22 de mayo de 1893
Un club de caballeros le había
parecido el remedio perfecto después de un largo y cansado viaje de negocios de
una semana al continente, durante el cual había pensado muy poco en sus
negocios y demasiado en su esposa. Pero Peter estaba empezando a lamentar
haberse hecho socio. Nunca antes había puesto los pies en un club de caballeros
ingleses, pero abrigaba la impresión de que sería un lugar silencioso y
tranquilo, lleno de hombres que huían de las restricciones de la esposa y el
hogar, bebían whisky escocés, sostenían desganados debates políticos y roncaban
ligeramente detrás de sus ejemplares del Times.
Ciertamente, el interior del
club, que parecía que no lo hubieran tocado en medio siglo —los descoloridos
cortinajes de color burdeos, el papel de las paredes oscurecido por las manchas
que dejaban las luces de gas y un mobiliario del que dentro de otra década, más
o menos, dirían que había visto tiempos mejores—, le había parecido idóneo para
un estado de somnolencia, con las falsas esperanzas de que así podría matar la
tarde, rumiando en paz. Y eso había hecho durante unos minutos, hasta que se
vio rodeado por una multitud que quería serle presentada.
La conversación derivó
rápidamente hacia las propiedades de Peter. No le había dado demasiada
credibilidad a la señora Espósito cuando, en una de sus cartas, afirmaba que la
sociedad había cambiado y que ahora la gente no podía dejar de hablar del
dinero. Ahora lo cría.
—¿Cuánto costaría un yate?
—preguntó un joven impaciente.
—¿Se puede hacer un beneficio
considerable? —inquirió otro.
Tal vez la depresión agrícola
que había reducido a la mitad muchas rentas de grandes propiedades tuviera algo
que ver. La aristocracia empezaba a pasar apuros. La mansión, los carruajes y
los sirvientes eran una sangría de dinero, un dinero que cada día era más
escaso. El desempleo, durante siglos la norma para los caballeros —para poder
dedicar el tiempo a ocupar el cargo de parlamentario y magistrado—, era, cada
vez más, una posición insostenible. Pero, todavía, eran pocos los caballeros
que tenían la audacia de trabajar. Así que hablaban para apagar la comezón de
la ansiedad colectiva.
—Un yate así cuesta tanto que
solo un puñado de los americanos más ricos se lo pueden permitir —dijo Peter—.
Pero, por desgracia, no tanto como para que los proveedores puedan hacerse
ricos de forma instantánea.
Si tuviera que depender solo
de la empresa de su propiedad donde diseñaban y fabricaban yates, sería un
hombre acomodado, pero ni de lejos lo bastante rico como para codearse con la
élite de Manhattan. Eran sus otras empresas marítimas, la línea de buques de
carga y los astilleros donde construían barcos comerciales, las que formaban lo
que los americanos llamaban «la carne y las patatas», es decir, la parte
fundamental de su cartera.
—¿Cómo se llega a ser
propietario de una firma así? —preguntó un hombre del grupo de interlocutores,
este no tan joven como los otros y que, a juzgar por su silueta, parecía
embutido en un corsé debajo del chaleco.
Peter miró hacia el reloj de
pie que había entre dos librerías, en la pared del fondo. Sin importar la hora
que fuera, iba a decir que lo esperaban en otro sitio en media hora. Eran las
tres y cuarto y, junto al reloj, estaba lord Wrenworth observando divertido a
la multitud que rodeaba a Peter.
—¿Cómo? —Peter volvió a mirar
al hombre encorsetado—. Se trata de buena suerte, el momento oportuno y una
esposa que vale su peso en oro, querido amigo.
Su respuesta fue recibida con
un silencio a mitad de camino entre el escándalo y el respeto. Aprovechó la
oportunidad para levantarse.
—Les ruego que me excusen,
caballeros. Me gustaría hablar un momento con lord Wrenworth.
«Mi hija me envía postales
desde el Distrito de los Lagos. Me han dicho que lord Wrenworth también está
allí.»
«Mi hija va a Escocia con un
numeroso grupo de amigos, lord Wrenworth entre ellos, para pasar una semana.»
«Mi hija, cuando la vi la
última vez en una cena, exhibía un par de pulseras de diamantes que no le había
visto antes. Se mostró inusualmente evasiva respecto a su procedencia.»
