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martes, 17 de abril de 2012

Capítulo 5



En cuanto me siento en el tren, decido que esta vez va a ser diferente. El otro día estuve viendo un programa de Cindy Blaine en que reunía a hijas y madres que habían pasado mucho tiempo sin verse, y me conmovió tanto que no paré de llorar. Al final, Cindy soltó una charlita sobre lo fácil que es desentenderse de la familia, que nos dio la vida, y que deberíamos valorarla más. De repente sentí que había aprendido la lección.

Así que éstos son mis propósitos para hoy:

NO
dejaré que me agobie mi familia;
tendré celos de Paula ni permitiré que Nev me tome el pelo;
miraré el reloj para saber cuánto falta para irme.
me mostraré relajada y encantadora y recordaré que somos vínculos sagrados en el ciclo eterno de la vida.
(Esto también lo he sacado de Cindy Blaine.)

Mis padres vivían en Twickenham, donde me crié, pero ahora se han ido de Londres a un pueblo de Hampshire. Llego a su casa pasadas las doce y me encuentro a mamá en la cocina con mi prima Paula. Ella y su marido, Nev, se han mudado a una localidad que está a cinco minutos en coche de aquí, y están con mis padres a todas horas.

Cuando las veo juntas, siento una desazón muy familiar. Parecen más madre e hija que tía y sobrina. Las dos lucen el mismo corte de pelo, aunque en el de Paula se notan más los reflejos; llevan tops de colores vivos que dejan ver unos amplios escotes bronceados; y se están riendo. En la encimera hay una botella de vino blanco medio vacía.
-Lali: ¡Felicidades! —exclamo, y abrazo a mamá.
Cuando veo un paquete envuelto en papel de colorines sobre la mesa, me estremezco de alegría. Le he comprado el mejor regalo del mundo. Me muero de ganas por dárselo.
—¡Hola! —me saluda Paula dándose la vuelta con un delantal puesto. Se ha pintado mucho los ojos y del cuello le cuelga una cruz de diamantes que no conocía. Siempre que nos juntamos, exhibe alguna joya nueva— Me alegro de que hayas venido, Lali. Últimamente no nos vemos mucho, ¿verdad, tía Rachel?
-Rachel: Es verdad.
-Paula: ¿Te guardo el abrigo? —se ofrece mientras meto en la nevera la botella de champán que he traído— ¿Te apetece una copa?

Así es como me trata siempre, como si fuera una visita.

Pero no me importa, no me alterará. Sagrados vínculos del ciclo eterno de la vida.
-Lali: No te molestes —le digo intentando ser amable— Ya me sirvo yo.
Abro el armario donde siempre han estado los vasos y lo encuentro lleno de latas de tomate.
-Paula: Están aquí —me indica desde el otro lado de la cocina— Lo hemos cambiado todo de sitio; ahora está mucho más ordenado.
-Lali: Ah, bien. Gracias. —Cojo la copa que me da y tomo un sorbo de vino— ¿Puedo ayudarlas?
-Paula: Creo que no —dice mirando a su alrededor— Está casi todo hecho. Así que le pregunté a Elaine dónde se había comprado los zapatos que llevaba puestos —continúa volviéndose hacia mi madre— y me contestó que en Marks and Spencer. No daba crédito a mis oídos.
-Lali: ¿Quién es Elaine? —pregunto para entrar en la conversación.
-Paula: Una amiga del club de golf —responde.                    

Mi madre no había practicado ese deporte jamás, pero desde que vive aquí, Paula y ella han empezado a jugar. Ahora de lo único que hablan es de sus partidos, de sus cenas en el club y de sus interminables fiestas con los amigos golfistas.
Una vez las acompañé para ver de qué iba todo aquello, pero tienen unas estúpidas normas que yo ignoraba sobre cómo se ha de ir vestido, y a un abuelo casi le dio un ataque al corazón al verme con vaqueros. Tuvieron que buscarme una falda y unos de esos zapatos con pinchos. Y en el campo no conseguí darle a la pelota. No es que no la golpeara bien, es que no le di ni una sola vez. Al final todos se miraron y me dijeron que sería mejor que los esperara en la sede del club.
-Paula: Perdona, Lali. ¿Me dejas pasar? —me pregunta tratando de coger una bandeja por encima de mi hombro.
-Lali: Disculpa —me excuso apartándome— ¿De verdad que no puedo hacer nada?
-Rachel: Dale de comer a Sammy —sugiere mi madre, y me alarga un bote con alimento para peces— Estoy un poco preocupada por él.
-Lali: ¿Por qué? —pregunto sintiendo un escalofrío de pánico.
-Lali: No parece el mismo —asegura escrutando a través del cristal— ¿Tú qué opinas? ¿Crees que está bien?
Sigo su mirada y pongo cara pensativa, como si estuviera estudiando los rasgos de Sammy.

