Llevaba dos días lloviendo sin parar cuando Gastón
le dijo que Peter había vuelto a Londres. Ella había pasado dos días sentada en
la misma silla, mirando por la ventana. Mirando fijamente el mismo paisaje
vacío.
Sentada en una silla arrimada a la ventana del
gabinete, Lali observaba los regueros de gotas de lluvia que se formaban en los
cristales. Jamás había sido más desagraciada. Nada podía aliviar su tristeza;
cada vez que cerraba los ojos veía a Peter alejándose de ella. No podía culpar
a nadie salvo a sí misma. Él le había profesado un amor tan intenso que aún la
hacía temblar. Y ella, con su infinita sabiduría, había ignorado las manifestaciones
de aquel corazón, como si el intercambio amoroso que habían mantenido no
hubiese significado nada. No era de extrañar que él la hubiese mirado con tanto
desprecio.
Se despreciaba a sí misma.
No sólo había apartado de sí, rechazado, al único
hombre al que amaría jamás, sino que además había traicionado a Máximo.
Profundamente avergonzada, ya ni se atrevía a mirarlo a la cara. El haber
podido traicionarlo de forma tan absoluta cuatro días antes de su boda la
asqueaba. Toda aquella desagradable situación la asqueaba. Ya no se conocía:
había traicionado a dos hombres y destruido el futuro de otra mujer, y a sí
misma de paso.
Uno de esos hombres estaba sentado en el sofá
leyendo tranquilamente. Durante dos días, mientras ella había mirado fijamente
por la ventana, él había estado así. Se obligó a mirarlo. Como si presintiera
su intención, Máximo levantó la mirada y forzó una sonrisa antes de volver a
bajarla a su libro. Era evidente que ella lo hacía desgraciado, que lo
arrastraba a su pesadilla. No se merecía aquello. Era un hombre bueno y
decente. Lástima que ella jamás fuera a amarlo, no como...
—¿Te gusta?
Lali se sobresaltó y miró hacia la puerta mientras
Alaí entraba dando brincos, ataviada con uno de los vestidos de Londres que la
señora Peterman había arreglado. Sonrió apenas cuando Alaí dio unas vueltas
delante de ella.
—Estás preciosa, Alaí —murmuró.
Máximo levantó la vista un instante, pero en
seguida siguió leyendo.
—Es divino —suspiró Alaí con toda la angustia de
una adolescente, y se dejó caer en el sofá—. ¿Por qué ya no lo quieres?
—Ya no lo necesito. La señora Peterman ha hecho un
trabajo excelente, ¿verdad? Serás la chica más guapa del baile de la cosecha.
—¡Espero que Ramsey Baines piense lo mismo! ¡Desde
el picnic de la iglesia, apenas ha vuelto a mirarme! —Gimió, y se incorporó en
el asiento, recolocándose las faldas largas del vestido lo mejor que pudo—.
Está loco por Kathy Prenshaw, pero, cuando me vea con esto, ¡cambiará de
opinión!
Lali frunció el cejo. La niña estaba obsesionada
con Ramsey Baines, constantemente indignada por el hecho de que el joven
sintiese una especie de estima inquebrantable por la hija simplona de un
abogado. Baines parecía ser el único objetivo de Alaí en la vida, pero, por
todo lo que Lali había visto, el único objetivo del joven era Kathy Prenshaw.
—Estoy convencida de que se dará cuenta de lo
guapa que estás, Alaí, pero no debes albergar tantas esperanzas. No se puede
intentar ganarse los afectos de otro; eso debe surgir de forma natural.
Al oír aquello, Máximo levantó la vista y la miró,
pensativo, mientras Alaí se levantaba y se acercaba nerviosamente a la
chimenea.
—Pero, si yo le parezco guapa, ¡ya no volverá a
querer a Kathy! —protestó—. Ella no es tan bonita, ¿sabes?
—El exceso de orgullo es indecoroso, cariño —le
reprochó Lali con delicadeza.
La niña suspiró hondo y se acercó a Ja ventana,
recorriendo con el dedo el borde del cristal.
