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miércoles, 20 de febrero de 2013

Capítulo 4



Su voz era atractiva, ronca y suave. Sin embargo, sus ojos miraron a Lali con un brillo un tanto amenazador. La intransigente presencia de ese hombre con su más de metro ochenta de altura la hizo retroceder. Peter Lanzani era un hombre muy guapo, tenía facciones finas y marcadas que les daban un aire de un hombre que es seguro de sí mismo. Y los ojos... eran una rara mezcla de café y verde. Parecía irradiar peligro de alguna manera que permanecía oculta. Podría decirse que era el error que ninguna mujer se arrepentiría de cometer. 

Lali logró esbozar una sonrisa neutral. 
—Lali: Hola. Soy Lali Espósito. La dueña de la juguetería. 
Lanzani ni se molestó en decirle su nombre. Al percatarse de la fascinación que su sobrina demostraba por la casita del hada, preguntó: 
—Peter: ¿Está a la venta? 
—Lali: Me temo que no. Forma parte de la decoración de la tienda. —Bajó la vista hacia Luz y añadió—: Pero son muy fáciles de hacer. Si dibujas una y me traes el diseño, te ayudaré a hacerla. —Se agachó para sentarse en los talones y así poder mirar directamente a la carita de la niña—. Nunca se sabe si aparecerá un hada para vivir en ella. Lo único que se puede hacer es esperar con los dedos cruzados. 
—Peter: No creo... —dijo, pero dejó la frase en el aire en cuanto vio que Luz sonreía y levantaba un brazo para tocar uno de los pendientes de cristal que colgaban de las orejas de Lali, haciéndolo oscilar. 

Había algo en la niña, con su coleta torcida y su expresión ansiosa, que traspasó las defensas de Lali. Sintió una punzada muy dulce y casi dolorosa en el pecho mientras se miraban la una a la otra. 

«Te entiendo —quería decirle—. Yo también he perdido a alguien. Y no hay reglas para lidiar con la muerte de un ser querido. Tienes que asumir que ese vacío siempre te acompañará, como si fuera una etiqueta cosida al forro de tu chaqueta. Pero la oportunidad de volver a ser feliz, incluso de volver a sentir alegría, siempre estará ahí.» Ella se negaba a dudarlo. 

—Lali: ¿Te gustaría ver un libro sobre las hadas? —le preguntó a la niña, y vio al instante el interés que reflejaba su cara. 

Nada más incorporarse, notó el roce de la mano de Luz en la suya. Se la cogió con mucho cuidado y sintió el frío de sus deditos en la palma. 

Tras arriesgarse a mirar de reojo a Peter Lanzani, vio que tenía una expresión indescifrable y que su antipática mirada se había clavado en sus manos unidas. Se daba cuenta de que el gesto lo había sorprendido. Así como la disposición de su sobrina a darle la mano a una desconocida. Al ver que no parecía dispuesto a objetar, se llevó a la niña a la parte trasera de la tienda. 

—Lali: La sección de... de libros está aquí—dijo cuando llegaron al lugar donde se emplazaba una mesa de tamaño infantil y un par de sillas pequeñas. Mientras Luz se sentaba, ella cogió un libro voluminoso y colorido de la estantería—. ¡Aquí está! —exclamó con alegría—. Todo lo que te apetezca saber sobre las hadas. 

Era un libro lleno de preciosas ilustraciones, algunas de ellas desplegables. Lali se sentó en la diminuta silla situada junto a la de Luz y abrió el libro. 

Lanzani se acercó a ellas mientras fingía ojear los mensajes de texto de su móvil, aunque su interés era evidente por mucho que disimulara. Estaba claro que la dejaría relacionarse con su sobrina, pero bajo su supervisión. 

Lali y Luz comenzaron con la sección titulada TAREAS DE LAS HADAS DURANTE EL DÍA, donde aparecían cosiendo arcoíris como si fueran largas cintas, atendiendo sus jardines y tomando el té con mariposas y mariquitas. 

De reojo, vio que Peter Lanzani sacaba de la estantería una de las copias del libro, todavía con la funda de plástico, y la metía en una cesta. No pudo evitar fijarse en el musculoso contorno de su cuerpo, en el movimiento de esos músculos ocultos por los vaqueros desgastados y la camiseta gris descolorida. 

Se dedicara a lo que se dedicase, su apariencia era la de un tío trabajador, con zapatos muy usados, unos Levi's y un reloj decente, pero en absoluto llamativo. Ésa era una de las cosas que le agradaban de los isleños, a los que les gustaba denominarse «sanjuaneros». Era imposible saber quién era un millonario y quién era un simple paisajista. 

Una anciana se acercó al mostrador, de modo que Lali le dejó el libro a Luz. 
—Lali: Tengo que ir a atender a una clienta —dijo—. Puedes mirarlo todo el tiempo que quieras. 
La niña asintió con la cabeza mientras pasaba un dedo por el borde de un arcoíris desplegable. 

Lali se colocó tras el mostrador para atender a la anciana, una señora peinada con un moño muy sofisticado y que llevaba unas gafas graduadas con cristales gruesos. 
—Me gustaría que me lo envolviera con papel de regalo —dijo la anciana al tiempo que empujaba sobre el mostrador una caja que contenía un trenecito de madera. 
—Lali: Es un buen conjunto de vagones y vías para empezar —le informó ella—. Se pueden montar de cuatro formas distintas. Y luego se le puede añadir el puente giratorio. Tiene unas portezuelas que se abren y se cierran automáticamente. 
—¿De verdad? A lo mejor debería llevármelo también. 
—Lali: Voy a enseñarle uno. Lo tenemos expuesto cerca de la entrada. 
Mientras Lali acompañaba a la anciana hasta la mesa donde se exhibía el tren, vio que Luz y su tío habían abandonado la zona de lectura y estaban ojeando las alas de hadas expuestas en la pared. Lanzani levantó a la niña en brazos para que viera mejor las de la parte superior. Al ver cómo se le amoldaba la camiseta a la espalda, Lali sintió algo extraño en la boca del estómago. 

