A Lali todo le parecía un sueño. Él le quitó
despacio los guantes, le besó los brazos desnudos, la muñeca, luego el cuello y
los labios hasta dejarla sin aliento y hacerle perder la razón. Cuando el coche
se detuvo, no le dio tiempo a pensar; la sacó en brazos de él, a toda prisa, y
le pidió al cochero que aparcara en la parte de atrás. Envolviéndola en los
pliegues de su gabán, Peter se dirigió a la puerta principal. La casa a la que
la había llevado estaba oscura; la soltó sólo para sacar una llave de debajo de
las baldosas, luego le pidió que entrara de prisa y cerró la puerta cuando los
dos estuvieron dentro.
En el oscuro vestíbulo, Peter buscó a tientas una
luz al tiempo que su respiración se hacía cada vez más irregular. La recorrió
un escalofrío de pánico cuando se encendió la luz de la única vela. Los ojos de
él la buscaron en la oscuridad y, al encontrarla, sonrió tranquilizadoramente.
Sin mediar palabra, le tendió la mano. De pronto aterrada, ella se lo quedó
mirando y, por un instante, temió cambiar de opinión. No, necesitaba aquello.
Dubitativa, posó su mano en la de él.
—Lali..., si has cambiado de opinión, no pasa nada
—le dijo él, tranquilo.
Sorprendida de sí misma, Lali sonrió y negó con la
cabeza.
—No puedo. Créeme. Lo he intentado —le susurró,
sincera.
Él se la quedó mirando un instante, recorriendo su
cuerpo con los ojos. Luego, cogiéndola fuerte de la mano, empezó a caminar, muy
despacio, hacia una escalera de caracol que conducía a la oscuridad de la
planta superior. La mente de Lali iba más aprisa que sus pies, y las protestas
de su conciencia se enfrentaban a la fuerte necesidad de estar con él.
Peter trató de tranquilizarla hablándole de la
casa, contándole que rara vez estaba abierta y que la familia no se ponía de
acuerdo sobre qué hacer con ella a largo plazo. Avanzaron por el oscuro pasillo
de la primera planta, pasaron dos o tres puertas, le pareció a ella, hasta que
llegaron a una donde él se detuvo. La abrió, entró y la arrastró dentro.
Ella podía haberle pedido que la llevara a casa,
entonces, antes de que fuese demasiado tarde. Peter dejó la palmatoria en una
mesa y se volvió hacia ella. Otro temblor le sacudió el cuerpo; el miedo se
estaba apoderando de su deseo; el miedo a lo desconocido, a aquel anhelo
lascivo y a sus consecuencias.
—Tiemblas. ¿Estás segura de esto? —le preguntó él
con voz suave.
Le dio un brinco el corazón. Un millar de noes se
le ahogaron en la garganta, víctimas del deseo que había sentido desde la
primera vez que se habían visto, en Rosewood.
—Ay, Peter —exclamó—. Sólo quiero saber..., es
decir, debo saber... Soy consciente de que esto te va a sonar muy raro, muy
inmoral, pero no es algo que pueda explicar, de verdad, es algo que llevo ahí
—dijo, señalándose el abdomen y el pecho con la mano trémula— y no logro
deshacerme de ello, por más que lo intento. Cada vez que te miro, lo noto.
De pronto, él le metió la mano por debajo de la
capa y le acarició despacio la superficie plana del abdomen.
Le ardía la piel donde él la tocaba y volvían a
encendérsele las llamas del vientre.
—Imagino que a lo mejor estoy enferma, pero no
recuerdo haber sentido nunca nada parecido...
Se interrumpió bruscamente cuando él deslizó la
mano por encima de las costillas hacia el lateral del pecho. Le metió la otra
mano por debajo de la capa, le rodeó la cintura y la atrajo hacia su pecho.
—No creo que sea una enfermedad, pero se me ocurre
que podría tratarse de una indigestión, aunque no es muy probable, porque
apenas he comido hoy —parloteó.
