CAPÍTULO 48

Desde la charla que había mantenido con su padre, Lali no había tenido oportunidad de hablar con Peter sobre su asombroso origen. Si ahora sacaba el tema a colación, puede que le pillara desprevenido. Una conversación sobre sus orígenes familiares podría calmar el imprevisible humor de su marido.

—Lali: Mi padre me ha dicho que tu padre era un Romanov.

—Peter: Quítame los vaqueros.

—Lali: Y no cualquier Romanov. Me ha dicho que eres el nieto del zar Nicolás II.

—Peter: No quiero tener que repetírtelo. —Peter la miró con tal arrogancia que no le resultó difícil imaginarlo sentado en el trono de Catalina la Grande mientras le ordenaba a alguna de las obstinadas mujeres Petroff que se lanzara al Volga.

—Lali: Dice que eres el heredero de la corona rusa.

—Peter: Calla y haz lo que te digo.

Lali contuvo un suspiro. «Señor, qué difícil estaba siendo.» Parecía que no había nada como una declaración de amor para que ese ruso se lanzara al ataque. A Lali le costó trabajo sostenerle la mirada con algo de dignidad cuando sólo llevaba puesta la ropa interior y él parecía tan alarmantemente omnipotente, pero lo hizo lo mejor que pudo. Estaba claro que ése no era el momento adecuado para obtener las respuestas que deseaba de él.

—Peter: Y cuando me quites los vaqueros, hazlo de rodillas —le dijo con desdén.

«¡Idiota insufrible!»

Él apretó los labios.

—Peter: Ahora.

Lali respiró hondo tres veces. Nunca hubiera imaginado que él la presionaría de esa manera. Le sorprendía cómo reaccionaba un hombre bajo los efectos del miedo. Y ahora tenía intención de presionarla para que ella retirara aquella declaración de amor. ¿Cuántos tigres tenía que domesticar en un día?

Al estudiar los arrogantes ojos entornados de Peter, la llamarada insolente de sus fosas nasales, Lali sintió una inesperada oleada de ternura. Pobrecito. Se enfrentaba al miedo de la única manera que sabía y castigarlo sólo lo pondría más a la defensiva. «Oh, Peter, ¿qué le hizo el látigo de tu tío?»  

Lo miró a los ojos y se puso de rodillas. La inundó una oleada de sensaciones al ver lo excitado que estaba. Ni siquiera el miedo podía evitarlo. Peter cerró los puños.

—Peter: ¡Maldita sea! ¿Y tu orgullo?

Lali se sentó sobre los talones y miró aquella cara dura e inflexible; esa combinación eslava de pómulos prominentes y profundas sombras, así como las pálidas líneas de tensión que le enmarcaban la boca.

—Lali: ¿Mi orgullo? Está en mi corazón, por supuesto.

—Peter: ¡Estás permitiendo que te humille!

Ella sonrió.

—Lali: Tú no puedes humillarme. Sólo yo puedo rebajarme. Y me arrodillo ante ti para desnudarte porque eso me excita.

Un traidor silencio se extendió entre ellos. Peter parecía muy torturado y a Lali le dolió verlo así. Se inclinó hacia él y apretó los labios contra aquel duro abdomen, justo encima de la cinturilla de los vaqueros. Le dio un ligero mordisco, luego tiró del botón hasta que cedió bajo sus dedos y le bajó la cremallera.

A Peter se le puso la piel de gallina.

—Peter: No te comprendo en absoluto. —Su voz sonó áspera.

—Lali: Creo que a mí sí. Es a ti mismo a quien no comprendes.

Peter la agarró por los hombros y la hizo ponerse en líe. Sus ojos parecían tan oscuros e infelices que ella no podía soportar mirarlos.

—Peter: ¿Qué voy a hacer contigo? —dijo él.

—Lali: ¿Quizá corresponder a mi amor?

Peter respiró hondo antes de cubrirle la boca con la suya. Lali sintió su desesperación, pero no sabía cómo ayudarle. El beso los capturó a los dos. Los envolvió como un ciclón.

Lali no supo cómo se despojaron de la ropa, pero antes de darse cuenta estaban desnudos sobre la cama. Una sensación cálida y ardiente comenzó a extenderse por su vientre. La boca de Peter estaba en su hombro, en sus pechos, rozándole los pezones. La besó en el vientre. Lali abrió las piernas para él y permitió que le subiera las rodillas.

—Peter: Voy a tocarte por todas partes —le prometió él contra la suave piel del interior de sus muslos. Y lo hizo. Oh, cómo lo hizo. Puede que no la amara con el corazón, pero la amaba con su cuerpo, y lo hizo con una desenfrenada generosidad que la llenó de deseo. Lali aceptó todo lo que él quiso darle y se lo devolvió a su vez, usando las manos y los pechos, la calidez de su boca y el roce de su piel.

Cuando finalmente él se hundió profundamente en su interior, Lali lo envolvió con las piernas aferrándose a él. Las barreras entre ellos desaparecieron y mientras buscaban juntos el éxtasis, ella comenzó a murmurar:

—Lali: Oh, sí. Me gusta eso. Me encanta...

Lali siguió susurrando aquellas palabras, guiada, por el instinto y la pasión. Si dejaba de hablar, él trataría de olvidar quién era ella y la convertiría en un cuerpo anónimo. Y eso no podía consentirlo. Era Lali. Era su esposa.

Así que habló, se aferró a él y juntos alcanzaron ti éxtasis.

Finalmente, la oscuridad dejó paso a la luz.

____ 

—Lali: Eso fue sagrado.

—Peter: No, no fue sagrado. Fue solo sexo.

—Lali: Hagámoslo de nuevo.

—Peter: Vamos a cien por hora, no hemos dormido más de tres horas y llegamos con retraso a Allentown.

—Lali: Estirado.

—Peter: ¿A quién llamas estirado?

—Lali: A ti.

La miró de reojo, con una chispa diabólica en los ojos.

—Peter: A ver si te atreves a repetirlo cuando estés desnuda.

—Lali: No volverás a verme desnuda hasta que admitas que ha sido sagrado.

—Peter: ¿Y si admito que fue especial? Porque fue muy especial.

Ella le dirigió una mirada engreída y lo dejó pasar. La noche anterior había sido más que especial y los dos lo sabían. Lali lo había sentido en la urgencia con la que habían hecho el amor y en la forma en que se habían abrazado después. Cuando se habían mirado a los ojos no se habían ocultado nada, no se habían reservado nada.

Continuará...

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