El sueño siempre era el mismo,
aunque cada vez resultaba más vívido. Ella era consciente de todos los
detalles, incluso cuando estaba despierta. Lo insólito de las imágenes siempre
la alarmaba. No era habitual en Lali sentir cosas como aquélla. No, ella era
una joven práctica y sensata, nada propensa a vivir las aventuras temerarias
que sus amigas querían que viviera. ¿Qué pensarían si supieran el sueño que la
acosaba tantas y tantas noches? Nunca se lo contaría a nadie. Se trataba de un
momento de locura, demasiado íntimo para confiárselo a nadie.
Durante el sueño, su cuerpo
estaba relajado. De una forma gradual, le parecía que se despertaba, pues se
daba cuenta de que había alguien más en la habitación, alguien que rodeaba la
cama con pasos silenciosos. Ella mantenía los ojos cerrados, pero su corazón
empezaba a latir deprisa y con fuerza. A continuación no se oía ningún
movimiento, sólo el silencio. Ella contenía el aliento mientras esperaba
percibir el tacto de una mano, un sonido, un susurro. El colchón se hundía
ligeramente bajo el peso del cuerpo de un hombre; un amante fantasma, sin
rostro y sin nombre, que se inclinaba sobre ella para poseerla como nadie lo
había hecho antes. Ella intentaba apartarse, pero él se lo impedía y la presionaba
de nuevo contra las almohadas. Un embriagador olor masculino inundaba sus fosas
nasales, unos brazos fuertes y musculosos la abrazaban, el peso del cuerpo del
hombre la inmovilizaba y su calor la colmaba. Las manos del desconocido
recorrían su piel, daban vueltas por sus pechos, se deslizaban entre sus muslos
y ella se retorcía y ardía de placer. Lali le suplicaba que se detuviera, pero
él se reía con suavidad y seguía atormentándola. Sus labios calientes recorrían
su cuello, sus pechos, su estómago. Entonces un deseo ciego se apoderaba de
ella. Lali rodeaba al desconocido con los brazos y tiraba de él, deseándolo con
desesperación y, sin intercambiar ninguna palabra, él le hacía el amor y su
cuerpo la embestía como un oleaje lento y demoledor.
Entonces el sueño cambiaba. De
repente, Lali se encontraba en el porche delantero de su casa, el cielo se veía
profundo por la densa oscuridad de lo avanzado de la noche y en la calle había
alguien que la miraba con fijeza. Se trataba de un hombre viejo cuyo rostro
permanecía oculto entre las sombras. Ella no sabía quién era ni qué quería,
pero él la conocía. Incluso sabía su nombre.
—Mariana. Mariana, ¿dónde
estabas?
Ella se quedaba paralizada por
el miedo. Quería que se fuera, pero tenía un nudo en la garganta y no podía
hablar. En aquel momento Lali siempre se despertaba, sudorosa y sin aliento. El
sueño resultaba tan vívido que parecía real. Y siempre era igual. Lali no tenía
esta pesadilla a menudo, aunque a veces el miedo a tenerla era suficiente para
que no se atreviera a dormirse.
Lali se sentó con lentitud, se
secó la frente con el borde de la sábana y deslizó las piernas a un lado de la
cama. La cabeza le daba vueltas. Aunque no había hecho ruido, debía de haber
despertado a Alelí, quien tenía el sueño ligero.
—¿Lali? —Le llegó la voz de Alelí
desde la habitación contigua—. Tengo que tomar la medicina.
—Enseguida voy. —Lali se
levantó e inspiró hondo.
Se sentía como si hubiera
corrido una larga distancia. Después de administrarle la medicina a Alelí y de
que el dolor que ésta sentía empezara a remitir, Lali se sentó en el borde de
la cama de su tía y la contempló con una expresión de inquietud en el rostro.
—Tía Alelí, ¿alguna vez has
soñado con personas a las que no conoces y con cosas que nunca has hecho pero
que, de alguna forma, te resultan familiares?
