Capítulo QUINCE

Dos días después, Peter seguía pensando en el asunto. Pero no servía de nada.

 Había conseguido evitar a Lali por el momento, pero eso no podía durar. No era fácil ignorar a su ex mujer. Peter sonrió al recordar la noche anterior, cuando Lali subió a su apartamento y aporreó la puerta, exigiéndole que abriese porque tenía que hablar con él.

Naturalmente, Peter no lo hizo. Le gritó que se fuera y, después de un rato, Lali desapareció. Pero sabía que aquella tregua no podía durar. Mientras bajaba del coche miró alrededor para comprobar si había moros en la costa. ¿Dónde iba el mundo si un marine tenía que entrar y salir de su casa a escondidas para evitar a una mujer? Estaba atardeciendo y el aire era un poco más fresco gracias a la brisa del mar. Del otro lado de la calle llegaba el olor a barbacoa y un par de niños estaban jugando a la pelota en la acera, cerca de la casa de Angelina. Una situación normal.

Entonces, ¿por qué se sentía tan nervioso como cuando estaba a punto de volar en una misión de combate?

La respuesta a esa pregunta abrió la puerta y salió al porche, con Muffin y Peaches pegadas a sus talones, ladrando mientras se lanzaban hacia él a la carrera. Seguramente, dispuestas a roer sus huesos cuando Lali hubiera terminado con él.

Tenía una expresión decidida mientras se acercaba. De modo que había llegado el momento, pensó Peter, intentando decidir si lo mejor sería volver a entrar en el coche y escapar de allí a toda velocidad.

Entonces, a uno de los niños que jugaban en la acera se le cayó la pelota, que rodó hasta el macizo de flores de la entrada. Peaches cambió de dirección y corrió hacia ella como si fuera una gacela y ella una fiera leona... Estaba a punto de atraparla cuando un niño tiró una piedra que le dio en la pata. La perrita lanzó un grito de dolor.

-Lali: ¡Oye! —exclamó furiosa.

Asustado, el niño intentó salir corriendo, pero Peter lo agarró del brazo.

-Peter: ¿Dónde crees que vas? —La bola de pelo, o «bestia inmunda», como solía llamarla, y él no eran precisamente amigos, pero no iba a permitir que nadie le hiciera daño —¿Se puede saber por qué has hecho eso?

—Es mi pelota —contestó.

-Peter: ¿Y te parece bien tirarle una piedra a un animal indefenso? ¿Por qué, creías que iba a comérsela?

—No —contestó el niño.

-Peter: Le has tirado una piedra a un perro que no pesa más de tres kilos —insistió Peter, usando el tono que usaba cuando quería asustar a un subordinado.

—No quería hacerle daño...

El otro niño había salido corriendo para evitar la regañina. Y éste estaba temblando de miedo.

-Peter: ¿Qué diría tu madre si supiera que le tiras piedras a los perros?

—No se lo cuente, por favor. Lo siento mucho, de verdad. Por favor, no se lo cuente a mi madre.

Peter se percató de la desesperación que había en su voz. Lo entendía. Cuando sus hermanos y él eran pequeños, habrían hecho lo que fuera para que sus padres no se enterasen de sus travesuras.

-Peter: Muy bien, no le diré nada. Pero vas a tener que acariciar a la perrita y luego vas a pedirle disculpas a su dueña. Entonces te devolveré la pelota.

El chico dejó escapar un suspiro de alivio mientras se dirigía hacia la pobre Peaches.

—No quería hacerle daño —dijo con voz temblorosa —Lo siento mucho —el chico se puso de rodillas en el suelo para acariciar a la caniche— No volveré a hacerlo, se lo juro.

Lali miró a Peter, sin poder evitar una sonrisa. Seguramente el chico tenía tanto miedo que cumpliría su palabra. Y, después de todo, ¿qué niño no hacía alguna travesura en su vida?

-Lali: Muy bien. Si Peaches puede perdonarte, yo también.

—Gracias, señora —murmuró el niño, tomando su pelota. Luego se volvió hacia Peter—. Lo siento mucho de verdad.

-Peter: Esta bien —dijo él— Vamos, puedes irte.

El chico salió corriendo, como si temiera que no fuera a darle una segunda oportunidad. Peter lo observaba, con los vaqueros caídos, las zapatillas desabrochadas... Y por un segundo, se preguntó cómo sería tener un hijo.

Algo que, por supuesto, lo llevaba precisamente donde había empezado.

Pensó en su noche con Lali y en las posibilidades de que hubiera concebido un hijo. Y, por primera vez, la posibilidad le pareció real. Casi podía ver la cara del niño. Una combinación fascinante de las facciones de Lali y las suyas. De forma inesperada, sintió algo dentro de él...

Un hijo.

Peter Lanzani, padre. Y esa idea no le parecía tan descabellada ni tan aterradora como unos días antes.

-Lali: Me habría gustado decirle cuatro cosas —murmuró.

-Peter: El pobre se ha llevado un buen susto, no te preocupes. ¿Cómo está Peaches?

-Lali: Bien. No era una piedra muy grande, afortunadamente.

