Capítulo TRES

Lali sonrió, lo miró a los ojos y apartó la mirada rápidamente. Contemplar a Peter Lanzani no potenciaba la concentración y manejar una máquina tan complicada llena de filtros de vapor y pitorros no era nada fácil.

Mientras esperaba que el café se hiciera, le echó otro vistazo y se dio cuenta de que ahora es­taba recostado sobre el mostrador y la miraba atentamente.

Sus ojos eran lo suficientemente verdes como para poder perderse en ellos. Lali pensó cuántas mujeres no lo habrían hecho ya.

-Peter: ¿Y qué es lo que te contó Rochi exactamente? -le preguntó él.

Aclarándose la garganta ella le dijo:

-Lali: Me contó que tú y tus hermanos hicieron una estúpida apuesta.

-Peter: ¿Estúpida?

-Lali: Completamente.

Continuó hablando mientras le servía el café y añadía leche caliente a su taza.

-Lali: Me dijo que te había ofrecido la tienda como refugio a cambio de que construyeras un castillo para los niños.

Así era como Rochi se lo había contado, sin embargo, recordaba la breve explicación que ella le había dado la noche anterior.

-Rochi: Peter es adorable -le había dicho mientras acababa de empacar las cosas de los niños-, pero está decidido a ganar esa estúpida apuesta así que le dije que podía quedarse en la librería cuando terminara su trabajo en la base. Allí estará completamente a salvo puesto que no van mujeres solteras a la tienda. A cambio me ha prometido construir un castillo para mis pequeños clientes.

-Lali: ¿Y se supone que yo debo protegerlo de las mujeres? -preguntó.

-Rochi: Hazme el favor, tesoro -le dijo riéndose-. Él no necesita ninguna protección. Simplemente necesita una zona en la que estar a salvo hasta que pase el tiempo suficiente y haya ganado la apuesta.

-Lali: ¿Y por qué estás siendo tan complaciente con él?

Rochi cerró la maleta y se sentó en la cama mirando a Lali.

-Rochi: Porque ahora que Pablo está destinado fuera se está portando muy bien conmigo. Es un buen amigo. Se pasa por aquí de vez en cuando y si lo necesito me arregla el fregadero y demás. Pablo y él entrenaron juntos en los campamentos de la Marina. Son muy buenos amigos y la familia de Peter...

Y eso era por lo que, en aquel momento, Lali se encontraba mirando a aquel par de ojos verdes que brillaban con intensidad.

-Peter: ¿Buscar refugio, eh? Bueno, es una forma de decirlo.

Lali sonrió mientras que, con una cucharilla, echaba una capa de espuma de leche sobre la taza de café antes de entregársela.

-Lali: Rochi me dijo que puedes pasar tu tiempo libre aquí, escondido. Todas nuestras clientes son madres casadas así que no son peligrosas.

Peter dio un sorbo al café, arqueó las cejas y asintió.

-Peter: Gracias… Yo no lo considero un escondite.

-Lali: ¿De verdad? ¿Cómo lo llamas tú?

-Peter: Maniobra estratégica.

Lali sonrió.

-Lali: Si eso te ayuda... Así que tienes que aguantar tres semanas más sin sexo para poder ganar la apuesta.

-Peter: De eso se trata.

Ahora era ella quien arqueaba las cejas y le sonreía.

A Peter le llevó un minuto percibir el brillo bur­lón de sus ojos, pero, finalmente, sonrió al darse cuenta. No sólo era hermosísima, además, tenía una mente rápida, ágil y despierta. Normalmente eso le gustaba mucho en las mujeres.

Pero aquello no era normal. En aquel momento tenía que mantenerse más firme que nunca y tener a Lali a su lado durante las próximas semanas no le iba a servir de mucha ayuda.

Ella, desde la parte de atrás del mostrador, junto a la máquina de café, aún lo miraba.

-Lali: No sólo se trata de una cuestión de ego.

Peter la siguió cuando se dirigió hacia la mesa de juegos de los niños para ordenar todo el desorden que ellos habían dejado. Peter trató de obviar la manera en que su melena caía sobre su rostro al igual que intentó evitar mirar las curvas de sus caderas y la forma en que se le subía la falda cuando se arrodi­llaba a recoger los libros.

Y, haciendo gala de su gran tesón, intentó no fijarse en sus piernas.

¿En qué demonios había estado pensando Rochi? Traer a Lali Espósito para que lo ayudara a permanecer alejado del sexo era como encender una antorcha para evitar el calor.

Oh, sí.

Pero aquello iba a funcionar.

Frunciendo ligeramente el ceño, Peter dijo:

-Peter: No me conoces lo suficiente como para afirmar que poseo un gran ego.

-Lali: Por favor -se rió mirándolo por encima del hombro-. Mírate. Por supuesto que lo posees.

-Peter: Pensé que eso era un cumplido.

-Lali: ¿Lo ves? -señaló-. Ego.

-Peter: Touché.

Ella asintió.

Peter siguió mirándola mientras recogía las ceras y después se alisaba el pelo y lo apartaba de su cara.

-Peter: Así que vas a ayudarme a ganar la apuesta, ¿ver­dad?

-Lali: Claro.

-Peter: ¿Y cómo?

Ella le sonrió y Peter sintió aquella sonrisa como un verdadero mazazo.

-Lali: Bueno, en primer lugar sargento Lanzani, sí aparece por aquí alguna mujer imponente, me arrojaré sobre ti como si fuera una granada.

Él la miró de arriba abajo muy despacio y después agitó la cabeza.

-Peter: Lali Espósito, si ése es el tipo de ayuda que vas a prestarme, ahora mismo ya puedo decir que soy hombre muerto.

Continuará...

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y más novela!!