—La verdad es que no. Yo sólo
sueño con cosas que conozco. —Alelí bostezó con amplitud. Claro que yo no tengo
la imaginación que tú tienes, Lali.
—Pero, ¿y si te parece que el
sueño te está sucediendo de verdad...?
—Hablemos de esto por la
mañana. Ahora estoy cansada, cariño.
Lali asintió a desgana con la
cabeza, sonrió levemente y regresó a su dormitorio. Sabía que, por la mañana,
no hablarían sobre su sueño.
Lali entró en el dormitorio y
dejó el bolso mientras tarareaba la canción que transmitían por la radio, I’d Be Lost Without You. Su llegada
siempre constituía un gran alivio para Alelí, quien estaba confinada en la cama
de una forma permanente y hacía cinco años que no se valía por sí misma. Aparte
de la radio y la mujer que habían contratado para que le hiciera compañía de
una forma ocasional, Lali era su único contacto con el mundo exterior.
Formaban una extraña pareja,
una tía soltera y su sobrina de veinte años. Y había pocas similitudes entre
ellas. Alelí era de una época en la que se mimaba a las mujeres, en la que se
las protegía. Por otro lado, Lali era una joven moderna que sabía conducir
coches y llevaba a casa un cheque mensual.
Lali sabía lo que era trabajar
y, como sus amigas, también había aprendido a no esperar nada del futuro. A las
mujeres de su generación les habían enseñado que sólo importaba el aquí y el
ahora.
Se trataba de una generación
endurecida, pero a Alelí consolaba saber que su sobrina era menos dura que el
resto de sus amigas. Lali tenía sentido de la responsabilidad y una compasión
innata hacia los demás. Aunque no siempre había sido así. De niña, Lali había
sido terca, egoísta, intratable e irrespetuosa con la autoridad que Alelí
representaba. Sin embargo, la vida no había sido fácil para ella y le había
enseñado unas lecciones amargas que habían aplacado su orgullo y suavizado su
carácter y que habían transformado su terquedad en una gran fortaleza interna.
En aquel momento, muchas personas se beneficiaban constantemente de su
entereza: los pacientes a los que atendía en el hospital, las amigas que le
pedían ayuda y, sobre todo, la misma Alelí. Alelí la necesitaba más que ninguna
otra persona.
La canción de la radio cambió
a Blue Skies y Lali cantó con el
coro.
—Estás desafinando —comentó Alelí
mientras se incorporaba en la cama.
Lali se inclinó pausadamente
hacia ella y estampó un beso sonoro en su frente.
—Siempre desafino.
—¿Cómo va todo por la ciudad?
—Como siempre —respondió Lali
con naturalidad mientras se encogía de hombros—. No hay trabajo. La gente se
reúne en las esquinas sin otra cosa que hacer más que estar de cháchara. Esta
tarde, la cola de la oficina de empleo llegaba hasta la barbería.
Alelí chasqueó la lengua.
—¡Santo cielo!
—Hoy no tengo nada interesante
que contarte. No hay ningún cotilleo nuevo. No ha pasado nada. La única novedad
es que un hombre raro y mayor merodea por la ciudad. —Lali se dirigió a la
mesita de noche, cogió una cucharilla y tamborileó con ella en la palma de su
mano mientras hablaba—. Lo vi delante de la tienda del boticario cuando salí de
recoger tu medicina. Parece uno de esos viejos conductores de ganado de barba
espesa, pelo largo y rostro curtido.
Una sonrisa cansada cruzó el
rostro de Alelí. Estaba más pálida que de costumbre y extrañamente apática.
Durante los últimos meses su pelo blanco había perdido su brillo y la viveza de
sus ojos oscuros casi había desaparecido dejando a su paso una mezcla de paz y
resignación.
—Muchos vaqueros de antes
merodean hoy en día por todas partes, no hay nada extraño en esto.
—Sí, pero él estaba frente a
la tienda como si estuviera esperando a que yo saliera. Me miró de una forma
muy intensa. Y no dejó de hacerlo hasta que llegué al final de la calle.