—No creo que sea una indigestión —murmuró él
esbozando una sonrisa. Le acarició el cuello con los labios, provocándole otra
serie de escalofríos—. Sé lo que te aqueja, ángel..., es este deseo increíble
que tratamos de negar. Si me dejas, yo lo arreglo. —Le mordisqueó el lóbulo de
la oreja, metiéndose el pendiente en la boca.
Ella inspiró con fuerza y él levantó la cabeza.
—No vamos a hacer nada que no quieras, Lali.
Podemos parar en cualquier momento.
Era una mentira como una casa, y ella lo sabía.
—Peter, por favor, enséñame y ya está —le susurró,
lanzándose de cabeza a la situación que ella misma había provocado.
Él gruñó en voz baja, la tomó en sus brazos y se
la llevó a la cama. Se detuvo para retirar el guardapolvo, luego se tiró con
ella en brazos sobre la estampada colcha verde y oro. Le pasó un brazo por
debajo y se la acercó al pecho al tiempo que su boca descendía, voraz, sobre la
de ella. Hábilmente le quitó la capa, le acarició la espalda y le retiró las
horquillas del pelo. Impulsada por la urgencia de tocarlo, ella le acarició el
pecho y los hombros, siguiendo el contorno de aquellos músculos bien torneados
bajo la camisa de seda.
La melena de Lali se derramó sobre los dos,
formando una cortina de rizos oscuros mientras él le desabrochaba los botones
del vestido con la pericia de una doncella. Sin saber muy bien cómo, el vestido
desapareció, igual que la chaqueta de él, su chaleco y su camisa. Cuando Peter
le deshizo la lazada de la enagua a Lali, uno de sus pechos se liberó como un
resorte. Él lo contuvo en la palma de la mano, le acarició el pezón hasta
ponerlo erecto y luego se lo llevó a la boca, olvidándose de la exploración de
su cuello. Una sensación pura y embriagadora recorrió el cuerpo de la joven y,
gimiendo en voz baja, alargó el brazo para tocarlo.
De pronto boca arriba, Lali lo agarró por el pelo
mientras él le lamía el otro pecho, asombrado de las reverberaciones que
sacudían el cuerpo de ella y parecían instalarse en su entrepierna. Un placer
dulce y atormentador empezaba a nacer en el vientre de ella. Inspiró nerviosa
cuando Peter le levantó las enaguas, después gimió, aterrada de placer, cuando
los dedos de él acariciaron ligeros su piel. Peter le metió la lengua en la
boca mientras recorría con los dedos, sensual, la piel desnuda de ella,
rodeando la cumbre de sus muslos para terminar deslizándose por sus pliegues
húmedos.
—¡Dios mío, qué hermosa eres! —le murmuró él en la
piel. Aterrorizada por lo que le estaba haciendo, Lali se quedó helada. Los
dedos de Peter la acariciaban con destreza, alrededor y por encima de un punto
de placer intenso. Los labios de él volvieron a encontrar los suyos y la
besaron con ternura hasta que la presión alcanzó un nivel de intolerable
liviandad.
—Ángel —le susurró él—. Dios santo, te deseo. —Posó
sus cálidos labios en el cuello de ella mientras se desabrochaba los
pantalones. Cuando volvió a dejar caer todo su peso sobre ella, Lali notó la
aterciopelada punta de su miembro en contacto con su piel desnuda. Cada
sensación, más asombrosa que la anterior, resultaba tan insufrible como
exquisita. Inquieta, de forma impulsiva, se incorporó sobre los codos.
Peter hizo una pausa y la miró a los ojos.
Diminutos mechones de rizos castaños le caían por la cara. A su espalda y por
encima de los hombros, se desplomaba sobre la cama una larga y sedosa melena.
Alzada sobre los codos, mostrándole sus magníficos pechos, Lali lo miró con una
candidez que le alborotó el corazón. Jamás había deseado tanto a una mujer.
