Envuelta en una capa con capucha, Lali asomó por
la puerta de la calesa para mirar, impresionada, las ventanas bien iluminadas
del teatro de la ópera. Habría entendido que su tío se deshiciera de ella como
de una baratija, pero jamás lo habría esperado de Gastón. Su hermano había
tratado de justificarse echándole la culpa al oporto y, cuando eso no había
funcionado, empeñándose en que no era bueno provocar al duque, que, a fin de
cuentas, había ganado aquella noche de forma justa. Lali había protestado con
vehemencia del modo en que se la habían jugado, y Gastón se había disculpado
una vez más. Sin embargo, luego le había insistido en que fuese, porque los Espósito
siempre saldaban sus deudas, les gustase o no. Bartolomé, maldito fuera, se
había carcajeado de la apuesta, emocionado por la posibilidad, aunque fuera
remota, de que la pretendiera un duque. De modo que allí estaba, apretada en un
coche de caballos con él y la parlanchina lady Paddington, ¡obligada a
satisfacer la estúpida apuesta de Gastón!
Mientras Peter ayudaba a lady Paddington y a ella
a bajar del carruaje, llegaron a sus oídos suaves compases musicales. No podía
negar que, a pesar de sentirse completamente humillada por ser blanco de una
apuesta entre borrachos, ansiaba con desesperación poder verlo. Sin embargo, de
momento, lo único que quería era darle una lección, puede que incluso borrarle
esa sonrisa socarrona de los labios. Subió la escalera aprisa detrás de él y de
su carabina y entró airada en el teatro, deteniéndose un instante para quitarse
la capucha de la capa.
Lady Paddington, recolocándose sus gruesos
tirabuzones, exclamó en voz alta al ver a la señora Clark.
—Espérame aquí —dijo Peter en tono grave, como de
advertencia. Con una mirada penetrante, procedió de inmediato a escoltar a lady
Paddington a un rincón donde estaban la señora Clark y otras ancianas.
¡Cielo santo, qué sinvergüenza! Lali alzó la
barbilla y tiró furiosa del cordón de su capa. Se la quitó malhumorada de los
hombros y se la encasquetó a un lacayo que se acercaba, con el que tuvo que
disculparse por casi darle un puñetazo en el pecho antes de mirar indignada al
pobre desgraciado mientras se estiraba las faldas de su vestido de satén
turquesa.
Ajena a la multitud de personas que se dirigía a
toda prisa a sus asientos, Lali lo miró con odio mientras hablaba con las
amigas de lady Paddington. De pronto se dio cuenta de que ésta se marchaba con
la señora Clark. ¿Adónde demonios iba su carabina? ¿De verdad creía que iba a
quedarse a solas con él? ¡Aquel tipo era de lo más arrogante! Impaciente,
descansó todo su peso en una cadera, esperando a que él llegase y se explicara.
En cuanto la anciana desapareció por el pasillo, Peter se volvió hacia ella y,
sonriendo, le hizo una seña discreta para que se reuniera con él. ¡El muy
gamberro iba a hacerle cruzar el vestíbulo entero para llegar hasta él! No sólo
era arrogante, sino también grosero y, maldita fuera, ¡guapísimo!
Furiosa, Lali recorrió el magnífico vestíbulo.
Cuando estaba llegando a él, Peter le tendió la mano. Ella se la miró de
refilón, luego lanzándole una mirada feroz, se puso en jarras.
—Eres un... ¡pervertido!
Él bajó la mano y le hizo una reverencia.
—Y tú, una visión. —Alzó la otra mano y le ofreció
una gardenia.
¿De dónde había salido aquello? Lali se encogió de
hombros, luego se cruzó de brazos y apartó la mirada, tragando saliva para
aliviar la sensación que aquella simple gardenia le producía. Le resultaba
difícil establecer contacto visual con él; su mirada era tan penetrante que Lali
se sentía completamente en carne viva. Aún se notaba los ojos de él en cada
centímetro de su ser. Se preguntó si la estaría comparando con lady Nina.
Turbada, desvió la mirada hacia el suelo de mármol y se miró las puntas de las
zapatillas turquesa. El silencioso escrutinio de Peter se le hizo interminable,
hasta el punto de que creyó que iba a ponerse a gritar. Al fin, incapaz de
soportarlo un instante más, levantó la cabeza de golpe.
