En cuanto me siento en el tren, decido que esta vez va a
ser diferente. El otro día estuve viendo un programa de Cindy Blaine en que
reunía a hijas y madres que habían pasado mucho tiempo sin verse, y me conmovió
tanto que no paré de llorar. Al final, Cindy soltó una charlita sobre lo fácil
que es desentenderse de la familia, que nos dio la vida, y que deberíamos
valorarla más. De repente sentí que había aprendido la lección.
Así que éstos son mis propósitos para hoy:
NO
dejaré que me agobie mi familia;
tendré celos de Paula ni permitiré que Nev me tome el
pelo;
miraré el reloj para saber cuánto falta para irme.
SÍ
me mostraré relajada y encantadora y recordaré que somos
vínculos sagrados en el ciclo eterno de la vida.
(Esto también lo he sacado de Cindy Blaine.)
Mis padres vivían en Twickenham, donde me crié, pero
ahora se han ido de Londres a un pueblo de Hampshire. Llego a su casa pasadas
las doce y me encuentro a mamá en la cocina con mi prima Paula. Ella y su
marido, Nev, se han mudado a una localidad que está a cinco minutos en coche de
aquí, y están con mis padres a todas horas.
Cuando las veo juntas, siento una desazón muy familiar.
Parecen más madre e hija que tía y sobrina. Las dos lucen el mismo corte de
pelo, aunque en el de Paula se notan más los reflejos; llevan tops de colores
vivos que dejan ver unos amplios escotes bronceados; y se están riendo. En la
encimera hay una botella de vino blanco medio vacía.
-Lali: ¡Felicidades! —exclamo, y abrazo a mamá.
Cuando veo un paquete envuelto en papel de colorines
sobre la mesa, me estremezco de alegría. Le he comprado el mejor regalo del
mundo. Me muero de ganas por dárselo.
—¡Hola! —me saluda Paula dándose la vuelta con un
delantal puesto. Se ha pintado mucho los ojos y del cuello le cuelga una cruz
de diamantes que no conocía. Siempre que nos juntamos, exhibe alguna joya nueva—
Me alegro de que hayas venido, Lali. Últimamente no nos vemos mucho, ¿verdad,
tía Rachel?
-Rachel: Es verdad.
-Paula: ¿Te guardo el abrigo? —se ofrece mientras meto en
la nevera la botella de champán que he traído— ¿Te apetece una copa?
Así es como me trata siempre, como si fuera una visita.
Pero no me importa, no me alterará. Sagrados vínculos del
ciclo eterno de la vida.
-Lali: No te molestes —le digo intentando ser amable— Ya
me sirvo yo.
Abro el armario donde siempre han estado los vasos y lo
encuentro lleno de latas de tomate.
-Paula: Están aquí —me indica desde el otro lado de la
cocina— Lo hemos cambiado todo de sitio; ahora está mucho más ordenado.
-Lali: Ah, bien. Gracias. —Cojo la copa que me da y tomo
un sorbo de vino— ¿Puedo ayudarlas?
-Paula: Creo que no —dice mirando a su alrededor— Está
casi todo hecho. Así que le pregunté a Elaine dónde se había comprado los
zapatos que llevaba puestos —continúa volviéndose hacia mi madre— y me contestó
que en Marks and Spencer. No daba crédito a mis oídos.
-Lali: ¿Quién es Elaine? —pregunto para entrar en la
conversación.
-Paula: Una amiga del club de golf —responde.
Mi madre no había practicado ese deporte jamás, pero
desde que vive aquí, Paula y ella han empezado a jugar. Ahora de lo único que
hablan es de sus partidos, de sus cenas en el club y de sus interminables
fiestas con los amigos golfistas.
Una vez las acompañé para ver de qué iba todo aquello,
pero tienen unas estúpidas normas que yo ignoraba sobre cómo se ha de ir
vestido, y a un abuelo casi le dio un ataque al corazón al verme con vaqueros.
Tuvieron que buscarme una falda y unos de esos zapatos con pinchos. Y en el campo
no conseguí darle a la pelota. No es que no la golpeara bien, es que no le di
ni una sola vez. Al final todos se miraron y me dijeron que sería mejor que los
esperara en la sede del club.
-Paula: Perdona, Lali. ¿Me dejas pasar? —me pregunta tratando
de coger una bandeja por encima de mi hombro.
