No tenía ni idea de adónde iba. Caminando sin
rumbo por Hyde Park, ajena a todo lo que la rodeaba, quería morirse. El dolor
que había empezado a sentir en el pecho en cuanto Nina había entrado en la
acogedora salita de Candela se había hecho intolerable al escapar y, en aquel
momento, era un dolor pulsátil y persistente de todo su cuerpo. No tenía claro
qué le dolía más, si la deshonra que se había provocado a sí misma o el que Peter
hubiese querido fugarse con su prometida aquel mismo día, precisamente. ¡Dios,
el muy desgraciado no podía esperar a su boda! ¿Cómo podía haber sido tan
tonta?
No vio a lord y a lady Fairlane hasta que casi los
tuvo encima. Hizo un esfuerzo sobrehumano por sonreír y musitar un saludo. Lord
Fairlane le respondió con un movimiento seco de cabeza; lady Fairlane fingió
que no la había visto mientras pasaban de largo a toda prisa. Confundida por su
comportamiento, Lali se detuvo y miró por encima del hombro a la pareja. «Esa
gente te despedazará viva.» Recordó la advertencia de Máximo y contuvo un
amargo sollozo. Una fulana, eso es lo que era. Una mujer de moral relajada,
ordinaria como una tabernera.
Pero y él, ¿qué era? ¿Y las cosas que le había
dicho, el entusiasmo con que le había hablado? «Solucionaré lo nuestro», le
había dicho. ¡Maldito fuera! ¡Había querido decir algo completamente distinto a
lo que ella había pensado! Sin duda se refería a algún piso coqueto en alguna
parte... ¡y ella le había pedido que le hiciese el amor! Una vergüenza intensa
se apoderó de ella. Se llevó las manos a las mejillas y se obligó a caminar.
Bueno, bueno, a lo mejor se lo había pedido, pero había sido él quien lo había
preparado todo para llevarla a la ópera. Había sido él quien le había dicho que
la deseaba como nunca había deseado a nadie. Le había dicho muchas cosas dulces
y tiernas, pero ni una sola vez había admitido que la amara. ¡Qué boba había
sido de confundir su lujuria con amor!
Incapaz de contener un solo sollozo más, Lali se
dejó caer en un banco y enterró la cara en las manos, asqueada al entender de
pronto que lo que había ocurrido la noche anterior no había sido más que una
fantasía. Su fantasía. ¿Qué demonios iba a hacer ahora?
El sol casi se había puesto cuando al fin alzó la
cabeza. Sólo había un remedio plausible para su desolada situación. Debía
alejarse lo máximo posible de Peter Lanzani. Irse lo más lejos posible de
Londres. De Inglaterra, ya puestos.
Una vez tomada aquella decisión, se levantó y
empezó a caminar despacio en dirección a Belford Square, donde Máximo había
alquilado una casa.
Al conde no le gustaba el hombre descuidado que
había contratado como mayordomo; al parecer, pasaba la mayor parte de su tiempo
en las cocinas, con la criada. Estaba convencido de que la imposibilidad de
contratar un buen servicio era la más molesta de las maldiciones de ser
forastero. De no haber sido porque casualmente pasaba por la entrada en aquel
momento, nadie se habría enterado de que llamaban con urgencia a la puerta.
Refunfuñando en alemán, cruzó el vestíbulo y abrió.
Máximo hizo un aspaviento. Por su aspecto, desde
los mechones de pelo oscuro sueltos en todas las direcciones al bajo del
vestido manchado de la porquería de la calle, habría dicho que a Lali le habían
dado una paliza. Empezó a hablar, pero no consiguió articular palabra.
Alarmado, el hombre la cogió antes de que se desplomara en los escalones de
entrada y la metió dentro.
—Liebchen, ¿qué ha ocurrido? —le preguntó
desesperado, retirándole el pelo de la cara—. ¿Qué ha pasado?
—Máximo, tengo que hablar contigo —farfulló ella,
limpiándose una lágrima de la mejilla con la mano temblorosa.