—¿Qué? ¿Paso tu inspección? —espetó.
Como es lógico, la sonrisa de medio lado de él
hizo que le flojearan las piernas.
—Más de lo que imaginas —replicó, y señaló con la
cabeza la gardenia que le ofrecía.
Ella puso los ojos en blanco.
—Verás —resopló impaciente mientras cogía la condenada
flor—. Esa apuesta que han hecho Gastón y tú debería quedar anulada por la
simple razón de que el objeto de la apuesta no participa en ella gustosamente.
—Terminó agujereándose la piel con el alfiler de la flor—. ¡Debería haber una
ley que prohibiese esas apuestas tan tontas! —concluyó con una mueca de dolor.
Visiblemente entretenido con los esfuerzos de la
joven por prenderse la flor, Peter se limitó a arquear una ceja. Al fin logró
sujetarla con el alfiler, luego se cruzó de brazos, enfadada.
—¿Contento? Sinceramente, me da igual que lo estés
o no —prosiguió ella sin darle tiempo a responder—. Si fueses mínimamente
caballeroso, no me habrías obligado a venir aquí esta noche como si... como si
fuese una especie de trofeo. Por favor, da por saldada la deuda de mi hermano y
déjame volver a casa.
—Me temo que eso no es posible —dijo él en tono
afable mientras sus ojos ocultaban una chispa de regocijo.
—¿Y por qué no? —preguntó ella, mirando
intranquila a su espalda.
—Porque no estás de humor para oír lo que tengo
que decirte. No, me parece que esperaremos hasta que estés dispuesta a
conversar conmigo como una dama.
El insulto la dejó boquiabierta.
—¡Sinvergüenza! —exclamó ella, espantada.
—¡Vaya, qué original! —Peter sonrió.
Muda de indignación, Lali se puso en jarras.
—Jamás, en toda mi vida, he conocido a un hombre
más arrogante, estrafalario y grosero! —espetó, furibunda.
Satisfecho, él inclinó la cabeza como si aceptara
semejante valoración.
—Pues yo no he conocido una mujer más intratable
en toda la mía. ¿Vamos? —Le ofreció el brazo como si fuese lo más lógico.
—¿Dónde está lady Paddington? —quiso saber Lali,
negándose a cogerse al brazo que Peter le tendía.
—Quería sentarse un rato con la señora Clark.
Luego volverá con nosotros.
Ella le miró el brazo furiosa, sin moverse. Él,
esbozando una sonrisa diabólica, meneó la cabeza.
—Lali, sabes bien que no sería práctico que nos
marchásemos ahora. Tu hermano se apostó tu presencia aquí esta noche y perdió.
Fue una apuesta legítima y un caballero siempre paga sus deudas. Si te empeñas
en continuar con tu rabieta, vas a llamar innecesariamente la atención, no sólo
hoy, sino cuando le exija a tu hermano la satisfacción de la deuda. Así que
permíteme que te lo pregunte otra vez, ¿vamos?
Cielo santo, le daban ganas de arrancarle de la
cara aquella sonrisa de suficiencia.
—¡Imbécil! —murmuró ella.
—Disculpa, ¿eso ha sido un sí? —preguntó él,
visiblemente divertido.
Con una mirada de odio que habría espantado a
cualquier hombre, se agarró al brazo que le tendía con más fuerza de la
necesaria. Esbozando aquella sonrisa de suficiencia que le era tan
característica, subió con ella la magnífica escalera de caracol, divertido por
el empeño de ella de mantener la mayor distancia posible entre los dos
extendiendo el brazo todo lo que podía sin perder el equilibrio.
Al final de un largo pasillo alfombrado, un lacayo
los adelantó para abrirles la puerta tallada que conducía a un palco de
suntuosa decoración. En él había cuatro sillas de terciopelo, una mesita con
dos copas, unos bombones y una botella de champán enfriándose en la cubitera.
Apoyando la mano en la parte baja de su espalda, Peter la guió hasta una silla
junto a la pulida barandilla de bronce, y le cogió la mano para sentarla. Lo
odió por tocarla y producirle un escalofrío inesperado en la espalda. El
parecía saberlo; se levantó con gracia los faldones de la chaqueta, se sentó
junto a ella y sonrió, imperturbable.
—¿Dónde está lady Paddington? —preguntó ella, de
pronto presa del recato.
