Tenía la cabeza como un bombo. No sólo eso, debía
de haber comido barro la noche anterior, a juzgar por el modo en que le
apestaba el aliento. Que Dios lo asistiera, pero aquella mujer lo había hecho
sobrepasarse tres noches seguidas ya y la última había sido la peor de todas. Peter
levantó la cabeza del escritorio y trató de abrir los ojos, pestañeando ante
los rayos de sol que se le clavaban en el cerebro.
Aquella locura tenía que cesar. Tenía abandonadas
sus responsabilidades y aterrada a Nina. Ella se esforzaba por ser comprensiva,
pero lo agobiaba con su preocupación, su constante pulular, su incesante
preguntar si había algo que ella pudiese hacer por él, si necesitaba algo. Sí,
necesitaba algo, algo que ella no podía darle.
Cuando la puerta de la biblioteca se abrió y
volvió a cerrarse, Peter no levantó la vista.
—¡Por los clavos de Cristo! —exclamó Pablo. Peter
le hizo una seña para que bajase la voz—. ¡Tienes una pinta espantosa, hermano!
A juzgar por tu aspecto, supongo que no hace falta que te diga que la condesa
de Bergen se ha marchado de Londres...
—¿Q-qué has dicho? —inquirió Peter, levantándose
de la silla con un esfuerzo supremo.
—He dicho que tienes una pinta espantosa...
—¡Lo otro!
Pablo suspiró molesto y cogió el cuello de camisa
que su hermano se había quitado.
—Se fue. Ayer.
Hundido, Peter cerró los ojos; la cabeza le daba
vueltas. Ella se había ido. Se cogió el puente de la nariz y deseó con todas
sus fuerzas que la habitación dejase de moverse.
—¿Ayer? —graznó.
—En compañía del alemán.
—Maldita sea —protestó.
—Dios, Peter, ¿cuándo vas a poner fin a este
fastidioso encierro tuyo? ¿Recuerdas que te casas en unos días? Deberías tratar
a tu prometida con la adoración que merece en vísperas de una ocasión tan
especial, en lugar de sumergirte en el alcohol una noche tras otra.
Si hubiera tenido una pizca de fuerza en aquel
momento, Peter le habría abierto la cabeza a su hermano. Y Lali le decía que él
era arrogante.
—¿Cuánto tiempo piensas servirte de la
autocompasión? ¿Cuánto más vas a dejar que engorden los rumores? ¿Sabías que
anoche Nina asistió a un concierto sin ti? Les dijo a los Delacorte que estabas
enfermo, pero, como te tomaste una copa en White's por la tarde, Delacorte
sabía que era una mentira. Ah, pero no te preocupes, tu prometida lo pasó muy
bien con su prima, la señorita Broadmoore. Se lo pasó en grande, por lo visto.
Parece que las tornas han cambiado: ahora es Nina el blanco de los chismes.
Peter se frotó las sienes en un vano intento de
disipar aquel dolor punzante.
—Será blanco de chismorreos constantes en cuanto
se convierta en duquesa, así que más vale que se vaya acostumbrando. Dios sabe
que yo ya lo he hecho.
El antipático gruñido de Pablo resonó en toda la
estancia.
—Mira, lleva a Nina al baile de Fremont esta
noche. Eso acabará con las peores especulaciones.
—No sé —dijo Peter con una habla arrastrada
mientras se incorporaba despacio en el asiento con una mueca de dolor—. Ya le
había prometido mis atenciones a una botella de whisky.
—Muy bien, basta ya —dijo Pablo impaciente,
alzando las manos—. Puedo entender que te hayas encaprichado de la condesa, es
guapa y encantadora, pero no es más que eso, Peter, un capricho. ¡Se ha ido,
por todos los santos! Y, según Paddy, ese asqueroso tío suyo ha anunciado su
compromiso con el conde de Bergen. De modo que más vale que pongas fin a este
enamoramiento adolescente y continúes con tu vida.
—Dime, Pablo, ¿hay algo más que pueda hacer para
complacerte? —preguntó Peter amargamente.
Hastiado, el joven tiró el cuello de camisa.
—Creo que has perdido la cabeza.
La cabeza, no. El norte, pensó él, y se obligó a
mirar a su hermano.
—Llevaré a Nina al baile de los Fremont esta
noche, que toda la aristocracia londinense sepa que a Sutherland no le pasa
nada. Somos una familia muy feliz, no te preocupes.
—Bien —dijo Pablo, y se dirigió a la puerta. Luego
se detuvo y miró por encima del hombro—. Animo, no puede ser tan malo. Pronto
la habrás olvidado, como a las demás.