—No intentes hablar ahora —le dijo él, volviendo
sin querer al alemán—. Deja que te traiga algo de beber. —La acompañó al
gabinete principal y tiró furioso de la campana del servicio. Luego la sentó en
un sofá y, nervioso, le cogió la mano. Apareció el mayordomo y los ojos se le
pusieron como platos al ver a Lali.
—Oporto —bramó Máximo. Esperó a que se fuese el
sirviente para preguntarle—: ¿Qué ha pasado?
Con los ojos llenos de lágrimas, Lali meneó la
cabeza. Inspiró despacio, obviamente procurando recobrar la compostura.
—¡Dime! ¿Alguien te ha...?
—No —susurró ella.
—Entonces, ¿qué es? ¿Qué te ha ocurrido?
—Da igual —respondió ella, agitando la mano como
para restarle importancia—. Máximo, he considerado tu generosa proposición. Y
acepto.
Él hizo un aspaviento de sorpresa. Entró el
mayordomo, cargado con una bandeja en la que llevaba una botella llena de
oporto y vasos de cristal. Máximo, impaciente, le hizo una seña para que la dejase
encima de una mesa próxima y se marchara.
—No entiendo —dijo él, alargando la mano para
tomar el oporto.
—Me casaré contigo —le comunicó ella sin
entusiasmo, rechazando con la cabeza el vino que le ofrecía—. Pero... con dos
condiciones.
—Adelante —concedió él tan sorprendido como
receloso.
—La primera —dijo ella en alemán— es que me
permitas viajar a Rosewood para arreglar unos asuntos... y despedirme. —Un
sollozo mayor se le escapó de la garganta. Él hizo ademán de querer consolarla,
pero ella meneó la cabeza, tragó saliva y continuó en un susurro—: Y la segunda
es que me lleves a Baviera. —Alzó la mirada para evaluar la reacción de él.
Máximo no había visto nada más triste en su vida.
—¿Eso es todo? —preguntó con calma.
Ella asintió.
—¿Estás segura? Lali, ¿estás segura de verdad? Los
ojos volvieron a llenársele de lágrimas. Una lágrima solitaria se le deslizó
despacio hasta la boca.
—Estoy muy segura.
Llevado por un impulso, Máximo la agarró y la
envolvió en un abrazo protector. Le besó los labios salados e hizo una mueca
cuando ella volvió a llorar. No le preguntó nada..., le había hecho una promesa
e iba a cumplirla. No podía hacer otra cosa que acariciarle la cabeza, apoyada
en su hombro mientras un río de dolor fluía de su cuerpo.
Al final, se bebió el oporto que él insistía en
que tomara y, con calma, por no decir pesadumbre, repasó con él los
preparativos.
Acordaron salir en cuanto Lali pudiera empaquetar
algunas cosas. Máximo no estaba seguro de que ella pudiese viajar en el actual
estado en que se encontraba, pero le insistió en que todo saldría bien.
Cuando la acompañó a casa, fue él quien les
comunicó la noticia a los atónitos Bartolomé y Gastón. Gastón no dijo nada,
pero no paraba de mirar a Lali, que, animosa, trataba de sonreírles. Su tío,
como era lógico, se mostró decepcionado. Había puesto los ojos en el duque,
pero Máximo sabía que aceptaría encantado su generosa dote. Incluso consintió
pagar el alquiler de Russell Square hasta el final de la temporada social
cuando Bartolomé se quejó de que justo entonces empezaba a divertirse.
Complacido por aquella concesión, Bartolomé insistió en brindar por su último
logro. Mientras el hijo de mala madre se reía de su hazaña de echarle el lazo a
dos Bergen, el alemán miró a Gastón. Se fijó en su coñac intacto, en su boca
herméticamente cerrada. Lali tenía el mismo aspecto que si la hubiesen
condenado a muerte.
Máximo no tardó en marcharse, ansioso por alejarse
del odioso lord Espósito.
El reloj de gárgola de la repisa de la chimenea
dio las once. Desde el buró de su habitación, Lali lo miró y frunció el cejo.
