La señora Peterman lo recibió a la puerta de la
finca de Rosewood con la misma mirada ceñuda de la primera vez. Con los brazos
cruzados sobre el delantal sucio, lo miró recelosa.
—¿Está en casa la señorita Espósito? —preguntó él
sin más saludo.
El ama de llaves no respondió de inmediato. Le
miró la ropa, las botas e incluso el caballo que había dejado atado cerca.
—¿Lo espera?
—Lo dudo —respondió él con sequedad.
—Nunca sé quién va a venir a verla —protestó—.
Casi me caigo de la silla, en serio, cuando ese gigante la trajo a casa. Dijo
que iba a casarse con ella. Pobre señor Goldthwaite, con lo...
—Señora Peterman, ¿está Lali en casa? —la
interrumpió.
Ella frunció el ceño.
—No, no está aquí.
A Peter le dio un bote el corazón; había llegado
demasiado tarde.
—El señor Goldthwaite se los ha llevado a ella y a
los niños a Blessing Park —añadió bruscamente—. Si no le importa, tengo que
preparar la comida de los pequeños —dijo, y cerró la puerta.
Peter giró sobre los talones y fue en busca de su
caballo.
En Blessing Park, Jones lo llevó hasta la salita
dorada, donde se paseó nervioso hasta que Agustín irrumpió en la estancia con
una sonrisa de oreja a oreja.
—Sin duda has venido a regañarme por marcharme de
Londres tan inesperadamente —dijo riendo—. Eso o se ha muerto alguien —añadió
risueño, cruzando la habitación a grandes zancadas para saludar a su amigo. Al
acercarse, se esfumó su sonrisa—. Cielo santo, ¿ha muerto alguien de verdad?
—exclamó.
Peter torció el gesto y negó con la cabeza.
—No. He venido... —Se interrumpió, incapaz de
admitir que había ido a por Lali.
—¿Sí? —preguntó Agustín verdaderamente preocupado.
Peter miró avergonzado al marqués de Darfield. Si había un aristócrata
londinense que hubiese renunciado a todo por amor, ése era Agustín Sierra, y
había luchado por lo suyo con entusiasmo. Sin embargo, a juicio de Peter, había
sucumbido, de forma estrepitosa. Seguramente Agustín entendería la
desesperación que él sentía.
—¡Madre mía!, ¿ha ocurrido algo? —quiso saber Agustín.
Peter respiró hondo.
—¿Está aquí la condesa de Bergen? —preguntó. La
confusión se dibujó en el rostro de Agustín. —Sí... ¿Le traes malas noticias?
—Supongo que eso depende de la perspectiva de cada
uno —respondió Peter con sequedad—. He cancelado mi compromiso con Nina.
Agustín se quedó mirando a Peter, atónito. Luego,
de pronto, se volvió hacia el carrito de las bebidas y sirvió dos whiskies.
—Me parece que ya lo entiendo —señaló mientras le
pasaba a Peter un vaso.
—Deja que te lo explique...
Lo interrumpió la ruidosa entrada de Candela en el
gabinete, sonriendo feliz.
—Cariño, ¿has...? —Se detuvo en seco en cuanto vio
a Peter.
Ni él, ni Agustín, a juzgar por su risita, pasaron
por alto el repentino cambio de actitud de Candela.
—Ah, excelencia, ha venido —dijo sin más.
—Me parece, cariño, que lo que has querido decir
es que ha venido el libertino malvado y detestable —la corrigió Agustín
acercándose despacio a ella.
Candela palideció visiblemente y le lanzó una
mirada implorante a su marido.
—No tengo ni idea de a qué te refieres, Agustín.
Si me disculpan... Llevo una pinta que doy miedo —señaló retrocediendo. Agustín
la cogió por la mano y, en contra de su voluntad, se la acercó.
—Estás preciosa. —Le pasó un brazo firme por los
hombros.
De pronto, Candela se ruborizó visiblemente y bajó
la mirada. Agustín sonrió a un Peter desconcertado.
