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sábado, 28 de abril de 2012

Capítulo 26



De camino a la sala, el pánico se apodera de mí. ¿Qué he hecho? Le he revelado el secreto más íntimo de Peter a una pervertida moral, ansiosa de venganza y vestida de Prada.                                             

«Cálmate —me digo por millonésima vez—. Todavía no lo sabe. Seguramente el periodista no averiguará nada. Lo cierto es que no dispone de datos.» Pero ¿y si lo descubre? ¿Qué pasará si por casualidad se entera de la verdad y le dice a Peter que he sido yo quien lo ha puesto en la dirección adecuada? La simple idea me pone mala. Tengo el estómago encogido.

¿Por qué le mencionaría nada de Escocia a Belén? ¿Por qué?

Nuevo propósito: no contar jamás un secreto. Incluso si no parece importante o estoy enfadada.

De hecho, no voy a volver a hablar y punto. Cada vez que digo algo acabo teniendo problemas. Si no hubiera abierto la boca en aquel estúpido avión, ahora no estaría metida en este lío. Seré muda. Un enigma silencioso. Cuando alguien me haga una pregunta, moveré la cabeza o garabatearé notas crípticas en una hoja de papel. La gente las cogerá e intentará descifrarlas en busca de significados ocultos...
-Peter: ¿Ésta es Cande? —me pregunta Peter señalando un nombre en el programa, y doy un respingo. Miro hacia donde indica y asiento, con la boca cerrada.
-Peter: ¿Conoces a alguien más del grupo?
Me encojo de hombros como diciendo: «Quién sabe.»
-Peter: ¿Cuánto tiempo lleva practicando tu amiga? Dudo un momento y luego le muestro tres dedos.
-Peter: ¿Tres? ¿Tres qué?
Hago un gesto con la mano que pretende representar «meses» y luego lo repito. Peter está desconcertado.
-Peter: Te pasa algo?
Busco un bolígrafo en el bolsillo, pero no llevo. A paseo el no hablar.
-Lali: Unos tres meses —digo en voz alta.
-Peter: Ah —exclama, y se concentra de nuevo en el programa.
Está tranquilo y no parece sospechar nada, por lo que vuelve a invadirme un sentimiento de culpabilidad. Quizá debería decírselo.

No, no puedo. ¿Cómo iba a explicárselo? «Por cierto, Peter. ¿Te acuerdas de ese gran secreto que me pediste que no contara? Pues adivina qué...»
Lo que necesito es represión. Como en esas películas de guerra en las que se cargan a la gente que sabe demasiado. Pero ¿cómo reprimo a Belén? He lanzado un Exocet humano, que pasa silbando por Londres resuelto a causar la mayor devastación posible, y ahora quiero que regrese, pero el botón no responde.

Vale, piensa con sensatez. Que no cunda el pánico. Esta noche no va a ocurrir nada. Seguiré intentando llamarla al móvil y en cuanto consiga hablar con ella, le explicaré con monosílabos que si no despide a ese tipo le romperé las piernas.

Comienza a oírse un redoble por los altavoces, y me sobresalto. Estoy tan distraída que he olvidado a qué hemos venido. Se apagan los focos y todo el mundo enmudece a nuestro alrededor. El redoble aumenta en intensidad, pero no pasa nada en el escenario, que continúa oscuro como boca de lobo.
El sonido va creciendo y empiezo a sentirme tensa. Todo esto es un poco siniestro. ¿Cuándo comenzarán a bailar? ¿A qué esperan para abrir el telón?

De repente, unas luces cegadoras inundan el local y casi me deslumbran. Suena una música atronadora y sale a escena una fi­gura vestida con un traje negro y reluciente, que se pone a hacer piruetas y dar saltitos. Joder, quienquiera que sea es estupendo. Parpadeo para ver mejor. Casi no distingo si es un hombre o tina mujer. ¡Cielo santo! ¡Es Cande!
La impresión me deja clavada en el asiento. Todo lo demás se borra de mi mente. No puedo apartar la vista de mi amiga.
No me imaginaba que fuera capaz de moverse así. Es decir, aprendimos un poco de ballet juntas y algo de claqué, pero nunca... ¿Cómo es posible que la conozca desde hace veinte años y no tuvie­ra ni idea de que sabía bailar?