Volviendo al papel en blanco que tenía delante, se dio unos golpecitos con la
pluma en la mejilla. Lo que tenía en mente sonaba infantil, pero no podía
resistir la tentación de devolverle el golpe al muy sinvergüenza antes de
partir. Le costaba; nunca se le había dado bien expresar sus sentimientos más
íntimos, pero necesitaba que supiese el daño que le había hecho. Por
insignificantes que unas cuantas palabras pudieran parecerle a Peter, a ella le
proporcionaban la fortaleza que tanta falta le hacía en aquel momento.
Como era completamente incapaz de describir su
absoluta desolación, mordisqueaba el extremo de la pluma mientras lo meditaba.
Le había pedido a otra mujer que huyera con él tras haber encendido en ella una
pasión ardiente que ni siquiera después de lo ocurrido era capaz de extinguir.
Quería convertirla en su amante, no encontrar el modo de que los dos pudieran
estar legítimamente juntos como ella, ingenua, había esperado. Nada podía
consolarla, nada podía aliviar el dolor que él le había causado. Recordando de
pronto un poema, mojó la pluma en el tintero y escribió de prisa.
Cuando yerra la mujer
hermosa
y tarde descubre la traición
del hombre,
qué ensalmo puede hacerla
menos dolorosa,
qué hará que de su desliz se
recobre.
Angustiada, leyó lo que había escrito. Las
palabras, aunque claras, no lograban capturar su intenso dolor. Pensó en volver
a intentarlo, pero, al mirar el reloj, cambió de opinión. A partir de aquella
noche, tendría tiempo de sobra de pulir el arte de los reproches punzantes.
Dejó la nota sin firmar, roció la tinta de arena y agitó el papel con
impaciencia para que se secara antes de sellarlo con la cera de la vela.
Cogiendo con fuerza la nota, Lali salió
sigilosamente de su habitación y bajó a la planta inferior, deteniéndose en el
último peldaño para escuchar. Oyó voces procedentes de la salita y,
levantándose las faldas, recorrió a toda prisa el pasillo en la dirección
opuesta, casi derrapando al detenerse ante la puerta de Davis. Llamó
apresuradamente y esperó, luego miró nerviosa por encima del hombro en
dirección al pasillo principal, y volvió a llamar, impaciente. Oyó un leve
rumor al otro lado de la puerta antes de que el mayordomo la abriera,
visiblemente molesto.
—Visita —dijo ella, insolente, y le entregó la
nota—. Por favor, llévala al 24 de Audley Street inmediatamente.
Davis escudriñó la nota que ella llevaba en la mano.
—Por favor, Davis, necesito que me hagas esto.
—Sutherland —leyó él en la nota, luego alzó la
mirada y estudió a Lali detenidamente—. Demasiado tarde —espetó.
Lali se coló en seguida entre la hoja y el marco
de la puerta para que no se la cerrase en las narices.
—Muy bien. No quería hacer esto, pero ahora estoy
más que decidida a enviarle una carta a lord Dowling para contarle lo
desagradable que has sido durante nuestra estancia aquí. No conozco bien a lord
Dowling, pero estoy convencida de que no le gustará saber que uno de sus
criados ha tratado de mala manera a una condesa. Aprecias tu puesto de trabajo,
¿verdad?
A juzgar por el modo en que frunció el gesto, sí.
La miró furibundo, luego miró la nota que ella aún llevaba en la mano. Se la
arrebató con un gruñido grave.
—24 de Audley Street —protestó, y le habría cerrado
la puerta en el hombro si ella no se hubiese retirado de un salto.
Finch miró ceñudo al hombrecillo que le entregó la
nota y bramó «Sutherland», luego dio media vuelta y se alejó de la puerta dando
zapatazos. Lo último que necesitaba era llevarle a su excelencia más noticias,
de la índole que fueran. El duque estaba de un humor excelente. Lo estaba desde
la cena de bienvenida a casa organizada para lady Nina. Su excelencia, pasando
por alto el protocolo, se había levantado de la mesa en plena cena para ir en
busca de su mayordomo. Y lo había encontrado, sí señor, en el comedor del
servicio, y lo había sacado de allí delante de todo el personal.