Nunca había ansiado de aquel modo demostrarle a una mujer lo que sentía,
proporcionarle todo el placer que pudiera, satisfacerla de maneras que ella
jamás hubiera experimentado. Los ojos azul oscuro de Lali se posaron en la boca
de Peter y, cariñosa, le tocó los labios con dos dedos.
Aquello era más de lo que cualquier hombre podía
soportar. Peter se acomodó de inmediato entre las piernas de ella. Lali aún
estaba apoyada en los codos, y sus pechos ascendían y descendían con cada
respiración acelerada que la penetración de él le producía. Peter se movía despacio
y de modo constante, saboreando la sensación que la presión de las entrañas de
ella provocaba en su miembro, arrastrándolo hasta lo más hondo de su ser. Sin
darse cuenta, Lali se mordió el labio inferior y volvió a mirarle la boca.
—Mírame, cielo —la instó con voz ronca. Llevado
por un torrente de emoción, Peter le colocó una mano estabilizadora en la
espalda. La miró a los ojos y se sumergió con vehemencia en sus cálidas
entrañas.
Lali profirió un grito ahogado de dolor y enterró
el rostro en el hombro del hombre.
Él, desconcertado, se puso rígido; entonces se dio
cuenta de que era virgen. ¡Virgen! La depositó en la cama, murmurándole su
disculpa desesperada por haberle hecho daño y una promesa igual de desesperada
de que jamás volvería a hacerlo. Terriblemente confundido, trató de entenderlo,
procuró comprender cómo podía ser virgen una viuda. ¡Era imposible! Pero lo
era; él mismo había notado que le desgarraba el himen. Dios, ¿qué había hecho?
¿Qué demonios había hecho?
Lali era ajena a la perplejidad de Peter; aquel
dolor repentino la había sorprendido. Poco a poco, empezó a remitir, y Lali se
retorció debajo de él, queriendo instintivamente proseguir tan extraordinario
viaje, volver a sentir el intenso placer del cuerpo de él en su interior. El
gimió, le dio un beso tierno y empezó a atraerla hacia el ritmo seductor de su
pasión. Olvidado el dolor, Lali pronto se sintió hechizada por lo que le estaba
ocurriendo. Él enterró su rostro en el cuello de ella, con la respiración
entrecortada; Lali intuía que Peter se estaba conteniendo, que se movía
despacio por ella. Él volvió a llevarle la mano al pecho y, con ternura, le
pellizcó el pezón, provocándole una oleada de sensaciones que le recorrió la
espalda y aterrizó en el centro mismo del placer que se estaba generando en su
entrepierna.
El cuerpo le pedía alivio a gritos, así que Lali
empezó a moverse al ritmo de Peter. El respondió a su deseo pasándole un brazo
por debajo de la cadera para que sus caricias tuvieran un mayor recorrido y
pudiera llegar al núcleo mismo de su feminidad. Cuando el placer empezó a
alcanzar un clímax aterrador, Lali se colgó de él, temiendo estallar en
pedazos.
—Déjate llevar, ángel —le susurró él al oído—.
Disfrútalo.
De pronto, la presión a que estaba sometida inició
una espiral ascendente y después se descontroló. Lali se sacudió convulsa
contra el cuerpo de Peter y todo su ser reventó provocando un millar de
pinchazos luminosos. Un grito de éxtasis se le agarró a la garganta al tiempo
que la inundaba una oleada de placer tras otra. Se sintió ingrávida; habría
jurado que flotaba por encima de la cama. Las caricias de Peter se volvieron
más apremiantes; respondió a los suaves gemidos de ella con un grave gruñido,
luego echó la cabeza hacia atrás y vertió su semilla en lo más hondo de las
entrañas de la joven. Con el último empujón, emanó de la garganta de Peter un
gemido gutural tras el cual se desplomó sobre ella, sujetándose sobre los
codos.
Cuando al fin fue capaz de enfocar su mirada Lali
le regaló una sonrisa de oreja a oreja, presa de una euforia absoluta.