Tras un número lento y enérgico con un tipo enmascarado, que supongo que es Jean—Paul, salta y gira con una cinta, y todo el mun­do la mira emocionadísimo. Está radiante. Hacía meses que no la veía tan feliz. Estoy muy orgullosa de ella.
Para mi sorpresa, los ojos se me llenan de lágrimas. La nariz me empieza a moquear y no tengo pañuelo. Me da mucha vergüenza. Tendré que sorber, como las madres en las obras navideñas. Sólo me falta ir corriendo hacia el escenario con una cámara de vídeo y decir: «Cariño, saluda a tu padre.»

Debo controlarme o me pasará como cuando fui con mi ahijada Amy a verla película de dibujos animados Tarzán. Cuando se encendieron las luces ella estaba dormida y yo, hecha un mar de lágrimas, rodeada de niños de cuatro años que me miraban boquiabiertos. (He de decir en mi defensa que era una historia muy romántica y que Tarzán era muy sexy.) Noto que algo me roza la mano con suavidad. Peter me está ofreciendo un pañuelo. Al cogerlo, sus dedos se entrelazan brevemente con los míos.

Cuando acaba la actuación estoy alucinada. Cande sale a saludar como una estrella, y Peter y yo aplaudimos como locos con una sonrisa de oreja a oreja.
-Lali: No le digas a nadie que he llorado —le pido elevando la voz por encima de la ruidosa ovación.
-Peter: No lo haré, te lo prometo —asegura sonriendo con arrepentimiento.
El telón cae por última vez y la gente empieza a levantarse para buscar sus chaquetas y sus bolsos. Ahora que hemos vuelto a la normalidad, mi alegría se esfuma y la reemplaza la preocupación. Tengo que ponerme en contacto con Belén otra vez.

Fuera, el público cruza el patio para ir hacia un salón ilumi­nado.
-Lali: Cande me ha dicho que me reuniera con ella en la fiesta. ¿Por qué no te adelantas? Voy a hacer una llamada rápida.
-Peter: ¿Estás bien? Pareces un poco nerviosa.
-Lali: Sólo estoy emocionada.
Le sonrío tan convincentemente como puedo y espero hasta que no pueda oírme. Marco el número de Belén de inmediato y salta el contestador.
Lo intento de nuevo, y lo mismo.
Me entran ganas de gritar. ¿Dónde está? ¿Qué está haciendo? ¿Cómo voy a pararla si no la encuentro?
Me quedo inmóvil, luchando contra el pánico que me invade para poder pensar.
Bueno, supongo que tendré que ir a la fiesta, actuar con nor­malidad y seguir llamándola. Si no funciona, esperaré a verla más tarde. No puedo hacer otra cosa. No pasará nada. Todo irá bien.