-Lali: Disculpa —me excuso apartándome— ¿De verdad que no
puedo hacer nada?
-Rachel: Dale de comer a Sammy —sugiere mi madre, y me
alarga un bote con alimento para peces— Estoy un poco preocupada por él.
-Lali: ¿Por qué? —pregunto sintiendo un escalofrío de
pánico.
-Lali: No parece el mismo —asegura escrutando a través
del cristal— ¿Tú qué opinas? ¿Crees que está bien?
Sigo su mirada y pongo cara pensativa, como si estuviera
estudiando los rasgos de Sammy.
Rayos! pensé que no se daría cuenta. Hice todo lo que
pude por encontrar un pez que fuera igualito. Es decir, es de color naranja,
tiene dos aletas, nada... ¿Qué diferencia hay?
-Lali: A lo mejor está un poco deprimido —aventuro por
fin— Ya se le pasará. —«Dios mío, que no se le ocurra. llevarlo al veterinario
o algo parecido», rezo para mis adentros. Ni siquiera comprobé si era del mismo
sexo. ¿Tienen sexo los peces?— ¿Puedo hacer algo más? —pregunto mientras rocío
profusamente el acuario con comida para ocultar a Sammy.
-Paula: Todo está casi listo —asegura con suavidad.
-Rachel: ¿Por qué no vas a saludar a tu padre? —me anima
mamá colando unos guisantes— Aún faltan unos diez minutos para que comamos.
Brian, mi padre y Nev están en el salón viendo un partido
de críquet. Mi padre lleva su grisácea barba más arreglada que nunca y bebe
cerveza en una jarra metálica. Hace poco que han decorado la sala, pero en las
paredes siguen expuestas las copas de natación que ganó Paula. Mi madre las
limpia a menudo. Todas las semanas. También están mis premios de equitación;
creo que a ésos sólo les pasa el plumero.
-Lali: Hola, papá —saludo, y le doy un beso.
-Brian: ¡Lali! —exclama llevándose la mano a la cabeza
con fingida sorpresa— ¡Has conseguido llegar sin dar rodeos ni visitar ciudades
históricas!
-Lali: Hoy no —contesto soltando una risita—. He llegado
sana y salva.
Una vez, al poco de que se mudaran a esta casa, cogí un
tren equivocado y aparecí en Salisbury. Siempre me toma el pelo por eso.
-Lali: Hola, Nev
Lo beso en la mejilla e intento no ahogarme con toda la
loción para después del afeitado que se ha puesto lleva unos chinos, un jersey
blanco de cuello alto y una pesada pulsera de oro en la muñeca, además de una
alianza con diamantes. Dirige la empresa de su familia, que suministra
equipamiento para oficinas en toda Gran Bretaña, y conoció a Paula en una
convención de jóvenes empresarios. Al parecer entablaron conversación tras
fijarse en el Rolex que lucía cada uno.
-Nev: Hola, Lali. ¿Has visto el nuevo cacharro?
-Lali: ¿Qué? —pregunto sin entender, y entonces me
acuerdo del reluciente coche que había en la entrada— ¡Ah, sí! Muy bonito.
-Nev: Mercedes serie cinco —me informa, y toma un trago
de cerveza—. Cuarenta y dos mil libras, precio de catálogo.
-Lali: ¡Wow!
-Nev: No pagué tanto —asegura tocándose un lado de la
nariz—. Adivina.
-Lali: ¿Cuarenta?
-Nev: Inténtalo otra vez.
-Lali: Treinta y nueve.
-Nev: Treinta y siete mil doscientas cincuenta —presume
con tono triunfal— Y un reproductor de CD de regalo. Deducible de impuestos —añade.
-Lali: Fantástico.
No sé qué más decir, así que me siento en el brazo del
sofá y me como un cacahuete.
-Brian: ¿Aspiras a algo igual, Lali?—interviene mi padre—
¿Crees que lo conseguirás algún día?
-Lali: Pues..., no sé, papá. Ahora que me acuerdo, tengo
algo para ti.
Torpemente, busco en mi bolso y saco un cheque de
trescientas libras.
-Brian: Bien hecho. Lo restaré de la cuenta —dice él con
ojos brillantes mientras se lo mete en el bolsillo—. A esto se le llama
aprender a valerse por uno mismo.