—Tú y yo nunca hemos tenido pelos en la lengua,
Sutherland —dijo riendo—. Llevo varios días oyendo hablar de un imperdonable
sinvergüenza. Por lo visto, eres tú.
—Entiendo —murmuró Peter.
Agustín sonrió aún más.
—Ahora entiendo por qué mi esposa se negaba a
decirme quién era ese ser maligno. Sin duda temía que me pusiera de tu parte,
porque los dos somos ovejas negras —señaló, y sonrió a Candela con adoración—.
La boda se ha cancelado, cariño —le comentó y en seguida le tapó la boca con la
mano para evitar que respondiera con un grito—. La condesa de Bergen está en la
dehesa con mi jefe de jardineros, Withers —le comunicó alegre y, después de
darle un beso en la sien a Candela, le destapó la boca.
—Ay, Peter —exclamó Candela y, suspirando, volvió
a tratarlo como el amigo de toda la vida que era—, ¡cuánto lo siento! Pero más
vale que te prepares. Lali, bueno, no habla... muy... bien de ti.
Peter asintió con la cabeza y apuró el whisky.
—Te aseguro que he venido bien preparado para
luchar hasta la muerte —afirmó, y salió de allí mientras Agustín le daba a Candela
un abrazo cariñoso que él no puedo evitar envidiar.
Al cruzar los jardines occidentales, pudo oír las
risas de los niños. Cuando bajaba los escalones de piedra hasta el camino de
gravilla salpicado de setos recortados, se le aceleró el corazón. Al final del
camino, se detuvo para estirarse el cuello de la camisa, desesperado por poner
en orden sus pensamientos. Mientras trataba de pensar, oyó la risa cantarina de
Lali, que le robó el aliento literalmente.
Avanzó y se asomó por un seto alto sin que lo
descubrieran los que estaban en la dehesa. Clavó los ojos en Lali.
Su ángel llevaba las viejas botas de piel, una
camisa blanca de linón y unos pantalones que se ajustaban a sus curvas como un
guante. Estaba preciosa. Llevaba el pelo recogido en una sola trenza y un
sombrero ridículo adornado de muy diversas frutas. Sus mejillas algo coloradas,
sus dientes blancos, su sonrisa perfecta. La pequeña Luz se colgaba de su
pierna, y Withers, un hombre que tenía los puños como jamones, estaba a su
lado, viendo cómo paseaban a un niño a lomos de un viejo rocín.
En los labios de Peter fue dibujándose una sonrisa
al ver a Mateo, que lucía un nuevo par de gafas, correr al lado de Lali cuando
le pidió que cogiera a Luz. Alaí estaba apoyada en la barandilla de la dehesa,
sonriendo coqueta al mozo de cuadras que llevaba el rocín. El joven Cristobal
colgaba de la barandilla por las rodillas, con la cabeza sólo a unos
centímetros del suelo, gritando para que Lali lo mirara.
A lomos del animal iba Leo. Dijo algo que hizo que
Lali soltara una sonora carcajada. Se acercó para ayudarlo a desmontar,
revolviéndole el pelo con cariño cuando éste rechazó su oferta. Pero, en cuanto
puso los pies en el suelo, le echó los brazos a la cintura para abrazarla.
Cielo santo, ya lo había olvidado.
Había olvidado lo que Lali significaba para
aquella prole. Había estado tan absorto en sus propios deseos que había
olvidado que Lali regalaba desinteresadamente a todos y cada uno de aquellos
niños el tesoro del contacto humano. Lo había olvidado, y posiblemente no
podría amarla más de lo que la amaba en aquel preciso momento.
Con el pecho henchido de orgullo, la observó un
buen rato oculto tras los setos, verdaderamente conmovido por su habilidad para
lograr que cada uno de los niños se sintiese especial. Cuando Withers al fin se
llevó al rocín, entró Alaí y empezó a reunir a los otros niños. Lali le recordó
que el cocinero les había prometido naranjas antes de que el señor Goldthwaite
fuese a buscarlos. Los niños, charlando entre ellos, salieron en fila de la
dehesa hacia los jardines mientras Cristobal los aterrorizaba con pinchazos
estratégicos de su espada de madera. Peter se refugió tras los setos mientras
pasaban. Lali se quedó atrás para recoger la muñeca y el libro que Luz y Mateo
se habían dejado.