Experimenté una sensación muy extraña, como un escalofrío interior. ¡Y debía de
tener entre setenta y ochenta años!
Alelí se rió entre dientes.
—A los hombres de edad les
gusta mirar a las chicas guapas, cariño. Ya lo sabes.
—Pero la forma en que me
miraba me puso los pelos de punta.
Lali realizó una mueca y cogió
un botellín de cristal verde del amplio surtido de medicamentos que había en la
cómoda, los cuales no podían detener el inexorable crecimiento del cáncer en el
cuerpo de Alelí, aunque aliviaban su dolor. El doctor Haskin había dicho que
podía tomar una dosis siempre que la necesitara. En aquel momento, Alelí tomaba
una cucharada de jarabe opiáceo cada hora. Lali acercó con cuidado la cuchara a
los labios de Alelí y utilizó un pañuelo para secar una gota que había
resbalado hasta su barbilla.
—Toma, antes de un minuto te
sentirás mejor.
—Ya me siento mejor. —Alelí le
cogió la mano—. Deberías salir con tus amigas en lugar de mimarme todo el
tiempo.
—Prefiero tu compañía a la de
ellas.
Lali sonrió y sus ojos castaño
oscuro chispearon con malicia. Era una joven encantadora, aunque su rostro no
era de una belleza espectacular. Tenía los pómulos algo hundidos y la mandíbula
demasiado pronunciada, pero, en general, daba la impresión de ser una joven muy
bella. Su encanto resultaba difícil de describir, su luminosa calidez
resplandecía a través de su piel y el color castaño de sus ojos y de su pelo
era intenso y profundo. Las mujeres celosas podrían destacar algunos defectos
en su aspecto, pero la mayoría de los hombres la consideraban perfecta.
Lali dejó la cuchara en la
mesita de noche y contempló el montón de novelas que estaban apiladas sobre
ésta acerca de doncellas indefensas, hazañas audaces y villanos vencidos por
héroes osados.
—¿Otra vez leyendo estas
novelas? —preguntó Lali, y chasqueó la lengua—. ¿Te comportarás algún día?
La suave burla de Lali
divirtió a Alelí, quien siempre se había enorgullecido de ser una mujer
valerosa. Hasta que el cáncer le sobrevino, había sido la mujer más activa e
independiente de Sunrise. La idea del matrimonio, o cualquier otra que
implicara una restricción de su libertad, nunca la habían seducido, aunque
admitía que cuando Lali se trasladó a vivir con ella, constituyó para ella una
bendición.
Después de la muerte
inesperada de su hermana y su cuñado, Alelí se quedó con la hija de ambos y una
herencia meramente simbólica. Criar a una niña de tres años constituyó una
responsabilidad que cambió su vida y la convirtió en algo mucho más rico de lo
que ella había creído posible. En aquel momento, a los sesenta años, a Alelí se
la veía feliz en su estado de soltería. Lali era la única familia que
necesitaba.
Los Espósito habían fundado el
pueblo de Sunrise cerca del camino que recorría aquellas tierras y que, con el
tiempo, fue reemplazado por una larga línea de ferrocarril. Con frecuencia, Alelí
entretenía a Lali contándole historias acerca de Nicolás Espósito, su
bisabuelo, quien había sido el propietario de uno de los ranchos más extensos
de Tejas.
Pero la época de los poderosos
ganaderos y sus imponentes ranchos había terminado. El pastoreo ya no era libre
y de horizontes abiertos, pues el territorio estaba vallado con cercas de
alambre de espino. En aquel momento los rancheros sólo poseían pequeños pedazos
de Tejas. Los vaqueros, quienes constituían la vida y el espíritu del viejo
sistema, se habían desplazado al Oeste o se habían convertido en colonos y,
algunos, incluso en ladrones de ganado. La vasta y tosca extensión que antes
fue el rancho Sunrise, ahora estaba ocupada por torres de perforación
petrolífera, vallas metálicas y trabajadores del petróleo. Lali sentía lástima
por los viejos vaqueros que, de una forma ocasional, pasaban por la ciudad,
taciturnos y resignados ante el hecho de que la única forma de vida a la que
podían pertenecer les había sido arrebatada. Hombres ya mayores y sin un lugar
en el que descansar.
