Capítulo Diez

—Lali: Lo he pasado muy bien —dijo cuando volvían caminando hacia el edificio. Se había agarrado a su brazo. 

—Lali: Ha sido mucho más divertido que pasarse la noche entera tratando de que Johnny no me meta la mano bajo la falda.

Por algún motivo, la idea le resultó tremendamente irritante. Y tubo ganas de decirle una cuantas cosas a ese tipo.

—Peter: No llevas falda.

—Lali: Claro, porque no estaba segura de poder escapar de la cita con Johnny y decidí poner en marcha un sistema de defensa.

Lo cierto era que los pantalones anchos de color azafrán que llevaba resultaban mucho más sexys que defensivos.

—Peter: ¿Y por qué no tumbas a Johnny igual que hiciste la otra noche con el atracador?

—Lali: Porque la señora Julia lo adora y no podría decirle que su adorado sobrino es como un pulpo.

—Peter: Me parece que te dejas mangonear con mucha facilidad.

—Lali: No es cierto.

—Peter. ¿No? —preguntó espontáneamente, antes de darse cuenta de que se estaba metiendo de lleno en su juego—. ¿Entonces por qué dejas que tu amiga Mir...

—Lali: Mery.

—Peter: Bueno... Mery te mete en la encerrona de tener que salir con su primo, la señora de abajo con su sobrino y Dios sabe cuántos amigos más tendrás con parientes insoportables. Y tú te dejas llevar porque eres incapaz de negarte.

—Lali: Lo hacen con buena intención.

—Peter: Se están entrometiendo en tu vida, da igual con qué intención lo hagan.

—Lali: No sé —dijo con un suspiro y se quedó pensativa unos segundos—. Mira mi abuelo, por ejemplo. Bueno, en realidad no es mi abuelo, es el suegro de la hermana de mi padre. Y mi madre es prima de las respectivas parejas de sus dos hijos. Es un poco complicado.

—Peter: Sí que lo es, sí.

—Lali: Lo sé, pero ésa es la relación que hay. Mi tía Shelby se casó con su hijo, Alan Miller, a lo mejor has oído hablar de él. Solía vivir en la Casa Blanca.

—Peter: El nombre me suena.

—Lali: Y mi madre, Gimena Accardi es prima de Justin y Diana Blade, los dos hermanos que se casaron con Serena y Caine, los otros dos hijos de Jasper y Anna. Por eso Jasper y Anna son como mis abuelos. ¿Me sigues?

—Peter: Perfectamente, pero ya se me ha olvidado por qué has empezado a contarme todo eso.

—Lali: A mí también —dijo riéndose y, al hacerlo, se tambaleó un poco y tuvo que agarrarse a él con más fuerza—. Creo que he bebido demasiado vino —explicó—. A ver... ¡Ya me acuerdo! Estábamos hablando de entrometerse en las vidas de otros, un ejercicio en el que mi abuelo, Jasper Miller, es el verdadero rey. Como casamentero no tiene rival. Te lo prometo, Peter, ese hombre es una especie de mago. Tengo... —hizo una pausa para contar con los dedos—. Creo que ya son siete los primos a los que ha conseguido casar. Es increíble.

—Peter: ¿Cómo que los ha casado?

—Lali: No me preguntes cómo lo hace, pero siempre encuentra la persona perfecta, después deja que la naturaleza actúe y, antes de que se den cuenta, empiezan a sonar campanas de boda. Acabo de enterarme de que mi primo y su esposa están esperando su primer hijo. Se casaron el otoño pasado.

—Peter: ¿Y nadie le dice que se meta en sus asuntos?

—Lali: Claro que se lo dicen, constantemente. Pero él no hace ni caso. Supongo que pronto se encargará de Cande o de mi hermano Gastón.

—Peter: ¿Y de ti?

—Lali: Creo que soy demasiado hábil para él. Conozco todos sus trucos y no tengo intención de enamorarme. ¿Y tú? ¿Has pasado por eso alguna vez?

—Peter: ¿Si he pasado por qué?

—Lali: Por el amor, Peter, no seas obtuso.

—Peter: No creo que me interese.

—Lali: Pero seguro que lo habrá algún día —vaticinó con gesto pensativo.

De pronto se detuvo en seco.

—Lali: Maldita sea —protestó—. Es el coche de Johnny. Parece que ha venido de Nueva Jersey. Maldita sea. Bueno, tengo un plan —se volvió a mirarlo y cerró los ojos un segundo—. No debería haberme tomado la última copa.

