Capítulo 18

—Benja: ¿Qué le dijiste?

—Lali: Nada. No lo recuerdo —murmuró parpadeando a causa de la luz del sol que hacía relumbrar los costados del tren.

El rostro de Benjamín mantenía su seño fruncido cuando llegaron al vagón de pasajeros. Tras quince minutos, Lali deseó con todas sus fuerzas no haberle prometido a Benjamín ir a despedirlo en su viaje a Boston.

—Lali: ¿A qué hora es tu reunión del ferrocarril? —preguntó—. Espero que el tren llegue a tiempo.

—Benja: Mery dijo que se estuvieron mirando mientras competíamos.

—Lali: ¡Te miraba a ti!

—Benja: No quiero que vuelvas a hablar con él. Ni una sola palabra, nunca más, a menos que yo esté presente.

—Lali: Benjamín, eso es una tontería. ¿Y si nos cruzamos por la calle? ¿Debería ignorarlo?

Sus reparos incrementaron su rabia.

—Benja: Lali, no voy a tolerar excusa alguna en este tema. Si quieres que nos casemos, y si deseas que nos convirtamos en marido y mujer...

—Lali: ¿Qué pretendes decir con «si»?

—Benja: Tendremos que llegar a un acuerdo. Has estado un poco rara estos últimos meses, más dispuesta a discutir, intentando llevarme al límite. Pero eso se acabó. No quiero que hables con ese... ese sudista nunca más. Deseo que te distancies un poco de Mery. Creo que es una mala influencia. No quiero que vayas a ningún encuentro social o reunión sin mí, pues obviamente tu padre no te controla lo suficiente.

—Lali: ¡No soy una niña a la que hubiese que controlar!

—Benja: Si quieres ser mi esposa, hay ciertas reglas que vamos a establecer a partir de ahora.

—Lali: Benjamín...

Lali enrojeció temblando de frustración. Desde la competición de tiro, días atrás, Benjamín había adquirido una ceñuda y austera expresión y que no parecía que fuese a desaparecer en breve. Sus ojos transmitían frialdad, y su boca era poco más que una raya de labios finos.

—Benja: El tren no tardará en salir —dijo sin apenas mirarla—. Voy a subir. Hablaremos de ello esta tarde.

Lali lo observó subir al tren con los brazos cruzados sobre el pecho y los dientes apretados. Benjamín creía que ella había cambiado. Bueno, ¡no había duda de que para ella él también lo había hecho!

El tren se puso en marcha trabajosamente y se alejó de la estación. Vio cómo iba empequeñeciendo en la distancia y suspiró afligida antes de volverse para dirigirse a su casa.

—Qué conversación más interesante han mantenido ustedes dos.

Anonadada, Lali alzó la vista en dirección a la voz. Entrecerró los ojos al apreciar la hermosa y juguetona sonrisa de Peter Lanzani.

—Lali: ¿Me estaba espiando? —preguntó de mala manera al tiempo que miraba a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca que pudiese escucharla.

Peter se encogió de hombros e introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón. Ese gesto hizo que aquellos bien cortados pantalones se ciñesen a su anatomía de un modo casi indecente, perfilando a la perfección sus poderosos muslos. Lali se maldijo por haberse fijado en algo así.

—Peter: No, no la espiaba. —Su boca dibujó una irreprimible sonrisa—. Tengo algunas cosas de las que ocuparme en el pueblo, y vi por casualidad ese encantador sombrero que lleva...

Ella alzó la mano para comprobar el estado de su delicado sombrero blanco.

—Peter: No lo toque. Está perfecto —dijo, y ella bajó la vista ante su mirada abiertamente apreciativa.

—Lali: Si ha escuchado algo de...

—Peter: He escuchado.

—Lali: Estábamos hablando de cuestiones privadas...

—Peter: Lo sé…  Rompe tu amistad con Mery, no te encuentres con Lanzani, no vayas a bailes o reuniones sociales si no me llevas pegado al hombro… Incluso después de casados, él seguirá diciéndole lo que tiene que hacer y con quién ha de hablar...

—Lali: Es un derecho del marido, ¿no le parece?

—Peter: ¿Usted cree?

La respuesta convencional habría sido un simple «sí». Lali permaneció en silencio durante unos segundos. Abrió y cerró la boca en un par de ocasiones mientras buscaba la respuesta adecuada. No encontró ninguna.

—Lali: Las cosas cambian cuando la gente se casa —acabó diciendo, más para sí misma que para él—. Las personas cambian.

—Peter: Sí, pero por lo general para peor.

—Lali: ¿Cómo lo sabe? ¿Es usted una autoridad en el tema del matrimonio... o en mi persona, para el caso? Actúa usted igual que Benjamín, como si supiese qué es lo mejor para mí. Pues bien, ¡tal vez sea el momento de que decida qué es lo que quiero!

Los ojos de Peter relucieron.

—Peter: Tal vez sí. ¿Qué es lo que quiere?

Quería a Benjamín. Pero quería que Benjamín fuese diferente… Quería que fuese como Peter.

—Lali: Eso no es de su incumbencia.

—Peter: Sí que lo es. Me temo que ya he invertido mucho en usted.

—Lali: ¿Invertir? ¿Mucho de qué?