Cruzó la verja de la dehesa y pasó por delante de
él.
Peter salió de detrás de los setos. La voz le
falló un instante.
—Lali —la llamó.
Ella se detuvo en seco. El contuvo la respiración
mientras ella levantaba la mirada al cielo, con los ojos llenos de conmovedora
esperanza. El corazón de Peter se llenó de emoción cuando Lali se volvió
despacio hacia él, buscándolo con la mirada entre las sombras de última hora de
la tarde. Al encontrarlo, separó un poco los labios y los ojos se le pusieron
como platos, como si no creyera lo que estaba viendo. Dios, era tan hermosa,
tan vital, tan optimista, tan...
—No —susurró ella negando con la cabeza.
Instintivamente, él alargó la mano para tocarla.
—Lali, yo...
—¡No! —volvió a decir ella, mirándolo fijamente
como si fuese una aparición. Él bajó la mano.
—Sé que no esperabas esto —le dijo Peter sin
alterarse, a pesar de lo alborotado que tenía el corazón.
Ella se lo quedó mirando, obviamente incapaz de
descifrar su apariencia. Dijo una sola palabra:
—No.
Maldición, había planeado lo que diría y cómo lo
diría, pero, en aquel instante, no era capaz de recordar una sola palabra. Miró
indeciso a su alrededor, tratando desesperadamente de pensar.
Ella retrocedió, se alejó.
—Te deseo —le soltó él de pronto. Lali abrió mucho
los ojos y, para sorpresa absoluta de Peter, dio media vuelta y se alejó, en
dirección a los establos.
¿Por qué no podía respirar? ¿Qué se pensaba, que
podía plantarse en la dehesa y soltarle aquello después de lo mal que lo había
pasado? Ya era bastante que la hubiese pillado por sorpresa, sentirse
inmediatamente desorientada por aquellos increíbles ojos verdes. Aún le
palpitaba el corazón, tenía la boca seca. Era guapo, guapísimo, y acababa de
agravar el dolor de su corazón. Era demasiado para ella, después de haber
llorado hasta dormirse noche tras noche, añorándolo. ¡Había aceptado casarse
con Máximo! Mientras se metía a ciegas en los establos, las lágrimas contenidas
le hicieron un nudo en la garganta. ¡Podría matarlo por aquello!
La rabia de Lali se convirtió en miedo en cuanto
descubrió que él la había seguido, pues su poderosa presencia llenó de
inmediato el establo. Se llevó la mano al cuello, preguntándose si tendría que
desabrocharse precipitadamente la camisa para poder respirar. A su espalda, él
se aclaró la garganta:
—Eso no era en absoluto lo que quería decirte,
créeme —se disculpó él.
Ella había enmudecido de asombro. Lo notaba a su
alrededor, sabía que examinaba detenidamente cada centímetro de ella. Angustiada
por la posibilidad de que él viera lo dolida que estaba, se abrazó con fuerza,
con la confianza de que él no descubriera cómo le temblaba el cuerpo entero.
Notó que él se acercaba aún más y sintió en la garganta un pánico creciente
rayano en el delirio.
—Lali, por favor, mírame.
La suavidad de su voz la agitó como una brisa, y
ella cerró la boca herméticamente, consciente de que la emoción la traicionaría
si hablaba.
—Estás temblando.
La leve caricia de su mano en el hombro la abrasó
como una llama. Se apartó bruscamente y, a trompicones, se alejó varios pasos
de él.
—Sé que estás enfadada —añadió tranquilo.
No estaba enfadada, sino destrozada. No pudo
evitarlo; lo miró furibunda.
—Enfadada no es nada al lado de lo que siento
—cacareó ella, despreciándose de inmediato por sonar tan dolida.
Peter asintió despacio y miró pensativo al suelo,
frotándose la nuca.