Rayos! pensé que no se daría cuenta. Hice todo lo que pude por encontrar un pez que fuera igualito. Es decir, es de color naranja, tiene dos aletas, nada... ¿Qué diferencia hay?
-Lali: A lo mejor está un poco deprimido —aventuro por fin— Ya se le pasará. —«Dios mío, que no se le ocurra. llevarlo al veterinario o algo parecido», rezo para mis adentros. Ni siquiera comprobé si era del mismo sexo. ¿Tienen sexo los peces?— ¿Puedo hacer algo más? —pregunto mientras rocío profusamente el acuario con comida para ocultar a Sammy.
-Paula: Todo está casi listo —asegura con suavidad.
-Rachel: ¿Por qué no vas a saludar a tu padre? —me anima mamá colando unos guisantes— Aún faltan unos diez minutos para que comamos.
Brian, mi padre y Nev están en el salón viendo un partido de críquet. Mi padre lleva su grisácea barba más arreglada que nunca y bebe cerveza en una jarra metálica. Hace poco que han decorado la sala, pero en las paredes siguen expuestas las copas de natación que ganó Paula. Mi madre las limpia a menudo. Todas las semanas. También están mis premios de equitación; creo que a ésos sólo les pasa el plumero.
-Lali: Hola, papá —saludo, y le doy un beso.
-Brian: ¡Lali! —exclama llevándose la mano a la cabeza con fingida sorpresa— ¡Has conseguido llegar sin dar rodeos ni visitar ciudades históricas!
-Lali: Hoy no —contesto soltando una risita—. He llegado sana y salva.
Una vez, al poco de que se mudaran a esta casa, cogí un tren equivocado y aparecí en Salisbury. Siempre me toma el pelo por eso.
-Lali: Hola, Nev
Lo beso en la mejilla e intento no ahogarme con toda la loción para después del afeitado que se ha puesto lleva unos chinos, un jersey blanco de cuello alto y una pesada pulsera de oro en la muñeca, además de una alianza con diamantes. Dirige la empresa de su familia, que suministra equipamiento para oficinas en toda Gran Bretaña, y conoció a Paula en una convención de jóvenes empresarios. Al parecer entablaron conversación tras fijarse en el Rolex que lucía cada uno.
-Nev: Hola, Lali. ¿Has visto el nuevo cacharro?
-Lali: ¿Qué? —pregunto sin entender, y entonces me acuerdo del reluciente coche que había en la entrada— ¡Ah, sí! Muy bonito.
-Nev: Mercedes serie cinco —me informa, y toma un trago de cerveza—. Cuarenta y dos mil libras, precio de catálogo.
-Lali: ¡Wow!
-Nev: No pagué tanto —asegura tocándose un lado de la nariz—. Adivina.
-Lali: ¿Cuarenta?
-Nev: Inténtalo otra vez.
-Lali: Treinta y nueve.
-Nev: Treinta y siete mil doscientas cincuenta —presume con tono triunfal— Y un reproductor de CD de regalo. Deducible de impuestos —añade.
-Lali: Fantástico.
No sé qué más decir, así que me siento en el brazo del sofá y me como un cacahuete.
-Brian: ¿Aspiras a algo igual, Lali?—interviene mi padre— ¿Crees que lo conseguirás algún día?
-Lali: Pues..., no sé, papá. Ahora que me acuerdo, tengo algo para ti.
Torpemente, busco en mi bolso y saco un cheque de trescientas libras.
-Brian: Bien hecho. Lo restaré de la cuenta —dice él con ojos brillantes mientras se lo mete en el bolsillo—. A esto se le llama aprender a valerse por uno mismo.
-Nev: Una lección provechosa —corrobora asintiendo con la cabeza. Bebe un trago y le sonríe a mi padre— Dime, Lali, ¿en qué trabajas esta semana?
Cuando lo conocí, yo acababa de dejar la agencia inmobiliaria para convertirme en fotógrafa. De eso hace dos años y medio, y siempre que me ve suelta el mismo chiste. Todas y cada una de las puñeteras...
Vale, tranquila. Piensa en algo alegre. Aprecia a tu familia. Aprecia a Nev.
-Lali: Sigo en el mundo del marketing —contesto entusiasmada— Ya llevo un año.
-Nev: Ah, marketing. Muy bien, muy bien.
Nos quedamos un momento en silencio, que sólo interrumpe el comentarista de la televisión. De repente los dos gruñen porque algo pasa en el terreno de juego. Después vuelven a gruñir.
-Lali: Bueno. Creo que...
Cuando me levanto del sofá ni siquiera se giran.

