Diciembre de 1882
La carta de Martina llegó con
el correo de mediodía, tres días después del encuentro de Peter con la señorita
Espósito. La hoja de papel, perfumada de rosas, le notificaba su inminente boda
con un noble polaco; inminente solo en el pasado. La carta había sido redactada
dos días antes de la boda, pero habían tardado otros tres en enviarla.
Peter no se podía imaginar a Martina
casada con nadie que no fuera él. En general, la gente la ponía nerviosa; hasta
cierto punto, incluso él la ponía nerviosa, aunque le permitía que le cogiera
la mano y la besara. Habría sido feliz apartada del resto de la humanidad, una
reclusa musical en un chalet en lo alto de los Alpes sin más vecinos que las
vacas de los pastos estivales.
Ella le preocupaba. Pero
incluso mientras se preocupaba, no podía contener el brote de excitación que
las noticias engendraban. Deseo. Fascinada lujuria. Deslumbramiento sexual. La
codicia, no importa el nombre que se le dé, sigue siendo rapacidad. Quería a la
señorita Espósito, quería reír con ella, quería arder con ella. Y ahora podía
hacerlo.
Si se casaba con ella.
El matrimonio, sin embargo,
era un asunto serio, un compromiso para toda la vida, una decisión que no había
que tomar apresuradamente. Trató de abordar el asunto de una manera racional,
pero, como todos los jóvenes idiotizados y confundidos de deseo a cuyo club
nunca creyó llegar a pertenecer, lo único en lo que podía pensar era en la
pasión de la señorita Espósito en su noche de bodas.
Probablemente sería ella la
que acudiera a su habitación, en lugar de al contrario. Le permitiría que
dejara todas las luces encendidas para poder devorarla con los ojos a sus
anchas. Abriría del todo las piernas y luego lo rodearía, apretadamente, con
ellas. Quizá incluso la hiciera mirar lo que le haría, para poder observar sus
mejillas sonrojadas, sus ojos empañados de deseo y escuchar sus quejidos y
gemidos de placer.
Dios, le haría el amor días y
días seguidos.
Después de una noche de debate
interno, durante la cual hubo mucho fantasear voluptuoso y muy poco debate sensato,
Peter decidió dejar la elección en manos del destino. Si la señorita Espósito
estaba de nuevo junto al arroyo ese día, le pediría que se casara con él antes
de que pasara una semana. Si no, lo tomaría como una señal de que debía esperar
hasta que acabara el siguiente trimestre, para tener tiempo de reflexionar con
mayor seriedad.
Se pasó el día entero a la
orilla del riachuelo, caminando arriba y abajo, haciendo de todo excepto trepar
a los árboles desnudos. Pero ella no acudió. Ni por la mañana ni por la tarde
ni cuando el cielo ya era de un azul muy oscuro. Y fue entonces cuando
comprendió que estaba loco por ella; no solo estaba inmensamente descontento
con los hados, sino que además decidió que podían, todos, ir a ahogarse en una
fosa séptica.
Devolvió el caballo al establo
y pidió que le prepararan un cupé de inmediato.
El lacayo vaciló e interrogó
con la mirada a Lali. Apenas había tocado su plato. Ella lo apartó a un lado.
El plato desapareció y fue sustituido por otro, una compota de peras.
—Lali, casi no has comido nada
—dijo la señora Espósito, cogiendo el tenedor—. Pensaba que te gustaba el
venado.
Lali cogió el tenedor y
extrajo un trozo de pera del transparente almíbar. Su desazón era en extremo
evidente. A su madre nunca le preocupaba que comiera tan poco. Todo lo
contrario. Con frecuencia, la señora Espósito temía que el apetito de Lali
fuera cesivo, que sus corsés no se pudieran apretar lo bastante como para
acercarse en un grado decente al talle de avispa.
Lali se quedó contemplando el
tenedor y no consiguió realizar la sencilla tarea de llevárselo a la boca. Ya
tenía el estómago revuelto. No tenía ninguna confianza en poder soportar aquel
trozo de fruta empapado en azúcar.