-Nev: Una lección provechosa —corrobora asintiendo con la
cabeza. Bebe un trago y le sonríe a mi padre— Dime, Lali, ¿en qué trabajas esta
semana?
Cuando lo conocí, yo acababa de dejar la agencia
inmobiliaria para convertirme en fotógrafa. De eso hace dos años y medio, y
siempre que me ve suelta el mismo chiste. Todas y cada una de las puñeteras...
Vale, tranquila. Piensa en algo alegre. Aprecia a tu
familia. Aprecia a Nev.
-Lali: Sigo en el mundo del marketing —contesto
entusiasmada— Ya llevo un año.
-Nev: Ah, marketing. Muy bien, muy bien.
Nos quedamos un momento en silencio, que sólo interrumpe
el comentarista de la televisión. De repente los dos gruñen porque algo pasa en
el terreno de juego. Después vuelven a gruñir.
-Lali: Bueno. Creo que...
Cuando me levanto del sofá ni siquiera se giran.
Voy al vestíbulo y cojo el paquete que he traído. Salgo
por la puerta lateral, llamo a la del anexo y la empujo con cuidado.
-Lali: ¿Abuelo?
Es el padre de mi madre. Empezó a vivir con nosotros
después de que lo operaran de corazón, hace diez años. En la casa de Twickenham
sólo tenía un dormitorio, pero aquí hay más espacio y disfruta de un pequeño
adosado con dos habitaciones y una cocinita. Está sentado en su sillón de cuero
favorito, en la radio suena música clásica y, frente a él, en el suelo, hay
unas seis cajas llenas de cachivaches.
-Lali: Hola, abuelo.
Levanta la vista y se le ilumina la cara.
—¡Lali! Ven aquí, chiquilla
Me inclino para darle un beso y él me aprieta la mano con
fuerza. Tiene la piel seca y fría, y el pelo incluso más blanco que la última
vez que lo vi.
-Lali: Te he traído más chocolatinas Panther—le explico
indicando el paquete.
Al igual que todos sus amigos de la bolera, es un adicto
a las barritas energéticas de mi empresa; así que me aprovecho del descuento
que me hacen y siempre que vengo a verlo le compro una caja.
—Gracias, tesoro. Eres una buena chica.
-Lali: ¿Dónde las dejo?
Miramos la atestada habitación con gesto de impotencia.
—¿Qué te parece detrás del televisor? —sugiere al cabo de
un momento.
Me abro camino como puedo, las deposito en el suelo y
vuelvo sobre mis pasos, intentando no pisar nada.
—El otro día leí un artículo en el periódico que me dejó
muy preocupado —comenta mientras me siento en una de las cajas— Era sobre la
seguridad en Londres. Tú no utilizas el transporte público, ¿verdad?
-Lali: Eh... casi nunca —miento cruzando los dedos con
disimulo—. De vez en cuando, sólo si es absolutamente necesario.
—Pues no deberías —me aconseja alarmado—. En el metro hay
jóvenes encapuchados que llevan navajas automáticas. Gamberros borrachos que
rompen botellas y se sacan los ojos los unos a los otros...
-Lali: No será para tanto.
—No merece la pena correr el riesgo. Total, para
ahorrarse un par de taxis...
Seguro que si le preguntara cuánto cree que cuesta un
trayecto normal en Londres me contestaría que cinco chelines.
-Lali: De verdad, abuelo, tengo mucho cuidado. Y voy en
taxi. —En ocasiones. Una vez al año— Bueno, ¿qué es todo esto? —pregunto para
cambiar de tema, y él suelta un sonoro suspiro.
—Tu madre limpió el desván el otro día y estoy tratando
de organizar lo que quiero quedarme y lo que no.
-Lali: Me parece una idea estupenda —lo animo
contemplando el montón de trastos— ¿Esto es lo que vas a tirar?
—¡No! Eso es lo que me guardo —dice poniendo una mano
protectora sobre sus pertenencias.
-Lali: ¿Dónde está lo que ya no vale?
Nos quedamos en silencio y él evita mi mirada.
-Lali: ¡Abuelo! ¡Tenés que deshacerte de algo! —exclamo
intentando no echarme a reír—Todos estos recortes de periódico no sirven para
nada. Y esto ¿qué es? —pregunto apartando los papeles y sacando un yo-yo—
Basura.
—Es de Jim —responde cogiéndolo y examinándolo
enternecido— Del bueno de Jim.
