CAPÍTULO 85

Por la mañana, Nicolás fue a la prisión y Lali pasó el rato con Gimena y los niños en el salón. Estaba al borde del colapso nervioso, entre otras cosas porque no dejaba de preguntarse si Peter estaría sufriendo. En una ocasión la habían llevado a visitar el Cabildo, con motivo de que habían encarcelado allí a un delincuente especialmente despreciable. Bastante gente se había reunido en el patio de la prisión para gritarle obscenidades e insultos. Y la noticia de la captura del célebre capitán Peter seguramente había corrido como la pólvora. ¿Estaría recibiendo Peter el mismo trato cruel que el que ella había presenciado aquel día?

Evelina y Angeline jugaban con sus muñecas a una prudencial distancia de la chimenea mientras Gimena permanecía sentada con una cesta de ropa para remendar. Dado que Lali tenía limitadas sus actividades debido a las heridas de las manos, estaba sentada en el sofá con Rafe en su regazo al tiempo que leía un periódico en inglés. De vez en cuando leía en voz alta una frase que no entendía del todo, y Gimena se la traducía. Las manecillas del reloj sobre la repisa de la chimenea se desplazaban con tortuosa lentitud.

Finalmente, llegó Nicolás, trayendo consigo el aroma de la fresca mañana.

—Gime: Bien-aimé—exclamó poniéndose en pie. Nico la tomó entre sus brazos y la besó brevemente.

Lali no quería moverse para no despertar al niño, y sus ojos se clavaron en Nico.

—Gime: Nico, dinos de una vez lo que sepas —pidió mientras le quitaba el abrigo y le indicaba que se sentase en una silla.

Nicolás estiró sus largas piernas.

—Nico: Me reuniré con el gobernador Villeré esta noche. Me han dicho que las noticias que ha recibido Villeré sobre la ayuda que Peter prestó en el asalto a la isla han hecho que se replantee la cuestión del indulto.

Lali dio un respingo, y apretó con tanta fuerza al niño que éste despertó y empezó a berrear.

—Lali: Mon Dieu, ya estaba perdiendo toda esperanza —dijo casi sin aliento.

Gimena cubrió a su marido de besos y generosos halagos. Evelina y Angeline se arrastraron hacia él, chillando y compartiendo el entusiasmo a pesar de que no entendían a qué se debía. Nico apenas resultaba visible bajo el amontonamiento de cabezas de cabello castaño a su alrededor.

Rafe se negó a dejar de llorar hasta que Gimena lo cogió en brazos. Irritado, el bebé apoyó la cabeza en el hombro de su madre y empezó a chuparse el puño. Lali se obligó a sentarse de nuevo.

—Lali: ¿Qué tal está Peter? —preguntó con ansia.

—Nico: Goza de buena salud. El médico lo ha examinado y no parece que tenga rota ninguna costilla. Debido a mi insistencia, le han llevado agua caliente, jabón y ropas limpias. —Nico sonrió irónico—. A decir verdad, casi preferiría que no estuviese en tan buenas condiciones.

—Lali: ¿Por qué? —preguntó anonadada.

Él sacudió la cabeza.

—Nico: Me ha sorprendido la reacción de la gente.

—Gime: ¿Qué quieres decir? —preguntó.

—Nico: Por lo visto, la gente de Nueva Orleans considera a Peter una especie de pirata gallardo. Una figura romántica. En los cafés y las plazas se comentan las historias sobre sus hazañas reales o imaginarias. Suena ridículo, pero la ciudad está muy entusiasmada con él.

—Lali: ¿Qué significa «entusiasmada»?—preguntó con suspicacia.

—Nico: Significa que hay una multitud de admiradores fuera del Cabildo. No se permiten visitas, excepto a mí, claro, pero muchas mujeres de la ciudad están muy preocupadas por su bienestar. Le llevan comida y botellas de vino, la mayoría de las cuales Peter entrega a sus carceleros y a compañeros de fatigas.

—Lali: ¡Pero eso es absurdo! —exclamó.

—Nico: Y la cosa va creciendo a cada hora que pasa. Esta mañana me han contado la historia de tres mujeres a las que, al parecer, Peter sedujo en el baile de los Duquesne.

Evelina lo miró con curiosidad.

—Papá, ¿qué significa «sedujo»?

Gimena miró con ceño a su marido.

—Gime: Calla, Evie, ésas no son palabras para niñas.

—Lali: Absurdo —repitió, roja de consternación. Peter era suyo, no un objeto de adoración para mujeres casquivanas que se creían enamoradas de un hidalgo bucanero. De pronto imaginó cuánto estaría disfrutando Peter con ese tratamiento. Así pues... ¡él se lo estaba pasando en grande mientras ella estaba allí suspirando por él!—. ¿Preguntó por mí? —espetó.

La irónica sonrisa de Nico se trocó en una expresión seria.

—Nico: Lo cierto es que no quiso hablar de otra cosa que no fueses tú —respondió.

La indignación de Lali desapareció y bajó la vista, aliviada.

—Lali: ¿Qué dijo? —preguntó.

—Nico: Por lo visto espera que mientras él esté encarcelado tú resuelvas ciertas cuestiones aquí.

—Lali: ¿En serio? —repuso ella sin dirigirse específicamente a Nico—. Supongo que cree que será fácil. Supongo que espera que vaya a hablar tranquilamente con Pablo y le diga... —Se detuvo con un jadeo al ver a Pablo en la puerta. Llevaba puesta una bata de cuerpo entero, con el pelo perfectamente peinado y sus ojos clavados en ella.

—Pablo: ¿Decirme qué? —preguntó.

Lali se quedó sin palabras. Enrojeció y fue consciente de que en todo el salón se hacía el silencio. Todos la miraban.

—Gime: Pablo —sugirió con tacto—, ¿por qué no llevas a Lali al saloncito de desayunos? No han comido ninguno de los dos. Enviaré arriba a Julia con unos brioches y café. Podran hablar sin que nadie los interrumpa.

Continuará...

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