—Ahí mismo —dijo, señalando a la izquierda con la
cabeza—. No te preocupes tanto. Te ve en todo momento, de modo que estás a
salvo.
Nerviosa, Lali echó un vistazo al otro lado del
teatro abarrotado. Lady Paddington y la señora Clark saludaron con sus
abanicos; Lali sonrió y alzó una mano enguantada para devolverles el saludo.
¡Condenada apuesta estúpida! Miró el techo de historiada decoración, a la
orquesta, incluso se miró la flor que llevaba prendida, a lo que fuese menos a
él. Estaban en uno de los palcos más grandes del teatro, justo enfrente de un
caballero al que Lali identificó como el duque de Wellington. Para su gran
asombro, él inclinó la cabeza en su dirección y ella sonrió satisfecha, hasta
que se dio cuenta de que señalaba al bruto que la acompañaba. Abochornada, echó
un vistazo alrededor. Otros asiduos de la ópera los observaban de cerca
también. A pesar de su intenso rubor, Lali procuró mantener una fachada
inexpresiva.
Cuando Peter le tocó la mano, le dio un susto de
muerte. Por el rabillo del ojo, lo vio inclinarse hacia ella con una sonrisa
queda.
—Creo que admiran tu hermoso vestido —comentó,
encantador.
A ella se le escapó una carcajada. Era un hombre
listo, lo admitía, pero, en algunos aspectos, era más bruto que un arado. Lali
llevaba un vestido sencillo, sin adornos.
—Dudo mucho que estén admirando mi vestido.
—¿Por qué no? A mí me parece bonito.
Lali se volvió un poco para ver si se estaba
mofando de ella, pero parecía sincero y, en contra de su voluntad, la complacía
enormemente. Sin darse cuenta, abrió el abanico que Candela le había prestado y
se abanicó la cara.
—Es un vestido funcional —murmuró.
—¿Funcional? —repitió él entre risas—. Bueno, a mí
me parece el vestido más bonito que he tenido ocasión de admirar en una mujer.
Cielo santo ¿estaba loco? ¿Bebido? O lo uno o lo
otro, porque cada vez que Lali había visto a lady Nina, aquella hermosa
criatura iba vestida de la más exquisita alta costura, de diversos tonos pastel
y con distintos detalles muy finos. Lady Nina jamás vestía de colores oscuros y
con escasos adornos.
—Si tan mal ves, excelencia, no deberías dejarte
en casa el monóculo.
Peter sonrió en silencio mientras se abría el
telón.
—Te agradecería que me llamases Peter —murmuró.
Pero ya habían empezado a sonar los primeros
compases, y Lali, que empezaba a perder interés en él y en todo lo demás, no
respondió.
El apenas oía la música, y tenía que acordarse de
respirar, porque aquella mujer sencillamente le robaba el aliento. La piel de Lali,
enfundada en un vestido reluciente del color de las plumas de un pavo real,
irradiaba luz. Su pecho se inflaba tentador por encima del corpiño escotado, y
un mechón de pelo castaño oscuro se le había escapado de su sencillo pero
elegante recogido y le caía sensual por el ojo. Y aquellos ojos, Dios mío,
aquellos ojos que lo habían perseguido en el pasado, chispeaban con intensidad.
La interpretación la tenía completamente
embelesada. Con las manos cruzadas en el regazo, se inclinaba hacia adelante,
atrapada por cada nota. Él no podía apartar la vista de su perfil clásico, ni
del mechón de pelo suelto que volvía a caerle por la cara cada vez que ella se
lo apartaba. Peter se la bebía, casi paralizado por el abrumador deseo de
tocarla, de acariciar su piel, de saborear sus labios.
El poder de aquella emoción lo desconcertaba por
completo.
Era el poder de la música lo que ayudaba a Lali a
relajarse. Cuando se cerró el telón para el intermedio, ella suspiró contenta y
se dejó caer sobre el respaldo de la silla de terciopelo, con la mano
ligeramente apoyada en la garganta.
—Pareces disfrutar de la música.
Ella sonrió a modo de asentimiento tácito y se
arriesgó a mirarlo. Bajo el suave resplandor de la luz de las velas, se le veía
muy viril. Cuando Peter le pasó una copa de champán, sus abundantes rizos
castaños le rozaron el cuello de la camisa. Sus ojos verdes eran tiernos y
puros, y sus labios, algo fruncidos, le recordaban el beso explosivo que habían
compartido. La recorrió un escalofrío inesperado.