La celebración está muy animada, llena de luz y alboroto. Están to­dos los bailarines, que no se han cambiado de ropa, el público y un buen número de personas que parece haberse apuntado por el morro. Los camareros ofrecen bebidas y se oye un estruendoso parloteo. Al entrar no veo a nadie conocido. Cojo una copa de vino y empiezo a bordear a la multitud sin poder evitar oír sus conver­saciones.
—... preciosos vestidos...
—... tiempo para ensayar...
—... juez intransigente...
De pronto veo a Cande, sonrojada y fulgurante, en medio de un montón de chicos guapos con aspecto de ser abogados. Uno de ellos le está mirando las piernas con todo descaro.
-Lali: ¡Cande! —grito. Ella se vuelve y le doy un fuerte abrazo— No tenía ni idea de que bailaras tan bien. Has estado fantástica.
-Cande: No, no es cierto —replica enseguida poniendo una de sus caras—. Me he equivocado un montón de veces.
-Lali: Calla, lo has hecho estupendamente. Ha sido maravilloso.
-Cande: Pero si me ha salido fatal lo de...
-Lali: Qué va. Di que lo has hecho todo muy bien. Dilo.
-Cande: He estado divina. —Suelta una eufórica carcajada—. No me había sentido tan bien en mi vida. Y, adivina, hemos pensado en salir de gira el año que viene.
-Lali: Pero si antes me has dicho que no querías repetirlo jamás y que si lo mencionabas, tenía que detenerte...
-Cande: Bueno, eso ha sido miedo escénico —asegura con un gesto despreocupado. Después baja la voz y me mira con avidez— Por cierto, he visto a Peter. ¿Qué ha pasado?
Me da un vuelco el corazón. ¿Le cuento lo de Belén?
No, sólo conseguiría aguarle la fiesta. Y, de todas formas, en este momento tampoco podemos hacer nada.
-Lali: Ha venido a hablar conmigo. A contarme su secreto.
-Cande: ¿En serio? —Da un respingo y se lleva una mano a la boca—. ¿Y de qué se trata?
-Lali: No puedo decírtelo.
-Cande: ¿No? —replica incrédula— Después de todo lo que ha ocu­rrido, ¿no me lo vas a contar?
-Lali: No puedo, de verdad —le repito angustiada—. Es algo com­plicado.
Estupendo, ahora me parezco a Peter.
-Cande: Muy bien —gruñe un poco malhumorada—. Supongo que podré soportar no saberlo. ¿Vuelven a estar juntos?
-Lali: No lo sé, quizá.
—¡Cande! Ha sido fantástico —la alaban un par de chicas con traje de chaqueta que se han acercado a ella.
Sonrío y me alejo mientras las saluda.
No veo a Peter por ningún lado. ¿Llamo a Belén otra vez? Saco el móvil con disimulo, pero vuelvo a guardarlo rápidamente al oír que me llaman.
—¡Lali!
Me giro y me llevo un buen susto. Pablo está frente a mí, trajeado y con una copa de vino en la mano. Su pelo brilla bajo la luz de los focos. Se ha puesto una corbata nueva, de lunares amari­llos sobre fondo azul, que no me gusta nada.
-Lali: ¿Qué haces aquí?
-Pablo: Cande me envió un folleto —contesta en actitud defensiva— Siempre me ha caído bien y he decidido venir a verla. Me alegro de haberte encontrado. Me gustaría hablar contigo.
Indica hacia la puerta, lejos de la gente, y lo sigo un poco nerviosa. No hemos hablado seriamente desde que Peter salió en televisión. Lo que podría deberse a que cada vez que lo he visto, he salido corriendo en dirección contraria.
-Lali: Tú dirás.
Se aclara la voz, como si fuera a pronunciar un discurso.
-Pablo: Tengo la sensación de que no siempre fuiste sincera conmigo cuando éramos novios.
Me temo que se ha quedado corto.
-Lali: Tenés razón —admito avergonzada—. Lamento mucho todo lo que ha sucedido.
Levanta una mano con dignidad.
-Pablo: Eso ha pasado a la historia, pero te agradecería mucho que ahora me hablaras con franqueza.
-Lali: Por supuesto —acepto asintiendo vigorosamente con la cabeza.
-Pablo: Hace poco he empezado a salir con alguien.
-Lali: Eso es genial. ¿Cómo se llama?
-Pablo: Francesca.
-Lali: ¿Y qué...?
-Pablo: Quería preguntarte algo relacionado con el sexo —me interrumpe, un tanto azorado.
-Lali: ¡Ah!... Está bien —murmuro consternada, e intento disimular tomando un trago de vino.
-Pablo: ¿Fuiste sincera conmigo en esa... cuestión?
-Lali: ¿A qué te referís? —digo para ganar tiempo.
-Pablo: ¿Fingías en la cama? —me suelta poniéndose rojo como un tomate.
¿Eso es lo que cree?
-Lali: Jamás he fingido un orgasmo contigo —contesto bajando la voz—. Te lo digo con el corazón en la mano.
-Pablo: Muy bien. —Se frota la nariz con torpeza— ¿Y alguna otra cosa?
Lo miro con incertidumbre.
-Lali: No sé muy bien lo que...
-Pablo: ¿Aparentabas disfrutar con alguna de mis... técnicas?
Por favor, no me hagas esa pregunta.
-Lali: Pues es que no me acuerdo muy bien. Mira, tengo que irme.
-Pablo: Dímelo —me apremia con un súbito arrebato— He iniciado una nueva relación y merezco poder aprender de mis errores.
Observo su brillante cara y, de repente, me siento culpable. Debería confesarle la verdad.
-Lali: Vale —acepto, y me acerco más a él— ¿Recuerdas lo que solías hacer con la lengua? —susurro—. ¿Aquello de deslizarla por...? Bueno, pues a veces me entraban ganas de reírme. Así que si quieres un consejo, a tu nueva novia no se lo...
Me callo al ver la expresión de su rostro. Joder, ya se lo ha hecho.
-Pablo: Francesca dice que la excita mucho —replica con voz afectada.
-Lali: Y será cierto. Todas las mujeres no somos iguales. Cada una tiene un cuerpo... distinto... y... hay gustos para todo.
Me mira apesadumbrado.
-Pablo: Dice que adora el jazz.
-Lali: Bueno, seguro que es verdad. Hay un montón de gente a la que le gusta.
-Pablo: Y que le encanta la forma en que repito las frases de Woody Allen. ¿Me ha mentido?
-Lali: No, estoy convencida de que... —Me callo, impotente.
-Pablo: Lali, ¿todas las mujeres tienen secretos?
¿Habré destruido su confianza en el género femenino para siempre?
Pobrecito, tal vez debería pagarle un psicólogo.
-Lali: No, claro que no. En serio, Pablo. Debo de ser la única.
Las palabras se debilitan en mis labios cuando vislumbro tras la puerta una melena negra que me es familiar.
Se me hiela el alma. No puede ser.
-Lali: Tengo que irme —me despido, y salgo a toda prisa en esa di­rección.
-Pablo: ¡Dice que usa la talla cuarenta! —me grita— ¿Qué significa eso? ¿Cuál tengo que comprarle?