Peter resopló cuando la puerta se hubo cerrado y
su hermano hubo desaparecido. Jamás la olvidaría. No había whisky suficiente en
el mundo para eso.
La indignación de Pablo, sospechaba Peter, había
hecho que Elena acudiera corriendo, pues la repentina aparición de su madre no
podía explicarse de otro modo. Estaba sentado en su estudio, con la cabeza
colgándole de una de las orejas del sofá de cuero, mirando fijamente el fuego. Lali
se había ido con el condenado alemán, y no había nada que él pudiese hacer al
respecto. El mismo estaría casado a finales de mes; no le extrañaba que ella
fuese a hacer lo mismo. A fin de cuentas, todo el mundo debe encontrar a su
pareja, alguien de su misma categoría social y que satisfaga las expectativas
de la aristocracia inglesa. Todo el mundo tiene que sentar cabeza a la larga.
Él lo haría. Ella también. La vida continuaba. Y él aprendería a soportar
aquella agonía.
Era eso lo que meditaba cuando Elena se plantó a
la puerta de su santuario, con los brazos en jarras. Peter, que no estaba de
humor para una charla materna, apenas la miró.
—Parece que mi hijo tiene un problema —señaló con
voz imperiosa.
Eso era decirlo suavemente. Peter suspiró
impaciente.
—¿Qué pasa, Pablo ha olvidado mencionarme algún
otro delito?
—El sarcasmo no te sienta bien, Juan Pedro —dijo
ella, entrando en la estancia como si flotara—. Además, Pablo tiene razón. Te
has comportado de forma abominable estos últimos días.
—Debo agradecerle a Pablo su completo dossier.
—He hablado con Nina hace un rato —prosiguió ella,
ignorando el sarcasmo mordaz de su hijo—. Me confesó que has estado muy
distante con ella. Teme que te lo estés pensando mejor. Algo muy lógico, claro.
—Qué bueno —se mofó—. Sólo Nina puede conseguir
que mi conducta suene razonable.
Elena se dejó caer al borde de una silla que había
junto a él.
—No hago más que preguntarte por qué te portas
así. Eres un hombre educado, Peter, un hombre decente y cariñoso. No eres de
los que provocan chismorreos ni desatienden los sentimientos de otros o hacen
daño intencionadamente a los seres queridos.
—Mamá, lo siento, ¿de acuerdo? —se disculpó él con
una gélida impaciencia.
Pero ella siguió como si aún no hubiese hablado.
—Así que me he preguntado ¿qué demonios ha podido
hacer que olvide todo civismo y se comporte de ese modo? ¿Qué ha podido hacer
que repudie las lecciones que ha aprendido desde niño sobre venerar a las
mujeres de su vida?
—Estupendo. ¿Y qué contesta Elena? —señaló él
burlón.
—Que sólo puede haber una razón. Que, por fin, su
hijo ha descubierto el amor.
Sorprendido, Peter se volvió hacia ella; lo miraba
fijamente, desafiándolo a que lo negara.
—No me cabe duda de que Elena tenía una opinión al
respecto —añadió él despacio.
Ella sonrió con ternura.
—Sólo que reza para que sea verdad —murmuró ella. Peter
frunció el cejo con desaprobación; para él era inconcebible que su madre
quisiera lo que insinuaba.
Sin embargo, con su sonrisa, ella le confirmó que
así era.
—Soy madre, Juan Pedro, y conozco bien a mi hijo.
Sé que no expresa sus sentimientos, suponiendo, claro, que albergue alguno. Sé
que cree que ha encontrado un buen partido, uno que contará con la aprobación
de todos. También sé que no ama a su prometida y que lleva a otra mujer en su
corazón. Y que jamás habría esperado que algo así sucediese, ni en mil años.
Dolido de que ella lo hubiese calado tan hondo,
resopló con desdén.
—¿Y qué tiene que ver el amor con todo esto?
—preguntó, conflictivo.
—No seas imbécil, cariño. Tiene que ver todo con
todo. —Sonrió.
Con gran condescendencia, Peter meneó la cabeza,
pero Elena se limitó a reír.
—¿Recuerdas el día de la fiesta de los jardines de
lady Darfield?
El asintió receloso.
—Aquella fiesta me pareció extraordinaria. Jamás
te había visto mirar a una mujer como mirabas a la condesa de Bergen, y en
seguida supe lo que era. Como dicen los franceses, «el amor verdadero es como
un fantasma: muchos hablan de él pero pocos lo han visto».
Peter puso los ojos en blanco, exasperado.
La mujer se trasladó de pronto a la otomana que
había delante de él y se inclinó hacia adelante, apoyándole la mano en la
rodilla.
