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martes, 21 de agosto de 2012

CAPÍTULO 4



Peter estaba soñando.

Manos, muchas manos, lo estaban transportando. Se una nube que flotaba en el cielo. Algo deliciosamente fresco le tocó la frente. Percibió un intenso perfume a rosas. Oyó voces en torno a él... dulces, reconfortantes. Y luego, de repente, cesó el movimiento y se hizo el silencio.

Con un gran esfuerzo, logró abrir los ojos. Vio a una mujer. Una mujer hermosa de cabello castaño y resplandeciente. Le estaba sonriendo.
—Ahora está a salvo —le dijo, apretándole suavemente la mano—, pero está muy grave. Tiene que intentar recuperarse con todas sus fuerzas. Yo me quedaré a su lado hasta que se cure. Se lo prometo.

Peter la miró fijamente, abrumado por la belleza de aquel rostro, la suavidad de aquel tacto, la dulzura de aquella voz. La mirada de sincera preocupación de aquellos ojos hizo que se sintiera confuso. « ¿Dónde estoy? ¿Quién es esta mujer? ¿Y por qué diablos me encuentro tan asquerosamente mal?» Le latía la cabeza, le ardía hombro y era como si tuviera una enorme losa encima del pecho. Intentó mover el brazo, pero desistió cuando le atravesó una fuerte punzada de dolor.

La mujer apretó algo maravillosamente fresco contra su frente. Aquella sensación calmante fue una bendición para su ardiente piel.

Aquello era como estar en el cielo.

Eso era. Debía de estar en el cielo. Ella debía de ser un ángel.

La agradable frescura volvió a calmarle la frente una vez más y él cerró lentamente los ojos. Estaba muerto, pero ¿y qué más daba?

Le había tocado un ángel.

____


—¿Ha mejorado, Lali? —preguntó la voz dulce y femenina de Cande desde el umbral de la puerta.
Lali se giró hacia su hermana y vio la preocupación en sus ojos.
—Lali: Me temo que no —informó a su hermosa hermana de dieciocho años—. No hay forma de bajarle la fiebre, y sigue entrando y saliendo de un estado delirante.

Cande cruzó la habitación y apoyó una reconfortante mano sobre el hombro de Lali.
—Cande: ¿Hay algo que pueda hacer? —Preguntó—. ¿Te relevo? Ya llevas una semana así y apenas has descansado.
—Lali: Tal vez más tarde, pero me encantaría tomar una taza de té. ¿Te importaría traerme una?
—Cande: En absoluto. Ahora mismo te la traigo. También te traeré la bandeja de la cena. Recuerda que debes alimentarte bien para conservar tus propias fuerzas. Si no, no podrás ayudar a nuestro herido a recuperar las suyas.
—Lali: Estoy más fuerte que un toro —dijo para tranquilizarla. Lo cierto era que se sentía muy débil, pero nunca lo reconocería delante de Cande. Sólo conseguiría preocupar a su hermana, y eso era lo último que quería. Cande había padecido recientemente una dolencia estomacal. Todavía se veía demasiado pálida y frágil para que Lali pudiera estar tranquila.
—Cande: Acabarás enfermando si sigues así —le advirtió—. Te traeré la cena y te comerás hasta el último bocado. O si no...
—Lali: O si no, ¿qué?
Cande se acercó más a su hermana.
—Cande: O si no, le diré a Pierre que no te ha gustado la comida tan suculenta que te ha preparado.
Una sonrisa sincera iluminó el rostro de Lali por primera vez en días.
—Lali: ¡Dios me libre! ¡Eso jamás! Un insulto de ese calibre a nuestro «queguido cocinego fgancés» sería algo imperdonable.
—Cande: Ya lo creo. O sea que, cuando te traiga la cena, te la comes. O «pagagás» las consecuencias. —Después de señalar a Lali con el dedo con ademán de aviso, Cande salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

A solas con su paciente, Lali le volvió a refrescar la cara una y otra vez con un paño frío. Las heridas ya no representaban una amenaza para su vida, pero la fiebre que había desarrollado sí. Su cuerpo ardía bajo los dedos de Lali.

Durante la última semana, ella había estado sufriendo por él, observando cómo entraba y salía del delirio, gimiendo, agitándose violenta y desesperadamente en la cama, con la piel ardiendo y la cara sumamente pálida. El médico lo había visitado a la mañana siguiente de su llegada y había salido de la habitación negando con la cabeza.

—No hay nada que pueda hacer, señorita Lali —dijo el doctor Sierra con seriedad—. Limítese a mantenerlo lo más cómodo posible y rece para que el final llegue pronto. Sólo podría salvarlo un milagro.

Y por eso Lali pidió un milagro en sus oraciones.

Hacía seis años que su madre había fallecido en aquel mismo lecho al dar a luz a Aleli. Su padre también había muerto allí. No iba a permitir que muriera nadie más.

Lali prosiguió con sus cavilaciones, pensando en cómo habían cambiado sus circunstancias desde que su querido padre falleciera hacía tres años. De un día al otro; con sólo veinte años; había quedado completamente responsable de sus hermanos menores. Ella les hacía de madre, de padre, de hermana, de niñera y de ama de casa, al tiempo que traía el dinero al hogar.