Voy al vestíbulo y cojo el paquete que he traído. Salgo por la puerta lateral, llamo a la del anexo y la empujo con cuidado.
-Lali: ¿Abuelo?
Es el padre de mi madre. Empezó a vivir con nosotros después de que lo operaran de corazón, hace diez años. En la casa de Twickenham sólo tenía un dormitorio, pero aquí hay más espacio y disfruta de un pequeño adosado con dos habitaciones y una cocinita. Está sentado en su sillón de cuero favorito, en la radio suena música clásica y, frente a él, en el suelo, hay unas seis cajas llenas de cachivaches.
-Lali: Hola, abuelo.
Levanta la vista y se le ilumina la cara.
—¡Lali! Ven aquí, chiquilla
Me inclino para darle un beso y él me aprieta la mano con fuerza. Tiene la piel seca y fría, y el pelo incluso más blanco que la última vez que lo vi.
-Lali: Te he traído más chocolatinas Panther—le explico indicando el paquete.
Al igual que todos sus amigos de la bolera, es un adicto a las barritas energéticas de mi empresa; así que me aprovecho del descuento que me hacen y siempre que vengo a verlo le compro una caja.
—Gracias, tesoro. Eres una buena chica.
-Lali: ¿Dónde las dejo?
Miramos la atestada habitación con gesto de impotencia.
—¿Qué te parece detrás del televisor? —sugiere al cabo de un momento.
Me abro camino como puedo, las deposito en el suelo y vuelvo sobre mis pasos, intentando no pisar nada.
—El otro día leí un artículo en el periódico que me dejó muy preocupado —comenta mientras me siento en una de las cajas— Era sobre la seguridad en Londres. Tú no utilizas el transporte público, ¿verdad?
-Lali: Eh... casi nunca —miento cruzando los dedos con disimulo—. De vez en cuando, sólo si es absolutamente necesario.
—Pues no deberías —me aconseja alarmado—. En el metro hay jóvenes encapuchados que llevan navajas automáticas. Gamberros borrachos que rompen botellas y se sacan los ojos los unos a los otros...
-Lali: No será para tanto.
—No merece la pena correr el riesgo. Total, para ahorrarse un par de taxis...
Seguro que si le preguntara cuánto cree que cuesta un trayecto normal en Londres me contestaría que cinco chelines.
-Lali: De verdad, abuelo, tengo mucho cuidado. Y voy en taxi. —En ocasiones. Una vez al año— Bueno, ¿qué es todo esto? —pregunto para cambiar de tema, y él suelta un sonoro suspiro.
—Tu madre limpió el desván el otro día y estoy tratando de organizar lo que quiero quedarme y lo que no.
-Lali: Me parece una idea estupenda —lo animo contemplando el montón de trastos— ¿Esto es lo que vas a tirar?
—¡No! Eso es lo que me guardo —dice poniendo una mano protectora sobre sus pertenencias. 
-Lali: ¿Dónde está lo que ya no vale?
Nos quedamos en silencio y él evita mi mirada.
-Lali: ¡Abuelo! ¡Tenés que deshacerte de algo! —exclamo intentando no echarme a reír—Todos estos recortes de periódico no sirven para nada. Y esto ¿qué es? —pregunto apartando los papeles y sacando un yo-yo— Basura.
—Es de Jim —responde cogiéndolo y examinándolo enternecido— Del bueno de Jim.
-Lali: ¿Quién era? —pregunto sorprendida, pues jamás había oído hablar de él— ¿Un buen amigo?
—Nos conocimos en un parque de atracciones y pasamos la tarde juntos. Tenía nueve años —explica dándole vueltas al juguete entre las manos.
-Lali: ¿Se hicieron amigos?
—No volví a verlo jamás —asegura moviendo la cabeza con los ojos empañados— Pero no lo he olvidado.
Su problema es que nunca olvida nada.
-Lali: ¿Y qué vas a hacer con todas estas felicitaciones navideñas? —inquiero sacando un fajo de tarjetas.
—Nunca las tiro —afirma mirándome fijamente— Cuando llegues a mi edad y la gente que has conocido y amado toda tu vida empiece a morirse... querrás tener un recuerdo suyo, por pequeño que sea.
-Lali: Entiendo —digo emocionada. Cojo el siguiente sobre y me cambia la expresión— ¡Abuelo! ¡Esto es de una reparación eléctrica de mil novecientos sesenta y cinco!
—El electricista era un buen hombre... —empieza.
-Lali: ¡No! —exclamo depositándolo en el suelo— Esto va a la basura y tampoco necesitas una carta de... —continúo abriendo otra— la compañía del gas, ni veinte ejemplares viejos de la revista Punch; hace años que dejaron de publicarla —aseguro apilándolos— ¿Y qué es esto? —pregunto sacando un sobre con fotos—. ¿Te interesan de verdad o...?