—¿Ves este botellín? —Lali
sostuvo en alto el botellín de cristal verde y lo hizo girar a la luz del sol—.
El hombre del que te hablaba tenía los ojos de este mismo color. De un verde
puro, nada turbio. Nunca había visto nada igual.
Alelí volvió la cabeza sobre
la almohada y miró a Lali con un interés repentino.
—¿Quién es? ¿Alguien ha
mencionado su nombre?
—Bueno, sí. Todo el mundo
murmuraba cosas acerca de él. Creo que alguien comentó que se llamaba Lanzani.
—Lanzani... —Alelí se llevó
las manos a las mejillas— ¿Peter Lanzani?
—Creo que sí.
Alelí pareció aterrorizada.
—¡Peter Lanzani! Después de
tanto tiempo. ¡Cincuenta años! Me pregunto por qué habrá regresado y para qué.
—¿Vivía aquí? ¿Lo conocías?
—No me extraña que te
observara. No me extraña. Eres la viva imagen de mi tía Mariana. Ha debido de
creer que ella había regresado de la tumba. —Pálida y alterada, Alelí alargó el
brazo hacia la mesita de noche para coger los polvos para el dolor de cabeza y Lali
se apresuró en servirle un vaso de agua para ayudarla a tragarlos—. Peter Lanzani
convertido en un anciano... —murmuró Alelí—. Un anciano. Y la familia Espósito
disgregada y dispersa. ¿Quién lo habría imaginado en aquellos tiempos?
—Toma, bebe. —Lali colocó el
vaso de agua en una de las manos de Alelí y se sentó a su lado mientras
tamborileaba con sus dedos de una forma inconsciente. Alelí se tragó los polvos
con unos sorbos de agua y se aferró al vaso con manos temblorosas—. Santo
cielo, ¿por qué estás tan alterada? —la regañó Lali sin saber qué decir—. ¿Qué
te hizo ese tal Peter Lanzani? ¿Cómo lo conociste?
—Tengo tantos recuerdos! ¡Que
Dios se apiade! Nunca creí que Peter viviera tanto tiempo. Es él, Lali, el que
mató a tu bisabuelo Nicolás.
Lali se quedó boquiabierta.
—¿El que...?
—El hombre que destruyó a
nuestra familia y al rancho Sunrise y que asesinó al abuelo Espósito.
—¿Es un asesino y se pasea por
ahí tan libre como un pájaro? ¿Por qué no lo encerraron en una prisión? ¿Por
qué no lo colgaron por el asesinato de Nicolás?
—Era muy escurridizo. Huyó de
la ciudad cuando los demás empezaron a darse cuenta de que había sido él. Y, si
el hombre que has visto hoy es, en verdad, Peter Lanzani, entonces nunca lo
cogieron.
—Apostaría algo que era él.
Parece el tipo de hombre que es capaz de cometer un asesinato.
—¿Sigue siendo guapo?
—Bueno..., supongo que sí...,
para un hombre mayor. Quizás una mujer de edad se sentiría atraída por él. ¿Por
qué lo preguntas? ¿Era guapo cuando era joven?
—El hombre más atractivo de
todo Tejas. Y no es una leyenda. Era algo fuera de lo común, y, aunque se
rumoreaba que se había apoderado de terneros sin marcar y que incluso había
robado ganado, le caía bien a todo el mundo. Cuando quería, resultaba
encantador, y era astuto como un zorro. Además, sabía leer y escribir tan bien
que, en opinión de algunos, se había licenciado en una famosa universidad del
este.
—¿Y era sólo un peón del
rancho?
—Bueno, en realidad, era algo
más. Nicolás lo nombró capataz al cabo de una o dos semanas de su llegada.
Aunque, nada más llegar él, las cosas empezaron a ir mal.