-Lali: ¿Quién era? —pregunto sorprendida, pues jamás
había oído hablar de él— ¿Un buen amigo?
—Nos conocimos en un parque de atracciones y pasamos la
tarde juntos. Tenía nueve años —explica dándole vueltas al juguete entre las
manos.
-Lali: ¿Se hicieron amigos?
—No volví a verlo jamás —asegura moviendo la cabeza con
los ojos empañados— Pero no lo he olvidado.
Su problema es que nunca olvida nada.
-Lali: ¿Y qué vas a hacer con todas estas felicitaciones
navideñas? —inquiero sacando un fajo de tarjetas.
—Nunca las tiro —afirma mirándome fijamente— Cuando
llegues a mi edad y la gente que has conocido y amado toda tu vida empiece a
morirse... querrás tener un recuerdo suyo, por pequeño que sea.
-Lali: Entiendo —digo emocionada. Cojo el siguiente sobre
y me cambia la expresión— ¡Abuelo! ¡Esto es de una reparación eléctrica de mil
novecientos sesenta y cinco!
—El electricista era un buen hombre... —empieza.
-Lali: ¡No! —exclamo depositándolo en el suelo— Esto va a
la basura y tampoco necesitas una carta de... —continúo abriendo otra— la
compañía del gas, ni veinte ejemplares viejos de la revista Punch; hace años
que dejaron de publicarla —aseguro apilándolos— ¿Y qué es esto? —pregunto
sacando un sobre con fotos—. ¿Te interesan de verdad o...?
Algo me atraviesa el corazón y me callo a mitad de frase.
Es una fotografía de mis padres, sentados en un parque.
Mamá lleva un vestido de flores y papá, un ridículo sombrero. Yo tengo unos
nueve años y estoy sobre sus rodillas, comiéndome un helado. Parecemos muy
felices. Miro otra en silencio. Me he puesto el sombrero de mi padre y los tres
nos reímos con ganas.
Los tres, antes de que Paula entrara en nuestras vidas.
Todavía recuerdo el día en que llegó. Una maleta roja en
el recibidor, una voz nueva en la cocina y el olor de un perfume desconocido.
Me acerqué y me encontré con una extraña que se estaba tomando un té. Llevaba
el uniforme del colegio, pero a mí me pareció una mujer adulta: con pecho,
pendientes de oro y mechas en el pelo. Durante la cena, mis padres le
permitieron beber vino. Mi madre no paraba de decirme que debía ser amable con
ella porque su mamá se había muerto. Todos teníamos que ser bondadosos con Paula.
Por eso se quedó con mi habitación.
Hojeo el resto de la fotografías e intento tragarme el
nudo que se me ha formado en la garganta. Ahora me acuerdo de ese sitio. Era el
parque al que solíamos ir, el que tenía columpios y toboganes, pero para Paula
era muy aburrido. Yo quería desesperadamente parecerme a ella y también dije
que era muy soso. No volvimos nunca más.
—¡Toc, toc! —Levanto la vista sobresaltada y veo a Paula
en la puerta, con un vaso de vino en la mano— La comida está lista.
-Lali: Gracias. Ahora vamos.
-Paula: Abuelo —dice ella apuntándolo con un dedo
acusador e indicando las cajas— ¿Has hecho algo con todo eso?
-Lali: No es tan fácil —intervengo en su defensa— Son
recuerdos. No se pueden tirar sin más.
-Paula: Si tú lo dices —replica poniendo los ojos en
blanco— Por mí, iría todo a la basura.
No quiero apreciarla. No puedo. Me entran ganas de
estamparle la tarta de melaza en la cara.
Llevamos cuarenta minutos en la mesa y sólo hemos oído su
voz.
-Paula: La imagen lo es todo. Hay que saber elegir los
colores, el aspecto adecuado, la mejor forma de andar... Cuando voy por la
calle, el mensaje que envío es: «Soy una triunfadora.»
-Rachel: Enséñanoslo —le pide mamá llena de admiración.
-Paula: Bueno —acepta con sonrisa de falsa modestia— Se
hace así. Echa hacia atrás la silla y se limpia la boca con la servilleta.
-Rache: Tendrías que fijarte en ella, Lali —me anima mi
madre— y aprender unos cuantos truquillos.