—No te mentí. En Londres, aquella noche... sentía
todo lo que te dije —comentó en voz baja. Poco a poco fue levantando la
mirada—. Me he enamorado de ti, Lali. Completa y desesperadamente. Pienso en ti
a todas horas y sueño contigo por las noches. Quiero que estés siempre conmigo
y, que Dios me asista, no creo que pueda vivir sin ti.
Parecía tan entusiasmado y sonaba tan sincero que Lali
jadeó un poco, conmovida en lo más hondo de su alma. Pero no podía ser cierto.
Por todos los santos, el hombre iba a casarse en cuestión de días..., antes de
eso, ¡si había logrado convencer a Nina!
—Me dejas perpleja, excelencia —murmuró Lali con
frialdad, consciente de que a Peter le dolía—. ¡Quizá me creas capaz de olvidar
que le suplicaste a lady Nina que se fugase contigo después de aquella noche!
—farfulló ella, furiosa—. «Un pie en el mar, otro en la orilla; jamás constante
en nada.»
El semblante de Peter se oscureció.
—¿Quién te ha contado eso? —quiso saber, ignorando
la puñalada poética.
—¡Ella! —gritó, y se le quebró la voz—. ¿Cómo
pudiste hacerlo? ¿Cómo pudiste amarme así si la amabas a ella? Claro que fui yo
la que te lo suplicó, ¿no? —Rió histérica, casi atragantándose.
Peter se le acercó un poco, apretando y relajando
alternativamente las manos junto a los costados.
—Lali, escucha bien lo que voy a decirte: te
quiero a ti y a nadie más, más de lo que he querido a ninguna otra persona en
toda mi vida. He venido a pedirte..., no, a rogarte... —Hizo una pausa y echó
un vistazo alrededor—. He roto mi compromiso con Nina —dijo sin más—. No habrá
boda.
Lali no pensaba que nada pudiera hacerle ya más
daño, pero aquellas palabras la destrozaron. Las cuadras parecían echársele
encima; no podía creerlo, ¡no quería hacerlo! Ay, Dios, ¿acaso no lo entendía?
¡Había llegado demasiado tarde! Él exploraba su semblante ansioso, tratando de
evaluar su reacción. Lali no podía mirarlo; cerró los ojos con fuerza. Lo
odiaba por haberle dicho lo único que había ansiado oír, la única cosa que
podía partirle el corazón. Era demasiado tarde.
—Lo siento por lady Nina —se obligó a decir, y
abrió despacio los ojos—, pero yo voy a casarme con Máximo.
Una rabia pura le ardió en los ojos verdes.
—¿Has oído una sola palabra de lo que he dicho?
—bramó Peter.
Lali retrocedió.
—¿Qué querías que hiciese? ¿Esperar a que me
concedieras algún momento robado de vez en cuando? ¿Que merodeara por Londres
con la esperanza de verlos de refilón a ti y a tu esposa en alguna reunión
vespertina? —gritó ella.
—No me contraríes. En mi deseo de encontrarte y
solucionar este asunto, he estado a las puertas del infierno y he vuelto. La
ruptura de mi compromiso ha sido lo más difícil que he tenido que hacer en toda
mi vida, pero ¡lo he hecho porque te quiero! —bramó.
—¡No soy imbécil! —chilló ella.
Peter frunció los ojos y se dispuso a acercarse a
ella, ocultando su potencia muscular bajo la elegancia casi felina de sus
movimientos. Lali retrocedió varios pasos,
—Voy a casarme con Máximo y tú no vas a
impedírmelo —se oyó decir—. ¡Es lo único que puedo hacer ahora!
—¡Me parece que estás completamente sorda! ¡He
dicho que te quiero! Jamás le he dicho eso a ningún otro ser humano! ¿Acaso no
me oyes?
Lo oía perfectamente y, si volvía a decírselo una
vez más, iba a tener que suplicarle una tregua y tumbarse en una cuadra hasta
que el corazón dejase de palpitarle de aquella manera. Ojalá supiese cómo le
roían las entrañas esas palabras, cuánto había deseado que él la amara. Ya
estaba sentenciada a una vida infernal, consciente de que el deseo de él la
perseguiría, y de pronto él se proponía torturarla con declaraciones sin
sentido.