Algo me atraviesa el corazón y me callo a mitad de frase.

Es una fotografía de mis padres, sentados en un parque. Mamá lleva un vestido de flores y papá, un ridículo sombrero. Yo tengo unos nueve años y estoy sobre sus rodillas, comiéndome un helado. Parecemos muy felices. Miro otra en silencio. Me he puesto el sombrero de mi padre y los tres nos reímos con ganas.

Los tres, antes de que Paula entrara en nuestras vidas.

Todavía recuerdo el día en que llegó. Una maleta roja en el recibidor, una voz nueva en la cocina y el olor de un perfume desconocido. Me acerqué y me encontré con una extraña que se estaba tomando un té. Llevaba el uniforme del colegio, pero a mí me pareció una mujer adulta: con pecho, pendientes de oro y mechas en el pelo. Durante la cena, mis padres le permitieron beber vino. Mi madre no paraba de decirme que debía ser amable con ella porque su mamá se había muerto. Todos teníamos que ser bondadosos con Paula. Por eso se quedó con mi habitación.

Hojeo el resto de la fotografías e intento tragarme el nudo que se me ha formado en la garganta. Ahora me acuerdo de ese sitio. Era el parque al que solíamos ir, el que tenía columpios y toboganes, pero para Paula era muy aburrido. Yo quería desesperadamente parecerme a ella y también dije que era muy soso. No volvimos nunca más.

—¡Toc, toc! —Levanto la vista sobresaltada y veo a Paula en la puerta, con un vaso de vino en la mano— La comida está lista.
-Lali: Gracias. Ahora vamos.
-Paula: Abuelo —dice ella apuntándolo con un dedo acusador e indicando las cajas— ¿Has hecho algo con todo eso?
-Lali: No es tan fácil —intervengo en su defensa— Son recuerdos. No se pueden tirar sin más.
-Paula: Si tú lo dices —replica poniendo los ojos en blanco— Por mí, iría todo a la basura.

No quiero apreciarla. No puedo. Me entran ganas de estamparle la tarta de melaza en la cara.