—Dios mío, eres más hermosa de lo que imaginaba.
—La miró de arriba abajo con aire despreocupado.
El cumplido la sobresaltó y le tembló la copa en
la mano.
—No deberías decir esas cosas.
El sonrió.
—¿Por qué no? Ya te he dicho antes que creo que la
belleza debería admirarse con franqueza y honradez. ¿Pensabas que te tomaba el
pelo?
—No te he creído —admitió ella con sinceridad.
Los ojos verdes de Peter danzaron peligrosamente.
—Ángel, aunque no te creas nada más, créete esto.
Eres la mujer más cautivadora que he conocido jamás.
Quería creerlo, de verdad. Lali notó que temblaba.
Dejó la copa de champán y se cogió las manos con fuerza en el regazo. Peter no
dijo nada, pero la miraba con una ternura tal que a ella se le aceleró el
pulso. Despacio, salvando la distancia que los separaba, él apoyó la mano en la
de ella. Ella contuvo un aspaviento ante aquel gesto tan tierno y se le quedó
mirando la mano, fuerte, grande, apoyada con naturalidad en la suya. Resultaba
tan reconfortante, la hacía sentirse tan segura. Examinó su vello oscuro, sus
dedos largos y finos, los gemelos de rubíes, que parecían gotas de sangre en
contraste con el blanco purísimo de su camisa.
—Quería que vinieses esta noche, pero no por las
razones que imaginas —le confesó él en voz baja—. Disculpa mis métodos, pero
tenía que volver a verte.
Una oleada de emoción empezó a recorrerle el
cuerpo entero; no lograba dejar de mirarle la mano.
—Creí que teníamos un trato. —Era su voz, pero Lali
habría jurado que hablaba otra persona.
Peter guardó silencio un buen rato.
—Lo siento mucho —dijo al fin—, pero no puedo
respetar lo que sea que crees que acordamos.
Lali respiró hondo.
—Pues deberías. Llegamos a un acuerdo, ¡lo nuestro
no puede ser! Lady Nina...
—No —la interrumpió—. Aunque sólo sea por esta
noche, no hablemos de nada más. Tengamos una sola noche, Lali, una noche, sólo
tú y yo..., nadie más.
Estaba loca si consideraba siquiera semejante
proposición, si bajaba la guardia siquiera un instante. Sin embargo, su corazón
lo veía de otro modo, por lo que levantó la vista de su mano y lo miró a los
ojos. La seriedad de su gesto la asombró; teñía su semblante un anhelo que ella
entendía muy bien. De pronto, él le levantó la mano y le besó los nudillos
enguantados.
—Sólo una noche. Creo que tú lo deseas tanto como
yo.
Incapaz de responderle, volvió a mirarle la mano.
Tendría que haberlo negado, que haberle pedido que fuese a buscar a lady
Paddington. Madre de Dios, ¿podría permitirse aquel placer, una sola vez?
Parecía tan fácil..., estaban en un teatro abarrotado de gente. ¡No podía pasar
nada! Carecía de importancia. Era posible. Sólo por una noche. El malinterpretó
su titubeo y le soltó la mano despacio. Lali la recuperó impetuosa y la sostuvo
en su regazo.
—Sólo por una noche —le susurró.
Peter gimió aliviado y se acercó un poco más, su
frente casi tocaba la de ella.
—Una noche, ángel —musitó él, acariciándole la
mejilla con su aliento. Le acarició el mechón de pelo de la sien, dejando a su
paso una estela de chispas que le inundaron el cuerpo entero.
Le agarró la mano con más fuerza.
—Pero... no podemos estar aquí sentados sin más...,
debemos conversar. Tenemos que hablar —dijo ella recelosa—. ¿T-tocas algún
instrumento? —le preguntó nerviosa.
El rió de su nerviosismo y le apretó la mano,
cariñoso.
—Recibí algunas clases de canto, pero el profesor
consiguió convencer a mi madre de que estaba tirando el dinero. Tres chicos y
ninguno de nosotros tenía cualidades para las artes. Preferíamos la caza al
canto, el barro a las pinturas.
—Tenías un hermano mayor —señaló ella.
—Sí, Victorio. Se cayó del caballo y el muy torpe
se partió el cuello —señaló con cierta amargura.