Dejó el tenedor.
—Esta noche no tengo hambre.
Solo estaba aterrorizada.
Lo que había hecho era algo
carente de principios y muy posiblemente delictivo. Peor todavía, no solo había
perpetrado un fraude, sino que había hecho una chapuza. Se había mostrado
demasiado impaciente, y había aplicado unos métodos demasiado toscos. Hasta un
imbécil cualquiera podría captar el rancio olor de la villanía y seguir el
rastro hasta su puerta. ¿Qué haría lord Tremaine si se enterara? ¿Qué pensaría
de ella?
Entró un lacayo en el comedor
y le dijo unas palabras en voz baja a Hollis, el mayordomo. Hollis se acercó a
la señora Espósito.
—Señora, lord Tremaine está
aquí. ¿Debo decirle que espere hasta que acaben de cenar?
Fue una suerte que Lali dejara
de fingir que comía; de lo contrario habría dejado caer cualquier cosa que tuviera
en la mano.
La señora Espósito se levantó,
radiante de entusiasmo.
—Por supuesto que no. Iremos a
recibirlo de inmediato. Ven, Lali. Sospecho que lord Tremaine no ha recorrido
todo el camino para verme a mí.
No cabía duda de que la señora
Espósito oía campanas de boda. Pero el escándalo y la perdición dominaban la
mente de Lali. Viviría el resto de su vida como la señorita como-se-llame,
aquella solterona demente vestida con su traje de boda, que dejaba que su
propiedad se cayera a pedazos y contagiaba su amargura a todo el mundo.
No tenía más remedio que
seguir a su madre. Estaba sombría y triste como un soldado de a pie que no
compartía el optimismo del general sobre la victoria y el botín y solo veía el
baño de sangre que los aguardaba.
Allí estaba, de pie en medio
del saloncito; la personificación de sus deseos, el instrumento de su caída, el
joven vástago cotizable que se ocupaba de los caballos y organizaba juegos de
apuestas solo un poco sospechosos.
—Milord Tremaine —dijo la
señora Espósito efusivamente—. Como siempre es un placer verlo. ¿Qué le trae a
nuestra humilde morada a esta hora tan inusual?
—Señora Espósito. Señorita Espósito.
—¿La miró? ¿Era un brillo de intenso deseo o de pesar?—. Les ruego que me
disculpen por importunarlas a estas horas.
—Tonterías —respondió la
señora Espósito, quitándole importancia—. Sabe que siempre es bienvenido, a
cualquier hora. Ahora, por favor, cuéntenos. La curiosidad me está matando.
—He venido para hablar en
privado con la señorita Espósito —contestó lord Tremaine, con una franqueza
increíble—. Con su permiso, por supuesto, señora Espósito.
Por primera vez en su vida, Lali
se sentía mareada sin haber sufrido primero una conmoción. Había dos
posibilidades, o había venido a denunciarla o a proponerle matrimonio. Por
impensable que hubiera sido solo unos días antes, esperaba fervientemente que
fuera lo primero. La castigaría como la escoria que era. Luego se marcharía y
ella se encerraría en su habitación y se daría de cabezazos hasta romper la pared.
—Desde luego —accedió la
señora Espósito, con una contención admirable.
Se retiró, cerrando la puerta
al salir. Lali no se atrevía a mirarlo. Estaba segura de que solo eso, por sí
mismo, delataba ya su culpabilidad.
Él se le acercó.
—Señorita Espósito, ¿quiere
casarse conmigo?
Nunca en su vida había oído
palabras más aterradoras. Sus ojos se encontraron.
—Hace tres días estaba
decidido a casarse con otra.
—Hoy estoy decidido a casarme
con usted.
—¿Qué ha pasado en este
espacio de tiempo para hacerle cambiar de idea tan drásticamente?
—He recibido una carta de la
señorita Stoessel. Se ha casado con con un miembro de la casa del príncipe de
Lobomirski.