—No pretendo ser orgullosa, pero todo el mundo
dice que soy más guapa que Kathy Prenshaw, así que también Ramsey Baines debe
de pensarlo. Y cuando me vea con un vestido tan bonito, me querrá, seguro que
sí.
¿Desde cuándo era Alaí tan vanidosa?
—«La belleza reside en los ojos del que la
contempla.» ¿Sabes lo que eso significa? A veces las personas más hermosas no
son las más guapas. Ramsey Baines ve en la señorita Prenshaw una belleza que lo
atrae y no puedes obligarlo a que sienta ese mismo afecto por ti. Debe surgir
de forma natural.
La pequeña se puso a su lado y se apoyó en la
silla, balanceándose lentamente mientras le acariciaba distraída un rizo a Lali.
—Pero contigo no surgió de forma natural, ¡y ahora
quieres al conde de Bergen! Cuando volviste de Baviera, dijiste que era un
arrogante, pero él ha conseguido que lo quieras. ¿Por qué no puedo yo conseguir
que Ramsey Baines me quiera igual?
—Yo respeto al conde. —Aquellas palabras se le
escaparon de la boca sin pensarlas ni sentirlas, como si las hubiese ensayado
un millar de veces. De mala gana, miró a Máximo por el rabillo del ojo; él la
observaba detenidamente.
—¿Lo ves? Te ha hecho cambiar de opinión —comentó Alaí,
acariciándole el pelo—. Yo creo que es sólo cuestión de voluntad —sentenció.
Por primera vez en su vida, Lali se enfadó con
ella por ser tan increíblemente tonta y negarse a entender que sólo conseguiría
hacerse daño a sí misma con tanta coquetería. Le respondió con dureza.
—Quizá sea presa de tu belleza un tiempo, querida,
pero pronto no podrá ocultar lo que no hay. —Virgen santa, ¿qué estaba
diciendo?
Visiblemente sobresaltada, Alaí se apartó de la
silla y se encogió de hombros con aire desafiante.
—¿Y? ¡Que siempre te preguntarás si piensa en Kathy
cuando te mira! —gritó furiosa.
—Lali... —La voz grave del conde conllevaba una
advertencia que ella ignoró.
—Día tras día te preguntarás si su sonrisa es por
ti o porque está soñando con ella. Cada palabra que diga será sometida a tu
escrutinio para ver si es sincera. Cuando vaya a Londres a pasar el día, te
preguntarás si va a ver a Kathy.
—¡Lali! —la reprendió Máximo.
El rostro de Alaí se ensombreció. Mientras se
miraba el vestido nuevo, el labio inferior le temblaba un poco.
—Pero... pero ¡quizá aprenda a quererme! —dijo
ella en voz baja.
—¡No! ¡No lo hará! ¡No puedes obligarlo! —gritó,
con la voz rota. Se agarró a los brazos de la silla. ¿Qué estaba haciendo?
Pagando con Alaí su frustración, eso era. Se levantó de prisa y la abrazó con
fuerza—. Lo siento, no pretendía hablarte así. Ay, cariño, yo quiero que seas
feliz, pero no creo que lo seas si te empeñas en que ese muchacho te
corresponda. Puede que llegue a apreciarte, pero si no lo hace, si quiere a Kathy,
hay muchos otros chicos en Inglaterra que darían lo que fuera por una sonrisa
tuya.
Alaí lloriqueó apoyada en el hombro de Lali.
—Pero yo quiero a Ramsey Baines —murmuró,
testaruda.
Angustiada, Lali suspiró.
—¿Sabes lo que pienso? Creo que las lilas te irán
muy bien con tu vestido nuevo.
—¿En serio? —preguntó la niña, apartándose de
ella—. Hay algunas en el jardín.
—Parece que la lluvia ha parado de momento. ¿Por
qué no vas a coger algunas y te las pruebas? —la instó Lali.
—¡Sí, estupenda idea! —proclamó Alaí, y salió
corriendo hacia la puerta, aparentemente ajena a Máximo, que se había levantado
del sofá.