Tras la muerte de Nicolás Espósito, su hermana Julia se fue a vivir con la familia para ayudar a cuidar de los niños. Lali también heredó la antigua tripulación de su padre —Winston, Grimsley y Pierre— tres ex marineros con el corazón destrozado, cuyo amor por las aventuras de ultramar murió junto con su capitán.

No obstante, afrontarlo todo ella sola representaba una carga muy pesada, y Lali recordaba que durante aquellos primeros meses a menudo lloraba antes de dormirse. En un abrir y cerrar de ojos, había perdido su juventud, sustituida por un impenetrable muro de responsabilidades.

Y se sentía demasiado sola. La única persona en la que creía que podía confiar la había abandonado cuando más la necesitaba. Tras fallecer su padre, Simón Arrechavaleta, su prometido, se desentendió en lugar de responsabilizarse de la familia de Lali.

Lali recordaba la rabia que sintió cuando Simón la abandonó. Pero, después de hundirse en la autocompasión durante un par de días, Lali se secó las lágrimas  y caminó con el agua hasta la cintura, metiéndose de lleno en las tareas que le aguardaban. Quería a su familia. Era lo más importante para ella. Sus hermanos la necesitaban y ella haría cualquier cosa por ellos.

Lamentablemente, el dinero seguía siendo un constante motivo de preocupación. Había pocas formas de ganar dinero para una mujer joven, y lo desesperado de su situación requería medidas igual de desesperadas.

Al darse cuenta de la dirección que habían tomado sus pensamientos, Lali decidió luchar contra la tristeza. Dejó vagar la mirada hasta que la detuvo en el hombre herido. Le cambió el paño de la frente, que se le había calentado, por otro frío y húmedo.

—Lali: Vas a vivir —susurró en tono firme—. Seas quien seas, juro que te levantarás y saldrás caminando de esta habitación y volverás con tu familia.

Apretó el paño húmedo contra la ardiente piel del herido y se permitió recorrer su rostro con la mirada. El grueso vendaje blanco que llevaba en la frente contrastaba con el azabache de su cabello. Los rasguños y moraduras se estaban curando satisfactoriamente, pero ni siquiera las magulladuras conseguían ocultar el increíble atractivo de sus rasgos.

Se preguntó por enésima vez de qué color tendría los ojos. Ni en sus sueños más salvajes había visto a un hombre tan devastadoramente atractivo.

Volvió a humedecer el paño y lo pasó con delicadeza por el cuello del herido hasta llegar al hombro izquierdo. Tenía las costillas cubiertas por un apretado vendaje, pero la parte superior del tórax y los hombros estaban al descubierto, con la sábana blanca a la altura de las axilas. Mientras deslizaba la mirada por su larga figura, notó que se le calentaba la cara al recordar la visión de aquel cuerpo, que ella sabía desnudo, bajo la sábana.

Ayudada por Grimsley y Winston, Lali había quitado al herido los restos de las ropas, sucias y destrozadas, la noche en que lo habían llevado a casa. Lali conocía bien la anatomía masculina. Había criado a sus hermanos menores, un par de traviesos muchachos a quienes hasta hacía poco les encantaba nadar desnudos en el lago.

Sin embargo, existía una notable diferencia entre los cuerpos adolescentes y juveniles de sus hermanos y el del hombre que estaba acostado en la cama de su padre. Tras la primera noche, Grimsley o Winston se habían encargado de la higiene íntima del herido, pero Lali no podía quitarse de la cabeza la visión de su cuerpo desnudo. Incluso cubierto de rasguños y moraduras, era hermoso, como un dios griego esculpido en mármol. Escultural, musculoso y perfectamente formado.

Forzándose a abandonar aquellos turbadores pensamientos, Lali cambió a su paciente el vendaje que le cubría la herida del brazo. Era una estupidez encontrar atractivo a aquel desconocido. Él pertenecía a otro lugar. Sin duda, su familia estaría muy preocupada por él. Hasta era posible que estuviera casado, aunque no llevaba anillo.

Lali se dio un toque de atención a sí misma. Hacía tres años que no sentía el menor interés por un hombre. Pero no se podía permitir hacerse falsas ilusiones, habiendo aprendido hacía mucho tiempo la inutilidad de desear cosas que uno no puede tener.

Continuará...
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31 comentarios:

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  2. mas nove x favor!!!!!!!!!!!!!!!

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  3. Mas noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!

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  4. Maaaaaaaas nooooooveeeelaaaa :D

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    plis mas nove

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    cuando se va despertar peter?!

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  17. Me encanta me encanta
    mass

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  18. Muy buena!Q se despierte ya!

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  19. jajajajaja si yo tambien t extrañe jajajaja si pase un tiempo de calidad con papa jajajja sabes quiero otro capitulo vos dijiste que subirias muchos danni asi k subiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii que ya termine la tarea y quiero leer mas jajaj

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  20. hay un dios griego eso es :P pobre de lali le gusta y no puede hacer nada ni saber de el por que esta dormido :( massssss

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  21. B U E N I S I M O!! YA! quiero que despiertee peter porfaa que intrigaa! es espectacular la novee :DD!

    @maaff_lazaro

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  22. Lali ya tiene interés en el herido.Vaya todo lo k le toco vivir en poco tiempo.

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  23. si porfavor que despierte ya ahora dios la forma en que seleccionas las imagenes al principio de cada cap es genial :D atte. Chikis

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