—Pero… ¡qué diablos hace usted! –gritó uno de los hombres
alarmado.
Ambos se agacharon y la miraron ansiosamente. Lali se
incorporó como pudo, molesta por el tono irritado del hombre.
—¿Qué voy a estar haciendo? Ensayar para el circo, si le
parece.
Uno de los hombres se echó a reír y la ayudó a ponerse en
pie.
—¿Quién es usted?
—Me llamo Lali Espósito.
—¿Puede andar?
—Perfectamente –mintió Lali, a pesar de que el dolor del
tobillo se hacía insoportable por momentos.
—En ese caso, entremos en el edificio para ver si tiene
alguna herida –añadió el otro hombre amablemente, pasándole un brazo por la
cintura.
—Peter –dijo entonces el primer hombre—. Yo creo que es
mejor que tú te quedes aquí con la señorita Espósito mientras yo voy a avisar a
una ambulancia
—¡No, por favor, no llamen a una ambulancia! –Suplicó Lali—.
Si en realidad no me he hecho nada… lo único que me pasa es que estoy muerta de
vergüenza.
Suspiró aliviada, al principio, cuando el hombre llamado
Peter la ayudó a entrar en el oscuro vestíbulo, pero después empezó a asustarse
de nuevo pensando que no era nada aconsejable entrar en un edificio solitario
con dos hombres desconocidos. Pero cuando encendieron las luces, sus temores se
disiparon: El primer hombre era de mediana edad elegantemente vestido que, más
que un delincuente, parecía un ejecutivo acomodado. Después, Lali se fijó en el
joven que la sujetaba, que vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta de
algodón, y aparentaba algo más de veintiséis años. Su aspecto era normal
también.
—Mike –dijo Peter, dirigiéndose al otro hombre—, debe
haber un botiquín de primeros auxilios en alguna parte. Ve a buscarlo.
—Bien. Ahora mismo –respondió el otro, dirigiéndose a una
puerta que conducía a las escaleras.
Lali miró con curiosidad el inmenso vestíbulo en el que se
encontraban, todo él de mármol blanco, lleno de macetas alineadas junto a una
pared.
Llegaron a los ascensores, y Peter presionó el botón. Al
cabo de un momento, las puertas metálicas se abrieron, y la hizo pasar.
—Vamos arriba, a un despacho amueblado para que puedas
sentarte a descansar.
Lali esbozó una sonrisa y contempló al desconocido con
disimulo, advirtiendo que era un hombre muy atractivo.
—Gracias –susurró, soltándose de su brazo, sintiendo una
repentina turbación—. Puedo sujetarme sola, gracias.
Peter apretó el botón del piso dieciocho mientras Lali le
miraba a hurtadillas. Era guapísimo; por lo menos debía medir uno ochenta, era
ancho de hombros y de complexión atlética. Llevaba el cabello castaño oscuro
muy corto, su mandíbula denotaba un carácter enérgico y sus labios eran sensuales…
Se encontraba absorta contemplando sus labios cuando
descubrió con horror que esbozaba una sonrisa burlona… la estaba mirando. Lali
carraspeó y, nerviosa como una niña cogida en falta, dijo lo primero que se le
vino a la cabeza.
—Los ascensores… me dan miedo. Por eso procuro concentrarme
en otra cosa; para no pensarlo.
—Es un buen método para olvidarse del miedo –comentó él
en tono burlón.
Se había dado cuenta. Lali no sabía si echarse a reír o
ruborizarse hasta las orejas al ser cogida en tan flagrante mentira.
Finalmente, optó por callarse y permanecer con la mirada fija en la puerta
hasta que ésta se abrió en el piso dieciocho.
—Espera un momento, voy a encender las luces –dijo Peter.
Al cabo de breves segundos, los paneles fluorescentes del
techo iluminaron un amplio pasillo enmoquetado y de paredes lujosamente
forradas de madera. Peter la cogió del brazo y la condujo a través de un amplio
vestíbulo hasta llegar a un despacho sobrio pero lujosamente decorado.
—¡Qué despacho tan bonito! –exclamó Lali sin poder
contenerse—. Yo he sido secretaria, y ni oficina no tenía comparación con ésta.
Precisamente ahora venía de ahí enfrente; acabo de solicitar un trabajo en
Lanco.
—Este es el despacho del presidente –dijo Peter, que no
apartaba sus ojos verdes de sus piernas—. Es el único que ya está completamente
amueblado.
Lali miró en torno, impresionada. La pared que tenía
enfrente era una inmensa cristalera a través de la cual se vislumbraban las
rutilantes y fantásticas luces de la noche de Detroit: rascacielos, puentes,
carreteras, anuncios de neón… En un extremo se encontraba el escritorio, y
enfrente un gran sofá tapizado en blanco, como la moqueta.
—Voy a preparar unas copas mientras Mike llega con el
botiquín –dijo Peter.
Cuando la miró, Lali advirtió una mueca burlona en su
rostro; algo así como una sonrisa mal disimulada. Sin duda le hacía gracias su
admiración ante tanta opulencia.