La señora Espósito se había
mostrado muy pródiga en sus elogios de lord Wrenworth —«un hombre con el que
todos los hombres quieren estar y al que todas las mujeres quieren cautivar»—,
pero casi no había exagerado. El hombre parecía elegante sin esfuerzo, a la
moda sin esfuerzo y tranquilo y sereno sin esfuerzo.
—Ha congregado a toda una
multitud, milord Tremaine —dijo lord Wrenworth con una sonrisa mientras Peter y
él se estrechaban la mano—. Es objeto de enorme curiosidad por estos lares.
—Ah, sí, la última
incorporación al circo, etcétera —respondió Peter—. Señor, es usted afortunado
de estar tan bien situado que no necesite ensuciar su mente pensando en el
comercio.
Lord Wrenworth se echó a reír.
—En cuanto a eso, milord, está
muy equivocado. Los caballeros ricos necesitan dinero en igual medida que los
caballeros pobres; tenemos unos gastos mucho mayores. Pero me atrevería a decir
que su éxito material alimenta solo una parte de la curiosidad colectiva.
—Déjeme que lo adivine; se
trata de ese pequeño asunto del divorcio.
—A falta de un buen asesinato
a la antigua usanza, un divorcio emparejado a acusaciones de adulterio es lo
mejor que cualquiera puede esperar, cuando se está de humor para algunos
chismorreos entretenidos.
—Desde luego. ¿Qué ha oído
decir?
Lord Wrenworth enarcó una
ceja, pero procedió a responder a la pregunta de Peter.
—Tengo la suerte de contar con
un batallón de cuñadas. Una, que cuenta con fuentes absolutamente fidedignas, declara
que está usted dispuesto a aceptar una anulación siempre que lady Tremaine le
entregue la mitad de su fortuna y prometa viajar al lugar donde ella pasará la
noche de bodas en su buque insignia de lujo.
—Interesante porque no me
ocupo del tránsito de pasajeros.
—Debe de estar usted en un
error —dijo lord Wrenworth—. Aunque, por supuesto, otra de las hermanas de lady
Wrenworth, con fuentes igualmente fidedignas, insiste en que está a un paso de
una gran reconciliación.
Peter asintió.
—Y usted está a favor del
viejo statu quo. Quizá valga la pena que le informe de que lady Tremaine está
bastante molesta con usted, ella creía que era usted el mejor amigo de lord Benjamín.
—Entonces no sería tan buen
amigo de ella —replicó lord Wrenworth, hablando en serio—. Lord Benjamín,
aunque es un hombre de una bondad irreprochable... Hablando del diablo... los
aficionados a los rumores tendrán nuevos chismes que contar esta noche.
Señaló con la barbilla hacia
la puerta. Peter se volvió y vio a un joven que se les acercaba. Era alto, algo
más de metro ochenta. Tenía la cara redonda, la mandíbula fuerte y unos ojos
limpios y sin complicaciones. En toda la estancia, los hombres dejaron lo que
estaban haciendo y se quedaron contemplando abiertamente cómo avanzaba,
dirigiendo su mirada de Peter al joven y viceversa, pero lord Benjamín
permanecía ajeno al revuelo que había causado.
El joven le tendió la mano a
lord Wrenworth.
—Lord Wren, encantado de
verlo. —Tenía una voz melodiosa, sorprendentemente de basso profundo—. Estaba
pensando en enviarle una nota. Lady Wren me preguntó hace un par de meses si
pintaría un retrato suyo. Bien, le dije que no era muy bueno con los retratos.
Pero estos días... bueno, usted ya sabe lo que sucede... parece que dispongo de
mucho tiempo. Si sigue interesada...
—Estoy seguro de que le
encantará, Benjamín —dijo lord Wrenworth tranquilamente. Se volvió hace Peter—.
Lord Tremaine, ¿me permite que le presente a lord Benjamín Amadeo? Benjamín,
lord Tremaine.
Peter le tendió la mano.
—Es un placer, señor.
Lord Benjamín parpadeó. Se
quedó mirando fijamente a Peter durante un segundo, como si esperara algo
nefasto. Luego, tragó saliva y estrechó la mano de Peter con la suya.
—Oh, bien... Encantado,
seguro, milord.