—Te he oído —dijo ella, conteniendo un sollozo—.
Pero es demasiado tarde, ¿es que no lo entiendes? Es tardísimo y no puedo
evitar preguntarme por qué... ¿Por qué ahora? Cielo santo, ¿por qué ahora?
Vuelve a Londres y busca a otra mujer que te entretenga...
—No puedo —susurró él—. Por desgracia para los
dos, al parecer, eres tú la mujer a la que quiero.
—¡Quieres que sea tu amante! Me dijiste que
solucionarías lo nuestro y yo creí..., pero ¡luego le pediste a ella que se
fugase contigo!
—Te deseaba a ti entonces como te deseo ahora, Lali...
Te quiero siempre a mi lado, en mi mesa, en mis brazos, durmiendo junto a mí
—dijo entusiasmado.
—¡Pero se lo pediste a ella!
Aunque parecía imposible, el semblante de Peter se
oscureció aún más.
—¡Sé muy bien lo que le pedí! —espetó—. En un
momento de indecisión, debía saber si ella podría llenarme el alma...
Lali gimió y le dio la espalda, falta de aire,
pero Peter prosiguió testarudo.
—Por todos los santos, Lali, había demasiadas
cosas en juego. Otros dependían de mí, necesitaban que yo los dirigiese, que
sentara precedentes. P-pero n-no... no puedo estar sin ti. Ahora lo sé, pero
¡me ha costado tomar esta decisión!
Cuando empezó a asimilar la importancia de lo que Peter
había hecho, Lali se presionó el abdomen con ambas manos.
Las reformas. Por todos los santos, había puesto
en peligro el peso de su figura en una reforma económica tan fundamental, una
reforma que Rosewood tanto necesitaba para sobrevivir, que beneficiaría a los
niños, a otros como ellos... No, no podía permitir que eso sucediese. No podía
hacerse responsable de eso cuando tantos otros...
De pronto Peter la cogió por la espalda y la
estrechó contra su pecho. El sobresalto la dejó sin aliento y tuvo que tomar
una bocanada de aire mientras él le acariciaba el cuello con su rostro,
haciendo estallar en su interior una oleada de inoportuno deseo.
—Déjame aliviar tu tristeza, mi vida. Permíteme
acabar con tu sentimiento de culpa —le susurró él con la voz ronca.
Aquel uso mordaz del poema que ella le había
enviado en su momento más oscuro fue su perdición; se tragó un violento sollozo
y se volvió entre sus brazos para mirarlo. Él le cogió la cara con las manos y
la miró intensamente a los ojos.
—No voy a volver a perderte —le susurró, y la besó
con pasión, devorando sus labios. Ella se rindió en seguida, abandonándose a él
por completo. Se sintió invadida de amor y deseo, y respondió con la intensidad
de aquellas poderosas emociones, buscándolo a tientas, hasta que sus
pensamientos empezaron a nublarle la pasión. Su conciencia no le permitía
abandonarse del todo a él; se le pasaban por la cabeza imágenes de Máximo, del
reconocimiento de la importancia de Peter en la Cámara de los Lores. La pasión
empezó a remitir, a descender como la marea hasta permitir que se filtrara el
sentimiento de culpa. De repente, se zafó de él, meneando la cabeza.
—No pares —le dijo él al oído con voz ronca.
—No deberías haber venido aquí —le susurró ella.
Notó cómo se agarrotaba.
Hastiado, apoyó la frente en la de ella, con la
respiración entrecortada.
—No puedo estar contigo, Peter. Debes marcharte.
Al oír aquello, él dio un respingo.
—Jamás —espetó con aspereza.
No, nunca, por favor, Dios, nunca, rogó ella en
silencio, pero lo empujó suavemente del pecho.
—Quizá aún no sea demasiado tarde. Si vuelves a
Londres...
—¿Qué demonios estás diciendo? —inquirió él.
—No puedo estar contigo —repitió ella con voz
temblona.