Llevamos cuarenta minutos en la mesa y sólo hemos oído su voz.
-Paula: La imagen lo es todo. Hay que saber elegir los colores, el aspecto adecuado, la mejor forma de andar... Cuando voy por la calle, el mensaje que envío es: «Soy una triunfadora.»
-Rachel: Enséñanoslo —le pide mamá llena de admiración.
-Paula: Bueno —acepta con sonrisa de falsa modestia— Se hace así. Echa hacia atrás la silla y se limpia la boca con la servilleta.
-Rache: Tendrías que fijarte en ella, Lali —me anima mi madre— y aprender unos cuantos truquillos.
Paula empieza a caminar por la habitación con la barbilla levantada, el pecho adelantado y los ojos fijos en la distancia, mientras mueve el culo de un lado a otro. Parece una mezcla entre avestruz y androide de Star Wars episodio II, el ataque de los clones.
-Paula: Por supuesto, hay que ir con tacones —puntualiza sin detenerse.
-Nev: Cuando entra en una sala de congresos, siempre se vuelven un montón de cabezas para mirarla —nos informa muy orgulloso, antes de tomar un trago de vino— Todo el mundo deja lo que tenga entre manos para verla pasar.
No me cabe duda. Me han entrado ganas de echarme a reír, pero no debo hacerlo.
-Paula: ¿Querés intentarlo, Lali? —me propone mi prima.
-Lali: Esto... creo que no. Ya me he quedado con lo esencial. De repente suelto una risita, y trato de disimularla tosiendo.
-Rachel: Sólo quiere ayudarte, Lali —me riñe mi madre— Deberías estarle agradecida. Sos muy buena con ella, Paula.
Le sonríe con cariño, ella esboza una sonrisa afectada y yo me tomo un poco de vino.
Sí, claro. Paula sólo quiere ayudarme, ya.

Por eso, cuando estaba desesperada porque no encontraba trabajo y le pedí que me dejara hacer prácticas en su empresa, me respondió que no. Le escribí una larga y afectuosa carta en la que aseguraba que sabía que la ponía en una situación incómoda, pero que le agradecería que me diera una oportunidad, aunque fuera un par de días llevando recados.

Me contestó con una nota de rechazo estándar.

Casi me muero de vergüenza. Nunca se lo he contado a nadie y mucho menos a mis padres.
-Brian: Deberías prestar atención a los consejos profesionales de Paula —me regaña papá con dureza— Quizá si le hicieras más caso, te irían mejor las cosas.
-Nev: Es sólo una forma de andar —suelta riéndose— No una cura milagrosa.
-Rachel: ¡Nev! —lo reprende mi madre.
-Nev: Era una broma —apostilla él sirviéndose más vino.
-Lali: Pues claro —confirmo forzándome a sonreír alegremente. Espera a que me asciendan.

Espera y verás.

-Paula: Lali, vuelve a la realidad. —Paula está moviendo la mano cómicamente delante de mi cara—. Despierta, atontada. Vamos a darle los regalos.
-Lali: Muy bien —respondo abandonando mis pensamientos—. Voy a por el mío.
Mientras mi madre abre un paquete en el que hay una cámara que le ha comprado mi padre y otro con un bolso de parte del abuelo, empiezo a entusiasmarme. Me hace tanta ilusión que le guste mi regalo...
-Lali: No es nada del otro mundo —le aseguro mientras le entrego un sobre de color rosa—. Ya verás.
-Rachel: ¿Qué será? —pregunta intrigada. Lo abre, saca una tarjeta floreada y se queda mirándola fijamente— ¡Oh, Lali!
-Brian: ¿Qué es? —quiere saber mi padre.
-Rachel: Un día en un balneario —explica encantada— Todo un día de caricias.
—Eso sí que es una buena idea —dice mi abuelo dándome una palmadita en la mano— Siempre has tenido mucha imaginación.
-Rachel: Gracias, cariño. ¡Qué detalle!
Mamá se inclina y me da un beso; me invade una brillante y cálida sensación. Se me ocurrió hace unos meses. Se trata de una oferta para todo el día, con todo tipo de tratamientos.
-Lali: Incluye un almuerzo con champán —apunto con entusiasmo— Y puedes quedarte con las zapatillas.
-Rachel: Fantástico. Estoy deseando ir. Qué regalo más bonito.
-Paula: Oh, vaya —dice con una risita, mientras mira el sobre alargado de color crema que tiene en la mano—. Me temo que has eclipsado el mío. Da igual, ya lo cambiaré.
La miro, recelosa. El tono de su voz me alerta de que está tramando algo.
-Rachel: ¿A qué te refieres? —pregunta mi madre.
-Paula: No importa. Ya buscaré otra cosa. —Empieza a guardar su obsequio en el bolso.
-Rachel: Paula, cariño. No seas tonta. ¿Qué es?
-Paula: Bueno. Es que parece que Lali y yo hemos tenido la misma idea —dice dándoselo por fin y soltando otra risita—. ¿A que resulta increíble?
El miedo me paraliza.
No puedo creer que haya sido capaz de hacer lo que creo que ha hecho.
Mientras mi madre abre el sobre hay un absoluto silencio.
-Rachel: ¡Virgen santa! —exclama al sacar un folleto dorado— ¿Qué es esto? —Otro papel cae en sus manos— ¿Billetes para París? ¡Paula!

