Capítulo 17

Peter subió al cuarto de Luz, contrariado. Se había dicho que no era asunto suyo si Lali volvía a salir con alguien, si acaso lo hacía. Entonces, ¿por qué le molestaba tanto la situación? 

Luz ya estaba en su dormitorio, con su camisón rosa puesto y tumbada en la cama, a la espera de que la arropase. La lamparita estaba encendida y su cálida luz se filtraba a través de la pantalla rosa. Luz miraba fijamente las alas de su disfraz, que estaban colgadas del respaldo de una silla. Su cara, de piel sedosa y blanca, estaba enrojecida. A Peter se le encogió el corazón al darse cuenta de que la niña tenía los ojos llenos de lágrimas. 

Se sentó en la cama y la estrechó entre sus brazos. 

—Peter: ¿Qué pasa? —susurró—. ¿Por qué lloras? 

Luz le respondió con voz entrecortada: 

—Luz: Me gustaría que mamá pudiera verme con mi disfraz. 

Peter besó esa melena rubia y la delicada curva de una oreja. Se limitó a abrazarla con fuerza un buen rato. 

—Peter: Yo también la echo de menos —dijo al final—. Creo que te está observando, aunque tú no puedas verla ni oírla. 

—Luz: ¿Como un ángel? 

—Peter: Sí. 

—Luz: ¿Crees en los ángeles? 

—Peter: Sí —contestó sin vacilar, a pesar de que siempre había dicho y pensado todo lo contrario. Porque no tenía motivos para cerrarse a la posibilidad, sobre todo si la idea consolaba a Luz. 

La niña se apartó un poco para mirarlo a la cara. 

—Luz: No sabía que creías en los ángeles. 

—Peter: Pues lo hago —le aseguró—. La fe es una elección personal. Puedo creer en los ángeles si quiero. 

—Luz: Yo también creo en los ángeles. 

Peter le acarició el pelo. 

—Peter: Nadie podrá reemplazar jamás a tu madre. Pero yo te quiero tanto como ella y siempre te cuidaré. Y Agus también. 

—Luz: Y el tío Gas. 

—Peter: Y el tío Gas. Pero estaba pensando una cosa... ¿Y si me caso con alguien para que me ayude a cuidarte, alguien que te quiera como una madre? ¿Te gustaría? 

—Luz: Mmmm. 

—Peter: ¿Qué te parece Melody? Te cae bien, ¿verdad? 

Luz meditó la respuesta. 

—Luz: ¿Te has enamorado de ella? 

—Peter: Le tengo cariño. Mucho. 

—Luz: Se supone que no debes casarte con alguien si no estás enamorado. 

—Peter: Bueno, el amor es otra elección personal. 

Luz meneó la cabeza. 

—Luz: Pues yo creo que es algo que te pasa. 

Peter sonrió al ver esa carita ansiosa. 

—Peter: A lo mejor es las dos cosas —replicó antes de arroparla. 

El fin de semana siguiente Peter fue a Seattle para ver a Melody. La fiesta de compromiso de su prima se celebraría el viernes por la noche en el Club Náutico de Seattle, en Portage Bay. Era otro paso en su progresiva relación: asistir a un evento familiar y conocer a los padres de Melody. Esperaba llevarse bien con ellos. Por la descripción de Melody, parecían personas decentes y muy normales. 

—Melody: Los vas a querer, ya lo verás —le dijo ella—. Y ellos te van a querer muchísimo. 

El uso del verbo «querer» hizo que Peter se tensara. De momento, ni Melody ni él habían llegado a decirse «Te quiero», pero estaba seguro de que ella se moría por hacerlo. Y eso hacía que se sintiera muy culpable, porque no estaba esperando ansioso el momento. Por supuesto, respondería en consonancia. Y lo diría en serio, pero seguramente no con el sentido con el que ella soñaba. 