«No, no es verdad.» Lali había
sacado aquel nombre de un libro sobre la nobleza europea que había encontrado
en la colección de su madre. Estudió la nota de la señorita Stoessel y después
compuso su engaño, incorporando cuidadosamente las medias disculpas y la
impotente nostalgia de la señorita Stoessel. Luego se lo había llevado todo al
guardabosque de Briarmeadow, un viejo que había sido falsificador en su
juventud y que le tenía el afecto indulgente de un abuelo.
—Entiendo —dijo, débilmente—.
Así que ha decidido ser práctico.
—Supongo que se podría decir
que parte de mi decisión ha estado motivada por el pragmatismo —dijo él, en voz
baja, acercándose tanto que ella podía percibir el frío y vigorizante olor del
invierno que todavía se aferraba a su chaqueta—. Aunque le juro por mi vida que
no puedo recordar ninguna de esas razones.
Le levantó la barbilla y la
besó.
Había besado a otros hombres
antes —a varios— cuando se aburría en los bailes o le irritaban las
prohibiciones de su madre. Consideraba que era una actividad más extraña que
interesante y, a veces, había estudiado al hombre que besaba con los ojos muy
abiertos, calculando la magnitud de sus deudas.
Pero desde el momento en que
los labios de lord Tremaine tocaron los suyos, se sintió perdida, como un niño
que prueba un terrón de azúcar por vez primera, vencida por aquella dulzura. Su
beso era tan ligero como el merengue, tan suave como las primeras notas de la
sonata Claro de luna y tan intenso como las primeras lluvias de primavera,
después de la interminable sequía del invierno.
Mareada y asombrada, bebió su
beso. Hasta que un beso ya no fúe suficiente. Le cogió la cara entre las manos
y lo besó a su vez, con algo que iba más allá del entusiasmo, algo que estaba
más cerca de la desesperación, trémula y desenfrenada.
Oyó el gemido apagado de su
garganta, sintió el cambio físico que señalaba en él su excitación sexual. Él
interrumpió el beso, la apartó y se la quedó mirando, respirando pesadamente,
con dificultad.
—Dios mío, si tu madre no
estuviera al otro lado de la puerta... —Parpadeó y volvió a parpadear—. ¿Eso ha
sido un sí?
Aún no era demasiado tarde.
Aún podía tomar el camino más noble, confesarlo todo, pedir perdón y conservar
su propio respeto.
Y perderlo. Si él sabía la
verdad, la despreciaría. No podía enfrentarse a su ira. Ni a su menosprecio. No
podía vivir sin él. Todavía no, todavía no.
Le rodeó la cintura con los
brazos y apoyó la mejilla en su hombro.
—Sí.
El gozo que sintió con su
apasionado abrazo estaba impregnado de terror. Pero había hecho su elección.
Sería suyo, para bien o para mal. Lo mantendría en la ignorancia tanto tiempo
como pudiera.
Y cuando estuvieran casados,
miraría su cuerpo dormido, se maravillaría de la enorme suerte que había tenido
y no haría caso de la invasión constante del miedo que le corrompía el alma.
Continuará...
Me he quedado muerta...de todas mis teorías de por que se había ido nunca imagine esta
ResponderEliminarMas!!
ResponderEliminarMe encantoooo. Seguiii
ResponderEliminar++++++++++++
ResponderEliminarAaai no, y después del matrimonio el se fue porque descubrió la verdad?? Otroooo :)
ResponderEliminarYo sabia que lo engañaría, pero me da pens que su matrimonio dura sólo una noche.
ResponderEliminarConseguir lo q quiere a cualquier costo es esto,q pilla pero poco le duro "el premio",aunq me imagino q tarde o temprano se reiran juntos de esta "travesura" JAJA
ResponderEliminarYa sabia yo que era algo así! Me encanto!!!
ResponderEliminarPero pobre que Peter se da cuenta tan rápido :/
Que mal todo eso para los dos
Me encanto el capítulo
Sube otrooo! Mas seguido 😄😄😁
ResponderEliminarMenuda jugada arriesgada!!!!
ResponderEliminarWaoo! Me encanto el capitulo!!
ResponderEliminar@ligiaelenaCM