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martes, 24 de abril de 2012

Capítulo 8



Mientras camino con Rochi por la calle, una parte de mí está muda de espanto y la otra, a punto de echarse a reír, histérica. En la oficina todo el mundo está dejándose la piel para impresionar al fundador de la empresa mientras yo doy un paseo delante de sus narices para tomarme un capuchino.

-Rochi: Siento haberte interrumpido —se disculpa cuando entramos en Starbucks— No tenía ni idea de que Peter Lanzani estaba allí. Pero ya has visto que he sido de lo más sutil. No se ha enterado de nada.
-Lali: Seguro. No lo adivinaría en la vida.
-Rochi: ¿Te pasa algo?
-Lali: No. Estoy perfectamente —contesto con aguda hilaridad— ¿A qué viene esta reunión de emergencia?
-Rochi: Necesitaba contártelo. Dos capuchinos, por favor. No te lo vas a creer —asegura con una sonrisa de oreja a oreja.
-Lali: ¿De qué se trata?
-Rochi: Tengo una cita. ¡He conocido a un hombre!
-Lali: ¿De verdad? Pues sí que ha sido rápido.
-Rochi: Sí. Ayer mismo, tal como dijiste, me alejé un poco más durante la hora del almuerzo y encontré una cafetería muy bonita. En la cola había un tipo muy agradable y empezamos a hablar. Después compartimos mesa y seguimos charlando. Cuando me iba me preguntó si me gustaría tomar una copa con él algún día. Así que hemos quedado esta tarde.
-Lali: Eso es maravilloso. ¿Cómo es?
-Rochi: Encantador. Se llama Phillip. Tiene unos bonitos ojos brillantes y es muy dulce y educado. Y posee un gran sentido del humor.
-Lali: Suena fantástico.
-Rochi: Sí, tengo un buen presentimiento —afirma con cara radiante cuando nos sentamos— Parece diferente. Ya sé que te resultará raro, pero siento que de alguna manera fuiste tú quien me lo envió.
-Lali: ¿Yo?
-Rochi: Me diste la confianza necesaria para hablar con él.
-Lali: Pero si sólo dije...
-Rochi: Que sabías que conocería a alguien. Tuviste fe en mí —Se le empañan los ojos— Lo siento —susurra, y se los seca con la servilleta— Estoy un poco emocionada.
-Lali: Rochi.
-Rochi: Creo que mi vida va a cambiar de verdad. Que todo va a ir mejor. Y te lo debo a ti.
-Lali: En serio, Ro. No fue nada.
-Rochi: Sí que lo fue y deseo darte algo a cambio. —Revuelve en su bolso y saca una larga tira naranja de ganchillo— Anoche te hice esto. Es un pañuelo para la cabeza.
Me mira expectante. Durante un momento no puedo ni moverme.
-Lali: Rochi, no deberías... —consigo decir finalmente dándole vueltas entre las manos.
-Rochi: Me apetecía. Como forma de darte las gracias. Sobre todo después de que perdieras aquel cinturón que te regalé en Navidad—añade con expresión seria.
Siento un estremecimiento de culpabilidad.
-Lali: Sí. Fue una pena. —Trago saliva— Era muy bonito. Me dolió mucho perderlo.
-Rochi: ¡No te preocupes! Te haré otro.
-Lali: ¡No! —exclamo alarmada— Ni se te ocurra.
-Rochi: Pero si no me cuesta nada. —Se inclina y me da un abrazo— Para algo están las amigas, ¿no?

Pasa un buen rato hasta que nos acabamos los capuchinos y volvemos a la oficina. Cuando llegamos al edificio de Panther, miro el reloj y me sobresalto al comprobar que hemos estado fuera treinta y cinco minutos.
-Rochi: ¿No te parece fantástico lo de la nueva máquina de café? —comenta mientras subimos las escaleras
-Lali: Sí, es estupendo.
Mi estómago ha empezado a contraerse ante la idea de ver a Peter Lanzani otra vez. No había estado tan nerviosa desde que me examiné de primero de clarinete: el profesor me preguntó cómo me llamaba y me eché a llorar.
-Rochi: Luego nos vemos —se despide en el primer piso— Y muchas gracias.
-Lali: No hay de qué. Hasta luego.
Mientras camino por el pasillo en dirección a Marketing, noto que las piernas no se mueven con la velocidad acostumbrada. Conforme me acerco a la puerta van cada vez más lentas, más lentas, más lentas. Una de las secretarias de Contabilidad me adelanta con un firme repiqueteo de tacones y me mira extrañada.