Por alguna razón, pese a todo
lo que la señora Espósito le había escrito, Peter esperaba ver un espécimen de
hombre de primera clase. Lord Benjamín no era ese hombre. Al lado de lord
Wrenworth, parecía demasiado corriente, con un aspecto agradable, pero común y
corriente, con ropa un par de años por detrás de la vanguardia de la moda y un
porte sencillo.
—¿Es usted pintor, lord Benjamín?
—No, no, solo soy un
aficionado.
—Tonterías —dijo lord Wrenworth—.
Lord Benjamín es un pintor consumado para su edad.
—Lord Wrenworth es demasiado
amable —murmuró lord Benjamín. Peter vio que estaba empezando a sudar, pese al
frío interior del club.
—Permítame que disienta
—insistió lord Wrenworth—. Tengo una de las obras de Benjamín en casa. Lady
Wrenworth la admira mucho. De hecho, creo que lady...
De repente, Benjamín pareció
presa del pánico.
—¡Wren!
Lord Wrenworth se quedó
desconcertado.
—¿Sí, Benjamín?
Benjamín no consiguió
encontrar una respuesta rápida.
—Yo... esto... lo he olvidado.
—¿Qué estaba a punto de decir,
lord Wrenworth? —preguntó Peter.
—Solo que creo que mi madre
política le rogó que se la regalara —dijo lord Wrenworth—. Pero lady Wrenworth
se negó a separarse de ella.
—Oh —musitó lord Benjamín, con
la cara de un color carmín que rivalizaba con las cortinas.
Los dos hombres mayores
intercambiaron una mirada. Lord Wrenworth se encogió de hombros
imperceptiblemente, como si no tuviera ni idea de lo que había motivado el
estallido de lord Benjamín. Pero Peter lo había adivinado.
—¿Es lady Tremaine, al igual
que lady Wrenworth, una admiradora de su obra, lord Benjamín?
Benjamín miró a lord Wrenworth
en busca de ayuda, pero este decidió no involucrarse y dejó que lord Benjamín
respondiera él sólito a la directa pregunta de Peter.
—Esto... lady Tremaine siempre
ha sido muy amable con... mis esfuerzos. Es una gran coleccionista de arte.
No era algo que Peter hubiera
dicho de su esposa. Pero suponía que, posiblemente, en una sociedad enamorada
de los estilos y temas clásicos de sir Benjamín Leighton y Lawrence
Alma-Tadema, bien pudiera ser dueña de una de las mayores colecciones de
cuadros impresionistas.
—Entiendo que aprueba las
últimas tendencias en el arte, ¿me equivoco?
—Sí que las apruebo, señor.
—Lord Benjamín se relajó levemente.
—Entonces debe venir a verme
la próxima vez que esté en Nueva York. Mi colección es muy superior a la de
lady Tremaine, por lo menos en cantidad.
El pobre chico no sabía a qué
atenerse y se preguntaba si le estaban tomando el pelo, pero decidió responder
a la invitación de Peter como si se la hubiera hecho de buena fe.
—Será un honor, señor.
En aquel momento, Peter vio lo
que Lali debía de haber visto en él: su bondad, su sinceridad, su buena
disposición a pensar lo mejor de todas las personas que conocía, una
disposición que nacía menos de la ingenuidad que de una nobleza innata.
Lord Benjamín vaciló.
—¿Va a volver a América pronto
o se quedará con nosotros un tiempo?
También tenía valor para
hacerle aquella pregunta directamente.
—Supongo que permaneceré en
Londres hasta que se resuelva el asunto de mi divorcio.
El rubor de Benjamín superaba
ahora a la paprika húngara, tanto en color como en intensidad. Lord Wrenworth
sacó el reloj y miró la hora.
—Dios santo, tendría que
haberme reunido con lady Wrenworth en la librería hace cinco minutos. Deben
disculparme, caballeros. No hay en el infierno furia peor que la de una mujer a
la que se ha hecho esperar.
Había que decir en su honor
que lord Benjamín no salió corriendo, aunque el deseo de hacerlo estaba
claramente escrito en su cara. Peter miró alrededor de la sala. De repente,
crujieron los periódicos, se reanudaron las conversaciones, y los cigarros, que
habían estado dejando caer cenizas en la alfombra escarlata y azul, encontraron
de nuevo su sitio en los labios, bajo los bigotes.