Después de seis años de soportar las miradas y los
comentarios lascivos de los hombres, se encontraba ante un individuo guapísimo
al que quería impresionar, y éste no le hacía ningún caso… y además se reía de
ella.
—Hay un cuarto de baño ahí, por si quieres lavarte un
poco –le informó Peter, señalando hacia la pared, junto al bar.
—¿Dónde? –preguntó Lali, que por más que miraba no veía ninguna
puerta.
—Enfrente de ti, en la pared. Sólo tiene que apretar los
paneles de madera.
Peter sonrió, y Lali le dirigió una mirada de
exasperación. Llegó a la pared, apretó con la punta de los dedos, y una puerta
invisible se abrió, dando paso a un espacioso cuarto de baño. En el momento en
que ella entraba, llegó Mike.
—Por fin he encontrado el botiquín de primeros auxilios –dijo.
Y luego añadió en voz más baja—: Peter, como abogado de la empresa, yo te
aconsejo que debes llevar a esa chica al médico esta misma noche para
asegurarnos de que no tiene ninguna herida de importancia. Si no lo haces, en
un momento dado podría querellarse con nosotros alegando que ha quedado lisiada
y pedir a la empresa millones de indemnización.
—Vamos, vamos, no le des más importancia de la que tiene
en realidad –oyó que contestaba Peter—. Si no es más que una niña que se ha
llevado susto de muerte. Si ahora la metemos en una ambulancia, lo único que
conseguiremos será aterrorizarla más.
—De acuerdo. Me tengo que marchar; ya llego tarde a mi
cita. Pero por lo que más quieras; no se te ocurra ofrecerle ninguna bebida
alcohólica. Sus padres podrían denunciarte por intento de perversión de una
menor y…
Lali cerró calladamente la puerta del cuarto de baño,
ofendida por lo que acababa de oír. Pero cuando se miró al espejo, todo su
enfado se disolvió en una sonora carcajada. No se había imaginado que pudiera
tener un aspecto tan lamentable. Tenía la cara irreconocible debajo de las
manchas de barro; el pelo hecho un desastre. En cuanto a la chaqueta y la falda
estaban mojadas y arrugadas.
Cuando se hubo limpiado el barro, se quitó las medias
rotas, se sacudió la ropa y se la colocó bien. Después sacó del bolso un
cepillo, se quitó las horquillas y se cepillo el pelo. A continuación, se dio
un toque de lápiz de labios y de colorete y se miró satisfecha al espejo.
Cuando salió, Peter estaba de espaldas a ella, sirviendo
las bebidas. Sin volverse, preguntó:
—¿Has encontrado en el cuarto de baño todo lo que
necesitabas?
—Si, gracias –contestó Lali, dejando sobre una silla el
bolso y la chaqueta.
—Lo siento mucho; en el bar no hay refrescos ni limonada,
Lali. Te he puesto una tónica con hielo. Espero que te guste.
Cuando se volvió, Peter avanzo dos pasos hacia ella y
luego se detuvo, como fulminado.
Sus ojos grises recorrieron con expresión incrédula la
cascada de pelo castaño que caía en suaves ondas sobre sus hombros, su cara,
sus ojos, los senos que la fina blusa blanca evidenciaba, su estrecha cintura…
Lali quería que la mirase como a una mujer y lo había conseguido
plenamente. A continuación, lo que cabía esperar era que la dijera algo
agradable, pero él no lo hizo, sino que, sin decir nada, volvió al bar y volcó
el contenido de uno de los vasos en la pequeña pila.
—¿Qué estás haciendo? –preguntó Lali.
—Nada. Voy a poner ginebra en tu tónica.
Sin poderse contenerse más, Lali se echó a reír.
Entonces, él se volvió y la miró con una tímida sonrisa.
—Sólo por curiosidad, ¿cuántos años tienes?
—Veintitrés.
—¿Y acabas de solicitar un puesto de secretaria en Lanco
antes de caerte delante de nosotros?
—Sí.
Peter le tendió el vaso y le hizo una seña en dirección
al sofá.
—Siéntate… no debes apoyarte en el tobillo.
Lali le obedeció, aunque de mala gana.
—Si ni me duele, de verdad.
Peter se quedó de pie frente a ella y la contempló con
curiosidad.
—¿Te concedieron el trabajo?
—No.
—Déjame que te mire el tobillo.
Diciendo esto, se arrodilló frente a Lali y le desabrochó
la correa de la sandalia. En cuanto sintió el contacto de sus dedos en el
tobillo, Lali experimentó un excitante cosquilleo en la pierna. Peter, sin
advertir su turbación, hizo girar cuidadosamente el pie entre sus manos y le
examinó el tobillo.
—¿Eres una buena secretaria?
—Eso decía mi jefe cuando trabajaba para él.
—Actualmente hay mucha demanda de secretarias
especializadas. Seguramente al final recibirás una llamada de la oficina de
personal diciéndote que te aceptan.