Peter bajó los brazos despacio. Lali se apartó y
se apoyó en la pared de una cuadra, combatiendo la necesidad imperiosa de
arrojarse de nuevo en sus brazos. Había demasiado en juego. Él la miraba
receloso, incrédulo. Pero debía creerla.
Giró sobre sus talones y salió de las cuadras,
cegada por las lágrimas.
Lali terminó en el salón favorito de Candela. Como
un animal salvaje, se paseaba por entre los cestos de costura, los libros y las
revistas esparcidos por el suelo, llorando a veces y reprimiendo una angustia
devastadora otras. Ay, Dios, ¿por qué había tenido que volver y liarlo todo de
aquella manera? No, no, se recordó furiosa, el único lío era el que ella tenía
en la cabeza. Bartolomé había firmado ya el acuerdo prematrimonial, ya había
enviado por correo las amonestaciones. ¿Qué iba a ser de Máximo? Cielo santo,
¿cómo iba a poder mirarlo a la cara después de haber oído la declaración de
amor de Peter? ¿Cómo iba a acostarse con él la noche de bodas? Apenas faltaban
unos días para aquel acontecimiento colosal... En aquel preciso momento, él
estaba en Portsmouth, preparando el barco para llevársela a Baviera. Para
llevársela lejos de Peter.
Con un sollozo, Lali se volvió hacia las ventanas
que daban a los jardines. Baviera. Donde despertaría todas las mañanas con el
recuerdo de las palabras de Peter: «Te quiero a ti y a nadie más, más de lo que
he querido a ninguna otra persona en toda mi vida». Gimió a causa de un dolor
intenso.
Cuando se abrió la puerta despacio, Lali se volvió
de pronto, temiendo que fuese Peter y ella perdiera la razón por completo. Pero
era Candela la que entraba, haciendo equilibrios con una bandeja en la que
llevaba un gran jarro y dos picheles. Lali se limpió rápidamente las lágrimas
de la cara mientras su amiga dejaba con cuidado la pesada bandeja sobre un
taburete. Candela se arrodilló junto al taburete sin mirarla.
—Agustín ha enviado al señor Goldthwaite a
Rosewood con los niños —le dijo en voz baja—, y Alexa está en la cama.
Lali no respondió, temiendo desmoronarse si lo
hacía.
Candela llenó de cerveza uno de los picheles y se
lo pasó a su amiga con una sonrisa cariñosa.
—Es mi favorita. Quizá el whisky te parezca más
apropiado en estos momentos, pero no entra tan bien.
Lali no podía moverse; se quedó mirando fijamente
el recipiente.
—No es asunto mío, pero supongo que las cosas no
han ido muy bien —dijo, y señaló el pichel con la cabeza.
Lali cruzó la sala despacio, se arrodilló enfrente
de Candela y cogió el pichel.
—Ha cancelado su compromiso —dijo sin más
preámbulos, y dio un sorbo largo al pestilente líquido.
Candela se sirvió un pichel para ella y se instaló
en el suelo, apoyada en un mullido sofá.
—Me lo ha dicho Agustín.
Lali se apoyó en los talones, encaramó el hombro
en el sofá y miró el pichel.
—Dice que me ama. —Casi se ahogó al pronunciar
aquellas palabras.
Mientras analizaba lo que acababa de oír, la
marquesa de Darfield dio un buen trago a su cerveza.
—Yo creo que debe quererte mucho para hacer lo que
ha hecho. Ha tenido que ser muy difícil para él.
—¿El qué, venir aquí ahora, cuando ya es demasiado
tarde? —preguntó Lali con amargura.
Su amiga esbozó una sonrisa y meneó la cabeza.
—No, lo que creo que ha tenido que ser difícil es
romper su compromiso y arriesgar todo lo que ha conseguido con su esfuerzo.
Para disimular lo culpable que se sentía de
aquello, Lali dio otro sorbo a su bebida.
—En cualquier caso, nunca he creído que la amara
—prosiguió Candela—. Yo creo que confiaba en que lo haría, pero... entonces te
conoció a ti. Lo que ocurre es que no era el momento más oportuno.