Muffin se acercó a Peter para apoyarse en su pierna. Y, sin pensar, él se inclinó para acariciarla. Peaches se acercó trotando hacia él también, como para darle las gracias por su intervención. Plantando las patas traseras en el suelo, colocó las delanteras en sus rodillas y se quedó mirándolo con adoración. Peter miraba a las dos perrillas que le habían hecho la vida imposible durante años sin poder creerlo. Ninguna de ellas intentaba lanzarse a su yugular.

-Lali: Parece que se han enamorado —dijo.

Él levantó la mirada.

-Peter: ¿Qué?

-Lali: Que eres su héroe.

Peter arrugó el ceño y las dos perritas suspiraron.

-Peter: Esto es muy raro.

-Lali: ¿Prefieres que te ladren?

-Peter: Si ladran sé lo que esperar.

-Lali: ¿Y eso es tan importante? —preguntó.

-Peter: No me gustan las sorpresas.

-Lali: Peter...

-Peter: La, no quiero volver a hablar de ello.

-Lali: ¿Volver a hablar? Aún no hemos hablado —le espetó ella, con un brillo de indignación en los ojos.

Peter se preparó para lo que le esperaba.

-Peter: Muy bien. ¿Podemos hablar dentro?

-Lali: Por supuesto —se incorporó y chascó los dedos— Vengan, chicas —Ninguna de las dos se movió —¿Muffin? ¿Peaches?

Peter miró a las perras. Ellas suspiraron. Él suspiró también mientras se dirigía hacia la casa con las perritas detrás y luego subió los escalones del porche ignorando la expresión estupefacta de Lali mientras él y sus fans entraban en la casa.

-Lali: Siento haberte engañado —dijo nada más entrar.

-Peter: Por supuesto —murmuró, dejándose caer en el sofá. Naturalmente, Muffin y Peaches saltaron para sentarse a su lado.

Lali arrugó el ceño. Las perras traidoras, sólo lo miraban a él y la hacían sentir como una extraña.

-Lali: Quiero que sepas que lo he pensado bien y... me he dado cuenta de que está mal lo que hice.

-Peter: Gracias —dijo— Pero eso no cambia nada. Ahora tendremos que lidiar con las consecuencias.

-Lali: Ah, qué sensato. Admirable.

-Peter: ¿Prefieres que me ponga a gritar?

-Lali: Pues no sé, quizá.

-Peter: Eso ya lo he hecho y no valió de nada.

-Lali: Mira, Peter... —suspiró. Odiaba que se lo tomara con tanta tranquilidad. Habría preferido una de sus discusiones —. Lo que dije la otra noche es verdad. Si estoy embarazada... —Peter hizo una mueca— ...me haré cargo de todo. Te eximo de toda responsabilidad. No tienes que...

-Peter: Si estás embarazada, también es hijo mío y tendremos que lidiar con ello juntos.

-Lali: ¿Qué quieres decir con eso?

-Peter: Que habrá que cuidar de él, por supuesto. ¿Qué crees que quería decir?

-Lali: Yo puedo criar a un niño sola, Peter.

-Peter: Al mío no —Por un segundo, Lali pensó que quizá la había echado tanto de menos como ella. Que quizá iba a sugerir que lo suyo aún podía funcionar. Que había un futuro para ellos —Lo he estado pensando. Si estás embarazada, todo podría solucionarse.

-Lali: ¿Cómo?

-Peter: Yo podría dejar el ejército. Buscar un trabajo en el mundo civil para alguna compañía aérea...

-Lali: ¿Qué? —exclamó —. No puedes dejar los marines.

-Peter: Admito que no me gustaría demasiado, pero...

-Lali: Peter, no digas bobadas. Ser un marine es tu trabajo, es lo que eres. Ni hablar.

Él se levantó.

-Peter: Lali...

-Lali: No —lo interrumpió ella—. Yo nunca te pediría que dejaras el ejército porque sé lo que significa para ti. Y no querría que fueras menos de lo que eres —Peter se pasó una mano por el pelo.

-Peter: Formar una familia es complicado. Pero las familias de militares lo tienen aún más difícil —Lali lo miró como si no lo hubiera visto nunca. ¿Por qué decía eso?

-Lali: ¿Dónde quieres llegar?

-Peter: He visto muchas familias rotas. Mis amigos tienen que abandonar a sus familias durante meses. La esposa de un marine tiene que estar dispuesta a mudarse en cualquier momento, tiene que cuidar sola de los niños en muchos casos, encargarse de todo... —Peter empezó a pasear por el salón. Las palabras salían de su boca a borbotones, como si las hubiera tenido guardadas durante mucho tiempo—. Nadie las ayuda. Es muy duro. Y eso sin contar la preocupación. Te mandan a zonas de peligro y a veces ni siquiera puedes decirle a tu mujer dónde estás.

-Lali: Peter...  —Él levantó una mano.