La segunda desgracia de Finch (la primera había
sido que lo hubiese encontrado) fue ser quien le comunicara a su excelencia que
el mensajero no había podido localizar a la condesa de Bergen en Vauxhall
Gardens. El semblante del duque se había oscurecido peligrosamente cuando el
sirviente le había asegurado que el mensajero había mirado una por una en todas
las fuentes de los jardines, grandes y pequeñas por igual, pero no la había
encontrado. Abochornado, le había devuelto la nota que debía habérsele
entregado a ella y había visto cómo su excelencia la había hecho añicos y había
vuelto airado al comedor.
Sólo Dios sabía qué noticias traería esa otra.
Pero una cosa era segura, pensó el mayordomo mientras caminaba despacio hacia
el estudio privado del duque, con la nota sobre la bandeja de plata que
sostenía entre sus manos. A su excelencia no iba a gustarle.
Su excelencia protestó en cuanto Finch entró en la
estancia.
—¿Qué es eso? —bramó.
—Ha llegado una nota, excelencia.
Gruñó y dejó el vaso de whisky con fuerza en la
mesa.
—¿Qué hora es?
—Las doce y media de la noche.
El duque se frotó las sienes.
—Tráela —bufó, y dejó a un lado el libro que tenía
sobre el regazo. El hombre le entregó con cuidado la nota y luego se retiró,
cerrando las puertas con mucho cuidado.
Peter no tenía valor para leerla. Se paseaba por
la estancia, con la nota en la mano, bien sujeta. No podría soportar que le
recordaran el lío que había organizado, ni ser víctima de una nueva oleada de
deseo. Respiró hondo, rompió el sello y examinó la página.
—¡Maldita sea! ¡¡Maldita sea!! —gritó al techo. No
estaba firmada, pero sabía bien quién la había escrito. Cielo santo, ¿quién más
citaba a los clásicos de la literatura inglesa? Retrocedió tambaleándose y se
dejó caer en una silla. ¿Cómo había podido llegar a la conclusión de que la
noche anterior era una mentira? ¿Cómo demonios podía considerarlo Lali una
mentira? No era una mentira. ¡Maldita sea!
Dios, ¿qué había hecho?, se preguntó por enésima
vez mientras una amarga desilusión le roía las entrañas. Al recordar de pronto
la extraña premonición que había tenido la noche anterior de que ella se le
escapaba de las manos, se dio cuenta de que la había perdido. Había perdido lo
único que le había importado en toda su vida. Su mundo se derrumbaba a toda
velocidad.
Miró el reloj: la una menos cuarto. No había nada
que pudiese hacer a aquella hora, nada en absoluto. Salvo beber.
Continuará...
+10 >:(
Pues si se le va
ResponderEliminarMaaaas! Pobre lali :(
ResponderEliminarY todo es su culpa!!!
ResponderEliminarLas personas no pueden decidir cosas cuando estan mal emocionalmente y lali lo esta haciendo
ResponderEliminarTodo culpa de nina
ResponderEliminarNo nos puedes dejar asi
ResponderEliminarMas mas mas mas mas mas mas mas mas
ResponderEliminar+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminarY gaston ya se va a sentir mal después de que el la empujo
ResponderEliminar10
ResponderEliminarCobarde!!! Más! !
ResponderEliminarCobarde!!! Más! !
ResponderEliminarCobarde!!! Más! !
ResponderEliminarDestruido x su propia indecisión.
ResponderEliminarNina está jugando muy bien,mira la sonsa....
Me cuesta estar al día ,o al menos leer seguido ,una medicación me hace quedar dormida ,y no llego a mitad d escritura cuando lo tengo k dejar.
ResponderEliminarYo k quería más, xk era mi aniversario ,y me metí en el día 4.
ResponderEliminarMassssss
ResponderEliminarPobre lali.. espero q cdo peter se arrepienta ella no lo perdone tan rapido.. ya q no dudo en dejarla a un lado
ResponderEliminarNooo!!... como quiere que lali no crea que es una mentira Subi masss
ResponderEliminarCasino Sites & Apps - ChoEcasino
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