Paula empieza a caminar por la habitación con la barbilla
levantada, el pecho adelantado y los ojos fijos en la distancia, mientras mueve
el culo de un lado a otro. Parece una mezcla entre avestruz y androide de Star
Wars episodio II, el ataque de los clones.
-Paula: Por supuesto, hay que ir con tacones —puntualiza
sin detenerse.
-Nev: Cuando entra en una sala de congresos, siempre se
vuelven un montón de cabezas para mirarla —nos informa muy orgulloso, antes de
tomar un trago de vino— Todo el mundo deja lo que tenga entre manos para verla
pasar.
No me cabe duda. Me han entrado ganas de echarme a reír,
pero no debo hacerlo.
-Paula: ¿Querés intentarlo, Lali? —me propone mi prima.
-Lali: Esto... creo que no. Ya me he quedado con lo
esencial. De repente suelto una risita, y trato de disimularla tosiendo.
-Rachel: Sólo quiere ayudarte, Lali —me riñe mi madre— Deberías
estarle agradecida. Sos muy buena con ella, Paula.
Le sonríe con cariño, ella esboza una sonrisa afectada y
yo me tomo un poco de vino.
Sí, claro. Paula sólo quiere ayudarme, ya.
Por eso, cuando estaba desesperada porque no encontraba
trabajo y le pedí que me dejara hacer prácticas en su empresa, me respondió que
no. Le escribí una larga y afectuosa carta en la que aseguraba que sabía que la
ponía en una situación incómoda, pero que le agradecería que me diera una
oportunidad, aunque fuera un par de días llevando recados.
Me contestó con una nota de rechazo estándar.
Casi me muero de vergüenza. Nunca se lo he contado a
nadie y mucho menos a mis padres.
-Brian: Deberías prestar atención a los consejos
profesionales de Paula —me regaña papá con dureza— Quizá si le hicieras más
caso, te irían mejor las cosas.
-Nev: Es sólo una forma de andar —suelta riéndose— No una
cura milagrosa.
-Rachel: ¡Nev! —lo reprende mi madre.
-Nev: Era una broma —apostilla él sirviéndose más vino.
-Lali: Pues claro —confirmo forzándome a sonreír
alegremente. Espera a que me asciendan.
Espera y verás.
-Paula: Lali, vuelve a la realidad. —Paula está moviendo
la mano cómicamente delante de mi cara—. Despierta, atontada. Vamos a darle los
regalos.
-Lali: Muy bien —respondo abandonando mis pensamientos—.
Voy a por el mío.
Mientras mi madre abre un paquete en el que hay una
cámara que le ha comprado mi padre y otro con un bolso de parte del abuelo,
empiezo a entusiasmarme. Me hace tanta ilusión que le guste mi regalo...
-Lali: No es nada del otro mundo —le aseguro mientras le
entrego un sobre de color rosa—. Ya verás.
-Rachel: ¿Qué será? —pregunta intrigada. Lo abre, saca
una tarjeta floreada y se queda mirándola fijamente— ¡Oh, Lali!
-Brian: ¿Qué es? —quiere saber mi padre.
-Rachel: Un día en un balneario —explica encantada— Todo
un día de caricias.
—Eso sí que es una buena idea —dice mi abuelo dándome una
palmadita en la mano— Siempre has tenido mucha imaginación.
-Rachel: Gracias, cariño. ¡Qué detalle!
Mamá se inclina y me da un beso; me invade una brillante
y cálida sensación. Se me ocurrió hace unos meses. Se trata de una oferta para
todo el día, con todo tipo de tratamientos.
-Lali: Incluye un almuerzo con champán —apunto con
entusiasmo— Y puedes quedarte con las zapatillas.
-Rachel: Fantástico. Estoy deseando ir. Qué regalo más
bonito.
-Paula: Oh, vaya —dice con una risita, mientras mira el
sobre alargado de color crema que tiene en la mano—. Me temo que has eclipsado
el mío. Da igual, ya lo cambiaré.
La miro, recelosa. El tono de su voz me alerta de que
está tramando algo.
-Rachel: ¿A qué te refieres? —pregunta mi madre.
-Paula: No importa. Ya buscaré otra cosa. —Empieza a
guardar su obsequio en el bolso.
-Rachel: Paula, cariño. No seas tonta. ¿Qué es?
-Paula: Bueno. Es que parece que Lali y yo hemos tenido
la misma idea —dice dándoselo por fin y soltando otra risita—. ¿A que resulta
increíble?
