+++
ResponderEliminarRaro k Bartolome y la señora Peterman ,
ResponderEliminarno conozcan el abolengo d Peter Lanzani,
Mas nove porfa :)
ResponderEliminarMassssss
ResponderEliminarPeter también se calla su título nobiliario,
ResponderEliminarpasar desapercibido parece k le divierte.
Hcihg quierooo maáaassss
ResponderEliminar@x_ferreyra7
Ya me puse al día con bonus y la nueva nove ya se te extrañaba a ti y a Tus novelas
ResponderEliminarmás más más más
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