Lo ha hecho. Ha arruinado mi regalo.

-Paula: Para los dos —añade mi prima con engreimiento— Para el tío Brian también.
-Brian: ¡Paula! —exclama papá encantado— Eres un cielo.
-Paula: Se supone que es un establecimiento muy bueno —continúa ella con sonrisa de autosuficiencia— Tiene cinco estrellas y al chef le dieron otras tres en la guía Michelín.
-Rachel: No me lo puedo creer —dice mi madre contemplando entusiasmada las fotos— ¡Mira qué piscina! ¡Y qué jardines!
Mi tarjeta ha quedado olvidada entre el papel de envolver.
De repente estoy a punto de echarme a llorar. Ignoro cómo, pero Paula lo sabía.
-Lali: Lo sabías —exploto, incapaz de contenerme— Te dije que iba a regalarle un tratamiento en un balneario. Hablamos del tema hace meses, en el jardín.
-Paula: ¿Sí? No me acuerdo.
-Lali: Pues claro que te acuerdas.
-Rachel: Lali —me corta mi madre—. Ha sido sin querer, ¿verdad, Paula?
-Paula: Evidentemente —contesta ella abriendo los ojos con inocencia— Si te he chafado la idea, sólo puedo disculparme.
-Rachel: No es necesario —la defiende mamá— Son cosas que pasan. Y los dos regalos son muy bonitos. Los dos —Vuelve a mirar mi carta—. Ahora quiero que sigan siendo buenas amigas. No me gusta que se peleen y menos el día de mi cumpleaños.

Me sonríe y trato devolverle la sonrisa, pero me siento como si tuviera diez años de nuevo. Paula siempre ha pasado por encima de mí, desde que llegó. Hiciera lo que hiciese, todo el mundo se ponía de su parte. Su madre estaba muerta y todos teníamos que ser amables con ella. Nunca podía vencerla, jamás.

Intentando sobreponerme, cojo la copa de vino y tomo un buen trago. De pronto advierto que estoy mirando el reloj a escondidas. Si me excuso diciendo que los trenes llegan a Londres muy tarde, podré irme a las cuatro. Sólo queda una hora y media. A lo mejor puedo ver la tele o algo parecido.
—¿En qué estás pensando? —pregunta mi abuelo mientras me aprieta la mano sonriendo. Levanto la vista con expresión culpable.
-Lali: En nada —contesto con fingida sonrisa— La verdad es que no estaba pensando en nada.

Continuará...

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Ya se viene Peter!!! :)

12 comentarios:

  1. massssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  2. noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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  3. Pobre lali! Odie a sus padres principalmente a su madre! Y Paula por lo visto siempre quiso el lugar de lali!

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  4. Me encanta esta historia!!! Pero quiero que ya aparezca Peter!!!!!

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  5. Soyyyyyyyyyyyy,como el abuelo,lo guardo todo,jajaja.¡K mal me cae Paula y Nev!,los padres unos insensibles con su propia hija,no tiene merito k te regalen un viaje teniendo dinero,en cambio Lali hizo un gran esfuerzo,para regalarles un dia d spa.

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  6. Me encanto!
    Que familia la de Lali! Insoportable la vieja esa de Paula!
    Besos

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  7. yo si soy lali los MANDO A TODOS A LA MIERD!! q hdpsss
    masss noveeeeeeee

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  8. Lali tiene que decidirse que no la aguanta mas a Belén y poner en su puestos a su padres aclarando le que la hija de ellos es ella no Belén.

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  9. Con una prima como la de lali , yo la mato ..! osea Sus papas ni la registran :(

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  10. bueno yo la mataraaaaa ..! super amigacha sos lo mas *_*

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  11. qe feo una reunion familiar asi! pobre Lali es demasiado obvio que Paula lo hace aproposito -.- seria capaz de matarla :P jajajaja buenisima la nove me encanta!

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