Capítulo Quince

—Lali: ¿Por qué lo hiciste?

—Peter: Porque pensé que así te mantendría alejada. Porque me resultabas demasiado atrayente para mí y porque a una parte de mí le resultó divertido que quisieras ayudarme a encontrar trabajo —vio cómo ella levantó los hombros con tensión y reaccionó de inmediato—. Compréndelo, Lali. ¿Cómo no iba a divertirme que me ofrecieras cien dólares por salir contigo? Cien dólares para no herir los sentimientos de una mujer y para llevar a cenar a un músico en paro. Era... encantador. Eso no es algo que diga muy a menudo.

—Lali: Es humillante —murmuró ella al tiempo que comenzaba a sacar las cosas de la segunda bolsa.

—Peter: No digas eso —se arriesgó a acercarse a ella—. Es todo culpa mía; si te hubiera dicho mi apellido durante la cena, los dos nos habríamos reído de ello, pero en lugar de eso te hice llorar y lo siento muchísimo.

Lali se quedó de espaldas a él, con la mirada perdida en la bolsa de la compra. No había esperado que se mostrara tan arrepentido, que pareciera preocuparle tanto haberle hecho daño. Pero así era y Lali no podía fingir que no le importaba.

Así pues, respiró hondo y trató de recuperar el tono distendido y amistoso de antes.

—Lali: ¿Quieres una cerveza?

La tensión que Peter había sentido en los hombros desapareció de golpe.

—Peter: Sí.

—Lali: Me lo imaginaba. Nunca te había oído hablar tanto —se volvió a darle el vaso y la botella de cerveza con una sonrisa en los labios—. Debes de tener mucha sed.

—Peter: Gracias.

Allí estaba el hoyito de la mejilla.

—Lali: Pero no tengo galletas.

—Peter: Siempre puedes hacer más.

—Lali: Puede ser —siguió colocando las cosas.

Peter, por su parte, volvió a pensar que era demasiado atrayente. Daba igual que llevase una camiseta enorme y unas zapatillas de deporte. Había estado comprando comida, así que el perfume que llevaba sin duda se lo había puesto para sí misma y no para gustar a nadie. No comprendía por qué llevaba dos aritos de oro en una oreja y un solo pendiente con un pequeño brillante en la otra.

El caso era que el conjunto resultaba sencillamente fascinante.

Cuando se giró a sacar otra cosa de la bolsa, Peter le agarró la muñeca.

—Peter: ¿Estamos como al principio?

—Lali: Eso parece.

—Peter: Entonces debo decirte algo más —dejó la cerveza sobre la encimera—. Sueño contigo.

Ahora era ella la que tenía la boca seca.

—Lali: ¿Qué?

—Peter: Que sueño contigo —repitió al tiempo que se acercaba hasta que la dejó con la espalda pegada al frigorífico. Esa vez era ella la que no podía huir—. Sueño que estoy contigo, que te acaricio —sin apartar la mirada de sus ojos, le pasó la mano por el pecho—. Y me despierto con tu sabor en los labios.

—Lali: Peter...

—Peter: Dijiste que habías sentido algo al besarme y que creías que yo también lo había hecho —fue bajando las manos hasta sus caderas sin apartar los ojos de los suyos—. Tenías razón.

Lali tragó saliva y se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.

—Lali: ¿Sí?

—Peter: Sí. Y quiero volver a sentirlo.

Al ver que se inclinaba hacia ella, Lali puso la espalda muy recta.

—Lali: ¡Espera!

Su boca había quedado a sólo unos milímetros de la de ella.

—Peter: ¿Por qué?

La mente se le había quedado en blanco.

—Lali: No lo sé.

En sus labios apareció una de esas inusuales sonrisas.

—Peter: Detenme cuando lo sepas —dijo antes de posar su boca sobre la de ella.

Y todo volvió a ser igual. Lali estaba segura de que no sería así, era imposible volver a sentir las mismas increíbles sensaciones de la otra vez y sin embargo eso fue lo que ocurrió. Mery tenía razón, después de aquello, ningún otro beso volvería a satisfacerla.

Aquella mujer era cálida, dulce, hermosa, eso y mucho más, pensó Peter. Todo lo que había llegado a pensar que no necesitaba estaba ahora en sus brazos. Todo lo que deseaba con una fuerza que jamás habría imaginado.

Pasó de la boca al cuello, un cuello que recorrió con sus besos.

—Lali: No —aquello era lo último que Lali esperaba oír de sus propios labios cuando lo cierto era que las manos y los labios de Peter sólo estaban haciendo que deseara más y más. Y sin embargo volvió a decirlo de nuevo—. No. Espera.

Peter levantó la mirada.

—Peter: ¿Por qué?

—Lali: Porque yo... —de su boca escapó un gemido de placer cuando él siguió acariciándola, despertando cada poro de su piel.

—Peter: Te deseo —siguió acariciándole los pechos suavemente—. Y tú me deseas a mí.

—Lali: Sí, pero —abrió las manos y lo agarró por los hombros para luchar contra ese deseo que él había adivinado bien—, hay ciertas cosas que no me permito hacer por impulso y siento mucho decirte que ésta es una de ellas.

Abrió los ojos y se encontró con él observándola desde muy cerca.

—Lali: Esto no es un juego, Peter.

Continuará...

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