Capítulo 7

El sol del atardecer dominical era intenso y su luz dorada hacía brillar las charcas y los estrechos canales de False Bay. 

Peter giró al llegar al camino de gravilla privado por el que se accedía a Viñedos Sotavento. Si se contemplaba el exterior de la casa, aún parecía destartalada y en muy malas condiciones, pero el interior se había sometido a una reforma estructural completa. Lo primero que hizo Peter fue arreglar el dormitorio de Luz. Pintó las paredes de color azul celeste con una cenefa en blanco roto. Trasladó los muebles del que había sido hasta entonces el dormitorio de la niña, e incluso volvió a colocar las mariposas en el dosel de la cama. 

El proyecto más complicado hasta la fecha había sido el del cuarto de baño, empeñado como estaba en que Luz tuviera uno decente. Agus y él habían dejado los tabiques desnudos, tan sólo con el armazón de madera, para instalar tuberías nuevas. Después habían nivelado el suelo y habían colocado sanitarios nuevos. El lavabo contaba con una encimera de mármol. Una vez que los tabiques estuvieron recubiertos de nuevo por las placas de yeso, dejaron que Luz escogiera el color de las paredes. Evidentemente, se decantó por el rosa. 

—Peter: Es apropiado para el diseño de la casa —dijo, recordándole así a Agus que las muestras de color procedían de una paleta empleada en la época victoriana. 

—Agus: Es... de niñas —protestó—. Cada vez que entro en ese cuarto de baño de color rosa, salgo con ganas de hacer algo muy masculino. 

—Peter: Sea lo que sea, hazlo fuera para que Luz y yo no te veamos. 

El siguiente proyecto fue la cocina, donde Peter instaló una placa nueva con seis fuegos y un nuevo frigorífico. Se vio obligado a rascar al menos seis capas de pintura antigua de los marcos de las ventanas y de las puertas, para lo cual utilizó un aparato de infrarrojos y una lijadora que le prestó Gas, que se mostró muy generoso a la hora de ofrecerles herramientas, suministros y consejos. De hecho, empezó a pasarse por la casa al menos una vez por semana, posiblemente porque era un experto en reformas y en construcción, y porque saltaba a la vista que necesitaban su ayuda. En sus manos, cualquier trozo de madera inservible se convertía en algo útil e ingenioso. 

Durante su segunda visita, incluyó una serie de compartimentos en el armario de Luz para que la niña colocara sus zapatos. Le encantó descubrir que algunos estaban ocultos, como si fueran un escondite secreto. En otra ocasión, después de que Agus y Peter se percataran de que algunas de las vigas del porche estaban cediendo e incluso descomponiéndose por la carcoma, Gas llegó acompañado por una cuadrilla de trabajadores. Se pasaron todo el día colocando postes nuevos, sustituyendo las vigas antiguas e instalando canalones. Peter y Agus no habrían podido hacerlo solos, de modo que le agradecieron la ayuda. Claro que conociendo a Gastón... 

—Agus: ¿Qué crees que quiere? —le preguntó a Peter. 

—Peter: ¿Evitar que su sobrina acabe aplastada por un derrumbe? 

—Agus: No, de esa forma le estás atribuyendo motivaciones humanas, y recuerda que acordamos no hacerlo. 

Peter intentó contener una sonrisa en vano. Gas era tan frío y tan distante desde el punto de vista emocional que a veces se planteaba si tendría pulso. 

—Peter: A lo mejor se siente culpable por no haberse relacionado más con Euge antes de que muriera. 

—Agus: A lo mejor está utilizando cualquier excusa para mantenerse alejado de su esposa. En el hipotético caso de que no odiara tanto la idea del matrimonio, ver el de Gas me habría hecho aborrecerla. 

—Peter: Es obvio que un Lanzani no debe casarse con alguien que se parezca a nosotros —apostilló. 

—Agus: Yo creo que un Lanzani no debería casarse con una mujer que esté dispuesta a aceptarlo tal como es. 

