9 de mayo de 1893
Gimena Espósito estaba fuera
de sí.
Lo sabía porque acababa de
decapitar todas las orquídeas de su amado invernadero. Las cabezas rodaban por
el suelo en una carnicería hermosa y grotesca, como si estuviera representando
una versión floral de la Revolución francesa.
No era la primera, ni siquiera
la milésima vez, que deseaba que el séptimo duque de Fairford hubiera vivido
dos semanas más. Dos miserables semanas. Después podía haberse emborrachado de
veneno, atado a las vías del ferrocarril y, mientras esperaba a que llegara el
tren, haberse pegado un tiro en la cabeza.
Lo único que quería era que Lali
fuera duquesa. ¿Acaso era pedir demasiado?
Duquesa... todo el mundo la
llamaba así a ella cuando era niña. Era bella, educada, serena y regia; todos
estaban convencidos de que se casaría con un duque. Pero luego su padre fue
víctima de un fraude que lo dejó casi en la ruina, y la larga y prolongada
enfermedad de su madre hizo que la economía de la familia se hundiera, pasando
de precaria a catastrófica. Acabó casándose con un hombre que le doblaba la
edad, un rico industrial que deseaba infundir un poco de refinamiento en su
linaje.
Pero la sociedad consideró que
el dinero de John Espósito era demasiado nuevo, demasiado zafio. De repente, Gimena
se encontró excluida de los salones donde antes había sido acogida. Se tragó la
humillación y juró que no permitiría que a su propia hija le pasara lo mismo.
La niña tendría el refinamiento de Gimena y la fortuna de su padre; arrasaría
Londres y sería duquesa, aunque fuera lo último que ella hiciese.
Lali estuvo a punto de
conseguirlo. Bueno, en realidad lo había conseguido. Esa vez la culpa fue toda
de Carrington. Pero luego, con gran asombro de Gimena, Lali lo hizo de nuevo:
se casó con el primo de Carrington y heredero del título. Qué feliz y
orgullosa, qué descansada estaba Gimena el día de la boda de Lali.
Y luego todo se estropeó. Peter
se marchó al día siguiente del enlace sin dar explicaciones a nadie. Y por
mucho que suplicó, lloró y trató de engatusarla, Gimena no consiguió sonsacarle
a Lali ni una palabra sobre lo que había sucedido.
—¿Qué te importa? —le había
replicado Lali, glacial—. Hemos decidido llevar vidas separadas. Cuando él
herede, yo me convertiré igualmente en duquesa. ¿No es eso lo único que siempre
has querido?
Gimena tuvo que contentarse
con eso. Mientras, en secreto, mantenía correspondencia con Peter, dejando caer
retazos de información sobre Lali entre descripciones de su jardín y de sus
galas de caridad. Las cartas de él llegaban cuatro veces al año, tan seguras
como la rotación de las estaciones, informativas y amables en extremo. Estas
cartas mantenían vivas sus esperanzas. Seguro que tenía intención de volver
algún día o no se molestaría en escribir a su madre política, año tras año.
Pero ¿por qué Lali no podía
dejar las cosas como estaban? ¿En qué pensaba aquella chica, arriesgándose a
algo tan desagradable y perjudicial como un divorcio? ¿Y para qué, para casarse
con aquel vulgar y corriente lord Benjamín, que no era digno de lavarle las
enaguas y mucho menos de tocarla sin ellas puestas? La idea la ponía enferma.
Lo único bueno era que seguro que esto haría reaccionar a Peter y actuar. Tal
vez incluso volviera. Tal vez se produciría un apasionado enfrentamiento.
El telegrama de Peter, el día
antes, informándole de su llegada, la había elevado al séptimo cielo. Se
apresuró a enviarle otro en respuesta, casi incapaz de contener su júbilo. Pero
esta mañana había llegado su respuesta, veintisiete palabras de implacables
malas noticias:
QUERIDA SEÑORA STOP POR FAVOR MATE SUS ESPERANZAS YA COMO ACTO DE PIEDAD
HACIA USTED MISMA STOP PIENSO CONCEDER EL DIVORCIO STOP DESPUÉS DE CIERTO
INTERVALO STOP AFECTUOSAMENTE SUYO STOP PETER.
Así que había cogido la
herramienta de jardín que tenía más a mano y destrozado todas sus variedades de
orquídeas, preciosas, raras y cultivadas con tanto esfuerzo. Dejó caer las
tijeras como una criminal arrepentida que lanza lejos el arma asesina. Debía
dejar de actuar así. Acabaría en el manicomio de Bedlam, vieja, con el pelo
enmarañado y canoso, implorándole a la almohada que no abandonara la cama.
Bien, no podía impedir el
divorcio. Pero sí que podía buscarle otro duque a Lali. De hecho, había uno que
vivía a poca distancia, en el mismo camino de cottage, a pocas millas de la
costa de Devon. Su excelencia el duque de Perrin era un recluso bastante
intimidante. Pero era un hombre de cuerpo y mente sanos. Y, con cuarenta y
cinco años de edad, todavía no era demasiado viejo para Lali, que se acercaba
peligrosamente a los treinta.