—Peter —le susurró.
Él sonrió, acariciándole la mejilla con los
nudillos. Lali jamás habría imaginado que sería algo tan íntimo, tan expansivo.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, que trató de disimular pestañeando.
Él en seguida le cogió la cara entre las manos y
murmuró un juramento por lo bajo.
—Te he hecho daño, ¿verdad? No sabía... ¿Por qué
no me lo has dicho? —gimió mientras una gruesa lágrima le caía a Lali por la
mejilla.
Ella rió y él se quedó perplejo; seguían cayéndole
lágrimas de los ojos.
—Ay, Peter, cuánto me alegro de que hayas sido tú
—murmuró. Alargó la mano y se enroscó en el dedo uno de los rizos de él—.
Jamás... jamás imaginé que pudiese haber algo tan maravilloso entre dos
personas. Me aterraba el no llegar a conocerte nunca de verdad —le confesó con
voz dulce, inundada de pies a cabeza por una nueva oleada de afecto—. Y deseaba
tanto conocerte.
Él la miró, desconcertado. Ella rió frívolamente
en el cuello de él, sintiéndose más fuerte y segura que en toda su vida. Dios,
lo adoraba y, sin pensarlo, espetó de pronto:
—Te quiero, Peter, ¿lo sabes? Te he querido desde
el día en que casi conseguiste que Lucy me matase, ¡y no puedo dejar de
quererte! —Volvió a reír, algo histérica—. Lo he intentado una y otra vez, en
serio, pero ¡no consigo no quererte!
Atónito ante aquella declaración de amor, Peter la
abrazó con fuerza mientras ella sollozaba y reía simultáneamente en su cuello.
Él se puso de lado, sin dejar de abrazarla. Impulsado por la absoluta franqueza
de la confesión de ella, lo maravilló lo bien que la entendía. Que Dios lo
perdonara, pero estaba convencido de que él la amaba con la misma intensidad.
Algo que complicaba aún más la extraordinaria
experiencia que acababan de compartir, algo que él trataba de apartar de su
mente por todos los medios.
—Eres la mujer más hermosa de toda Inglaterra —le
susurró.
Lali soltó una risita tonta.
—¿De verdad me quieres, Peter?
—Con todo mi corazón, cariño —le respondió él,
algo sorprendido de reconocerlo.
—¿Sólo... sólo por una noche? —preguntó ella
titubeante, dibujando con el dedo el contorno de su mandíbula.
Si ella supiera...
—Para toda la vida.
Lali dejó de acariciarle la cara y se desplomó
sobre las almohadas; él, apoyado en un hombro, la miraba mientras le acariciaba
el pelo sedoso.
—¿En qué piensas?
—En lo cruel que es la vida.
Peter no dijo nada en un buen rato. Pensó en las
posibilidades que se les presentaban, pero lo mejor que se le ocurría era
alguna visita ocasional a Rosewood o encuentros secretos en Londres, de forma
esporádica. Una lágrima se le escapó a Lali del rabillo del ojo mientras miraba
fijamente el dosel suspendido sobre sus cabezas. Entonces, Peter decidió que no
permitiría que la fría realidad de sus vidas estropease la magia que había
entre ellos. Disponían de una noche. Se inclinó sobre ella y le besó la punta
de la nariz.
—Pensaré en algo, Lali. Solucionaré lo nuestro
—dijo, tranquilizador, y volvió a reclamar sus labios.
Le hizo el amor otra vez, despacio y con ternura,
alcanzando una nueva cima de satisfacción que nunca había creído posible. Pero,
cuando en el reloj de la repisa de la chimenea dieron las tres, su lado
práctico asumió el mando.
Volvieron a Russell Square en silencio, él
rodeándola con el brazo, protector; ella apoyando la cabeza en su hombro. Lali
aún sonreía, y Peter no lograba apartar los ojos de la belleza que tenía entre
sus brazos. Habían disfrutado juntos del acto de amor físico más pleno que él
había vivido jamás. En toda su vida se había sentido tan absolutamente poseído.
