CAPÍTULO 20

Cuando Euge miró los doscientos dólares que Peter le daba, supo que tenía que escapar de allí y, un momento después, aceleraba por la carretera en su Cadillac sin importarle adónde iba; necesitaba celebrar la humillación de Peter en privado.

A pesar de todo su orgullo y arrogancia, Peter Lanzani se había casado con una ladrona.

Sólo unas horas antes, cuando Jill Dempsey le había dicho que Peter se había casado, Euge se había querido morir. Había podido tolerar el horrible recuerdo del día en que perdió el orgullo, cuando se rebajó delante de él, porque había sabido que Peter nunca se casaría con otra. ¿Cómo iba a encontrar a una mujer que le comprendiera como lo hacía ella, su alma gemela? Si no podía casarse con Euge, mucho menos podría hacerlo con otra, y gracias a ese pensamiento su orgullo había sobrevivido.

Pero hoy todo se había acabado. Aún no podía creer que él le hubiera negado ese último placer. Se recordaba a sí misma llorando y abrazándose a él, rogándole que la amara, con la misma claridad que si acabara de ocurrir.

Y ahora, con más rapidez de la que podía haber imaginado, él estaba siendo castigado y ella podría dormir tranquila. No podía imaginar un golpe más amargo para el orgulloso Peter. Al menos su humillación había sido privada, pero la de él había sido en público. Euge incendió la radio y el coche se inundó con el sonido del rock duro. Pobre Peter. En realidad lo compadecía. Se había negado a casarse con la reina de la pista y había terminado con una ladrona.

Mientras Euge Quest volaba por la carretera bajo la luz de la luna de Carolina del Norte, Alai estaba acurrucada en el asiento trasero del Airstream de su padre con los delgados brazos cruzados sobre el pecho y las mejillas húmedas por las lágrimas.

¿Por qué había hecho algo tan feo? Si su madre estuviera viva, podría habérselo contado todo, podía haberle explicado que ni siquiera lo había planeado, pero el cajón de la recaudación estaba abierto y odiaba a Lali; así que, simplemente, había cogido el dinero.

Y Alai sabía que si su padre se enteraba algún día de lo que había hecho, la odiaría para siempre.

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—Aquí tienes la pala —dijo el hombre que se ocupaba de los elefantes. —Ahí está la carretilla. Y ahí el camión con el estiércol.

Digger, que era quien se encargaba de los animales, le dio una pala a Lali y se alejó cojeando. Era un hombre mayor que padecía artritis; tenía el rostro arrugado y los labios hundidos por la falta de dientes.  Y ahora Digger era el jefe de Lali.

Lali miró la pala. Ése era su castigo. Se había imaginado que Peter la mantendría confinada en la caravana, que utilizaría aquel lugar como una celda ambulante, pero debería haber sabido que él no se conformaría con algo tan sencillo.

La noche anterior Lali había llorado en el sofá hasta quedarse dormida. No tenía ni idea de si Peter había dormido en la caravana ni de si había regresado. Por lo que ella sabía, hasta podía haber pasado la noche en compañía de una de las showgirls. La invadió la tristeza. Peter apenas le había hablado esa mañana salvo para decirle que tendría que trabajar para Digger y que no debía abandonar el recinto sin su permiso.

Desvió la mirada desde la pala que sostenía en la mano al interior del camión. Los elefantes ya habían bajado del remolque a través de unas anchas puertas correderas situadas en el centro de éste, justo encima de la rampa. A Lali se le puso un nudo en el estómago y una oleada de intranquilidad hizo que le subiera la bilis a la garganta. Había mucho estiércol. Muchísimo. En algunas partes la paja estaba casi limpia. En otras había sido aplastada por las gigantescas patas de los paquidermos.

Y aquel olor...  ughh!!

Lali volvió la cabeza y aspiró aire fresco. Su marido creía que era una ladrona y una mentirosa y, como castigo, la obligaba a trabajar con los elefantes a pesar de que ella le había dicho que los animales le daban miedo. Volvió a mirar hacia dentro del camión.

Adiós a su modelito de Mary McFadden.

Lali se sintió derrotada y, justo en ese momento, supo que había fallado. No podría hacerlo. Otras personas parecían tener una fortaleza a la que recurrir en tiempos de crisis, pero Lali no. Era débil y no hacía nada a derechas. Todo lo que su padre y Peter habían dicho de ella era verdad. Sólo servía para charlar en las fiestas y eso no le valía de nada en este mundo. Con el sol cayendo a plomo sobre su cabeza, rebuscó en su interior, pero no encontró ni un ápice de coraje. Se dio por vencida. Tiró la pala sobre la rampa.

—¿Ya te has dado por vencida?

Lali bajó la mirada. Peter estaba al pie de la rampa. Ella asintió lentamente con la cabeza. Él le sostuvo la mirada con las manos apoyadas en las caderas cubiertas por unos vaqueros descoloridos.

—Peter: Los hombres han hecho apuestas sobre si harías o no el trabajo.

—Lali: ¿Y qué has apostado tú? —La voz de Lali apenas era un susurro y a él le sonó como un graznido.