—¿Qué tipo de cosas?
¿Surgieron problemas con el ganado?
—Mucho peor. La primavera
siguiente a su aparición en el rancho, mi tía Mariana, por quien te pusieron tu
nombre, desapareció. Sólo tenía veinte años. Un día, Peter la llevó a ella y a
su hermano Stéfano a la ciudad y, a la hora de volver, no la encontraron. Fue
como si se hubiera desvanecido en el aire. La buscaron día y noche durante
semanas, pero no encontraron ni rastro de ella. En aquel momento, nadie culpó a
Peter, pero, más tarde, la gente empezó a sospechar que él había tenido algo
que ver con su desaparición. La verdad es que no se tenían mucho aprecio.
—Esto no prueba que él le
hiciera algo.
—Así es, pero era el
sospechoso más probable. Y, aquel otoño, justo después del recuento del ganado,
encontraron al abuelo Espósito muerto en su cama. Estrangulado.
Aunque Lali había oído aquella
parte de la historia antes, realizó una mueca de disgusto.
—¡Qué horror! Pero ¿cómo
puedes estar segura de que fue Peter Lanzani quien cometió el asesinato?
—La cuerda que utilizaron para
estrangular a Nicolás pertenecía a la guitarra de Peter. Él era el único que
tenía una guitarra en todo el rancho. ¡Tocaba de maravilla! Por la noche, su
música flotaba por el aire hasta la casa. —Alelí sufrió un ligero
estremecimiento—. Entonces yo sólo era una niña y, mientras escuchaba aquella
música tumbada en la cama, pensaba que así debía de ser la música de los
ángeles. ¡Ah, y también encontraron otra cosa! Un botón de la camisa de Peter,
allí, junto al cadáver.
—A mí me parece que era
culpable.
—Todo el mundo creía que lo
era. Además, no tenía ninguna coartada. Pero él huyó a toda prisa del pueblo y,
desde entonces, nadie lo había visto ni había sabido nada de él. Si hubiera
regresado antes, lo habrían detenido de inmediato, pero ahora debe de creer
que, al ser tan viejo, nadie querrá colgarlo.
—Yo no estoy tan segura, pues
por aquí la gente tiene mucha memoria. Creo que, al regresar, se ha buscado
muchos problemas. Me pregunto si de verdad se trata de Peter Lanzani. ¿Crees
que se ha arrepentido de haber matado a Nicolás?
Alelí sacudió la cabeza en
actitud dubitativa.
—No lo sé.
—Me pregunto por qué lo hizo
—comentó Lali.
—Él es el único que lo sabe.
La mayoría de la gente cree que le pagaron para que lo asesinara. El abuelo Espósito
tenía muchos enemigos. O quizá tuvo algo que ver con... algo relacionado con un
testamento. Nunca lo entendí del todo. —Alelí de repente se sintió exhausta y
se apoyó en la almohada. Lali apretó con fuerza su delicada mano, la cual se
había vuelto fláccida—. No te acerques nunca a él —pidió Alelí con voz
entrecortada—. Nunca. Prométemelo.
—Te lo prometo.
—¡Oh, Lali, te pareces tanto a
ella! Tengo miedo de lo que sucedería si él se acercara a ti.
—No sucederá nada —contestó Lali
sin comprender por qué los ojos de Alelí brillaban con tanto ardor— ¿Qué podría
hacerme? Es él quien tendría que tener miedo, no nosotras. Espero que alguien
le cuente a la policía que está aquí. No importa lo viejo que sea, la justicia
es la justicia, y él debería pagar por lo que hizo.
—Sólo mantente alejada de él,
por favor.
—Tranquila. No me acercaré a
él, no te preocupes.
Lali esperó hasta que Alelí
cayó en un agitado sueño. Después se levantó, miró a través de la ventana y
recordó el rostro de aquel hombre y sus llamativos ojos verdes. ¿Acaso la había
mirado con tanta fijeza porque ella se parecía a Mariana Espósito? Lali se
preguntó hasta qué punto se parecían. Nunca había visto una fotografía de Mariana
y sólo sabía de su parecido por lo que le había contado Alelí. No existía
ninguna fotografía, ningún recuerdo, nada que probara que Mariana Espósito
había existido, salvo su nombre en el árbol genealógico de la familia.