Satisfecho de que la
curiosidad desenfrenada e indecorosa de la sala hubiera quedado refrenada por
el momento, Peter volvió a prestar atención a Benjamín.
—Entiendo que desea casarse
con mi esposa.
El color desapareció del
rostro de lord Benjamín, pero se mantuvo firme.
—Así es.
—¿Por qué?
—La amo.
Peter no tenía más remedio que
creerlo. La respuesta de lord Benjamín rebosaba de la clase de claridad que
nace de la más profunda convicción. No hizo caso de la punzada de dolor que
sintió en el pecho.
—¿Y aparte de eso?
—¿Cómo dice?
—El amor es una emoción poco
fiable. ¿Qué tiene lady Tremaine que le hace pensar que no lamentará casarse
con ella?
Lord Benjamín tragó saliva.
—Es amable, sensata y
valiente. Comprende el mundo, pero no deja que la corrompa. Es magnífica. Es
como... como... —No encontraba las palabras.
—¿Como el sol en el cielo?
—ofreció Peter, suspirando en su interior.
—Sí, exactamente —respondió
lord Benjamín—. ¿Cómo... cómo lo ha adivinado?
«Porque en un tiempo yo
pensaba lo mismo. Y, a veces, lo sigo pensando.»
—Pura casualidad —respondió Peter—.
Dígame, ¿ha pensado alguna vez que quizá no sea fácil estar casado con
una mujer como ella?
Lord Benjamín pareció
perplejo, como un niño al que le permiten comer mucho helado cuando a él solo
le dejaban tomar unas pocas cucharadas cada vez.
—¿Cómo?
Peter hizo un movimiento
negativo con la cabeza. ¿Qué podía decir?
—No haga caso de mis
divagaciones. —Le ofreció la mano de nuevo—. Le deseo mucha suerte.
—Gracias. —Lord Benjamín
parecía a la vez aliviado y agradecido—. Gracias. Igualmente.
«Que gane el mejor.»
La respuesta llegó casi a la
punta de la lengua de Peter antes de que se diera cuenta de lo que estaba a
punto de decir y se la tragase entera. No podía ser que quisiera decir en serio
nada que se acercara a aquello. Ni siquiera podía haberlo pensado. No la
necesitaba. No quería que volviera con él. Eran solo los restos del naufragio
que quedaban en su mente, arrojados a la playa por un súbito brote de
posesividad masculina.
Saludó con un gesto a lord Benjamín
y a otros hombres, recuperó el sombrero y el bastón, y salió del club para
encontrarse con una bella tarde. Todo estaba mal. El cielo debería haber sido
amenazador, el viento, frío, la lluvia, violenta. Se habría alegrado de un
tiempo así, habría recibido con los brazos abiertos la incomodidad de quedar
empapado y el aislamiento de un aguacero helado.
En cambio, debía soportar
aquel sol implacablemente bello de un día de principios de verano y escuchar el
gorjeo de los pájaros y las risas de los niños mientras todos sus argumentos
lógicos y cuidadosamente construidos amenazaban con derrumbarse a su alrededor.
Lali se equivocaba. No había
sido por Martina. Nunca había sido por Martina. Siempre había sido por ella.
Continuará...
"Siempre había sido por ella" AAAWWW! Qué lindo, porque no lo acepta del todo y hace algo por recuperarla!
ResponderEliminarMe encanto!
ResponderEliminarHasta Peter acepta lo bueno y sincero de Benjamín! Jajajaja
Que bueno esos encuentros en el club, de Peter (actual esposo, futuro ex), Benjamín (el futuro esposo) y Pablo (el ex)!
Ah quiero saber que le quería decir Lord Wren a Peter antes que llegara Benjamín!
Beso, Danni. Genial
Massssss
ResponderEliminar++++++++++++++
ResponderEliminarCon poquitas palabras ,pero muy efectivas y reveladoras,me parece k los dos midieron sus fuerzas.
ResponderEliminarSiempre fue ella.
Tengo una intriga ....k no me deja
+++++++++++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminarOww que lindo Peter ,quiero cap del pasado se quedo buena
ResponderEliminarmaaaas amo amo amo
ResponderEliminarMassss!!!
ResponderEliminarSube más está buenisima
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