No puedo entrar.

Bueno, a lo mejor sí. Me quedaré calladita y seguiré con mi trabajo. Quizá él ni se percate de mi presencia. Venga, cuanto más lo posponga, peor será. Inspiro profundamente, cierro los ojos, doy unos pasos hacia el departamento y los abro de golpe.

Alrededor de la mesa de Eugenia hay una gran algarabía y no se ve a Peter Lanzani.
—Es posible que quiera reestructurar toda la empresa –dice alguien.
—He oído el rumor de que tiene un proyecto secreto...
-Euge: No puede centralizar la gestión de marketing —comenta levantando la voz por encima de las demás.
-Lali: ¿Dónde está Lanzani? —pregunto con falso desinterés.
-Nick: Se ha ido —contesta, y respiro aliviada. Por fin.
-Lali: ¿Va a volver?
-Nick: No creo. ¿Has acabado esas cartas? Porque te las di hace tres días.
-Lali: Ahora mismo las hago —respondo sonriendo.
Cuando llego a mi mesa me siento más ingrávida que un globo de helio, llena de alegría, me quito los zapatos, tomo un sorbo de mi botella de Evian y me paro en seco.

En el teclado hay un papel doblado con la palabra «Lali» escrita con una letra que no reconozco. Desconcertada, miro a todos los lados. Nadie está pendiente de mí, aguardando a que lo mire. De hecho, parece que no se han dado cuenta de su existencia. Están demasiado ocupados hablando del jefe.

Lo abro despacio y lo leo.

Espero que la reunión haya sido productiva. A mí las cuentas siempre me dan dolor de cabeza.
Peter Lanzani
Podría haber sido peor. Imaginen que hubiera puesto: «Ordena tus cosas.» Aun así, paso el resto del día con los nervios de punta. Cada vez que alguien entra en la oficina, siento un espasmo. Y cuando alguien comenta en voz alta que es posible que Peter regrese a nuestro departamento, me planteo seriamente esconderme en los lavabos hasta que se vaya.

A las cinco y media en punto dejo de teclear a mitad de frase, apago el ordenador y cojo el abrigo. No voy a esperar ni un segundo a que aparezca otra vez. Bajo las escaleras corriendo y sólo empiezo a sentirme más relajada cuando atravieso las grandes puertas de cristal.

Por una vez en la vida, el metro es milagrosamente rápido y llego a casa en veinte minutos. Entro en el apartamento y oigo un extraño ruido que procede de la habitación de Cande. Una especie de golpeteo. Puede que esté cambiando los muebles de sitio.

-Lali: ¡Cande, no te vas a creer lo que me ha pasado hoy! —grito desde la cocina. Saco una botella de Evian de la nevera y me la pongo en mi enfebrecida frente. Al cabo de un rato la destapo y tomo unos tragos. Después salgo al recibidor y veo que la puerta de Cande está abierta— ¿Qué demonios estabas...?
Me callo porque no es ella quien sale, sino un hombre.
¡Un hombre! Un tipo alto con unos pantalones negros a la última moda y gafas metálicas.
-Lali: ¡Oh! Ejem, hola —balbuceo desconcertada.
-Cande: ¡Lali! ¡Qué pronto has vuelto! —exclama saliendo detrás de él. Lleva una camiseta y unos leotardos de color gris que nunca había visto. Se bebe un vaso de agua con expresión sorprendida.
-Lali: Sí, tenía mucha prisa.
-Cande: Éste es Jean Paul. Jean Paul, mi compañera de piso, Lali.
-Lali: Hola —lo saludo con una sonrisa amistosa.
-Jean: Encantado de conocerte —contesta él con acento francés.
Qué sexy es esa forma de pronunciar. Vaya que sí.
-Cande: Estábamos... estudiando un caso —me aclara Cande.
-Lali: Ah, muy bien —digo alegremente. Ya, que me lo creo. ¿Trabajando se hace tanto ruido? Cande es todo un misterio.
-Jean: Tengo que irme —se excusa.
-Cande: Te acompaño —se ofrece ella nerviosa. Salen y los oigo murmurar en el rellano.
Tomo unos cuantos sorbos más de Evian, me dirijo al salón y me dejo caer pesadamente en el sofá. Me duele el cuerpo por haber estado rígida todo el día. No puede ser bueno para la salud. ¿Cómo voy a aguantar una semana entera de Peter Lanzani?