—Peter: Muchas preocupaciones y disgustos, cariño. —Lo dijo con un tono casual—. Está empeñado en cambiarla. Él no es bueno para usted.

—Lali: Ya basta. No le estoy escuchando.

—Peter: Quiere transformarla en una criaturita obediente, y lo único que va a conseguir es que sea usted desgraciada. Y no es porque él sea malvado, sino porque es su modo de ser, justo lo opuesto de lo que usted es.

—Lali: ¡Lo opuesto! Qué gracioso. Eso es ridículo. No he encontrado a alguien más parecido a mí que Benjamín. Él y yo somos el mismo tipo de persona.

—Peter: ¿Así es como se ve a usted misma? —inquirió y, de repente, frunció el ceño—. ¿El tipo de mujer a la que le hace feliz que su marido la convierta en un reflejo de sí mismo? ¿En serio cree que...? —Se detuvo y la miró, y el brillo que mostraba su mirada desapareció, dejando su rostro de nuevo inexpresivo— Con cada palabra que digo se hunde usted más y más, ¿no es cierto? Bien, no voy a dejar que me utilice para reafirmar sus determinaciones. Si lo quiere a él, decídalo por su cuenta. No voy a malgastar una sola palabra más.

—Lali: Pero... pero todavía no hemos acabado. Quiero saber qué es lo que iba a decir.

—Peter: Prefiero hablar de otra cosa.

—Lali: Pero Peter, dígame...

—Peter: No.

Lali no podía recordar la última vez que alguien había utilizado aquella palabra con ella. Un simple «no». Comprobó que la irritaba sobremanera, como si le hubiesen cerrado una puerta en las narices.

—Lali: ¿Por qué no? —preguntó con voz atenuada.

—Peter: Porque usted pretende discutir y yo no. Sin duda debería discutir con Benjamín. Tendría que haberse opuesto a él hace cinco minutos en lugar de esperar para discutir conmigo.

—Lali: No estaba esperando para... Oh, no quiero hablar más de esto. Usted me hace sentir como...

—Peter: ¿Como qué? —la interrumpió.

—Lali: Como cuando era pequeña y hacía algo que enfadaba a mi padre... Antes de poder explicar nada, él ya había supuesto por qué lo había hecho. No hay modo de combatir eso, ¡y no es justo!

Peter se echó a reír sacudiendo la cabeza con aflicción.

—Peter: No, no lo es. Pero con una hija como usted, no me extraña que su padre recurriese a semejantes tácticas. La mayor parte del tiempo estaba encima de usted, todo el mundo lo sabe.

—Lali: Es un buen hombre. Es tranquilo, franco y sabe exactamente lo que quiere...

—Peter: Sí. Usted debe de parecerse a su madre.

Ella sonrió a regañadientes ante aquellas palabras.

—Lali: No lo sé. Era demasiado joven para recordarla con precisión. Pero sé que era muy hermosa.

—Peter: Estoy seguro —dijo al tiempo que sopesaba uno de los rizos de Lali. El gesto fue excesivamente familiar, pero estaba demasiado absorta en sus pensamientos para darse cuenta o reprochárselo.

—Lali: Mi padre nunca habla de ella. Pero la señora Morgan, una mujer que solía acudir a los mismos clubes y grupos que ella, me dijo que a mi madre le gustaba dar charlas en todos los clubes de caridad y en las reuniones sociales. En una ocasión soltó un incendiario discurso de veinte minutos en el ayuntamiento para que permitiesen a las chicas acceder a los grados superiores en la escuela. Las hicieron salir, sabe usted, pues no había suficiente espacio para todos los niños. Creo que mi padre se las veía y se las deseaba para mantenerla tranquila.

—Peter: No me extraña.

—Lali: ¿Hay mujeres así en su Virginia natal?

—Peter: ¿Que pronuncien discursos? No exactamente.

—Lali: Su madre...

—Peter: No, cariño. Murió cuando yo era un niño.

Sorprendida y fascinada por la revelación, Lali quiso saber más cosas sobre Peter.

—Lali: ¿Y qué hay de su padre?

—Peter: Murió durante la guerra. —El amistoso humor de Peter se esfumó como por ensalmo. Al parecer, no le gustaban las preguntas personales.

—Lali: ¿Le queda familia?

—Peter: Una medio hermana, un medio hermano... y una madrastra. Y cumple todos los clichés que haya oído usted acerca de las madrastras.

—Lali: ¿Alguna vez...?

—Peter: Mire cómo está el cielo... Empieza a llover. Será mejor que regrese a casa antes de que quede empapada. ¿Quiere que la lleve en mi coche?

—Lali: Oh, pero la gente nos vería...

—Peter: Sí, claro. Tiene que seguir las leyes de Benjamín al pie de la letra. Lo había olvidado.

—Lali: Iré andando —dijo obstinada.

Él sonrió y cogió una de sus manos, la alzó hasta su boca y la besó tiernamente en los nudillos. Ella sintió que una extraña y silenciosa sensación embargaba su cuerpo con el mero roce de su boca en la piel.

—Peter: Ha sido un placer, La —murmuró y se alejó con su distintiva forma de caminar, como si dispusiese de todo el tiempo del mundo para llegar a donde fuera que se dirigiese.

Continuará...

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+15 firmitasss y novelaaaaaaaaaaaaaa