Fuera cual fuese su motivo, Gas siguió ayudando con las reformas. Gracias a los esfuerzos de los tres, la casa comenzó a tener mejor aspecto. O al menos a parecer habitable para una familia normal. 

—Peter: Como intentes darnos la patada después de esto —le dijo a Agus—, te juro que acabas enterrado en el patio. 

Ambos sabían que era imposible que Agus los echara. Porque Agustín, para su sorpresa, adoraba a la niña desde el primer día. Al igual que Peter, daría su vida por ella si fuera necesario. Luz merecía lo mejor que pudieran darle. 

Aunque al principio Luz se mostró cauta, no tardó en encariñarse con sus tíos. Pese a los consejos bienintencionados de muchas personas que les advertían que no la malcriaran, ni Agus ni Peter veían muestras de que su actitud indulgente le estuviera ocasionando daño alguno. De hecho, les habría encantado ver a Luz haciendo travesuras. Era una niña tan buena que siempre hacía lo que le decían. 

En los días que no había colegio, acompañaba a Peter a su empresa en Friday Harbor y observaba cómo los granos de café arábica de color amarillo claro acababan con un brillante tono marrón después de salir de la gigantesca torrefactora. A veces, Peter le compraba un helado en la heladería situada cerca del puerto y después iban a ver las embarcaciones y paseaban entre las hileras de yates, lanchas y barcos de pesca. 

Agus solía llevársela cuando iba a inspeccionar los viñedos, o a False Bay en busca de erizos y estrellas de mar durante la marea baja. Se ponía los collares que Luz hacía en el colegio con distintos tipos de pasta y colocaba sus dibujos en las paredes de la casa. 

—Agus: No tenía ni idea de que esto fuera así —confesó una noche mientras entraba en casa con Luz en brazos, ya que se había quedado dormida en el coche. 

Habían pasado la tarde en English Camp, el lugar donde los ingleses se asentaron durante la ocupación británica antes de que la isla pasara a manos de los norteamericanos. El parque nacional, con sus más de dos kilómetros de playa, era el lugar perfecto para merendar al aire libre y jugar con el disco. A fin de que Luz se lo pasara en grande, tanto Agus como Peter se dedicaron a hacer acrobacias mientras se lanzaban el juguete. Habían llevado consigo la caña de pescar y la pequeña caja de aparejos de la niña, y Peter le había enseñado la mejor forma de lanzar el anzuelo para pescar escorpinas en la orilla. 

—Peter: ¿A qué te refieres? —le preguntó, que abrió la puerta delantera y encendió las luces del porche. 

—Agus: A vivir con un niño. —Y añadió un tanto avergonzado—: A que te quiera un niño. 

La presencia de Luz en sus vidas había supuesto una bendición que ninguno había conocido hasta entonces. Era un recuerdo de la inocencia. Y descubrieron que algo cambiaba cuando se recibía el amor incondicional y la confianza de un niño. 

Porque se ansiaba merecerlos. 

Peter y Luz entraron en la casa a través de la cocina y dejaron las bolsas de la compra y la caracola en los bancos hechos a medida del anticuado office. Encontraron a Agus en el salón, una estancia dolorosamente desnuda con las placas de yeso recién colocadas en las paredes y una chimenea agrietada con un revestimiento temporal de tela metálica. Agus estaba justo al lado, construyendo un molde para verter el hormigón sobre el cual iría el nuevo hogar. 

—Agus: Esto va a ser un quebradero de cabeza —dijo mientras medía—. Tengo que ver cómo me las apaño, porque quiero usar el mismo conducto para dos hogares diferentes. Este conducto pasa justo por el dormitorio de la planta de arriba. Increíble, ¿verdad? 

Peter se agachó y le dijo a Luz al oído: 

—Peter: Ve a preguntarle qué hay para cenar. 

La niña obedeció, se acercó a Agus y después de pegar los labios a una de sus orejas, le susurró algo y se apartó. 

Peter vio que su hermano se quedaba petrificado. 

Continuará...

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