Capítulo TREINTA y UNO

—¿Qué diablos estás comiendo? — Gastón, lord Ramsay, estaba en el salón de la familia en Ramsay House, viendo a sus mellizos de cabello oscuro, Edward y Emmaline, jugando en el piso alfombrado. Su esposa, Anna, estaba ayudando a los bebés a construir torres de bloques, alzo la mirada con una sonrisa. 

—Anna: Están comiendo galletas. 

—Gas: ¿Estas?— Gastón miró un plato de galletas poco cafés que estaba colocado sobre una mesa — Se ven asquerosamente similares a las que Lali da a su perro. 

—Anna: Tal ves porque son las mismas. 

—Gas: Son. . . ¡Dios mío, An! ¿Qué estas pensando? – hincándose sobre sus piernas Gastón intentó alejar las galletas empapadas de Edward. Sus esfuerzos se encontraron con un vendaval indignado. 

— ¡Es mío! — exclamó Edward, aferrando la galleta con más fuerza. 

—Anna: ¿Qué más da? — protestó– A los gemelos les están saliendo los dientes, y las galletas son muy duras. No hay nada perjudicial en ellas. 

—Gas: ¿Cómo sabes eso? 

—Anna: Lali, las hizo. 

—Gas: Lali, no cocina. Que yo sepa, apenas puede untar mantequilla en su pan. 

—Lali: Yo no cocino para la gente — dijo alegremente, entrando en la sala con Albert tras ella — Pero sí para los perros. 

—Gas: Naturalmente — Gastón tomó uno de los bultos marrones del bol, examinándolo de cerca — ¿Te importaría revelar los ingredientes de estos objetos repugnantes? 

—Lali: Avena, miel, huevos. . . son muy nutritivas. Como para subrayar el punto, el hurón de Anna, Dodgers, troto hasta Gastón quitándole la galleta de la mano y deslizándose debajo de una silla cercana. Anna se rió en voz baja al ver la expresión de Gastón. 

—Anna: Están hechas de lo mismo que las galletas para la dentición, mi Lord. 

—Gas: Muy bien — dijo molesto — Pero si los gemelos empiezan a ladrar y a enterrar sus juguetes, sabré a quién culpar – se sentó al lado de su hija. Emmaline le dirigió una sonrisa húmeda y empujó una galleta empapada hasta su boca. 

— Come, papá. 

—Gas: No, gracias, cariño – sintiendo que Albert husmeaba en su hombro, Gastón se volvió a acariciarlo — ¿Se trata de un perro o una escoba de la calle? 

—Lali: Es Albert — respondió. El perro pronto se desplomó a su lado, su cola golpeando el suelo en varias ocasiones. Lali sonrió. Tres meses antes, hubiera sido una escena inimaginable. Albert habría sido tan hostil y temeroso que ella no se hubiera atrevido a exponer a los niños. Pero con paciencia, amor y disciplina, por no hablar de una gran cantidad de ayuda de Mateo. 

Albert se había convertido en un perro completamente diferente. Poco a poco se había acostumbrado a la constante actividad en el hogar, incluyendo la presencia de otros animales. Albert también había ganado algo del peso que tanto necesita, ahora estaba elegante y saludable. Lali lo preparaba cuidadosamente rapándolo y cortando su piel con regularidad, pero dejando los bigotes adorable que daban a su rostro una expresión caprichosa. Cuando Lali y Albert caminaban a la aldea, los niños se reunían alrededor de él, y este aceptaba alegremente sus caricias. Le encantaba jugar a buscar objetos. Se robaba zapatos y trataba de enterrarlos cuando nadie lo estaba mirando. Era, en definitiva, un perro totalmente normal. Aunque Lali seguía suspirando por Peter, había descubierto que el mejor remedio para la angustia era tratar de ser útil a los demás. Siempre había gente que necesitaba asistencia, incluyendo a los labradores y aldeanos que vivían en las tierras Ramsay. Y con su hermana Rocío lejos en Irlanda, y Eugenia ocupada con la casa, Lali era la única hermana que tenia tiempo y medios para obras de caridad. Llevaba comida a los enfermos y los pobres en el pueblo, leía a una mujer de edad avanzada con mala vista, y se relacionaba con las causas de la iglesia local. Lali comprobó que dicho trabajo era su propia recompensa. Tenia muchas menos probabilidades de caer en la melancolía cuando estaba ocupada. 

Ahora, viendo Albert con Gastón, Lali se preguntó cómo reaccionaría Peter al ver los cambios en su perro. 

—Gas: ¿Es un nuevo miembro de la familia? — preguntó. 

—Lali: No, sólo un invitado — respondió — Pertenece al capitán Lanzani. 

—Gas: Vimos Lanzani en algunas ocasiones durante la temporada — comentó Gastón. Una sonrisa asomó a sus labios — Le dije que si insistía en ganar en el juego cada vez que jugábamos, tendría que evitarlo en el futuro. 

—Lali: ¿Cómo era el capitán Lanzani cuando lo viste? — pregunto, tratando de sonar desinteresada — ¿Te agrado? ¿Estaba de buen humor? Anna respondió pensativa. 

—Gas: Parecía estar muy bien, y sin duda fue muy encantador. Se le vio a menudo en compañía de Belén Chavanne. 

Lali sintió una punzada de celos enfermiza. Apartó la cara. 

—Lali: Qué bueno — dijo con voz ahogada — Estoy segura de que hacen una linda pareja. 

—Anna: Hay rumor de un noviazgo— agregó. Enviando una sonrisa burlona a su marido — Tal vez el capitán Lanzani finalmente sucumba al amor de una buena mujer. 

—Gas: Sin duda ha sucumbido a bastantes mujeres de otra clase — respondió, en un tono tan santo que la hizo estallar en carcajadas. 

—Lali: ¿Las mujeres malas son más entretenidas? – preguntó. 

—Gas: No, querida. Pero uno las necesita para hacer comparaciones. 

Lali pasó el resto de la tarde, pensando en Peter y Belén juntos. Novios. Casados. Compartiendo el mismo nombre. Compartiendo la misma cama. Nunca había experimentado lo que eran los celos, y era una agonía. Era como morir lentamente por envenenamiento. 

Belén había pasado el verano siendo cortejada por un soldado apuesto y heroico, mientras que Lali lo había pasado con su perro. Y pronto llegaría a llevarse a Albert, y ella ni siquiera tendría ese consuelo. 

Continuará...

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Mañana maratón-tón-tón ;)