CAPÍTULO 88

Peter llevaba una holgada camisa blanca abierta en el cuello, unos ceñidos pantalones negros y zapatos negros también. Parecía tan masculino y dominante que Lali se quedó sin aliento.

Nunca hasta entonces había visto juntos a los gemelos en la misma habitación. Resultaba sobrecogedor. Se le hizo difícil creer que alguien pudiese haberlos confundido en alguna ocasión. A pesar de que sus facciones eran idénticas, era fácil descubrir cuál era el médico y cuál el pirata reformado. Uno era la clase de hombre que toda madre querría como yerno, y el otro era el tipo que toda madre reza por que no se acerque su hija.

Pablo soltó la mano de Lali y se puso en pie.

—Pablo: Así pues, te han dado el indulto, mon frére —dijo.

Peter apartó la mirada de Lali y miró a su hermano con una ligera sonrisa.

—Peter: Sí, pero creo que, tras sus esfuerzos, el poder político de nuestro padre ha resultado seriamente mermado. Ya no podrá pedir nunca más ni un solo favor.

—Pablo: Peter, lo que hiciste por mí... —empezó, pero se quedó sin palabras. Se adelantó y abrazó con todas sus fuerzas a su hermano. Estuvieron así unos segundos, hasta que Peter se liberó con una risotada.

—Peter: Lo peor fue fingir que era tú —dijo—. No fue fácil mostrar tanta gentileza y amabilidad. Y tener que oír educadamente la descripción de todas esas enfermedades de las viejas damas de Nueva Orleans. Pablo se carcajeó.

—Pablo: La verdad es que no puedo imaginarte escuchando educadamente a nadie.

Peter estudió a su hermano.

—Peter: Tienes buen aspecto, Pablo. Nadie se alegra tanto como yo de que estés de vuelta en casa sano y salvo.

—Pablo: Gracias. Y todo te lo debo a ti. —Los ojos verdes de ambos hermanos se encontraron en una mirada de reconocimiento. Habían estado separados mucho tiempo, pero nada podía romper el vínculo que les unía.

—Peter: Cuando oí decir que habías muerto —murmuró—, sentí que había perdido la mitad de mí mismo.

—Pablo: Y yo tuve ganas de estrangularte cuando descubrí que te estabas haciendo pasar por mí.

—Peter: No lo pensé dos veces —replicó—. Mi único deseo era que Legare pagase con creces todo lo que te había hecho.

—Pablo: Hay ciertas cosas que tenemos hablar, Peter.

—Lo sé. Cuando quieras, mon frére.

Lali se puso en pie y caminó hacia ellos.

—Lali: Peter, yo...

—Peter: Veo que has vuelto a reunirte con tu esposa —le dijo él a Pablo, ignorándola. Su voz sonó fría y cortés, como si estuviese felicitando a su hermano tras haberle ganado una partida de cartas—. Felicidades.

—Pablo: De hecho...

—Peter: Obviamente he interrumpido —prosiguió—. Los dejaré a solas para que puedan... celebrarlo. Hablaremos después, Pablo.

Antes de que ninguno de los dos pudiese responder, se volvió y salió de la biblioteca.

—Lali. ¡Peter! —lo llamó, pero él no respondió. Se volvió hacia Pablo—. Ha... ha malinterpretado el beso —dijo presa del pánico—. No ha entendido...

—Pablo: Si no me equivoco —repuso pensativo—, Peter espera que le sigas. Así que muévete. Entretanto yo... —Sonrió. De repente parecía un chico listo—. Iré a hacerle una visita ala señorita Rocío Doyle.

—Lali: Buena suerte —dijo ella casi sin aliento.

—Pablo: Buena suerte a ti también.

Lali recorrió a toda prisa el pasillo y alcanzó a Peter cuando éste llegaba al vestíbulo octogonal.

—Lali: Peter, espera. —Le cogió el brazo. Él se volvió hacia ella. En contraste con el frío control demostrado instantes antes, ahora respiraba deprisa y sus ojos verdes parecían teñidos de furia—. Oye, Pablo y yo hemos estado hablando y...

—Peter: Legare tenía razón en una cosa —repuso él tenso—. Pareces manejarte igual de bien con los dos hermanos Vallerand.

—Lali: ¿Qué dices? —Lo miró atónita—. Deja que te explique...

—Peter: No te molestes. No me interesa.

—Lali: Eres la persona más poco razonable y más cabezota...

—Peter: No te culpo por querer quedarte con Pablo. Es un hombre seguro y respetable, un marido ejemplar. Y si descubres que no te satisface en la cama, siempre puedes hacerme una visita para un poco de diversión...

Ella le propinó una bofetada que resonó en el vestíbulo.

—Lali: ¡Después de todo lo que he pasado, no permitiré que me insultes!

—Peter: Oh, no pretendía insultarte...

—Lali: Estás celoso...

—Peter: Más bien admiro tu capacidad para obtener todo lo que quieres.

—Lali: ¡Lo que intento decirte es que Pablo y yo hemos decidido pedir la anulación del matrimonio!

La profunda voz de Nicolás resonó detrás de ellos.

—Nico: ¿Qué es todo este jaleo? —Estaba al pie de las escaleras con Gimena a su lado—. ¿Realmente es necesario armar tanto escándalo? Les pido que solucionen sus diferencias con mayor comedimiento.

Peter les miró a los dos, luego se llevó a Lali al salón más cercano y cerró la puerta.

Nico se carcajeó. Gimena miró a su marido sorprendida. Él la subió a pulso dos escalones para quedar cara a cara a la misma altura.

—Nico: Estoy pensando en ese sofá que tapizaste con damasco azul —dijo pasándole los brazos alrededor del cuello—. Me pregunto si ellos tendrán más éxito del que tuvimos nosotros.

Ella enrojeció y abrió como platos sus ojos castaños.

—Gime: Nico, no creerás que van a...

Él miró por encima del hombro hacia la puerta cerrada y volvió a mirar a su esposa.

—Nico: No se oye el menor ruido, ¿verdad?

Gimena frunció el ceño.

—Gime: Nicolás Vallerand —dijo—, ¡tus hijos se están transformando en personajes tan imposibles como tú!

Nico sonrió con arrogancia.

Continuará...

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