-Lali: La cuarenta y dos —contesto por encima del hombro. Es ella, Belén. ¿Qué está haciendo aquí?
La puerta se abre, y me llevo tal sorpresa que estoy a punto de desmayarme. La acompaña un tipo con vaqueros, el pelo cortado al rape y tina extraña mirada. Va con una cámara al hombro y lo obser­va todo con gran interés.
No.
No es posible.
—Lali —dice una voz a mi espalda.
-Lali: ¡Peter!
Me doy la vuelta y lo encuentro frente a mí, sonriendo, con sus hermosos ojos verdes llenos de cariño.
-Peter: ¿Estás bien? —pregunta tocándome la nariz con delicadeza.
-Lali: Estupendamente —le aseguro soltando un gritito. Tengo que controlar la situación— ¿Puedes traerme un vaso de agua? Te espero aquí, estoy un poco mareada.
Me mira alarmado.
-Peter: Sabía que te pasaba algo. Deja que te lleve a casa, llamaré al coche.
-Lali: No, no es nada, prefiero quedarme. Tráeme un poco de agua, por favor.
En cuanto se aleja, voy a toda velocidad hacia el vestíbulo, tropezando.
—¡Lali! —me saluda Belén con alegría—. Estaba buscándote. Éste es Mick y quiere hacerte unas cuantas preguntas. Hemos pensado que podríamos entrar en esa habitación.
Se dirige hacia una pequeña oficina vacía.
-Lali: No. —La sigo y la cojo del brazo—. Tienes que irte ahora mismo.
-belén: No me voy a ningún sitio. —Se suelta y mira a su acompañan­te, que ya ha cerrado la puerta— Ya te dije que era algo reacia.
—Mick Collins —se presenta él, y me pone una tarjeta de visita en la mano—. Encantado de conocerte, Lali. No te preocupes. ¿Está Lanzani aquí? —pregunta sonriendo de forma tranquilizadora, como si estuviera acostumbrado a tratar con mujeres histéricas. Lo que seguramente será verdad—. Vamos a sentarnos con calma y a charlar un rato.
Habla sin parar de masticar chicle y el olor a menta me da ganas de vomitar.
-Lali: Escucha, ha sido un malentendido —digo forzándome a pa­recer educada—. Me temo que no hay ninguna historia.
-Mick: Bueno, eso ya lo veremos. Cuéntamelo todo.
-Lali: No ha pasado nada. —Me vuelvo hacia Belén—. Te dije que no quería que intervinieras. Me lo prometiste.
-Belén: No seas sosa. —Mira exasperada a Mick—. ¿Ves por qué me he visto obligada a tomar medidas? Ya te conté lo mal que se había portado con ella Peter Lanzani. Necesita aprender la lección.
-Mick: Estoy completamente de acuerdo contigo —aprueba él, y la­dea la cabeza, como evaluándome—. Creo que también podríamos publicar una entrevista complementaria, tipo: «Retozando con el jefe.» Ganarías un montón de dinero, Lali.
-Lali: ¡No! —exclamo horrorizada.
-Belén: Déjate de remilgos —me ordena Belén— En realidad lo estás deseando. Ya verás, esto puede ser el principio de una nueva carrera.
-Lali: No la quiero.
-Belén: Pues deberías. ¿Sabes cuánto gana Monica Lewinsky al año?
-Lali: Estás enferma, totalmente enferma, y eres una loca.
-Belén: Lo hago por tu bien.
-Lali: ¡No es verdad! —grito notando que me pongo colorada— Puede que vuelva con Peter.
Nos quedamos treinta segundos en silencio. La miro conteniendo la respiración. Luego, el robot asesino parece revivir y empieza a disparar sus rayos letales de nuevo.
-Belén: Con mayor razón. Así espabilará. Esto le enseñará quién manda. Adelante, Mick.
-Mick: Entrevista con Lali Espósito. Martes quince de julio, nueve cuarenta.
Estoy rígida por el terror. Mick ha sacado una grabadora y me la acerca.
-Mick: Su primer encuentro con Peter Lanzani fue en un avión. ¿Podría explicar de dónde procedía y adónde se dirigía dicho vuelo? Habla con naturalidad, como si estuvieras al teléfono con una amiga.
-Lali: Para ese trasto. ¡Vete!
-Belén: ¡Lali, no seas niña! —exclama con impaciencia—. Mick va a enterarse de cuál es su secreto, lo quieras o no, así que...
Se calla al oír el ruido de la manija de la puerta. Toda la habitación parece girar a mi alrededor. Por favor, que no sea...
Me quedo inmóvil, incapaz de respirar.
-Peter: ¿Lali? ¿Estás bien? —pregunta, que ha entrado con los vasos en la mano—. Te he traído agua con gas y sin gas porque no sabía...
Se interrumpe y mira confuso a Belén y a Mick. Desconcertado, se fija en la tarjeta que todavía sostengo. Después ve la grabadora, y se le desencaja el rostro.
-Mick: Creo que será mejor que me vaya —murmura arqueando las cejas en dirección a Belén.
Guarda el aparato en el bolsillo, coge su mochila y sale. Durante un instante, nadie pronuncia una palabra. Lo único que oigo son mis latidos.
-Peter: ¿Quién era ése? ¿Un periodista? —pregunta finalmente. El brillo ha desaparecido de sus ojos, como si alguien acabara de pisotearle el jardín.
-Lali: Esto..., Peter... No es... —trato de excusarme con torpeza.
-Peter: ¿Por qué? —Se frota la frente como si intentara entender la situación—. ¿Por qué estabas hablando con él?
-Belén: ¿Tú qué crees? —interviene muy orgullosa.
-Peter: ¿Qué?
-Belén: Crees que sos muy importante y que podés utilizar a las personas, contar sus secretos, humillarlas públicamente y salirte con la tuya. Bueno, pues no es así. —Avanza unos pasos hacia él cruzando los brazos y levantando la barbilla con satisfacción— Lali ha estado esperando una oportunidad para vengarse, y la ha encontrado. Sí, era un periodista, por si te interesa saberlo. Y te está investigando. Y cuando veas tu secretillo escocés publicado en los diarios, sabrás cómo se siente la gente cuando la traicionan. Entonces a lo mejor te arrepientes. Díselo, Lali.
Estoy paralizada.
En cuanto Belén ha pronunciado la palabra «escocés», he visto que a Peter le cambiaba la cara. Como si se le quebrase. Parece haberse quedado sin aliento por la impresión. Me mira y noto que su incredulidad va en aumento.
-Belén: Pensas que conoces a Lali, pero no es así —continúa con gran regocijo, como el gato que juega con su presa— La has subestimado. No has sabido ver de lo que es capaz.
«Cállate —grito para mis adentros—. No es verdad, Peter. Jamás haría algo así.»
Pero no puedo mover parte alguna de mi cuerpo. Ni tragar saliva. Estoy mirándolo inmovilizada, consciente de que mi rostro ex­presa culpabilidad.