Desaparecida. ¿Cómo podía
alguien esfumarse sin dejar rastro? Siempre que había oído hablar de Mariana,
el misterio de su desaparición la había fascinado, pero aquélla era la primera
vez que oía que Peter Lanzani podía tener algo que ver con su desaparición,
Incapaz de contener su curiosidad, Lali insistió sobre aquella cuestión cuando
le llevó a Alelí la bandeja de la cena por la noche.
—¿Hasta qué punto me parezco a
Mariana?
—Siempre he opinado que eres
la viva imagen de ella.
—No, no me refiero al aspecto,
sino a cómo era. ¿En ocasiones actúo o hablo como ella? ¿Me gustan las mismas
cosas que a ella?
—Qué preguntas tan extrañas, Lali.
¿Qué importancia tiene si te pareces o no a ella en estos aspectos?
Lali se estiró a los pies de
la cama y sonrió perezosamente.
—En realidad, no lo sé, sólo
es curiosidad.
—Supongo que podría contarte
algunas cosas. En realidad, eres muy distinta a Mariana Espósito, cariño. Había
en ella algo salvaje, excitante, que no encajaba bien con una chica de su edad.
Todo el mundo la mimaba. —Alelí se interrumpió y su mirada se volvió suave y
distante—. Mariana era suave como la seda cuando se salía con la suya, lo cual
ocurría con bastante frecuencia, pero algunas cosas en ella me inquietaban. Yo
me sentía fascinada por la tía Mariana y creía que era la mujer más guapa del
mundo, incluso más que mi madre. Pero era una intrigante y las personas no
parecían importarle tanto como el dinero.
—¿Les caía bien a los demás?
—¡Cielo santo, sí! Todos los Espósito
la adoraban. Era la favorita del abuelo, a pesar de que Stéfano era su único
hijo. Y todos los hombres del condado acababan enamorándose de ella. Los
hombres se volvían locos por ella. El viejo Benjamín Amadeo, cuando era joven,
perdió la cabeza por ella y nunca se rehizo tras su desaparición. Ella lo había
hechizado, como a todos los demás.
—Definitivamente no era como
yo —declaró Lali con resignación, y se rió entre dientes.
—Eres tú quien no se concede
una oportunidad, cariño. Los únicos hombres que ves son los pacientes del
hospital. Veteranos de guerra. Hombres lisiados y cansados. No es bueno que
dediques todo tu tiempo libre a curarlos y cuidarlos. Deberías salir con
jóvenes de tu edad y acudir a fiestas y a bailes, en lugar de esconderte aquí,
conmigo.
—¿Esconderme? —repitió Lali
indignada—. Yo no me escondo de nada. Me gusta pasar el tiempo contigo.
—Pero, de vez en cuando,
podrías pedirle a una de las vecinas que se quede conmigo durante unas horas.
No tienes por qué estar aquí todo el tiempo.
—Hablas como si pasar el rato
contigo constituyera una carga terrible, pero tú eres la única familia que
tengo y te lo debo todo.
—Desearía que no hablaras así.
—Alelí dirigió su atención a la bandeja de la cena y lo saló todo con
generosidad—. Desearía estar segura de que te he educado bien. No quiero que
acabes siendo una vieja solterona, Lali. Deberías casarte y tener hijos.
—Si éste es el deseo de Dios,
me enviará al hombre adecuado.
—Sí, pero tú estarás tan
ocupada cuidándome que se lo quedará otra chica.
Lali se echó a reír.
—Una cosa es segura, tía Alelí,
si me caso, no será con nadie que ya conozca. Ninguno de los hombres de Sunrise
me gustaría como esposo. Y el único nuevo es Peter Lanzani.