-Peter: Es una vida muy dura y yo quería que la tuya fuera mejor. Quería que fueras feliz y no que estuvieras sola o tuvieras que pasarte la vida preocupada por mí y... —Lali estaba temblando. Sentía oleadas de pena y de rabia mientras escuchaba al hombre que amaba decirle por qué había roto su matrimonio cinco años antes. Peter había empezado a hablar del presente, pero sabía muy bien que había terminado hablando del pasado, dándole las respuestas que no había querido darle cinco años atrás. Ahora que conocía esas repuestas, estaba furiosa.

-Lali: ¿Estás diciendo que te divorciaste de mí porque querías que fuera feliz? —Peter dejó de pasear y se volvió para mirarla.

-Peter: Sí. Lo hice por ti.

-Lali: ¡Serás idiota...!

-Peter: Es la segunda vez que alguien me llama idiota esta noche —suspiró él—. Y no me gusta.

-Lali: Pues me da igual —replicó, clavando un dedo en su camisa—. ¿Te divorciaste de mí para que fuera feliz? ¿Tú decidiste que no podría ser la esposa de un marine sin contar conmigo?

-Peter: Eso no es lo que...

-Lali: Es exactamente lo que has dicho —lo interrumpió ella—. ¿Pensaste que no podría soportarlo, que era demasiado débil o demasiado tonta o demasiado joven para cuidar de mí misma mientras mi marido se iba a Oriente Medio para proteger a mi país?

-Peter: No...

-Lali: ¿Pensabas que no podrías confiar en mí para cuidar de nuestros hijos, pagar las facturas, hacer una mudanza?

-Peter: Yo no...

-Lali: ¿Pensabas que sin mi marido a mi lado me pasaría el día llorando?

-Peter: La...

-Lali: ¿De verdad pensabas tan mal de mí?

-Peter: Te amaba.

-Lali: Pero, evidentemente, no me respetabas.

-Peter: Claro que sí...

-Lali: Si me hubieras respetado, no habrías hecho eso. No me habrías tratado como a una niña a la que se manda a su habitación —replicó—. Nos engañaste a los dos, Peter.

-Peter: ¿Qué?

-Lali: Tú decidiste por los dos que no era mujer suficiente.

-Peter: No, yo...

-Lali: Tú decidiste que no era suficiente para ti.

-Peter: Estás retorciendo mis palabras, Lali.

-Lali: No, no es verdad —murmuró ella, preguntándose si el dolor se le pasaría algún día. Cinco años de su vida perdidos. Cinco años en los que podrían haber sido felices, podrían haber tenido una familia. Todo porque Peter Lanzani había querido hacer las cosas a su manera, sin contar con ella.

-Peter: Yo sólo quería...

-Lali: Ahora lo entiendo todo. Y te equivocaste. Te equivocaste por completo. Yo me sentía orgullosa de ti. ¿Crees que no sé lo importante que es tu trabajo para ti? Pues lo sé. Sí, claro que habría sido difícil separarme de ti, pero soy fuerte, Peter. Y mientras nos quisiéramos, podría haber soportado cualquier cosa.

-Peter: Lo sé —consiguió decir él—. Pero no quería que soportaras todo eso.

Lali tenía ganas de llorar por todo lo que se habían perdido.

-Lali: Así que para evitar que estuviéramos separados unos meses, decidiste separarnos para siempre. Sí, claro, es muy lógico.

-Peter: Hice lo que me pareció mejor.

-Lali: Pues te equivocaste.

-Peter: Lali, yo... —intentó tocarla, pero ella dio un paso atrás. No quería que la tocase, no quería consuelo alguno. Quería lo que él no querría o no podría darle nunca.

Su respeto. Y su amor.

-Lali: Vete, Peter —dijo en voz baja, dirigiéndose a la cocina.

-Peter: Aún no hemos hablado del niño.

-Lali: Lo haremos si hay un niño —contestó—. Por ahora, no quiero seguir hablando contigo.

Pasó una semana y las palabras de Lali se repetían una y otra vez en la cabeza de Peter. ¿De verdad había estado tan equivocado? ¿Tan malo era intentar proteger a la persona que amabas?

No podía hablar de aquello con nadie. Ni siquiera con Camilo porque no le apetecía que volviera a llamarlo idiota. Y tenía la impresión de que tampoco iba a encontrar comprensión en el resto de su familia. Quizá no merecía comprensión, pensó.

Durante los últimos días había estado fijándose en sus amigos y sus familias... Cinco años atrás, estaba preocupado por las penalidades de la vida militar. Pero no se había fijado en lo felices que eran, en cómo se apoyaban unos a otros. En sus casas había risas, confianza, respeto. Si la vida era dura, se apoyaban los unos en los otros. ¿Por qué no había visto eso antes?

Mientras esperaba a saber si Lali estaba embarazada, Peter se vio forzado a pensar en la decisión que había tomado cinco años antes. Y a considerar cómo sería su vida si su ex mujer estuviera esperando un hijo. Si era así, querría ser parte de la vida de ese niño, desde luego. No podría vivir sabiendo que tenía un hijo al que no conocía en alguna parte.

Pero, ¿podría ser parte de la vida de su hijo y no de la vida de Lali?

Continuara...

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