Él abre la boca y después la cierra. Se dirige a la puerta y se va. Durante un momento, la habitación se queda en silencio.
-Belén: ¡Bien! —exclama dando una palmada triunfal—. Así aprenderá.
Es como si eso rompiera el hechizo. De repente puedo moverme otra vez, respirar.
-Lali: Sos... —comienzo, temblando tanto que me cuesta hablar—una bruja, loca e inconsciente.
La puerta vuelve a abrirse y entra Cande con los ojos como platos.
-Cande: ¿Qué está pasando aquí? Acabo de ver salir a Peter hecho una furia y con cara de pocos amigos.
-Lali: Ha traído un periodista —le explico señalando a Belén—. Un maldito reportero de la prensa amarilla. Peter nos ha visto aquí encerrados y ha creído... Sabe Dios lo que habrá imaginado.
-Cande: ¿En qué estabas pensando?
-Belén: ¡Ay! Sólo intentaba ayudar a Lali a vengarse de su enemigo.
-Lali: No es mi enemigo —me lamento a punto de echarme a llorar— Cande, ¿qué voy a hacer ahora?
-Cande: Corre —me anima— Todavía puedes alcanzarlo.

Salgo como un rayo y cruzo el patio con el corazón desbocado y los pulmones a punto de estallar. Cuando llego a la calle, miro angus­tiada a izquierda y derecha, y por fin lo veo.
-Lali: ¡Peter, espera!
Va andando con el móvil pegado a la oreja, y al oírme se gira, tenso.
-Peter: Así que por eso te interesaba tanto Escocia.
-Lali: ¡No! —replico horrorizada— No, créeme, no saben nada. No se lo he contado, te lo prometo. No les he dicho... Lo único que sabe Belén es que estuviste allí. Nada más.
No contesta. Me mira un instante y sigue su camino.
-Lali: Ha sido ella quien ha llamado a ese tipo, no yo —grito desesperada corriendo tras él— He intentado detenerla. Me conoces. Sabes que jamás te haría algo así. Sí, es verdad que le conté que habías estado en Escocia. Estaba dolida y enfadada, pero tú también cometiste un error, y te he perdonado.
Ni siquiera me mira. No va a darme una oportunidad. Un coche plateado se para junto a Peter, y él abre la puerta trasera.
Siento un dolor punzante.
-Lali: No fui yo. Tenés que creerme. No te lo pregunté por eso. No planeaba vender tu secreto. —Las lágrimas me caen por la cara y las limpio con la mano— Ni siquiera quería que me confiaras algo tan importante. Sólo deseaba que me contaras tus pequeños secretos. Tus cosas. Sólo ansiaba conocerte como tú a mí.