—No bromees acerca de él. Me
preocupa. Aunque no me hubieras contado que está aquí, sabría que algo anda
mal. Es como si una sombra hubiera cubierto la ciudad.
—¿No te parece extraño? Yo
también siento algo distinto en el aire, como si algún suceso estuviera
esperando para ocurrir. Ahora que Peter Lanzani ha regresado, ¿no sería curioso
que Mariana también apareciera? ¿Cincuenta años después de su desaparición?
—Ella nunca regresará —afirmó Alelí
con un convencimiento absoluto.
—¿Por qué no? ¿Crees que él la
mató?
Alelí permaneció en silencio
durante un largo rato y su mirada se volvió distante.
—He pensado en esta
posibilidad durante años. Creo que el hecho de que desapareciera de aquella
manera me preocupó a mí más que a ninguna otra persona, salvo a su padre. Nunca
dejé de preguntarme qué sucedió el día que desapareció. Esta pregunta me ha
perseguido durante toda la vida. Creo que le ocurrió algo extraño. No creo que
la asesinaran, ni que la secuestraran, ni que huyera, como la mayoría de la
gente cree. Las personas no desaparecen así, sin que quede ninguna pista acerca
de lo que les ha sucedido.
—Entonces, ¿no crees que Peter
Lanzani la matara?
—No creo que él sepa lo que le
sucedió.
Lali sintió que un escalofrío
recorría su espalda.
—Es como una historia de
fantasmas.
—Siempre quise hablar con
alguien acerca de esta cuestión, con uno de los marcadores de reses del rancho,
un hombre que se llamaba Gastón. Se trataba de un argentino supersticioso que
tenía sus propias ideas acerca de todo lo que ocurría. A todo el mundo le
encantaba escuchar sus historias. Él hablaba durante horas acerca de las
estrellas, encantamientos, fantasmas y sobre cualquier otra cosa imaginable. A
veces, predecía el futuro y, con frecuencia, acertaba.
Lali realizó una mueca.
—¿Y cómo lo hacía, tenía una
bola de cristal o algo parecido?
—No lo sé. Gastón era raro.
Conseguía que las cosas más extrañas parecieran naturales y, como creía en
ellas, casi lograba que tú también creyeras en ellas. Pero abandonó el rancho
para siempre antes de que yo pudiera reunir el suficiente valor para
preguntarle qué opinaba acerca de la desaparición de la tía Mariana.
—Lástima —declaró Lali de una
forma pensativa—. Habría sido interesante saber qué opinaba.
—Desde luego.
Continuará...
Empezamos con un cap larguito
y muchos misterios por descubrir ;)
+10
para.. lali tiene 20 y peter 70? o yo entendi mal??
ResponderEliminarVolviste!!! Esta interesante la cosa! Jajajaja subí otro!
ResponderEliminarComo lali con viejo peter jajja. Me encanto muy interesante! Massss
ResponderEliminar+++++++++++++++
ResponderEliminarQue va a hacer Lali con un viejin? Jajajaja dale continuà que Mw enganché! ♡♡♡
ResponderEliminarHola dani! Nos trajiste una nove que me dejó super desconcertada! Jajajaja espero más!
ResponderEliminar=D
ResponderEliminarEs una nove de fantasía? Ciencia ficción? Es el peter joven el que la visita? Ella es la reencarnación de su tía
ResponderEliminarJajaja quería Saber todo de una Jaja y bue Sabes que soy ansiosa Jajajaja
ResponderEliminar++++++++++++++
ResponderEliminarSegi porfavor!!
ResponderEliminarMe imagino que hay otro Peter Lanzani que sea el nieto no ?? Porq no me imagino con un peter de 70 ..sube más
ResponderEliminarCreo que el viejo peter es el abuelo o algo asi de peter, y eso es parte de sus secretos....
ResponderEliminarYov
Muy interesante!!!
ResponderEliminar-Me encanta.
Holaaaaa!!!!! Nueva novela!
ResponderEliminarWoaaa un poco de suspenso...
Estoy un toque pérdida de repente con los nombres pero me acostumbrare jajajaja