—Peter: No estás preparada para recoger mierda, cara de ángel. Cualquiera puede verlo. Pero, y sólo para que conste en acta, no he apostado nada.

No era por lealtad hacia ella, de eso estaba segura, lo habría hecho para mantener su reputación como jefe. Lo miró con una distante curiosidad.

—Lali: Has sabido todo el tiempo que no podría hacerlo, ¿verdad?

—Peter: Sí, lo sabía —dijo asintiendo lentamente con la cabeza.

—Lali: Entonces, ¿por qué me has hecho pasar por esto?

—Peter: Eras tú la que tenía que entender que no podías soportarlo. Pero has tardado demasiado tiempo en darle cuenta, Lali.  Intenté decirle a Max que no ibas a sobrevivir aquí más que un ángel en el infierno, pero no quiso escucharme. —La voz de Peter se volvió casi suave y, por alguna razón desconocida, a ella le molestó más aquello que el anterior desprecio de su marido. —Vuelve a la caravana, Lali, y cámbiate de ropa. Te pagaré un billete de avión.

«¿Adonde iré?», se preguntó. No tenía ningún lugar al que ir. Oyó el rugido de Sinjun y miró hacia su jaula, pero el camión del agua le bloqueaba la vista.

—Peter: Te daré dinero para que puedas mantenerte hasta que encuentres trabajo.

—Lali: Eso es lo que te pedí en la limusina y no aceptaste. ¿Por qué lo haces ahora?

—Peter: Le prometí a tu padre que te daría una oportunidad. He mantenido mi palabra.

Dicho lo cual, él se dio la vuelta para dirigirse a la caravana, seguro de que ella lo seguiría. Esa arrogante seguridad atravesó el dolor de Lali y lo transformó en un ramalazo de ira, tan extraña en su tranquila naturaleza que la joven apenas reconoció lo que era. Él estaba tan convencido de su derrota que ni siquiera dudaba del hecho de que fuera a rendirse.

«¿Iba a rendirse?»

Miró a la pala tirada sobre la rampa. Tenía abono seco pegado al mango y a la paleta, lo que atraía a un enjambre de moscas. Mientras la miraba, se dio cuenta de que esa pala, sucia, era como todas las malas decisiones que había tomado en su vida.

Con un sollozo entrecortado la recogió con rapidez y se metió dentro del remolque. Contuvo la respiración y deslizó la pala bajo el montón de paja más próximo, recogió una paletada y con brazos temblorosos la llevó hasta la carretilla. Los pulmones le ardieron por el esfuerzo. Aspiró aire fresco y casi se atragantó con aquel pestilente olor. Sin darse tiempo para pensar, fue a por el siguiente montón y luego a por el siguiente. Comenzaron a dolerle los brazos, pero no se detuvo.

Las botas de Peter resonaron pesadamente en la rampa.

—Peter: Para, Lali, y sal de ahí ya.

Ella tragó saliva intentando desatascar el nudo de su garganta.

—Lali: Vete.

—Peter: No podrás sobrevivir aquí. Tu obstinación sólo pospondrá lo inevitable.

—Lali: Es posible que tengas razón. —Perdió la batalla por contener las lágrimas y éstas se le deslizaron por las mejillas. Sorbió por la nariz, pero no dejó de trabajar.

—Peter: Lo único que estás consiguiendo con esto es convencerme de lo tonta que eres.

—Lali: No estoy intentando convencerte de nada y, francamente, ya no quiero hablar más. —Con un trémulo sollozo, levantó otro pesado montón y, sin apenas fuerzas, consiguió llevarlo hasta la carretilla.

—Peter: ¿Estás llorando?

—Lali: Vete.

Él entró y se puso delante de ella.

—Peter: Sí, estás llorando.

—Lali: Perdona, pero me estás interrumpiendo —dijo con voz trémula.

Él trató de quitarle la pala, pero ella la apartó a un lado antes de que pudiera cogerla. Un arranque de cólera alimentado por la adrenalina le dio la fuerza suficiente para deslizar la pala bajo otro montón de paja y amenazar con arrojárselo.

—Lali: ¡Vete! ¡Lo digo en serio, Peter! Si no me dejas en paz te lo echaré encima.

—Peter: No te atreverás.

A Lali le temblaban los brazos y las lágrimas le caían desde la barbilla a la camiseta, pero sostuvo la mirada de Peter sin rendirse.

—Lali: No deberías desafiar a alguien que no tiene nada que perder.

Peter se quedó inmóvil por un momento. Luego meneó lentamente la cabeza y retrocedió.

—Peter: De acuerdo, pero sólo lo estás haciendo más difícil para ti.

Continuara...

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Perdooooooooooonn!!! 

soy re lennnnta pero chicas tienen que entenderme!!! Tengo solo 9 dedos!! uno esta enyesado y me molesta bastante!!...jeje y tengo un teclado de goma que me gusto cuando lo compre pero es una mierrrrda!!... creo que prefiero el viejo!!!... :D  

emmm.... si hay muchas firmitas subo el siguiente!!! :D