—Debe de haber sido durísimo perder a un hermano y
heredar un título tan importante, todo de golpe.
Sorprendido, Peter pestañeó. ¿Cómo demonios podía
ella saber eso?
—El duque era él —se oyó decir—. Yo era el
segundo. La situación nos convenía a los dos. A veces me doy cuenta de que aún
me cuesta adaptarme del todo.
Peter todavía estaba maravillado con aquella
revelación sin precedentes cuando ella le preguntó:
—¿Qué hacías? —Él debió de mirarla perplejo,
porque ella se apresuró a aclarárselo—. Cuando eras el segundo, quiero decir.
—Perseguir cosas —declaró él con una sonrisa
enigmática, acariciándole la cara interna de su fina muñeca.
—¿Perseguir cosas? —repitió ella.
—Persecuciones de naturaleza intelectual —dijo él
sonriendo—. En busca de aventuras.
—Ah, de modo que «tu persecución tenía un animal a
la vista». —Lali rió discretamente del poema de Dryden y un atractivo rubor
encendió sus mejillas—. No debería decírtelo, pero la primera vez que te vi te
creí un montañero.
Sin saber muy bien si era por la emoción de saber
lo que ella pensaba de él o porque de verdad había escalado montañas, Peter se
sobresaltó por dentro.
—He escalado algunas montañas —confesó sin más.
—¿Ah, sí? —preguntó ella, encantada.
El impacto de aquella preciosa sonrisa le alcanzó
el pecho de pleno. ¡Cuánto la había echado de menos! Rió satisfecho.
—Disculpa, condesa, ¿acaso crees que los duques no
sabemos escalar?
Ella le dedicó una sonrisa cautivadora y se
inclinó hacia adelante, proporcionándole sin darse cuenta una tentadora vista
de su escote.
—Supongo que más bien pensaba que los duques
mandaban al lacayo a que escale por ustedes.
—No todos los duques confiamos esas tareas a
nuestros lacayos —replicó él en un tono algo reprensor—. A algunos nos gusta
disfrutar de todas las experiencias físicas que nos proporciona la naturaleza.
Sonrojada, ella le respondió con una sonrisa
insolente.
—¿Qué hacías tú antes de casarte con tu conde?
—preguntó él mientras le acariciaba la palma de la mano.
—No sé. —Se encogió de hombros con toda
naturalidad y sonrió—. Supongo que me encargaba de todo. De Gastón, de los
niños, de los animales. De mi tío, cuando tenía tiempo de venir a vernos a
Rosewood.
—¿Tu tío guardián? He tenido ocasión de conocerlo
recientemente. ¿No vivía en Rosewood con ustedes?
—Prefería el continente. —Lali volvió a sonreír—.
Tengo que revisar las normas de las apuestas tontas, excelencia. Creo que
hablar de mi tío no forma parte de la noche en la ópera.
Peter se preguntó por un instante cuánto tardaría
en averiguar hasta el último detalle de ella, pero asintió con simpatía.
—Puede que no. Pero creo que la apuesta contempla
la posibilidad de que me llames por mi nombre de pila.
Lali sonrió tímidamente.
—Sólo por una noche, Peter —murmuró ella, y se
volvió con entusiasmo hacia el escenario, porque la orquesta tocaba de nuevo.
Al otro lado del teatro, la señora Clark abrió el
abanico con un ensayado golpe seco de la muñeca y se inclinó hacia tía Paddy.
—¿Qué te había dicho? —le comentó oculta tras el
abanico.
Tía Paddy miró de reojo al ornamentado palco ducal
mientras fingía examinarse una cutícula. La condesa de Bergen estaba
especialmente guapa aquella noche, claro que ella siempre parecía salida de un
jardín primaveral.
—¡Qué imaginación tan calenturienta! —suspiró
Paddy, hastiada.
—Admítelo, Clara. ¡Fíjate en cómo le habla él! Me
atrevería a decir que no ha parado de sonreír desde que ha puesto el pie en el
palco. Ni ha dejado de mirarla. Te lo digo yo: Sutherland siente algo especial
por la condesa.
—¡No hay nada de eso! Está enamoradísimo de lady Nina,
y no hace más que matar el tiempo hasta que la pobre criatura vuelva de
Tarriton.