Se obligó a dejar de mirarlo mientras envolvía la caja del tren con el papel de regalo. Entretanto, la clienta se fijó en la frase escrita en la pared, detrás del mostrador. 

NO HAY SENSACIÓN COMPARABLE A ESTE VUELO EMBELESADO, A ESTE ESTADO DE PLACIDEZ. 

—Qué cita más bonita—dijo la anciana—. ¿Es de algún poema? 
—De una canción de Pink Floyd —contestó Lanzani, que en ese momento se acercó para dejar una cesta cargada hasta arriba en el mostrador—. De «Aprendiendo a volar». 
Lali enfrentó su mirada y notó que se ponía colorada de la cabeza a los pies. 
—Lali: ¿Le gusta Pink Floyd? —le preguntó. 
Lo vio esbozar una sonrisa fugaz. 
—Peter: Me gustaba cuando estaba en el instituto. Pasé una fase en la que sólo vestía de negro y no paraba de quejarme sobre mi aislamiento emocional. 
—La recuerdo —afirmó la anciana—. Tus padres estuvieron a punto de llamar al gobernador para alistarte en la Guardia Nacional. 
—Peter: Menos mal que su amor por la nación los frenó —replicó él. 
Su sonrisa se ensanchó, dejando a Lali hipnotizada, aunque no la estaba mirando siquiera. 
Le costó cierto trabajo meter el regalo ya envuelto en una bolsa con asas de cuerda. 
—Lali: Aquí tiene —dijo con voz alegre mientras le ofrecía la bolsa a la anciana. 
Lanzani alargó un brazo para cogerla. 
—Peter: Parece un poco pesada, señora Borowitz. ¿Me permite que se la lleve hasta el coche? 
La diminuta mujer sonrió de oreja a oreja. 
—Gracias, pero puedo hacerlo yo sola. ¿Cómo están esos dos hermanos tuyos? 
—Peter: Sam está muy bien. Casi siempre está ocupado en el viñedo. Y Alex... no lo veo mucho últimamente. 
—Está dejando su huella en Roche Harbor, sí, señor. 
—Peter: Sí —replicó él, si bien torció el gesto con algo parecido a la ironía—. No descansará hasta haber cubierto la isla con aparcamientos y edificios de apartamentos. 
La anciana miró a Luz. 
—Hola, preciosa, ¿cómo estás? 
La niña asintió con la cabeza con gesto avergonzado, pero no dijo nada. 
—Acabas de empezar primero de Primaria, ¿verdad? ¿Te gusta tu maestra? 
Otro tímido asentimiento. 
La señora Borowitz chasqueó la lengua con cariño. 
—¿Todavía no hablas? Pues tendrás que empezar a hacerlo pronto. ¿Cómo van a saber los demás lo que piensas si tú no lo dices? 
Luz clavó la mirada en el suelo. 

Aunque la anciana no había hecho el comentario con mala intención, Lali vio que Peter Lanzani tensaba la mandíbula. 
—Peter: Ya lo superará —dijo a la ligera—. Señora Borowitz, la bolsa es más grande que usted. Tendrá que dejarme que se la lleve o me quitarán mi medalla de honor. 
La anciana rio entre dientes. 
—Peter Lanzani, sé de buena tinta que no has ganado una medalla de honor en la vida. 
—Peter: Eso es porque nunca me deja ayudarla... 
La pareja siguió discutiendo a modo de broma mientras Lanzani le quitaba la bolsa a la mujer y la acompañaba hasta la puerta. Una vez allí, echó un vistazo por encima del hombro. 
—Peter: Luz, espérame aquí dentro. Vuelvo enseguida. 
—Lali: Aquí estará bien —le aseguró—. Yo estaré pendiente de ella. 
La mirada de Lanzani se posó brevemente en ella. 
—Peter: Gracias —replicó antes de salir de la tienda. 

Continuará...
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+15 FIRMAS... :D

19 comentarios:

  1. Maaaaaaaaaaaaaas noveeelaaaaaaª! wkshwjfgjgfh me encaantoo. Otrooo!

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  2. MAAAAAAAAS NOVEEEEEEEELAAAAAAAAAA

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  3. MAAAAAAAAS NOVEEEEEEEELAAAAAAAAAA

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  4. MAAAAAAAAS NOVEEEEEEEELAAAAAAAAAA

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  8. Quiero mas, mas tierna lalu

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  9. Quiero mas genia!!!!!!! pasate por mi blog! besos http://takemeawaylaliter.blogspot.com/

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  10. Maaaaasss re linda la nove

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  11. AMO que Peter se suelte y este relajado es mas gracioso y mori con la ultima parte de la medalla de honor jajajajajaja me encanto el cap y la noveee Daniii estan muy buenaaasss las dos cosas y muero por descargar esta nove y recien empieza!!!!! @LuciaVega14

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  12. ame la ultima parte :3

    novela solotu: http://morithalaliter.blogspot.mx/

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  13. Peleas en broma con la señora mayor,es un amor Peter y Lalu embobada.

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