Otras mujeres se habían retorcido bajo su cuerpo con anterioridad, pero ninguna
le había respondido como ella ni lo había excitado hasta alcanzar nuevas cotas
de placer. Sin embargo, lo que de verdad lo conmovía era el descubrimiento de
algo tan primario, tan desmesuradamente masculino en la posesión de su
virginidad. Le había producido un fuerte impacto; ella ya era parte de él. La
había hecho suya, había llegado a sus entrañas antes que ningún otro hombre.
Era su ángel. Sólo suyo.
Cuando el carruaje empezó a detenerse en Russell
Square, Lali alzó la mirada, y sus ojos revelaron una expresión indescifrable.
Curiosamente, Peter percibió de pronto una pérdida inminente que le causó una
extraña inquietud. Había tantas cosas que quería decir, tantas que debía
decir... Y también muchas que no debía decir, que no tenía derecho a decir.
—Lali, debemos hablar. Yo...
—Te amo, Peter. No digas nada que me desanime —le
susurró, sonriente—. Sé lo que hay, pero esta noche nos pertenece. Por favor,
no la estropees. —Los ojos de la joven le imploraban, y a él le sorprendió
percatarse de que era completamente incapaz de decirle que no. Con un fuerte
suspiro de resignación, él bajó del coche y la ayudó a bajar a ella. Mientras Lali
miraba de reojo hacia la casa, Peter volvió a verse preso del pensamiento
inquietante de que ella se le escapaba. Desesperado, la agarró por el brazo.
—Tengo que volver a verte.
Ella abrió la boca para hablar, pero él en seguida
negó con la cabeza.
—Escúchame. Todo lo demás me da igual, lo único
que quiero es... —Se interrumpió. ¿Qué quería? Maldita sea, ¿qué quería de
verdad?—. Escucha, reúnete conmigo mañana —le dijo, nervioso—. Vauxhall
Gardens, a las nueve en punto, en la fuentecita que hay cerca de la entrada.
¿Sabes cuál? Dile a Espósito que vas a ver a lady Darfield. Prométeme que
vendrás. —Hablaba de prisa, frenético, con el corazón encogido por un miedo
irracional. El miedo a perder para siempre lo que había encontrado aquella
noche.
—Claro que estaré allí —le susurró ella y,
poniéndose de puntillas, le besó la comisura de los labios. Rió mientras le
soltaba a Peter los dedos con que le agarraba el codo, luego dio media vuelta y
se dirigió briosa a la puerta de la casa.
—¡No llegues tarde! —le susurró Peter en alto.
Ella le sonrió coqueta por encima del hombro y
negó con la cabeza. El la miró mientras recorría el estrecho sendero, el
recuerdo de aquella sonrisa grabado para siempre en su memoria. Con gusto
ardería en el infierno, pensó, con tal de poder volver a ver aquella sonrisa.
De hecho, ya iba camino de conseguirlo.
Continuará...
+10 :´)!!!
Maaaas
ResponderEliminar♡♡
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ResponderEliminarHermoso y tierno capitulo, me muero muerta d lo maravilloso q fue Peter con Lali :)
ResponderEliminarOtroooo
ResponderEliminarMaaaaasss porfís
ResponderEliminarOjala q el tío de lali no se entere de nada porq sino es capaz de armar un escándalo con tal de beneficiado y no le va a importar dejar mal a Lali
ResponderEliminarOtro masssss
ResponderEliminarMas mas mas porfas
ResponderEliminarMas !!
ResponderEliminarMas que el tio no se entere masss
ResponderEliminarAy q miedo a lo q pueda venir lloro
ResponderEliminarMaaass
Solo se me ocurre k Peter renuncie a su ducado ,
ResponderEliminary los padres d la insulsa no lo acepten x no tener un título.
Owwww me encanta ahora que se será q viene! Bcwodmekwlxndkdjx mas
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