—No soportas que tenga razón —dijo la señora Clark
sorbiendo—. ¡Mira, le está cogiendo la mano! —le susurró histérica. Al ver que
el duque se llevaba a los labios la mano de la condesa, las dos mujeres se
espantaron—. Y eso no es sólo amistad, qué quieres que te diga —murmuró la
señora Clark.
—¡No quiero que me digas nada! En serio, ¿por qué
tienes que sacar de contexto una situación tan inocente? —preguntó Paddy, algo
desesperada.
La señora Clark puso los ojos en blanco y se
abanicó.
—Sé que quieres con locura al duque, Clara, pero
entre la condesa y él hay algo más que un interés pasajero. Tu sobrino Westfall
lo cree así, ¿no te acuerdas de lo que dijo del parque? ¿Y por qué crees que el
duque te ha sentado aquí esta noche? No ha venido a buscarte como te ha dicho,
y no lo ha hecho por mí, te lo aseguro. Si no me crees, mira al conde de
Bergen. ¡Apuesto a que tampoco él lo considera una simple amistad!
Las dos mujeres miraron con picardía hacia el
palco contiguo, donde estaba sentado el conde de Bergen, muy tieso, en compañía
de lord y lady Harris. Miraba fijamente a la condesa de Bergen, llevaba
haciéndolo desde que se había sentado allí durante el primer acto.
—¡Pobre hombre! Siente verdadera adoración por
ella —señaló la señora Clark con tristeza.
—Y ella lo adora a él, señora Clark. Todo el mundo
sabe que pronto aceptará su proposición y volverá a su amada Baviera —proclamó
Paddy.
—Querida —suspiró la señora Clark como si hablase
con un niño ingenuo—, hasta el conde de Bergen sabe que ella no lo adora. Lo
tolera, eso seguro, e incluso me atrevería a decir que le tiene cariño, pero a
quien adora es a tu sobrino.
Tía Paddy miró muy ceñuda a su amiga.
—Como que vivo y respiro, Elizabeth, que no tienes
ni idea.
¡Cielo santo, va a casarse dentro de tres semanas!
El pobre muchacho no es ningún tonto, sabe aprovechar una buena ocasión cuando
se le presenta, ¡y no haría nada que pudiera ponerla en peligro! Acompaña a la
condesa de Bergen a una ópera, como lo haría un caballero, ¡nada más!
—Con sinceridad, Clara, precisamente tú deberías
saber que los hombres rara vez se dejan atar por las buenas ocasiones. Lord
Paddington no se dejó atar por tu pequeña fortuna, ¿no es cierto? El duque es
un hombre, querida, un hombre cautivado por la belleza, ¡eso es todo! —Las dos
volvieron la vista a la vez hacia el palco del duque—. Virgen santa —exclamó la
señora Clark—, se admiran muchísimo el uno al otro, ¿no te parece?
Lali miraba al duque a los ojos y sonreía, y él...
Bueno, ni siquiera Paddy pudo ignorar el hecho de que no le quitaba la vista de
encima.
—¡Te digo que él adora a lady Nina! —insistió
Paddy sin convicción, y resopló indignada cuando su buena amiga alzó una ceja,
imperiosa.
Continuará...
+10 :)!!!
CHAN!!!!!!!!
ResponderEliminarCada vez se pone más intrigante y creon q tambien cada vez están mas cerca de ser descubiertos va q lo sienten esta apuntó de ser descubierto.
ResponderEliminarPorfiiis mas nove
ResponderEliminar+++ :)
ResponderEliminarSubi mas
ResponderEliminarPeter tendría que dejar a Nina
ResponderEliminar++++++++
ResponderEliminarMaaaaas
ResponderEliminarPobre Lali es acosada por todos jajajaja máximo.peter. Su tío. La llorona de nina
ResponderEliminar++++
ResponderEliminarOtrooooooooo
ResponderEliminarmás más más
ResponderEliminarMas me encanta
ResponderEliminarMassssss
ResponderEliminarComo.odio a nina !! Jajaj massss
ResponderEliminarhttp://novesadaptadaslaliter.blogspot.com.ar
ResponderEliminarMe encanta mas!
ResponderEliminarAño se da cuenta lo mal q le hace a Lalo si al final no la va a elegir! Hateeee
ResponderEliminarMaass
No hace más k ilusionarla ,y espantarle los posibles candidatos.
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