-Lali: Bueno, ¿qué pasa? —pregunto cuando Cande entra en la habitación.
-Cande: ¿A qué te refieres? —replica de forma huidiza.
-Lali: A ti y a tu amigo. ¿Cuánto tiempo llevan...?
-Cande: No somos... —comienza poniéndose colorada— No es... Sólo estábamos revisando un caso, eso es todo.
-Lali: Sí, claro.
-Cande: ¡Es verdad!
-Lali: Esta bien, si vos lo decís.
A veces es así, tímida y vergonzosa. Sólo tengo que emborracharla un día y me lo contará.
-Cande: ¿Qué tal te ha ido en el trabajo? —pregunta ella sentándose en el suelo y cogiendo una revista.
-Lali: Ha sido una especie de mal sueño.
-Cande: ¿En serio? —exclama asombrada.
-Lali: No, retiro lo dicho. Ha sido una auténtica pesadilla.
-Cande: ¿Qué ha sucedido? ¡Cuéntame! —me pide prestándome toda su atención.
-Lali: Vale. —Inspiro y me echo el pelo hacia atrás preguntándome por dónde demonios empiezo— ¿Recuerdas que la semana pasada tuve un vuelo horrible volviendo de Escocia?
-Cande: Sí, Pablo fue a buscarte y todo fue muy romántico —contesta radiante.
-Lali: Bueno, antes de eso. Durante el viaje había un hombre a mi lado. El avión comenzó a moverse y la verdad es que pensé que íbamos a morir y que él era la última persona que vería en esta vida...
-Cande: ¡No! No me digas que te enrollaste con él—exclama llevándose una mano a la boca.
-Lali: Peor que eso, le conté todos mis secretos.
Me quedo esperando algo comprensivo como: «¡Oh, no!», pero simplemente me mira como si no entendiera nada.
-Cande: ¿Cuáles?
-Lali: Pues los míos. Ya sabes.
Parece que le hubiera dicho que tengo una pierna ortopédica o algo así.
-Cande: ¿Tienes secretos?
-Lali: Por supuesto. Como todo el mundo.
-Cande: Yo no —asegura de inmediato, un tanto ofendida.
-Lali: Claro que sí.
-Cande: Dime uno.
-Lali: Bien. —Empiezo a contar con los dedos— Nunca le dijiste a tu padre que habías perdido la llave del garaje.
-Cande: ¡Eso fue hace siglos! —exclama desdeñosa.
-Lali: Nunca le confesaste a Simon que esperabas que se declarara.
-Cande: Eso no es verdad. Bueno, puede que sí —admite sonrojándose.
-Lali: Crees que le gustas al vecino.
-Cande: Eso no es un secreto —replica poniendo los ojos en blanco.
-Lali: Muy bien. ¿Quieres que se lo diga? —propongo acercándome a la ventana abierta—. ¡Eh, Mike! Cande cree que...
-Cande: ¡Cállate! —me pide frenética.
-Lali: ¿Ves? Sí que tenés secretos, como todo el mundo. Incluido el Papa, seguro.
-Cande: De acuerdo. Pero no veo cuál es el problema. Se los contaste a un tipo, ¿y qué?
-Lali: Que ha venido al trabajo.
-Cande: ¿Sí? ¿En serio? ¿Y quién es?
Estoy a punto de revelar su nombre cuando recuerdo la promesa que le hice ayer.
-Lali: Un tipo que va a observarnos —digo de forma vaga.
-Cande: ¿Es uno de tus jefes?
-Lali: Pues... sí. Podría decirse que sí.
-Cande: ¡Caray! Pero ¿importa mucho que sepa unas cuantas cosas sobre ti? —pregunta con el entrecejo fruncido después de pensar un momento.
-Lali: No son unas cuantas cosillas. Se lo conté todo. Le dije que había falsificado una nota en mi currículum —contesto ruborizándome.
-Cande: ¿Lo hiciste?
-Lali: Le confesé que riego la planta de Eugenia con zumo de naranja, que las tangas no me parecen nada cómodas...
Me callo al ver que me mira horrorizada.
-Cande: Lali, ¿has oído alguna vez la frase «demasiada información»?
-Lali: No pretendía contarle nada —replico poniéndome a la defensiva— Me salió así. Me había tomado tres vodkas y creía que iba a morir. Tú habrías hecho lo mismo. Todo el mundo gritaba, había gente rezando, el avión no dejaba de dar sacudidas...
-Cande: Así que le largaste todos tus secretos a tu jefe.
-Lali: ¡En ese momento no era mi jefe! —grito frustrada— Sólo era un desconocido. Creía que nunca volvería a verlo.