El miedo me paraliza.
No puedo creer que haya sido capaz de hacer lo que creo
que ha hecho.
Mientras mi madre abre el sobre hay un absoluto silencio.
-Rachel: ¡Virgen santa! —exclama al sacar un folleto
dorado— ¿Qué es esto? —Otro papel cae en sus manos— ¿Billetes para París? ¡Paula!
Lo ha hecho. Ha arruinado mi regalo.
-Paula: Para los dos —añade mi prima con engreimiento—
Para el tío Brian también.
-Brian: ¡Paula! —exclama papá encantado— Eres un cielo.
-Paula: Se supone que es un establecimiento muy bueno —continúa
ella con sonrisa de autosuficiencia— Tiene cinco estrellas y al chef le dieron
otras tres en la guía Michelín.
-Rachel: No me lo puedo creer —dice mi madre contemplando
entusiasmada las fotos— ¡Mira qué piscina! ¡Y qué jardines!
Mi tarjeta ha quedado olvidada entre el papel de
envolver.
De repente estoy a punto de echarme a llorar. Ignoro
cómo, pero Paula lo sabía.
-Lali: Lo sabías —exploto, incapaz de contenerme— Te dije
que iba a regalarle un tratamiento en un balneario. Hablamos del tema hace
meses, en el jardín.
-Paula: ¿Sí? No me acuerdo.
-Lali: Pues claro que te acuerdas.
-Rachel: Lali —me corta mi madre—. Ha sido sin querer,
¿verdad, Paula?
-Paula: Evidentemente —contesta ella abriendo los ojos
con inocencia— Si te he chafado la idea, sólo puedo disculparme.
-Rachel: No es necesario —la defiende mamá— Son cosas que
pasan. Y los dos regalos son muy bonitos. Los dos —Vuelve a mirar mi carta—.
Ahora quiero que sigan siendo buenas amigas. No me gusta que se peleen y menos
el día de mi cumpleaños.
Me sonríe y trato devolverle la sonrisa, pero me siento
como si tuviera diez años de nuevo. Paula siempre ha pasado por encima de mí,
desde que llegó. Hiciera lo que hiciese, todo el mundo se ponía de su parte. Su
madre estaba muerta y todos teníamos que ser amables con ella. Nunca podía
vencerla, jamás.
Intentando sobreponerme, cojo la copa de vino y tomo un
buen trago. De pronto advierto que estoy mirando el reloj a escondidas. Si me
excuso diciendo que los trenes llegan a Londres muy tarde, podré irme a las
cuatro. Sólo queda una hora y media. A lo mejor puedo ver la tele o algo
parecido.
—¿En qué estás pensando? —pregunta mi abuelo mientras me
aprieta la mano sonriendo. Levanto la vista con expresión culpable.
-Lali: En nada —contesto con fingida sonrisa— La verdad
es que no estaba pensando en nada.
Continuará...
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Ya se viene Peter!!! :)
Mas noveee
ResponderEliminarmassssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarnoveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminarPobre lali! Odie a sus padres principalmente a su madre! Y Paula por lo visto siempre quiso el lugar de lali!
ResponderEliminarMe encanta esta historia!!! Pero quiero que ya aparezca Peter!!!!!
ResponderEliminarSoyyyyyyyyyyyy,como el abuelo,lo guardo todo,jajaja.¡K mal me cae Paula y Nev!,los padres unos insensibles con su propia hija,no tiene merito k te regalen un viaje teniendo dinero,en cambio Lali hizo un gran esfuerzo,para regalarles un dia d spa.
ResponderEliminarMe encanto!
ResponderEliminarQue familia la de Lali! Insoportable la vieja esa de Paula!
Besos
yo si soy lali los MANDO A TODOS A LA MIERD!! q hdpsss
ResponderEliminarmasss noveeeeeeee
Lali tiene que decidirse que no la aguanta mas a Belén y poner en su puestos a su padres aclarando le que la hija de ellos es ella no Belén.
ResponderEliminarCon una prima como la de lali , yo la mato ..! osea Sus papas ni la registran :(
ResponderEliminarbueno yo la mataraaaaa ..! super amigacha sos lo mas *_*
ResponderEliminarqe feo una reunion familiar asi! pobre Lali es demasiado obvio que Paula lo hace aproposito -.- seria capaz de matarla :P jajajaja buenisima la nove me encanta!
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