—¡El momento no podía ser peor! —gimió Lali, y
bebió más. Al cabo de unos minutos, soltó—: ya es demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde? ¿Por qué es demasiado tarde?
—¿Ya lo has olvidado? ¡Tengo que casarme con Máximo!
—No tienes que hacer nada. Aún no te has casado,
¿cómo puede ser demasiado tarde? —insistió la joven aristócrata.
—¡Porque sí!
—No, no lo es —disintió su amiga.
—¿Qué propones?—inquirió Lali, recelosa.
Candela soltó una carcajada y se bebió la cerveza
antes de hablar.
—Tú no quieres a Máximo, ¿no? ¡Ni se te ocurra
intentar convencerme de lo contrario! ¡Es más que obvio!
—¿Ah, sí? Bueno, aquella noche en Londres, cuando
fui a tu casa, ¡te pareció que estaba loca por él! ¡Tan obvio te parecía
entonces! —contraatacó triunfante Lali, que empezaba a marearse un poco.
Candela dio una sacudida brusca con la cabeza y
miró imperiosa hacia el fuego.
—He tenido ocasión de observarte detenidamente
desde entonces...
—Querrás decir que has tenido ocasión de oírme
llorar mis penas.
Su amiga soltó una carcajada en el pichel.
—¡Vale, es cierto! Pero tú me lo has contado todo,
y lo que quiero demostrarte es que amas a Peter, Lali, ¡no a Máximo! ¡Y Peter
te ama a ti! Tanto que ha puesto fin a un compromiso importante, ha roto una
poderosa alianza familiar y ha dejado atrás todos sus logros en la Cámara de
los Lores. Por consiguiente, ¡no es demasiado tarde! —Candela alzó su pichel y
concluyó la disertación con una floritura.
Lali rió y alzó impulsivamente el suyo para
brindar con su amiga. Las dos se dejaron caer a la vez en el sofá, presas de un
ataque de risa. Al cabo de un rato, la duquesa se tranquilizó y suspiró con
tristeza.
—Dejando a un lado, de momento, el que siempre se
sentiría mancillado por mi presencia si yo aceptara tu propuesta, no puedo
hacerle eso a Máximo.
Candela no dijo nada en un buen rato.
—¿Crees que querría casarte contigo si supiese que
amas a otro? —preguntó al fin.
Mientras miraba su pichel de cerveza, Lali se
encogió de hombros.
—Lo sabe. No le importa. Fue parte de nuestro
acuerdo —dijo ella en voz baja—. Su afecto a cambio de mi respeto. Eso es todo
lo que quiere de mí.
Candela la miró con escepticismo.
—¿En serio? Quiero decir que, aunque lo haya
dicho, ¿tú crees que de verdad lo piensa?
Lali no respondió en seguida. Apuró su pichel y se
sirvió otro.
—Da igual —dijo resuelta—. Yo respeto a Máximo y
no puedo dejarlo tirado.
—Pero ¿y qué pasa con Peter? —preguntó Candela
mientras rellenaba su alto vaso.
—¡No lo sé! —exclamó Lali—. ¡No quiero que lo
arriesgue todo! Es demasiado importante... Inglaterra necesita un hombre como
él. Pero... pero me dice cosas que me hacen... desearlo —confesó, avergonzada.
Candela rió.
—¿Lo deseas por lo que te dice y no por sus... por
sus pies?
Animada por la cerveza, Lali rió.
—Tiene los pies grandísimos, ¿te has fijado?
Su amiga asintió con la cabeza.
—Casi tan grandes como la cabeza —le susurró con
voz grave.
Las carcajadas de las dos mujeres resonaron por
toda la estancia y pasaron las primeras horas de la noche detallando todos los
defectos de Peter. Cuando casi habían agotado el tema, pidieron otro pichel de
cerveza y empezaron a sacarle defectos a Agustín. Y luego a todos los hombres
en general.
Continuará...
+10 ;)!!
Maaaaaaassss
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ResponderEliminarK buena ayuda la d Cande!!
ResponderEliminarPeter fue con todo
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