Nos quedamos en silencio mientras ella intenta asimilarlo todo.
-Cande: ¿Sabes?, es como lo que le pasó a mi prima. Fue a una fiesta y se encontró con el médico que la había asistido en el parto dos meses antes.
-Lali: ¡Vaya!
-Cande: Le entró tanta vergüenza que tuvo que marcharse. Él lo había visto todo. Me dijo que en el hospital no le importaba, pero que cuando lo vio con un vaso de vino hablando sobre el precio de la vivienda, le pareció totalmente distinto.
-Lali: Lo mismo me ha ocurrido a mí. Él conoce todas mis cosas más íntimas y personales, pero la diferencia es que yo no puedo irme sin más. Debo permanecer allí y fingir que soy una buena empleada. Y él sabe que no lo soy.
-Cande: ¿Qué vas a hacer?
-Lali: No sé. Supongo que mi última esperanza es esquivarlo.
-Cande: ¿Cuánto tiempo va a quedarse?
-Lali: Toda la semana —contesto desesperada.
Cojo el mando a distancia y enciendo el televisor. Durante unos segundos miramos en silencio a unas modelos que bailan con pantalones vaqueros de Gap.

El anuncio se acaba, levanto la vista y veo que Cande me está observando llena de curiosidad.
-Lali: ¿Qué estás pensando?
-Cande: Lali, tú no me ocultas nada, ¿verdad? —pregunta aclarándose la voz, un tanto incómoda.
-Lali: ¿A ti?
Una serie de imágenes me pasan veloces por la cabeza. El extraño sueño erótico que tuve en que éramos lesbianas. El par de veces que compré zanahorias y le juré que eran orgánicas. Cuando se fue a Francia a los quince años y yo salí con Mike Appleton, del que ella estaba enamorada.
-Lali: Por supuesto que no —le aseguro, y tomo un trago de agua— ¿Por qué? ¿Y tú?
En sus mejillas aparecen dos círculos rojos.
-Cande: Desde luego que no —afirma con una voz nada natural. Coge la programación de la tele y empieza a hojearla evitando mi mirada— Era pura curiosidad.
-Lali: Sí, lo mismo digo.

¡Vaya! Tiene un secreto. ¿Cuál será?

¡Pues claro! Que me voy a creer que estaba repasando un caso con ese chico. ¿Piensa que soy tonta o qué?

Continuará...

18 comentarios:

  1. ahhh esta buenisimaas sube mas porfa

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  2. massssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  3. noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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  6. jajaj me encanto este cap es re graciosa va toda la nove es re graciosa quiero maaaaaaaaaaassssssss

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  11. Qué bueno leerte!Espero más!!!!!!!!!!!!!

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  12. quiero mas nove..... AMO ESTA HISTORIA...!!!!!
    Espero q subas mas....
    Besos q estes bien....!!!! ♥

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  13. Tiene k emborrachar a Cande ,para k le cuente su secreto,jajaja,no para.

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  14. Que bueno qe Peter la habia dejado ir :) qe buen jefe(? :P ajjajajaja por dios!!!! ya quiero leer los momentos Laliter de esta nove!!! me encanta!!! :D ♥

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