—¡Ten cuidado, no te manches el vestido! —le gritó
Lali.
—¡No lo haré! —resonó su voz juvenil mientras
salía a toda prisa de la habitación. Lali se la quedó mirando, completamente
agotada. Sus propias palabras le habían dejado muy claro el tremendo error que
estaba a punto de cometer. No podía ignorar su propio consejo. Una sensación de
amargo alivio la inundó de pronto cuando volvió a sentarse despacio en su
sitio. Los días de frustración habían desaparecido, reemplazados por una nueva
angustia, la de enfrentarse a una tarea horrenda, la de hacer daño a alguien a
quien quería. Empezó a notar una punzada aguda en las sienes en cuanto Máximo
habló:
—¿Estás enfadada? —preguntó, ceñudo.
—¡No! —exclamó ella, demasiado enfática, y se
revolvió incómoda en el asiento.
—¿En qué estás pensando, liebchen? Parece como si
tuvieses algo que decir.
Así era, pero de pronto le pareció que su lengua
era del tamaño de una sandía.
—¿Qué pasa, Lali? —preguntó Máximo, tranquilo.
El martilleo de su cabeza era ensordecedor. Lo
miró, indecisa. ¿Cómo iba a decirle, casi en vísperas de su boda, que no podía
casarse con él? ¿Cómo iba a no decírselo? Que el cielo la asistiera, no podía
seguir con él día tras día mientras añoraba a Peter. Pensaba demasiado en él
para... poder ocultar lo que no hay. ¡Ay, Dios, cuánto lamentaba no haber
llegado a aquella conclusión antes! Se dejó caer en la silla despacio.
—Si no puedes hablar, deja que lo haga yo —le dijo
él con su alemán tranquilo y sereno—. Llevas dos días sentada en esa silla
mirando por la ventana. Dos días casi desde el mismo instante en que el duque
regresó a Londres.
Lali se tensó y respiró hondo.
—No soy médico, pero sé qué te aqueja. Lloras
al... hombre al que amas.
Lali se quedó sin aliento, el martilleo de la
cabeza se le había extendido al cuello y al pecho.
—Máximo... —Fue todo lo que logró decir.
—Dilo, Lali —la interrumpió él sin alterarse.
Ella empezó a hablar, ahogándose con sus propias
palabras. Máximo no se movió un milímetro y esperó pacientemente a que dijese
lo que sabía que iba a decir.
—S-siento... siento mucho... t-tener... tener que
decirte que... —No podía decirlo. Que Dios la asistiera, ¡no podía hacerle
tanto daño! Los ojos se le llenaron de lágrimas y pellizcó desolada el brazo de
la silla, tratando desesperadamente de encontrar las palabras con las que lo
que iba a hacer pareciera menos... atroz.
—¿Qué tienes que decirme? —preguntó él en un tono
paradójicamente dulce.
—T-tengo que decirte que ¡siento mucho haber
regañado así a Alaí! —espetó—. Dios sabe que no era mi intención, pero la niña
es tan boba..., quiero decir... que antes moriría que hacerle daño, pero ¡no
podía... fingir que todo iría bien! —exclamó, consciente de lo ridícula que
debía parecer y avergonzada de su propia falta de valor.
El apretó la mandíbula un buen rato. Cuando al fin
habló, su voz llenó la estancia:
—Alaí quiere a Ramsey Baines, por lo que parece.
Lali asintió enérgicamente con la cabeza.
—Sí, sí, ella lo quiere de verdad y, aunque él la
aprecia mucho y creo que la respeta sinceramente, no puede... quererla. ¡Aunque
lo ha intentado! Lo ha intentado de verdad. Sólo que... sólo que...
—¿Hay otra persona? —ayudó él.
Lali asintió con cautela, estudiando la reacción
de él con los ojos entreabiertos. Máximo sonrió algo triste y se miró las
manos.
De pronto brotaron lágrimas de los ojos de Lali.
—¡Ay, Dios! —exclamó, y miró desesperada al cielo.