Pero él no vuelve la cabeza. La portezuela se cierra, el coche comienza a alejarse y me quedo en la acera, sola.

Continuará...

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+ 20 firmitas y se viene el penúltimo cap ;)

34 comentarios:

  1. mas noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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  2. la lleven al loquero....

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  3. que no salga ninguna nota....

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  4. mas noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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  5. que la corran a belen del departamento.....

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  6. por favor mas que esa belen es una estupida como se le ocurre

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  7. que le rompan las carteras y zapatas a belen por vengativa y loca jajajja

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  8. que peter frene el auto y la suba a laly

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  9. que puedan silenciar al periodista

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  10. y que se lo hagan pasar mal a belen

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  11. y que se arreglen en el proximo

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  12. Me encanto el cap!
    Es como para matar a Belen que hp mas loca! E insoportable!
    Besos
    @vagomi
    Esperando el cap!

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  13. Espero que el pendejo reportero con e que estaba Belen no averigüe nada de lo de la niña!

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  14. ojala lali se busque a alguien q confie en ella

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  15. AAAAAAAAA TEJURO QUE TU NOVE YA ME ESTA DANDO RABIA NO SE ARREGLA NUNCA SE ME ESTA ACABANDO LA PACIENCIA Y ESO QUE TRABAJO CON BEBES ASIQUE PACIENCIA TENGO MAS VALE QUE SE ARREGLE TODO LUEGO O ME VA A DAR ALGO

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  16. Lali fue una idiota en no haberle contado a peter lo de belen! Y tambien una idiota por confiar en belen, que és una estúpida, algo tan importante!

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  17. Mataria a Belen con mi propias manos!(instinto asesino)METIDA y CHUSMA si las hay!

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  18. NOOOO malvada porqe porqe Belen te ODIO te juro qe te ODIO!!!! me arruino toda la felicidad!!!! :'(

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  19. No sale d una, cuando ya se encuentra en otra.Parece k los lios la persiguen.

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  20. hayyy pobree me mueroo
    BELEN Y LA RE PUTA MADRE Q T RE MIL PARIOOOOO
    mass novee :(

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