Unos pocos meses antes habría dicho que era incapaz de sentir amor. Sin embargo, Luz le había demostrado todo lo contrario. Porque el sentimiento de querer proteger a Luz, de querer dárselo todo, y ese atávico impulso de hacerla feliz... Era amor, no le cabía la menor duda. Nada de lo que hubiera sentido hasta ese momento podía comparársele. 

El viernes por la tarde, embarcó en un vuelo hacia Seattle, preocupadísimo porque Luz había vuelto del colegio con un poco de fiebre. Treinta y siete con siete, para ser exactos. 

—Peter: Debería cancelarlo —le dijo a Agus. 

—Agus: Estás bromenado, ¿verdad? Melody te mataría. Lo tengo todo bajo control. Luz estará bien. 

—Peter: No dejes que se acueste tarde —le ordenó con severidad—. No dejes que coma porquerías. Y como se salte la siguiente dosis de ibuprofeno, te voy a... 

—Agus: Que sí, que ya lo sé. No va a pasar nada. 

—Peter: Si Luz sigue mal mañana, el pediatra pasa consulta los sábados hasta el mediodía... 

—Agus: Lo sé. Sé todo lo que tú sabes. Si no te vas ahora mismo, perderás el vuelo. 

Se marchó a regañadientes después de darle una dosis de ibuprofeno a Luz. La dejó tumbada en el sofá, viendo una película. Parecía muy pequeña y frágil, con la cara muy blanca. Le preocupaba dejarla, aunque Agus le había asegurado que no pasaría nada. 

—Peter: No voy a separarme del móvil —le dijo a Luz—. Si quieres hablar conmigo o me necesitas, llámame cuando quieras. ¿Bien, cariño? 

—Luz: Si. —Y Luz le regaló esa sonrisa mellada que siempre le derretía el corazón. 

Se inclinó sobre ella, le dio un beso en la frente y luego se frotaron la nariz. 

Le sentaba mal salir de la casa y dirigirse al aeropuerto. Su instinto le gritaba que se quedase. Pero sabía lo importante que era ese fin de semana para Melody y no quería hacerle daño ni avergonzarla al no acudir a un evento familiar. 

Una vez en Seattle, Melody fue a recogerlo al aeropuerto en su BMW Z4. Llevaba un vestido negro muy elegante, tacones negros y el pelo rubio suelto. Una mujer guapa y elegante. Cualquier hombre tendría suerte de estar con ella, pensó. Le gustaba Melody. La admiraba. Disfrutaba de su compañía. Pero la falta de discordia y de intensidad entre ellos, que hasta ese momento le parecía estupenda, había comenzado a preocuparlo. 

—Melody: Vamos a cenar con Bill y Allison antes de la fiesta —dijo ella. 

Allison era la mejor amiga de Melody desde la universidad y en ese momento era la madre de tres niños. 

—Peter: Estupendo. —esperaba poder olvidarse de Luz lo suficiente como para disfrutar de la cena. Se sacó el móvil del bolsillo para comprobar si tenía mensajes de Agus. 

Nada. 

Al percatarse de que tenía el ceño fruncido, Melody le preguntó: 

—Melody: ¿Cómo está Luz? ¿Sigue pachucha? 

Peter asintió con la cabeza. 

—Peter: Hasta ahora nunca se había puesto enferma. Al menos, no desde que está conmigo. Tenía fiebre cuando salí de casa. 

—Melody: Se le pasará —fue la respuesta tranquilizadora de Melody. Tenía una sonrisa en los labios ligeramente maquillados—. Me resulta enternecedor que estés tan preocupado por ella. 

Se dirigieron a un restaurante minimalista del centro de Seattle, cuya estancia principal estaba dominada por una pirámide de botellas de vino de seis metros de alto. Pidieron un excelente pinot noir y Peter apuró su copa a toda prisa con la esperanza de que lo ayudara a relajarse. 

Continuará...

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