—Lo dudo –dijo Lali sin poder reprimir una sonrisa—. Me
temo que el señor Weatherby, el jefe de personal, no se quedó muy contento
conmigo.
Peter levantó la cabeza y la miró de una manera muy
peculiar.
—Lali, a ni me pareces una chica muy brillante. Weatherby
debe estar ciego.
—¡Sí, sí, claro que está ciego! –Exclamó Lali con una
pícara sonrisa—. Figúrate: llevaba una corbata verde con una chaqueta azul.
—¿De verdad? Bueno, parece que no te has hecho nada serio
en el tobillo. ¿Te duele?
—Muy poco. Es mi orgullo el que ha quedado malparado.
—En ese caso, mañana tu tobillo y tu orgullo estarán
perfectamente.
Dicho eso, cogió la sandalia y se la colocó en el pie con
mucho cuidado. La miró entonces con una sonrisa, y añadió:
—Dime, ¿no había un cuento de hadas que se trataba de un
príncipe que buscaba a la dueña de un zapato que él guardaba?
—Sí, es el cuento de Cenicienta –respondió Lalo con los
ojos brillantes.
—¿Y qué me pasará a mí si la sandalia te queda bien?
—Pues te convertiré en rana.
Rieron a coro, mirándose a los ojos, y por un instante, a
Lali le pareció advertir un brillo especial en sus ojos. Pero el momento mágico pasó pronto; Peter se
incorporó y apuró su copa, dando por terminada la entrevista. Enseguida cogió
el teléfono y marcó un número.
—¿Jorge? Hola, soy Peter Lanzani. La jovencita que
perseguías creyendo que era un ladrón ya se ha recuperado de su caída. Haz el
favor de esperarnos con el coche de seguridad en la puerta para llevarla hasta
su coche. ¿Bien? De acuerdo, no veremos dentro de cinco minutos.
Lali sintió una extraña opresión en el pecho. Cinco
minutos… ¡Y no sería Peter quien la llevara hasta su coche, sino un vigilante!
Además, casi sabía con certeza que él no pensaba pedirle su número de teléfono
y que, por lo tanto, no iba a volver a verle nunca más.
—¿Trabajas para la compañía que construye este
rascacielos? –preguntó Lali, intentando ganar tiempo y averiguar de paso algo
acerca de él.
Peter miró su reloj con cierta impaciencia.
—Sí
—¿Te gusta trabajar en la construcción?
—Sí, me gusta construir cosas, soy ingeniero.
—¿Y te mandarán a otra ciudad cuando este edificio esté
terminado?
—No. Pasaré los próximos años aquí.
Lali se levantó y cogió su chaqueta un poco
desconcertada, pensando que quizás, debido a las computadoras que lo
controlaban todo, desde la calefacción a los ascensores, seguía haciendo falta
la presencia de un ingeniero después de construido el edificio. Aunque de nada
servía, cavilar, pues probablemente nunca volvería a verle.
—Bueno, gracias por todo. Espero que el presidente no se
entere de que has cogido bebidas de su bar.
—Aquí entra todo el que quiere –dijo Peter—. Habría que
cerrar con llave para evitarlo.
Mientras bajaban en el ascensor, Peter parecía inquieto y
preocupado. Lali imaginó que tendría una cita con alguna mujer, una modelo, por
lo menos, si le igualaba en atractiva. Aunque también podía estar casado, pero
le parecía menos probable, pues no llevaba alianza y no daba el tipo.
En la puerta les esperaba un coche blanco con el letrero:
Sección de Seguridad de Global Industries, con un hombre de uniforme al
volante. Peter la acompañó hasta el
vehículo y le abrió la puerta del asiento delantero. Cuando Lali estuvo dentro,
asomó la cabeza por la ventanilla y le dijo:
—Conozco a gente de Lanco; llamaré a alguien para ver si
pueden conseguir que Weatherby cambie de opinión.
Lali se alegró inmensamente de que mostrase tanto interés
por ella, pero a pesar de todo no olvidó sus propósitos e intentó desanimarle.
—No me molestes; estoy segura que no cambiará de opinión,
porque le produje una impresión pésima. De todas formas, te lo agradezco mucho.
Continuará...
jajaja me encanta!
ResponderEliminarmaass
mas!!!!!!!!! maraton!!!!!!111
ResponderEliminarJajjajajajajaja,Lali ni se dio cuenta quien era él.
ResponderEliminarMas!!
ResponderEliminar++++++++++++++++
ResponderEliminarsubi masssssssssssssss
ResponderEliminarMe alegro mucho que hayas vuelto 😊 la nove es genial subí mas
ResponderEliminarVolvisteeee! Amo la nove esta genial! Subi mass
ResponderEliminarMas mas!!
ResponderEliminarmas noveeeeeeeeee
ResponderEliminarplissssssssssssssss
=)
MASmasMAS...................ESTA BUNISIMA LA NOVE
ResponderEliminarMe encanto...y que volvieras más!!!
ResponderEliminarQ buena,no se imagina ni ahi quien es!
ResponderEliminar