—Peter: Eso parece, niña.

—Lali: Haz el favor de no llamarme «niña» para sentirte superior y guardar las distancias. Bueno, no importa. Lo que vamos a hacer es seguir caminando un poco más hasta que estemos justo enfrente de la ventana de la señora Julia. Con mucha naturalidad, ¿de acuerdo?

—Peter: Es difícil, pero intentaré hacerlo.

—Lali: Me encanta ese sarcasmo tuyo. Escucha, cuando estemos delante de su ventana, nos detendremos porque seguro que estará mirando y enseguida se moverán las cortinas. Tú me avisas.

La idea le parecía inofensiva y lo cierto era que empezaba a gustarle que Lali se agarrase a su brazo. Se volvió a mirar hacia la ventana con disimulo.

—Peter: Ahí está.

—Lali: Ahora tienes que besarme.

—Peter: Ah, ¿sí?

—Lali: Y vas a tener que hacerlo bien para que la señora Julia se dé cuenta de que Johnny no tiene nada que hacer. Te pagaré otros cincuenta dólares.

Peter se pasó la lengua por los labios. Lali tenía la mirada lánguida y estaba tan hermosa como un capullo de rosa.

—Peter: Vas a darme cincuenta dólares por besarte.

—Lali: Es un extra. Quizá así consiga que Johnny vuelva a Nueva Jersey para siempre. Piensa que estás encima de un escenario. No significa nada. ¿Sigue mirando?

—Peter: Sí —pero ni siquiera se giró a comprobarlo.

—Lali: Estupendo. Hazlo bien. Que parezca romántico. Rodéame con tus brazos y luego inclínate hacia...

—Peter: Lali, sé cómo besar a una mujer.

—Lali: Claro. No pretendía ofenderte. Sólo quiero que salga bien para que...

Peter decidió que la mejor manera de hacerla callar era hacerlo de una vez por todas. No la rodeó con los brazos, la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí con fuerza. Vio cómo sus enormes ojos verdes se abrían de la sorpresa antes de que sus bocas se unieran y las palabras se secaran en su garganta.

Tenía razón, pensó Lali. Sabía muy bien cómo besar a una mujer. Vaya si lo sabía.

Tuvo que agarrarse a sus hombros, ponerse de puntillas y no pudo evitar soltar un leve gemido. La cabeza le daba vueltas y el corazón se le subió a la garganta. De pronto se sintió indefensa, perdida y temblorosa. El calor invadió su cuerpo.

Su beso era tan apasionado, tan ardiente, que sólo pudo dejarse llevar.

Era como en el sueño, pensó Peter. Pero mejor, mucho mejor. El sabor de sus labios era único, en sus sueños no la había sentido temblar de ese modo y no había sumergido las manos en su cabello de ese modo mientras gemía de placer.

La apartó sólo un poco para ver si se le habían sonrojado las mejillas como le había pasado a él. Ella lo miró sin decir nada, pero sin soltarse de él.

—Peter: Éste corre de mi cuenta —murmuró antes de besarla de nuevo.

Se oyó la bocina de un coche, alguien maldijo y se oyó también una ventana cerrarse después de que un coche pasara junto a ellos, pero Lali no se enteró de nada de eso. Era como si estuvieran en una isla desierta con el mar mojándoles los pies.

Cuando la apartó por segunda vez, lo hizo muy despacio, movió las manos de un modo que casi pareció una caricia. Eso le dio tiempo a Lali para hacer que la cabeza dejara de darle vueltas.

Peter habría deseado seguir besándola, devorarla. Deseaba sentir esa energía suya debajo de su cuerpo, abriéndose a él. Pero tenía la completa certeza de que después ambos se sentirían mal.

Así que la agarró por los hombros y la miró.

—Peter: Creo que con eso será suficiente.

—Lali: ¿Suficiente? —repitió ella.

—Peter: Para convencer a la señora Julia.

—Lali: ¿La señora Julia? —meneó la cabeza para recuperar la claridad mental—. Ah, sí, sí —respiró hondo y esperó poder actuar con normalidad en las próximas horas—. Si no se convence con esto, no se convencerá con nada. Besas de maravilla, 3B.

En sus labios apareció una sonrisa que no pudo controlar. Esa mujer era prácticamente irresistible.

—Peter: Tú tampoco lo haces nada mal, niña.

Continuará...

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