—Ay, cariño, ¡ni te imaginas lo cierto que es! Yo
tuve la fortuna de conocer el amor verdadero con tu padre, y no alcanzo a
explicarte lo valioso que es. En los tiempos que corren, en que los matrimonios
suelen ser de conveniencia, siempre me ha desesperado que encontraras el amor
verdadero. Me había resignado a que te casaras con cualquier boba recién
presentada en sociedad a la que no le interesara otra cosa que el hecho de que
le hicieran reverencias...
—¡Mamá!
—Pero sé lo que vi en tus ojos aquel día, ¡como sé
lo que vi en los de ella! La amas, Peter, ¡y no puedo quedarme parada mientras
se escapa la oportunidad de verte felizmente casado!
El intentó negarlo, pero era tan incapaz de
mentirle a su madre como a su hermano. Además, habría sido inútil. Ella estaba
preparada para que él la desafiara, podía verlo en la posición de sus labios.
—Ha dejado la ciudad —dijo él despacio,
dubitativo—. En compañía del alemán.
—Ja —bufó Elena con un manotazo al aire—. A mí él
no me preocupa, ¿y a ti?
—Me parece que en realidad ella no me quiere
—murmuró él.
—¡Bobadas!
—Cree que la he utilizado.
—¿Lo has hecho?
—No —espeto él, furioso—. Jamás lo haría.
Elena le cogió la mano y la sostuvo con ternura
entre las suyas. Se hizo el silencio en la estancia mientras madre e hijo se
miraban. Curiosamente, se sintió de pronto aliviado, como si le hubiesen
quitado un gran peso de encima.
—Debes ir a buscarla, claro —dijo ella al fin—. Y
no dejes que ese alemán te lo impida. La condesa no lo ama.
Peter estuvo a punto de poner en duda la sabiduría
de su madre en ese frente.
—¿Y qué pasa con Nina?
Elena suspiró con tristeza.
—Bueno, eso no va a ser fácil. Te odiará, te
despreciará por completo, pero algún día te agradecerá que hayas sido sincero
con ella.
—Cuesta imaginarlo —se mofó él.
—Supongo que le llevará años. Quizá esto te suene
algo retorcido, pero tu incertidumbre no es justa para ella. Ella te adora y tú
no puedes corresponder a ese afecto. Sospecho que algún día, antes o después,
ese vínculo se romperá. ¿Y quién sabe? Puede que se sienta aliviada de algún
modo. Tú no has sido precisamente un novio atento.
Peter miró a su madre con cautela.
—Antes no pensabas así.
—Claro que sí —dijo ella, acariciándole el dorso
de la mano—. Pero imagino que me daba un poco de miedo hablar de ello. Hasta
que no volviste de Tarriton no me di cuenta de la intensidad de tus
sentimientos por la condesa. Y hasta estos últimos días no he sido consciente
de lo desolado que estabas. Sea como fuere, ninguna madre puede ver sufrir así
a un hijo y no querer remover cielo y tierra por arreglarlo. —Se llevó la mano
de Peter a los labios y la besó.
A él se le llenaron los ojos de lágrimas;
abochornado, pestañeó y miró en seguida al suelo.
—G-gracias, mamá. Pensaré en lo que me has dicho.
Elena le sonrió.
—Sé que lo harás, cariño. Ahora, si me disculpas,
debo ir a mejorar la existencia de mi hijo menor.
—Temo que va a ser difícil mejorar dos vidas en un
solo día, pero permíteme que te sugiera que empieces por su maldita costumbre
de chismorrear sobre su hermano.
Elena se levantó, riendo. Se agachó para darle un
beso en la mejilla a Peter.
—Te quiero, Peter. Sólo quiero lo mejor para ti.
Él le agarró la mano y le besó los nudillos.
—Lo sé. Y yo te quiero por eso.
Continuará...
+10 :')
Awww que linda elena!!! Lo dejo libre!!!
ResponderEliminarAunque pense que también iba a arreglar el problema de nina
ResponderEliminarNo puedo creer como no hizo nada excepto emborracharse
ResponderEliminarQue linda su mami , me encanta mas
ResponderEliminares tan tonto este chico jaja espero que vaya por ella! quiero mas!
ResponderEliminarquierooo otroo mass pliss!
ResponderEliminarque lindo alena! se dio cuenta de lo siente su hijo y quiere q sea feliz... espero mas
ResponderEliminarmassssssss
ResponderEliminarMás !!
ResponderEliminar++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminarme encanta esta novela.. espero que puedan ser felices los dos
ResponderEliminarMassssd
ResponderEliminarComo una madre,nadie.
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