Cuando era una joven casadera
y vivía en ese mismo cottage, en la periferia de la propiedad y la esfera
social del duque, Gimena lo había deseado para ella misma. Pero de eso hacía
tres décadas. Nadie conocía sus antiguas ambiciones. Y el duque... bueno, él ni
siquiera sabía que ella existiera.
Tendría que abandonar su
reserva, propia de una duquesa, olvidar que nunca los habían presentado e
irrumpir en su camino, que lo hacía pasar junto a su casa todas las tardes a
las cuatro menos cuarto, tanto si llovía como si hacía sol.
En otras palabras, tendría que
actuar igual que Lali.
Cuando Peter volvió a casa
después de su paseo matutino a caballo, Goodman le informó de que lady Tremaine
deseaba reunirse con él cuando le resultara conveniente. Sin duda, lo que
quería decir era que se presentara en aquel mismo momento. Pero esto no le resultaba
conveniente en absoluto, ya que tenía hambre y estaba desaliñado.
Desayunó y se bañó. Después de
frotarse una última vez el pelo, dejó que la toalla le cayera encima de los
hombros y cogió la ropa limpia que había dispuesto encima de la cama. En aquel
preciso momento, su esposa, como un torbellino de blusa blanca y falda de color
caramelo, irrumpió en la habitación.
Lali dio dos pasos y se detuvo
mientras fruncía el ceño. Como habían prometido, habían aireado, limpiado y
amueblado la habitación con un magnífico conjunto de muebles de secuoya —cama,
mesillas de noche, armario y arcón— rescatado de su largo sueño en la
buhardilla y devuelto al servicio. Debajo del gran Monet colgado encima de la
repisa de la chimenea, florecían en silencio dos macetas de orquídeas, con su
fragancia dulce y ligera. Pero pese a todo el frotar y abrillantar que Goodman
había ordenado, el olor a humedad seguía impregnando los muebles resucitados,
un olor a vejez e historia perdida.
—Tiene exactamente el mismo
aspecto —dijo ella casi como para sus adentros—. No tenía ni idea de que
Goodman se acordara.
Probablemente, Goodman se
acordaba incluso de la última vez que ella se había roto una uña. Tenía ese
efecto en los hombres. Ni siquiera un hombre que la dejara atrás olvidaba nada
de ella.
En los viejos tiempos, cuando
se sentía más benévolo hacia su esposa, Peter estaba seguro de que Dios se
había demorado en su creación, insuflando más belleza, vida y determinación en
ella que en los simples mortales. Incluso ahora, con los estragos de una noche
en blanco en la cara, sus ojos de ónice oscuro brillaban con más luminosidad
que el cielo nocturno sobre el puerto de Nueva York el Día de la Independencia.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—preguntó.
Su mirada volvió a él. Estaba
bastante decente. El batín cubría todo lo que debía ser cubierto y la mayor
parte del resto, además. Pero la verdad es que pareció sorprendida, y luego
leve pero inconfundiblemente incómoda.
No se sonrojó. Raramente se
sonrojaba. Pero cuando lo hacía, cuando sus mejillas pálidas y altaneras
adquirían el tono de un helado de fresas, cualquier hombre tenía que estar, por
fuerza, momificado para no reaccionar.
—Te estabas demorando mucho
—dijo ella, bruscamente a modo de explicación.
—Y sospechabas que te estaba haciendo
esperar deliberadamente. —Negó con la cabeza—. Deberías saber que estoy por
encima de ese tipo de venganzas mezquinas.
En la cara de Lali apareció
una expresión de dolida sorna.
—Por supuesto. Prefieres que
tu venganza sea grandiosa y espectacular.
—Como gustes —respondió él,
inclinándose para ponerse la ropa interior. La cama estaba entre los dos, con
la parte alta del colchón a la altura de su cintura, pero el acto de vestirse
no dejaba de ser una exhibición de poder por su parte—. Bien, ¿de qué asunto
tan importante se trata que no puede esperar hasta que me haya vestido?
—Te pido disculpas por entrar
de manera tan intempestiva —dijo ella, fríamente—. Me marcharé y te esperaré en
la biblioteca.
—No te molestes, puesto que ya
estás aquí. —Se puso los pantalones—. ¿De qué querías hablar conmigo?
Lali siempre había tenido
buenos reflejos.
—Bien. He reflexionado sobre
tus condiciones. Las encuentro a la vez demasiado indefinidas y demasiado
abiertas.
Es lo que él había pensado. No
se podía decir que ella fuera de las que dejan que nadie les pase por encima.
De hecho, prefería ser ella quien pasara por encima de los demás. Solo le
sorprendía que hubiera tardado tanto en ir a presentarle sus objeciones.
—Explícate. —Tiró la toalla
encima de una silla, se desató el batín y lo dejó caer sobre la cama.
Sus miradas se encontraron.
Mejor dicho, él la miró a los ojos y ella miró su torso desnudo. Como si él
necesitara algo más que le recordase a la joven juguetona y descarada que
enviaba sus dedos a realizar hazañas de alpinismo por sus muslos.