De nada servía fingir, ni posponer lo inevitable—. Me equivoqué al aceptar tu
proposición, Máximo, pero sinceramente pensé que... —Tomó aliento, nerviosa—.
Terminarías odiándome, ¿es que no lo ves?
—Sí —dijo él sin más, y alargó el brazo para
cogerle la mano. Era un gesto tan noble, demasiado, teniendo en cuenta lo que
estaba haciendo ella. Sus ojos se clavaron en la mano grande que envolvía la
suya.
—Teníamos... un acuerdo, pero... pero era un
acuerdo estúpido, creo yo.
—Era estúpido —aceptó él.
—¿D-de verdad te lo parece? Pensé... pensé que te
enfadarías muchísimo conmigo. Pero no soportaba que te preguntases todos los
días si... si...
Máximo forzó una sonrisa.
—Lo veía claramente en tus ojos cada vez que te
miraba, te lo aseguro —dijo él con dulzura.
Lali bajó la cabeza avergonzada. Máximo suspiró y
le acarició la mano con el pulgar.
—Quise pensar que algún día me corresponderías,
pero ya no creo que eso sea posible. Lo quieres demasiado, me parece.
Ella levantó la mirada; los ojos azul claro de él
se clavaron en los de ella.
—También creí que sabía lo que quería: una esposa
que me diese un heredero, nada más. Pero me he dado cuenta de que quiero que la
mujer con la que me case corresponda a mi afecto. Quiero ver la ternura en sus
ojos cuando me mire. No quiero que tema el tacto de mis manos.
—Ay, Máximo —susurró ella, y una lágrima gorda le
cayó a él en el puño de la camisa—. ¡Cuánto lo siento! No debería haber... Yo
no quería que pasara esto...
—Lali —dijo él con voz ronca—, si creyera que
existe alguna posibilidad... Nunca planeamos los grandes acontecimientos de
nuestra vida, sencillamente ocurren. Creo que para ti es tan imposible cambiar
tus sentimientos como para mí. Me siento... —Tragó saliva convulsivamente y
miró a su alrededor—. Me siento decepcionado, no voy a negarlo, pero no puedo
culparte por dejarte llevar por los dictados de tu corazón. —Despacio, se llevó
la mano de ella a los labios, su boca se recreó en la palma mientras la miraba
sereno, luego le dejó la mano en el regazo y se levantó—. Hablaré con tu tío.
—Hizo una pausa, y sus ojos repasaron el rostro de ella por última vez mientras
sus dedos le acariciaban suavemente la mejilla—. Cuídate, liebchen. Si alguna
vez tienes ocasión de ir a Baviera, prométeme que vendrás a verme.
Lali le dedicó una sonrisa trémula.
—Te lo prometo —susurró.
No quedaba nada por decir. Máximo dio media vuelta
y salió de la habitación. Y ella cedió por fin al alivio y a la angustia,
dejando que un río de dolor y remordimiento fluyera de su interior hasta
agotarla.
Continuará...
+10 :)!!
Masssss
ResponderEliminarNo se quien de los dos es más cabezón...
ResponderEliminar+++++++
ResponderEliminarMas!!
ResponderEliminarMás! !!
ResponderEliminarMe encanta mas
ResponderEliminarnove nove nove nove
ResponderEliminarotro cap porfa llegara a tiempo en busca de pitt? seguira el en londres o se abra marchado a hacer lo que dijo que aria ?
ResponderEliminarlali se ira en su busca despues de haber tenido el valor de terminar con max o se quedara y segira con su vida como si nada ojala llegue atiempo si es que decide ir en su busca y hacer que le perdone dejar que la reme y lograr recuperarle tanto a el como su amor y pitt seguira aun en londres o se abra ido hacer la suya como habia dicho despues d dejarla sin mirar atras y si aun sigue en londres aceptara recibirla escucharla y perdonarla y disfrutar juntos su amor y felicidad lali abra quedado en embarazo despues de entregarse por ultima vez a su gran amor que dejo ir asi sin mas lograra recuperalo? espero que si ay ya quiero leer el siguiente
ResponderEliminarMáximo se portó como todo un caballero.
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