Ahora sus ojos se encontraron.
Ella se sonrojó, pero se recuperó rápidamente.
—Engendrar un heredero es un
asunto incierto —dijo, con tono decidido—. Supongo que deseas un heredero, un
varón.
—Así es. —Se puso la camisa,
se la metió por dentro de los pantalones y empezó a abrocharse los botones de
la cadera derecha, acomodando sus partes ligeramente para aliviar la
incomodidad provocada por su reacción ante ella.
La mirada de Lali estaba ahora
en algún punto a su derecha. Probablemente en el poste de la cama.
—Mi madre no consiguió tener
un varón en diez años de matrimonio. Además, siempre cabe la posibilidad de que
uno de los dos, o los dos, seamos estériles.
«Embustera.» Decidió no
ponerla en evidencia.
—¿Y bien?
—Necesito establecer un
límite, por mí misma y por Benjamín, al que no puedo pedir que espere
eternamente.
¿Qué le decía la señora Espósito
en la furiosa carta que le había enviado? «Lord
Benjamín, lo reconozco, es muy amable. Pero tiene el cerebro de un pudin y la
elegancia de un pato viejo. No consigo entender, ni aunque me fuera la vida en
ello, qué ve Lali en él.» Peter se pasó los tirantes por encima de los
hombros. Por una vez, la sagacidad de la señora Espósito le había fallado.
¿Cuántos hombres había en Inglaterra que permanecerían lealmente al lado de una
mujer en medio de un divorcio?
—... seis meses a partir de
hoy —decía su esposa—. Si para cuando llegue noviembre todavía no he concebido,
procederemos a divorciarnos. Si lo he hecho, esperaremos hasta que nazca el
bebé.
Él no podía imaginar un hijo
real, ni siquiera un embarazo. Sus pensamientos se detenían al borde de la
cama, no iban más allá. Una parte de él sentía repugnancia ante cualquier tipo
de intimidad con ella, incluso del tipo más impersonal.
Pero él también tenía otras
partes...
—¿Y bien? —insistió ella.
Recuperó el control de sí
mismo.
—¿Y si me das una hija?
—Esto es algo sobre lo que yo
no tengo ningún control.
¿Era así realmente?
—Entiendo las ventajas de
fijar unos límites, pero no puedo estar de acuerdo con tus condiciones —dijo—.
Seis meses es demasiado poco para garantizar nada. Un año. Y si es una niña, un
intento más.
—Nueve meses.
Él tenía todos los triunfos en
la mano. Era hora de que ella se diera cuenta.
—No he venido a regatear, Lali.
Estoy siendo condescendiente contigo. Un año o no hay trato.
Ella alzó la barbilla.
—¿Un año a partir de hoy?
—Un año desde el momento en
que empecemos.
—¿Y cuándo será eso, oh mi
dueño y señor?
Él se echó a reír al oír lo
áspero de su tono. En esto no había cambiado. Caería peleando.
—Paciencia, Lali. Ten
paciencia. Al final, conseguirás lo que quieres.
—Será mejor que no lo olvides
—replicó ella con una altivez propia de la reina Isabel después del hundimiento
de la armada española—. Que tengas un buen día.
La siguió con la mirada
mientras ella se marchaba, con su andar resuelto y el gallardo ondear de su
falda. Nadie imaginaría, al mirarla, que acababa de entregarle su cabeza en una
bandeja, rodeada de sus entrañas.
De repente recordó que, en un
tiempo, le había gustado.
Demasiado.
Continuará...
++++
ResponderEliminar@x_ferreyra7
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ResponderEliminarMassss
ResponderEliminarMe encanta esta novela, parece tan diferente de todo a lo que estamos acostumbrados, la tipica historia, se conocen se enamoran, se pelean, se reconcilian, y viven felices para siempre, osea capaz no tan asi, pero entiendes mi punto. Asi que no puedo esperar a ver como van pasando las cosas, porque es re intrigante! Me encanta!
ResponderEliminarA esperar como se desarrollan los acontecimientos en ese tiempo k se dan.
ResponderEliminarJjajajaja,listo Peter ,si es una niña,un nuevo intento.
Me muero por saber que fue lo que pasó la primera noche de bodas...y seguro que sale niña!!! Jajaja
ResponderEliminarmaass :D
ResponderEliminarJAJA Peter puso al fin todos los puntos,JAJA Esta muy buena y coincido esta bueno q no responda a laos canones habituales de las noves!
ResponderEliminarMe enganche al toque con esta nueva novela!
ResponderEliminarYa espero el siguiente capitulo :)
@ligiaelenaCM
Me intriga saber que le hizo Lali a Peter
ResponderEliminarEs genial! Me encanta
ResponderEliminarA que Lali no le hizo nada a Petrr, sino que este cree que si y por eso se fue y la trata así!
ResponderEliminarEso de que "tiene repulsión" por ella no se lo cree ni su p... Jajaja
Besos
que le habra hecho la a peter¿' massss me encantaaa
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